Apocalipsis 16:15 RVC
15 «Miren, yo vengo como un ladrón.
Bienaventurados los que se mantengan despiertos y conserven sus ropas, no sea
que se queden desnudos y se vea la vergüenza de su desnudez.»
Apocalipsis 3:18 RVC
18 Para que seas realmente rico, yo te
aconsejo que compres de mí oro refinado en el fuego, y vestiduras blancas, para
que te vistas y no se descubra la vergüenza de tu desnudez. Unge tus ojos con
colirio, y podrás ver.
Génesis 3:10-11 RVC
10 Y él respondió: «Oí tu voz en el huerto, y
tuve miedo, pues estoy desnudo. Por eso me escondí.»
11 Dios le dijo: «¿Y quién te dijo que estás
desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del que yo te ordené que no comieras?»
“La vergüenza (también llamada pena en
algunos países centroamericanos y México, andinos y caribeños) es una sensación
humana, de conocimiento consciente de deshonor, desgracia, o condenación. El
terapeuta John Bradshaw llama a la vergüenza «la emoción que nos hace saber que
somos finitos».
“Su sinónimo ignominia (del latín ignominĭa,
cuya etimología remite a la «pérdida del nombre» —de in-nomen, «sin nombre»—)
da a entender el efecto de una acción deshonrosa o injusta, términos de los que
es sinónimo. La XXI edición del diccionario de la RAE la define como una
afrenta pública, en el sentido en que constituye una ofensa personal que queda
a la vista de una comunidad que la condena unánimemente. Por ello, la acción
ignominiosa está relacionada con la desvergüenza y el deshonor de un individuo a
quien las consideraciones morales le son indiferentes y que es consecuentemente
objeto del descrédito general. Se suele emplear este término para denunciar una
situación de injusticia, generalmente cuando se trata de la obra de un solo
individuo que reúne cierta autoridad sobre una comunidad.” (Wikipedia,
“Vergüenza”).
La vergüenza es una de las consecuencias
fundamentales del pecado del hombre y uno de los sentimientos básicos
constitutivos del género humano (caído). Está provocada por el “descubrimiento”
de nuestras obras injustas, ahora bien:
Hebreos 4:13 RVC
13 Nada de lo que Dios creó puede esconderse
de él, sino que todas las cosas quedan al desnudo y descubiertas a los ojos de
aquel a quien tenemos que rendir cuentas.
El verdadero asunto aquí no es que estemos
“descubiertos” delante de Dios porque es obvio que lo estamos y siempre lo
estaremos; sino que estamos “descubiertos en nuestra indignidad”, en nuestras
injusticias pero más que nada, en nuestros pensamientos y sentimientos
injustos, en lo “oculto”.
Ahora bien, el espíritu humano sabe
perfectamente que estamos descubiertos delante de Dios, el problema es que
también sabe que sus obras son injustas, por lo que el alma reacciona sintiendo
vergüenza. Hoy en día, la solución que ofrece el mundo suele ser un “escape
hacia adelante”, es decir, negar sencillamente la vergüenza y cometer más
acciones vergonzosas, para que en el cúmulo de pecados nuestra propia vergüenza
pase desapercibida o sea tapada por la vergüenza de otros. Esto es la
“cauterización de la conciencia”, es decir, incapacitar al alma para que
escuche al espíritu. Pero también hay otras formas de tratar con ella, sin
Dios; puede ser acumulando buenas obras y esforzándose por “hacer el bien” ante
los ojos de los demás, puede ser también ocultando de toda forma posible
nuestros hechos vergonzosos, lo cual se conoce como hipocresía. Otros
sencillamente prefieren “escapar” del mundo, pasar lo más desapercibidos
posible.
La vergüenza es tanto propia como
generacional y nacional, y debemos tratar con todas ellas. La sociedad
occidental no está fuertemente basada en la vergüenza, por lo que el concepto
no nos llega tanto como el de culpa, pero las sociedades orientales, y en parte
las sociedades originarias están mucho más afianzadas en el concepto de
vergüenza – honor. Mientras que aquí reprobar un examen es algo de lo más común
para un alumno (¡cristianos inclusive!), en países como Japón puede ser motivo
de suicidio. Menos mal que eso no pasa en mi país, nos quedaríamos con las
aulas vacías…
Volviendo a mi país, y probablemente en
muchos otros, suele ser común el hecho de hacer bromas humillando al otro,
burlándose del otro; seguramente para “cubrir” la propia vergüenza, de la cual
fuera objeto cuando, a su vez, le hicieran esas mismas bromas. Esta es otra
forma de “tratar” con la vergüenza, haciéndola motivo de sorna minimizar su
impacto.
De una forma u otra, todos tenemos vergüenzas
en nuestro interior, y la principal es la de encontrarnos cara a cara con el
Creador, quién nos conoce tal cual somos. Esto fue solucionado en Cristo, al
entregársenos “vestiduras blancas”, las obras de justicia, que taparon nuestra
desnudez, es decir, la exposición de obras vergonzosas.
Tito 3:4-6 RVC
4 Pero cuando se manifestó la bondad de Dios,
nuestro Salvador, y su amor para con los hombres,
5 nos salvó, y no por obras de justicia que
nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la
regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo,
6 el cual derramó en nosotros abundantemente
por Jesucristo, nuestro Salvador,
La vergüenza que nos produce la desnudez
física viene del hecho que expone nuestro ser “tal cual es”, nuestra indignidad
espiritual, nuestro estado apartado de Dios, nuestra desprotección. El hecho de
que el mundo actual tenga cada vez menos vergüenza para mostrarse desnudo
físicamente indica la cauterización de la conciencia que sufre.
La obra de la redención nos devuelve el honor
perdido:
1 Juan 3:1a RVC
1 Miren cuánto nos ama el Padre, que nos ha
concedido ser llamados hijos de Dios. Y lo somos. …
1 Corintios 12:24-25 RVC
24 Porque eso no les hace falta a los que nos
parecen más decorosos. Pero Dios ordenó el cuerpo de tal manera, que dio mayor
honor al que le faltaba,
25 para que no haya divisiones en el cuerpo, sino
que todos los miembros se preocupen los unos por los otros.
Algunos interpretan que el hombre en Edén
estaba cubierto por vestiduras espirituales, de luz, propiamente, el Espíritu
Santo, que mantenía sus ojos con una visión espiritual por la que no “veía” su
desnudez. Este mismo Espíritu, que nos da el sello o garantía de nuestra
filiación, es el que nos santifica, es decir, nos da vestiduras blancas,
limpias, que cubren nuestra vergüenza. Pero este Espíritu, que se representa
muchas veces con el viento, requiere ser aceptado por fe. Es decir, Su
testimonio se recibe únicamente por fe, y eso es vital:
Juan 16:7-8 RVC
7 Pero les digo la verdad: les conviene que
yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes; pero si me
voy, yo se lo enviaré.
8 Y cuando él venga, convencerá al mundo de
pecado, de justicia y de juicio.
Juan 16:13 RVC
13 Pero cuando venga el Espíritu de verdad,
él los guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino
que hablará todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que habrán de venir.
“Fe” quiere decir muchas cosas hoy, aquí no
estoy hablando del “pensamiento positivo” que se introdujo en la Iglesia y al
que llaman “fe”, ni tampoco del don espiritual de la fe (la capacidad para
creer en las cosas específicas que Dios quiere hacer con un grupo de gente),
sino de la fe que consiste, primero, en escuchar la voz de Dios Espíritu y,
segundo, aceptar lo que dice.
Hebreos 11:1 RVC
1 Ahora bien, tener fe es estar seguro de lo
que se espera; es estar convencido de lo que no se ve.
Normalmente cometemos un error aquí pensando
que fe es creer “lo que no existe”, “lo que quiero que exista”, y de hecho eso
puede ser un bonito sueño y nada más. Fe es creer lo que “no se ve” en el mundo
material pero es una realidad espiritual, es decir, lo que el Espíritu dice.
La fe nos permite aceptar el testimonio del
Espíritu, de esa forma creímos en un primer momento, pero la fe nos mantiene
escuchando la voz de ese mismo Espíritu, que es el único camino de santificación
posible. NO ES POSIBLE la santidad por el propio esfuerzo, no es por psicología
cristiana, aunque aporta buenas herramientas, no es por la decisión propia,
aunque es necesaria, no es por crecer en comprensión del pecado, aunque eso
sirve, sino que es por la palabra y la voz del Espíritu hablando a nuestro
interior. Tan sencillo y tan complicado para el alma humana, porque esta debe
literalmente morir, que implica callarse y escuchar y obedecer al espíritu
instruido por el Espíritu.
En este sentido, la fe nos libra de la
vergüenza, porque permite que el Espíritu nos cubra, habite y se manifieste
plenamente en nosotros, llegando a brillar lo suficiente como para que nuestra
desnudez espiritual quede cubierta.
Una vez que somos así cubiertos, no necesitamos
ser hipócritas porque no hay nada que esconder: las malas obras son limpiadas,
y las que todavía no, o las que cometimos en el pasado, no nos avergüenzan
porque por el Espíritu hemos hecho morir los deseos de la carne, por lo que ya
no tenemos que aparentar.
Una vez que somos cubiertos al aceptar por la
fe la voz del Espíritu, no es necesario “huir hacia adelante” amontonando actos
vergonzosos porque nuestra conciencia ha vuelto a ser sensible, sabemos que eso
está mal y aparta al que nos cubre; nuestra vergüenza es solucionada de otra
forma.
Tampoco necesitamos escondernos de la gente,
porque sabemos que cuando nos miran están viendo las vestiduras del Espíritu.
Nuestra respuesta de fe permite que la obra
del Espíritu Santo se realice en nosotros: creyendo el testimonio de Cristo en
primer lugar y siendo progresivamente santificados luego.
¿Cómo trabajamos con esto? Como la vergüenza
es, propiamente, vergonzosa, ¡nos da vergüenza incluso pensar en ella! Bueno,
esto podría servir como trabalenguas, pero creo que esa es la principal razón
por la que mantenemos ocultas las situaciones, sentimientos o hechos que son
particularmente vergonzosos para nosotros “metiéndolos” en el inconsciente;
esto es que no solamente los ocultamos de los demás sino de nosotros mismos y
también de Dios, ¡como si algo pudiera permanecerle escondido!
Así hemos crecido y como una forma de
protección muchas cosas siguen ocultas en nuestra mente, realmente hoy no
podríamos lidiar con ellas, por lo que la obra del Espíritu tiene que ser
progresiva, pero tenemos que estar dispuestos a abrirnos y “contarle” todo a
Dios. Yo sé que esto que digo para algunos resulta absurdo, pero créanme, le
“ocultamos” muchas cosas.
Vuelvo a decir que este proceso debe ser
guiado por el Espíritu, quien sabe los tiempos adecuados para cada cosa. Es muy
peligroso caer en manos de terapeutas o líderes ignorantes o incluso
malintencionados, porque fácilmente pueden exponer las vergüenzas de manera
pública, de tal manera que las personas quedan “atrapadas” en la organización
porque si salen sus secretos vergonzosos serían revelados. La vergüenza tiene
que ver con lo íntimo de la persona, y el Único que tiene derecho a penetrar
allí es Dios, ¡no permitamos que otro lo haga!, al menos no más allá de lo que
el Espíritu nos esté marcando como límite. Genuinamente, Dios utiliza a Sus
siervos para ministrarnos, pero también cada uno de ellos tiene su propio
“límite” en cuánto puede profundizar.
No necesitamos decirle al Espíritu qué tiene
que hacer, sino seguir simplemente Sus indicaciones, y Él nos hablará
directamente o nos guiará hacia libros, artículos o personas que nos
ministrarán. Y no debemos olvidar una de Sus herramientas, que en este tiempo
ha sido menospreciada;
1 Corintios 14:1-5 RVC
1 Ustedes vayan en pos del amor, y procuren
alcanzar los dones espirituales, sobre todo el de profecía,
2 pues el que habla en lenguas extrañas le
habla a Dios, pero no a los hombres; y nadie le entiende porque, en el
Espíritu, habla de manera misteriosa.
3 Pero el que profetiza les habla a los demás
para edificarlos, exhortarlos y consolarlos.
4 El que habla en lengua extraña, se edifica
a sí mismo; en cambio, el que profetiza, edifica a la iglesia.
5 Así que, yo quisiera que todos ustedes
hablaran en lenguas, pero más quisiera que profetizaran; porque profetizar es
más importante que hablar en lenguas, a menos que el que las hable también las
interprete, para que la iglesia sea edificada.
Me refiero al don de lenguas, pero no
exactamente a las lenguas públicas sino a las privadas, aquellas que sirven
para edificarse a uno mismo, es decir, crecer en el proceso de santificación;
¿qué tiene de malo eso? ¡Todo lo contrario! Sin embargo, se las ha desestimado
en estos últimos tiempos porque son “políticamente menos correctas” que los
ministerios públicos, que ayudan a otros mientras que las lenguas privadas son
“egoístas”. Hermanos, si yo mismo no soy perfeccionado, ¿qué rábanos puede
hacer por otro? ¡Nada! Simplemente:
1 Corintios 13:1-3 RVC
1 Si yo hablara lenguas humanas y angélicas,
y no tengo amor, vengo a ser como metal resonante, o címbalo retumbante.
2 Y si tuviera el don de profecía, y
entendiera todos los misterios, y tuviera todo el conocimiento, y si tuviera
toda la fe, de tal manera que trasladara los montes, y no tengo amor, nada soy.
3 Y si repartiera todos mis bienes para dar
de comer a los pobres, y entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor,
de nada me sirve.
Y la Iglesia de hoy está repleta de címbalos
retumbantes, que hacen mucho ruido… pero sin nueces. ¿Cómo se puede desarrollar
el amor si el Espíritu no trabaja en nosotros? ¿Y si queremos que lo haga, por
qué despreciar una herramienta tan sencilla y efectiva que nos dejó?
A nivel congregacional, las diversas formas
de profecía sirven para ministrarnos los unos a los otros, pero eso tiene
propiamente el límite de aquello que el Espíritu no va a permitir que se diga
públicamente para que no seamos expuestos en cosas que nos avergonzarían y que
no podríamos tratar adecuadamente, excepto que el Señor quiera tratar con un
líder hipócrita, pero eso es un caso más extremo.
¡Señor, nada hay que vos no conozcas, te
abrimos nuestros corazones para limpies aún lo más oculto!
Danilo Sorti
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