domingo, 8 de febrero de 2015

El diseño de la Iglesia: su base histórica, aquello que los primeros cristianos entendían muy bien


La iglesia está atravesando una crisis muy grande. A su vez, estamos a la expectativa del mover más grande del Espíritu en la historia de la humanidad. Por supuesto, sabemos que no va a ser con el formato actual. ¿Cuál será el odre que pueda el vino nuevo próximo a derramarse?

La respuesta bíblica a esta pregunta es clave también para el proceso de despojarnos de toda religiosidad humana, tan necesario a medida que nos aproximamos al final de los tiempos; y además va a permitir liberar a muchos cristianos fieles de la opresión de estructuras corrompidas.

Estoy asumiendo también que el texto bíblico es la autoridad máxima para los cristianos, por encima de la palabra de cualquier pastor, apóstol, profeta, concilio o estructura denominacional. La Biblia es lo que el Espíritu nos ha dejado escrito para que creamos y practiquemos hoy día. Por supuesto que en los tiempos en que fueron escritos sus libros pasaron muchas otras cosas; la iglesia del primer siglo tuvo mucha más historia que el relato de Hechos y las cartas, pero lo que quedó registrado es lo que el Espíritu quiso que quedara, y que él mismo avaló, por lo que la historia de la iglesia, si bien puede resultar muy interesante e instructiva, no tiene la misma autoridad.

Con todo, hay dos o tres modelos que sí valen la pena estudiar y ver en una perspectiva histórica: el de la sinagoga y el de la asamblea (ekklesía) griega, principalmente, y también el modelo de las asambleas romanas. Del primero tenemos bastantes referencias en la Biblia y resulta claro en muchos casos la relación de una iglesia naciente con una sinagoga; del segundo no tenemos tantas referencias directas pero sí el uso de la palabra, que traía claras connotaciones para sus oyentes. Del tercero no tenemos referencias directas en el Nuevo Testamento, pero al constituir una base esencial del mundo romano (y vale recordar que toda la historia neotestamentaria se desarrolla en ese ámbito) también lo era por lógica del pensamiento de las personas de esa época.

La iglesia tuvo un “triple” sustrato cultural: hebreo, griego y romano; y a ellos les debe mucho. Cuando empezamos a entender la forma de obrar de Dios vemos que nunca se aparta de la realidad humana (social, cultural, económica, ecológica, etc.) de los pueblos con los que se comunica. Pero a partir y en medio de dicha realidad, construye algo nuevo y distinto, cien por ciento divino y cien por ciento humano. Lo mismo que vemos encarnado en Cristo.

Cuando las personas del siglo I creían en Cristo y se reunían, ¿qué entendían ellas por iglesia? ¿Cuántas instrucciones extras necesitaban para formar una congregación? Veamos qué experiencia traían las personas del “triple sustrato cultural” de la iglesia: judíos, griegos y romanos.


LA SINAGOGA: PRIMERA BASE DE LA IGLESIA NEOTESTAMENTARIA

La iglesia nace hace dos mil años como un grupo de discípulos siguiendo a su Maestro por los caminos de Israel. Sin embargo, en su desarrollo inmediatamento posterior y especialmente en su expansión misionera, el modelo que más influyó en su constitución temprana como agrupamiento entendemos que fue la sinagoga. El ejemplo por excelencia que tenemos es el de Pablo, quien frecuentemente empezaba nuevas iglesias a partir de sinagogas existentes. Además, como una parte importante del sustrato inicial de la iglesia fue judío, y es probable que también sus primeros líderes (ancianos) lo fueran, porque eran los que más conocimiento tenían de las Escrituras; la forma de organización que “más a mano” tenían era, naturalmente, la sinagoga.

Por supuesto que en la historia antigua podemos encontrar otras formas de organización comunitaria distintas entre los gentiles, pero la sinagoga ocupa un lugar destacado a la hora de formar las primeras congregaciones.

Veamos un poco de la historia que nos interesa para este análisis. Las citas textuales corresponden al artículo “Sinagoga” del Diccionario Ilustrado de la Biblia, Ed. Caribe, 1990.

“Acerca de los orígenes de la sinagoga, los eruditos no están de acuerdo. Naturalmente, en el judaísmo antiguo se centraba la vida religiosa en el templo, y no había necesidad de la sinagoga. Más tarde, especialmente debido a la dispersión, surgió la sinagoga en forma paralela con el templo. Después de la destrucción del templo (70 d.C.) la sinagoga pasó a ocupar el centro de la vida religiosa judía.”

Existen distintas teorías acerca de dónde y cuándo surgió, pero “sea cual fuere su origen, es importante notar la diferencia entre el culto de ella y el del templo. En la sinagoga no se ofrecían sacrificios, como en el templo. Su culto consistía en la lectura y el estudio de las Escrituras, y en la oración. Mientras existía el templo, éste se consideraba siempre el centro religioso de los judíos, y las sinagogas como lugares secundarios de estudio. Sin embargo, en la misma Jerusalén había varias sinagogas (Hch. 6:9) y por tanto no ha de pensarse que la sinagoga existía sólo donde les era imposible a los judíos asistir al culto en el templo. Por el contrario, su función específica como lugar de enseñanza y estudio era requerida dondequiera que había una comunidad judía.

“Era importante, no sólo para los mayores, sino también para la juventud. Al parecer, los niños más pequeños comenzaban el aprendizaje en casa de los maestros, leyendo pequeñas porciones de las Escrituras. Pero tan pronto como estaban listos para leer los textos más extensos, pasaban a estudiar en la sinagoga (…) Allí aprendían a leer las Escrituras en voz alta, para poder participar individualmente como lectores públicos en los cultos, y aprendían además la interpretación esencial de los pasajes.

“En cuanto al lugar de las mujeres en el culto de la sinagoga al parecer, aunque esto no está probado, al principio estaban excluidas de él. Sin una asistencia mínima de diez varones, el núcleo de adoradores judíos tenía que reunirse a la orilla de un río (Hch. 16:13).”

“La sinagoga era una institución laica; ni los jefes (Hch. 13:15), ni su presidente el principal (gr. arjisynagogos), eran sacerdotes o fariseos necesariamente. Tampoco lo era el ministro (gr. hypéretes), que velaba por el orden del culto (Lc. 4:20). La lectura y la explicación de las porciones asignadas de la Ley y de los profetas (cp. Lc. 4:16-20; Hch. 13:14-48) no eran prerrogativa de ningún partido religioso. Cuando los cristianos primitivos celebraban sus cultos, una de las mayores influencias formativas fue la liturgia de la sinagoga.

“Como centro de propagación monoteísta, la sinagoga difundía las ideas del Antiguo Testamento y creó un grupo de prosélitos y semiprosélitos (…) que resultó ser un campo fértil para la evangelización. Pablo y otros misioneros solían dirigirse primero a la sinagoga de la ciudad donde querían establecer la iglesia de Cristo (p.e., Hch. 13:5).”

La palabra aparece unas 56 veces en el texto griego (aunque no siempre con el sentido mencionado más arriba) y es con todo la referencia más abundante a uno de los fundamentos de la iglesia primitiva.


LA EKKLESÍA EN LA ÉPOCA DEL NUEVO TESTAMENTO

Tomando una extensa cita del Manual de Eclesiología, H. E. Dana, Ed. Mundo Hispano 2003:

En el uso clásico ekklesía significaba “una asamblea”. Derivaba de la combinación de una raíz y una preposición o prefijo griego cuyo significado era “llamar hacia fuera”. Esta traducción literal tiende a dar un significado incorrecto al término. La idea no es que “la iglesia” es llamada hacia fuera del mundo, como algunos dicen. Ekkalein quiere decir más bien en castellano “citados” o “convocados” para un propósito. Era un grupo de personas calificadas y citadas para sesionar como asamblea.

Se usaba comúnmente con referencia a cuerpos representantes aptos, “llamados hacia fuera”, para ejercer funciones legislativas. El Léxico Griego de Thayer dice: “una reunión de ciudadanos llamados de sus hogares hacia algún lugar público, una asamblea”. Lidell y Scott (Léxico Griego) dan la siguiente definición: “una asamblea de ciudadanos regularmente convocados; la asamblea legislativa. La antigua población griega estaba organizada por un número de ciudades estados; esto es, cada ciudad principal tenía su propio gobierno, y gobernaba también el territorio circundante. La autoridad gubernamental recaía en ciertos ciudadanos competentes, quienes residían en la ciudad y eran “llamados hacia fuera” para formar las asambleas legislativas. Este asunto de calificar para la ciudadanía era muy importante, pues muchos residentes de tales ciudades no ocupaban lugar en la ekklesía. En su relación con la idea neotestamentaria de la iglesia, el importante significado del uso clásico consiste en que el término se refería a un cuerpo de personas que tenía cualidades definidas y que se reunía para llevar adelante, sobre principios democráticos, ciertos designios organizados.

Para ser más específicos, en el uso clásico de este término había cuatro elementos a su uso en el Nuevo Testamento:

(1) la asamblea era local,
(2) era autónoma,
(3) presuponía cualidades definidas,
(4) era conducida sobre principios democráticos.”

En “Palabras griegas del Nuevo Testamento”, de W. Barclay, Casa Bautista de Publicaciones, 9na edición, 2002, el autor se explaya en algunos aspectos:

En los grandes días de la Atenas clásica, la ekklesia era la gente convocada y reunida en asamblea. La componían todos los ciudadanos de la metrópoli que no habían perdido sus derechos cívicos, y, salvo el hecho de que las decisiones tomadas debían ajustarse a las leyes del estado, sus poderes eran para todos los fines y efectos. La asamblea nombraba y destituía magistrados; dirigía la política de la ciudad; declaraba la guerra y hacía la paz; contraía compromisos y concertaba alianzas; elegía generales y otros oficiales militares; destinaba las tropas a las diferentes campañas y las despachaba desde la ciudad; era responsable de la dirección de todas las operaciones militares; recogía y distribuía los fondos públicos. Pero, en medio de todo esto, debemos destacar dos hechos sumamente interesantes. Primero, todas sus reuniones comenzaban con oración y sacrificio. Segundo, era una verdadera democracia. Sus dos santo y señas eran “igualdad” (isonomia) y “libertad” (eleutheria). Era una asamblea en que cada uno tenía el mismo derecho e idéntico deber de tomar parte. Cuando había que dirimir alguna cuestión en que estuvieran implicados los derechos de algún ciudadano en particular, como en el caso de ostracismo o destierro, tenían que estar presentes un mínimo de seis mil ciudadanos. En un sentido más amplio, ekklesia vino a significar cualquier asamblea de ciudadanos debidamente convocados. Es interesante hacer constar que el mundo romano nunca trató de traducir la palabra ekklesia; simplemente la transliteró, resultando ecclesía, y la usó de la misma forma que los griegos.”

A medida que la iglesia se adentró en el mundo griego, cada vez más “lejos” del sustrato judío, esta concepción de “ekklesia” ganaba más peso en la mentalidad de los nuevos convertidos.

Sin embargo, el concepto no era tampoco ajeno a la mentalidad de los judíos en la diáspora, entre quienes plantó iglesias Pablo y que constituyeron el “puente natural” hacia los gentiles. Citando nuevamente a H. E. Dana;

La Septuaginta, la versión griega del Antiguo Testamento, (...) era común entre los judíos de habla griega en el tiempo de Jesús. En dicha versión, se usa ekklesía para traducir la palabra hebrea qahal, término que significa una asamblea, convocación o congregación. Ekklesía se menciona en la Septuaginta novena y seis veces (omitiendo unos pocos casos en los cuales el texto es puesto en duda). Podemos distinguir seis variantes.

(1) Se usa cinco veces para indicar simplemente una agrupación de individuos, sin hacer referencia a ningún carácter religioso específico (…)

(2) Trece veces se refiere a un grupo congregado para un propósito especial (…)

(3) En veintiséis casos la referencia se hace a una asamblea en una localidad particular para propósitos religiosos, ordinariamente para el culto (…) Este uso aparece en la historia posterior de Israel. Especialmente prevalece en la literatura producida entre los Testamentos, en donde, de los veintiséis casos que hay, ocurre diez veces.

(4) La mención más frecuente del término es para denotar una reunión formal de todo el pueblo de Israel en la presencia de Jehová, en cuyo sentido se usa treinta y seis veces. En este significado ekklesía en la Septuaginta reproduce muy exactamente el significado típico del hebreo qahal en el Antiguo Testamento. De las ciento veinte veces en que se menciona qahal en el Antiguo Testamento hebreo, setenta y ocho veces se refiere a la asociación de Israel como una nación. Cuando a esto le agregamos los nueve casos en los cuales se refiere a aquellos que regresaron del exilio, de los ciento veinte tenemos un total de setenta y siete, o sea un 64 por ciento. (…) Este uso del término, con la excepción de las nueve referencias a los judíos de la restauración, pertenece al período más antiguo de la historia de Israel.

(5) En siete lugares designa a Israel en un sentido ideal, como la posesión peculiar de Jehová. No sería exacto decir que este uso se refiere al “Israel espiritual”, ya que indudablemente significa la nación literal; tampoco se puede propiamente describir como “la Iglesia Hebrea”, porque Israel era una nación y no un cuerpo eclesiástico. Se usa para describir ciertas barreras que impiden que uno sea participante en el privilegio del pueblo escogido de Dios, sin tener en cuenta ninguna asamblea en particular del pueblo de Dios, (…)

(6) Finalmente, podemos hacer una alusión aparte de esas nueve referencias en las cuales el término se aplica al remanente de los fieles en Israel que regresaron del cautiverio babilónico (…)

Hay tres hechos acerca del uso del ekklesía en la septuaginta y el uso de qahal en el Antiguo Testamento, los cuales son de importancia para nosotros en un estudio de la iglesia:

(1) Nunca se considera como un hecho espiritual, independiente de las limitaciones en cuanto al tiempo y al espacio.

(2) La asamblea, ekklesia, de Israel como una posesión peculiar de Jehová era considerada como un concepto ideal, pero teniendo su única contraparte literal en una precisa reunión del pueblo.

(3) Esta palabra, especialmente en el período intertestamentario, llegó a denotar una reunión local con fines de adoración.”

Dejando de lado el significado relacionado más directamente con Jehová, en su acepción más “humana” retiene el significado de asamblea, de reunión de personas con un objetivo, en este caso la adoración, aunque no únicamente.


LAS ASAMBLEAS DE LOS CIUDADANOS ROMANOS

Citando nuevamente a W. Barclay:

Sir William Ramsay vio en la configuración del imperio romano un antecedente de lo que bien pudo haber afectado el pensamiento de Pablo. Cualquier grupo de ciudadanos romanos, reunidos en cualquier parte del mundo, constituía un conventus civium romanorum, una “asamblea de ciudadanos romanos”. Doquiera estuvieran reunidos, eran parte de la gran comprensión de Roma. No tenían sentido al margen de Roma; eran parte de la gran unidad; y, cualquier ciudadano romano que llegara a esa ciudad, era automáticamente un miembro más del grupo. El grupo podía estar separado de Roma por la distancia, pero, en espíritu, era parte de ella. Esta es, precisamente, la concepción paulina de iglesia. Un hombre puede ser miembro de cualquier congregación local, dentro de una cierta comunión dada; pero, si su pensamiento queda ahí, está muy lejos de la verdadera concepción de iglesia.”

El Diccionario Enciclopédico de Legislación Romana, de Adolf Berger, 7ma edición, 2008, Ed. The Lawbook Exchange Ltd, lo define brevemente como:

Una organización permanente de ciudadanos romanos en las provincias, bajo la presidencia de un comisario (civium romanorum)”

Por otro lado, dijimos más arriba que también los romanos adoptaron el modelo de la “ekklesía” griega.


QUÉ ESTABA CLARO PARA LOS CRISTIANOS DE LA ÉPOCA Y POR QUÉ NO SE NOS DICE TANTO SOBRE LA ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA

La cuestión sobre la organización de la iglesia, que nos interesa para esta serie de artículos, suele ser bastante problemática para los cristianos, debido a que las instrucciones que tenemos son escuetas, al menos para lo que (humanamente) quisiéramos tener.

Creo que el Espíritu tuvo varias motivaciones al no dejar escrito más de lo que hay.

Primero, si para los cristianos de los primeros siglos el modelo de la iglesia era muy similar a lo que ya conocían en otros ámbitos, no era necesario dejarlo escrito. Recordemos que el Espíritu siempre se ha regido en la Biblia por el principio de la economía de palabras, ¡y aún así tenemos más de 30.000 versículos! Como paréntesis, digamos que si algo se repite en las Escritura, vale la pena prestarle especial atención.

Segundo, si con simplemente recurrir a algunos libros de historia básicos (que fue lo que hice más arriba) los creyentes de los siglos siguientes iban a tener el trasfondo cultural necesario, ¿para qué escribirlo? De nuevo el principio de la economía de palabras.

Como paréntesis necesario, digamos aquí que Dios no tiene ningún problema con los libros de historia, ni con los historiadores, ni con la ciencia, ni con los científicos (si algunos científicos tienen problemas con Dios, ¡asunto de ellos!); Dios habla a través de todos, aún del más acérrimo ateo, ¡Dios es Dios! Por supuesto, un libro de historia no es la Palabra de Dios, pero muy bien puede contener verdades inspiradas por el Señor.

Tercero, este “silencio relativo” ha permitido a lo largo de la historia y de las culturas que la iglesia se organice de la forma más adecuada y “aprehensible” para cada contexto. Aunque inevitablemente los hombres han intentado siempre armar un esquema rígido y piramidal (no le echemos toda la culpa a los católicos, muchas nuevas iglesias “apostólicas” hacen lo mismo o peor), cuando la iglesia ha sido movida por el Espíritu, ha adoptado formas culturalmente relevantes.

Claro, no podemos decir que todos los moldes culturales estén bien; pero esto ha permitido que el evangelio avance. Quizás en esta nueva época en que nos encontramos, hacia el final de los tiempos y luego de 2.000 años de historia, el Espíritu nos esté llamando hacia un nuevo modelo, por encima de todas las culturas y tradiciones.

Y cuarto (¿lo principal?): ¿quién dijo que la iglesia debe tener una super estructura de organización y gobierno como todas las denominaciones y movimientos se empeñan en darle? Es un deseo muy humano, pero ¿será el de Dios? Si en la Biblia el Espíritu no se preocupó por dejarnos instrucciones precisas sobre estructuras de gobierno supracongregacionales, ni tampoco sobre formas piramidales de autoridad dentro de cada congregación, ¿por qué siempre lo hemos hecho?

Creo que la verdadera iglesia, aquella que fluirá cien por ciento conforme el Espíritu la mueva, no necesita de ninguna de nuestras super estructuras. Al fin y al cabo, si el Señor es la cabeza, y el se comunica directamente con cada uno de nosotros, y suponiendo que cada cristiano tenga la capacidad de oírlo perfectamente y obedecerle (tal como pasará hacia el final de los tiempos), ¿qué necesidad hay de tantas estructuras de coordinación y control? Espiritualmente hablando, ninguna. Y si estamos preocupados por darle un orden humano ... bueno, a mí no me interesaría estar en esa iglesia, así que dejo que lo describa otro...

Aclaro que no estoy en contra de los diseños de autoridad dados por Dios, que son muy distintos a los modelos que hoy vemos en casi todos lados. El Espíritu levantará un orden y autoridades genuinas que, sin embargo, no tendrán nada que ver con nuestras estructuras piramidales actuales.

Con esto en mente, es decir, una iglesia cuya cabeza REAL es Cristo, a quien todos los creyentes pueden escuchar y obedecer; podemos entender los elementos del sustrato social de la iglesia, que resultaban tan claros para los primeros cristianos.

Primero, se trataba de una asamblea. No era una pequeña monarquía, no era una “familia patriarcal extendida” (que fue el modelo que Dios usó siglos atrás, con los patriarcas), no era una “empresa” o hacienda, no era un templo, no era un cuartel militar; era una reunión de ciudadanos. Con esto quiero decir que había otros modelos de organización conocidos en la época que el Espíritu bien pudiera haber usado, pero no lo hizo.

No había en ella relaciones de sometimiento (tan comunes en el mundo antiguo), ni castas especiales (también presentes en la época); había autoridades encargadas principalmente de mantener el orden y ayudar al correcto funcionamiento, pero no pertenecían a ningún “orden superior” ni habían recibido un “ungimiento especial”; se elegían de entre ellos mismos y cumplían funciones claramente de servicio.

La asamblea era convocada con un propósito (adorar a Dios, decidir sobre asuntos civiles o religiosos), tenía un lugar y un orden, y se cumplían funciones determinadas: había oración, adoración, se aprendía la Palabra (en las sinagogas), se decidían asuntos civiles.

El funcionamiento era democrático, libre y participativo. Claro, no todos podían acceder a ellas y no todos tenían los derechos civiles de un ciudadano, pero cuando bajo el Nuevo Pacto todos son hechos iguales ante Cristo, esta lógica de funcionamiento comenzó a aplicarse en todos los cristianos, aunque civilmente fueran esclavos. Creo que solemos hacer una “caricatura” del mundo antiguo, pensando que solo había monarquías verticalistas despiadadas, pero no era tan así. Esto es bastante perturbador, porque nos lleva a reconocer que nuestras actuales “democracias” quizás no sean tan “democráticas” como nos gustaría pensar.

Había decisiones que se tomaban en ellas, en donde todos participaban (probablemente no de manera perfectamente democrática, pero al menos había espacios para hacerlo) y cosas que ocurría en función de esas decisiones; que no habían sido fruto de uno solo.

Y otro aspecto, por demás de obvio, es que en las tres culturas tenían en claro que se trataba de algo bien “terrenal”. Pablo pudo después elevar el concepto hacia una visión espiritual, y eso es valiosísimo, pero en la mente de todos los primeros cristianos, la iglesia era algo bien “concreto” y cercano, que implicaba necesariamente la participación y compromiso de sus integrantes. No había “espiritualizaciones idílicas”, había realidad cotidiana.

Y como se trataba de algo tan “terrenal”, los participantes sabían que tenían derechos y responsabilidades. No eran meros “espectadores de un espectáculo religioso”, como muchas de nuestras iglesias hoy; podían y debían participar, pensar y decidir, ponerse de acuerdo, debatir, adorar y comunicar; y hacerse responsables de sus decisiones.

También estaba claro que la democracia se aplicaba a los miembros de la asamblea pero no cualquiera podía participar en cualquier asamblea: en la sinagoga solo los judíos y hasta cierto punto los simpatizantes o prosélitos, en la asamblea griega, los ciudadanos griegos; en las asambleas romanas, los ciudadanos romanos... Ser judío, griego o romano no era “cosa fácil”; se nacía así, pero si se deseaba adquirir otra “ciudadanía” había normalmente un precio muy alto que pagar, había que renunciar a la propia cultura, dejar las redes sociales y ámbitos laborales, de compañerismo, de educación, etc., a veces implicaba mucho dinero, y podía llegar a ser considerado un “traidor” por su comunidad de origen. Con el cristianismo pasaba lo mismo y más. Por eso, llegar a participar en una asamblea tal implicaba un compromiso muy fuerte. Dicho de otra manera: esas asambleas no hubieran funcionado como tales sino con personas que estaban completamente comprometidas en su cultura y leyes.

Porque en todos los casos había leyes que respetar, superiores a la asamblea misma: la Palabra de Dios en las sinagogas, las leyes griegas o romanas en las otras asambleas. No había algo así como un líder que escribiera sus propias leyes, sino que todos se sometían a una ley superior.

¿Quién la establecía? Pues bien, en los tres casos, por su misma naturaleza, era una decisión colectiva. Yo supongo, haciendo una extrapolación del presente, que también entonces había personas particularmente participativas que se encargaban de motivar al resto para que se reunieran, pero, en todo caso, primaba el componente comunitario. Más allá de quién movilizara el asunto, su establecimiento era por voluntad de un conjunto de personas.

Todo lo que hemos visto nos muestra ya una estructura que contesta a muchas preguntas que nos hemos hecho respecto de la organización de la iglesia; si tales conceptos estaban presentes en la mente de los primeros cristianos, no hacía falta redundar en los aspectos organizativos de las “asambleas cristianas”, simplemente hacer algunas aclaraciones específicas. Y si el Espíritu tomó ese modelo, pudiendo perfectamente buscar otro como por ejemplo la organización del culto en los templos antiguos, ¡fue porque era el que mejor representaba sus propósitos para la iglesia!

¿Por qué nos hemos empeñado sistemáticamente en hacer otra cosa durante estos veinte siglos?




Danilo Sorti
Febrero de 2015
Rosario, Argentina