La
iglesia está atravesando una crisis muy grande. A su vez, estamos a
la expectativa del mover más grande del Espíritu en la historia de
la humanidad. Por supuesto, sabemos que no va a ser con el formato
actual. ¿Cuál será el odre que pueda el vino nuevo próximo a
derramarse?
La
respuesta bíblica a esta pregunta es clave también para el proceso
de despojarnos de toda religiosidad humana, tan necesario a medida
que nos aproximamos al final de los tiempos; y además va a permitir
liberar a muchos cristianos fieles de la opresión de estructuras
corrompidas.
Estoy
asumiendo también que el texto bíblico es la autoridad máxima para
los cristianos, por encima de la palabra de cualquier pastor,
apóstol, profeta, concilio o estructura denominacional. La Biblia es
lo que el Espíritu nos ha dejado escrito para que creamos y
practiquemos hoy día. Por supuesto que en los tiempos en que fueron
escritos sus libros pasaron muchas otras cosas; la iglesia del primer
siglo tuvo mucha más historia que el relato de Hechos y las cartas,
pero lo que quedó registrado es lo que el Espíritu quiso que
quedara, y que él mismo avaló, por lo que la historia de la
iglesia, si bien puede resultar muy interesante e instructiva, no
tiene la misma autoridad.
Con
todo, hay dos o tres modelos que sí valen la pena estudiar y ver en
una perspectiva histórica: el de la sinagoga y el de la asamblea
(ekklesía) griega, principalmente, y también el modelo de las
asambleas romanas. Del primero tenemos bastantes referencias en la
Biblia y resulta claro en muchos casos la relación de una iglesia
naciente con una sinagoga; del segundo no tenemos tantas referencias
directas pero sí el uso de la palabra, que traía claras
connotaciones para sus oyentes. Del tercero no tenemos referencias
directas en el Nuevo Testamento, pero al constituir una base esencial
del mundo romano (y vale recordar que toda la historia
neotestamentaria se desarrolla en ese ámbito) también lo era por
lógica del pensamiento de las personas de esa época.
La
iglesia tuvo un “triple” sustrato cultural: hebreo, griego y
romano; y a ellos les debe mucho. Cuando empezamos a entender la
forma de obrar de Dios vemos que nunca se aparta de la realidad
humana (social, cultural, económica, ecológica, etc.) de los
pueblos con los que se comunica. Pero a partir y en medio de dicha
realidad, construye algo nuevo y distinto, cien por ciento divino y
cien por ciento humano. Lo mismo que vemos encarnado en Cristo.
Cuando
las personas del siglo I creían en Cristo y se reunían, ¿qué
entendían ellas por iglesia? ¿Cuántas instrucciones extras
necesitaban para formar una congregación? Veamos qué experiencia
traían las personas del “triple sustrato cultural” de la
iglesia: judíos, griegos y romanos.
LA
SINAGOGA: PRIMERA BASE DE LA IGLESIA NEOTESTAMENTARIA
La
iglesia nace hace dos mil años como un grupo de discípulos
siguiendo a su Maestro por los caminos de Israel. Sin embargo, en su
desarrollo inmediatamento posterior y especialmente en su expansión
misionera, el modelo que más influyó en su constitución temprana
como agrupamiento entendemos que fue la sinagoga. El ejemplo por
excelencia que tenemos es el de Pablo, quien frecuentemente empezaba
nuevas iglesias a partir de sinagogas existentes. Además, como una
parte importante del sustrato inicial de la iglesia fue judío, y es
probable que también sus primeros líderes (ancianos) lo fueran,
porque eran los que más conocimiento tenían de las Escrituras; la
forma de organización que “más a mano” tenían era,
naturalmente, la sinagoga.
Por
supuesto que en la historia antigua podemos encontrar otras formas de
organización comunitaria distintas entre los gentiles, pero la
sinagoga ocupa un lugar destacado a la hora de formar las primeras
congregaciones.
Veamos
un poco de la historia que nos interesa para este análisis. Las
citas textuales corresponden al artículo “Sinagoga” del
Diccionario Ilustrado de la Biblia, Ed. Caribe, 1990.
“Acerca
de los orígenes de la sinagoga, los eruditos no están de acuerdo.
Naturalmente, en el judaísmo antiguo se centraba la vida religiosa
en el templo, y no había necesidad de la sinagoga. Más tarde,
especialmente debido a la dispersión, surgió la sinagoga en forma
paralela con el templo. Después de la destrucción del templo (70
d.C.) la sinagoga pasó a ocupar el centro de la vida religiosa
judía.”
Existen
distintas teorías acerca de dónde y cuándo surgió, pero “sea
cual fuere su origen, es importante notar la diferencia entre el
culto de ella y el del templo. En la sinagoga no se ofrecían
sacrificios, como en el templo. Su culto consistía en la lectura y
el estudio de las Escrituras, y en la oración. Mientras existía el
templo, éste se consideraba siempre el centro religioso de los
judíos, y las sinagogas como lugares secundarios de estudio. Sin
embargo, en la misma Jerusalén había varias sinagogas (Hch. 6:9) y
por tanto no ha de pensarse que la sinagoga existía sólo donde les
era imposible a los judíos asistir al culto en el templo. Por el
contrario, su función específica como lugar de enseñanza y estudio
era requerida dondequiera que había una comunidad judía.
“Era
importante, no sólo para los mayores, sino también para la
juventud. Al parecer, los niños más pequeños comenzaban el
aprendizaje en casa de los maestros, leyendo pequeñas porciones de
las Escrituras. Pero tan pronto como estaban listos para leer los
textos más extensos, pasaban a estudiar en la sinagoga (…) Allí
aprendían a leer las Escrituras en voz alta, para poder participar
individualmente como lectores públicos en los cultos, y aprendían
además la interpretación esencial de los pasajes.
“En
cuanto al lugar de las mujeres en el culto de la sinagoga al parecer,
aunque esto no está probado, al principio estaban excluidas de él.
Sin una asistencia mínima de diez varones, el núcleo de adoradores
judíos tenía que reunirse a la orilla de un río (Hch. 16:13).”
“La
sinagoga era una institución laica; ni los jefes (Hch. 13:15), ni su
presidente el principal (gr. arjisynagogos),
eran sacerdotes o fariseos necesariamente. Tampoco lo era el ministro
(gr. hypéretes),
que velaba por el orden del culto (Lc. 4:20). La lectura y la
explicación de las porciones asignadas de la Ley y de los profetas
(cp. Lc. 4:16-20; Hch. 13:14-48) no eran prerrogativa de ningún
partido religioso. Cuando los cristianos primitivos celebraban sus
cultos, una de las mayores influencias formativas fue la liturgia de
la sinagoga.
“Como
centro de propagación monoteísta, la sinagoga difundía las ideas
del Antiguo Testamento y creó un grupo de prosélitos y
semiprosélitos (…) que resultó ser un campo fértil para la
evangelización. Pablo y otros misioneros solían dirigirse primero a
la sinagoga de la ciudad donde querían establecer la iglesia de
Cristo (p.e., Hch. 13:5).”
La
palabra aparece unas 56 veces en el texto griego (aunque no siempre
con el sentido mencionado más arriba) y es con todo la referencia
más abundante a uno de los fundamentos de la iglesia primitiva.
LA
EKKLESÍA EN LA ÉPOCA DEL NUEVO TESTAMENTO
Tomando
una extensa cita del Manual de Eclesiología, H. E. Dana, Ed. Mundo
Hispano 2003:
“En
el uso clásico ekklesía
significaba
“una asamblea”. Derivaba de la combinación de una raíz y una
preposición o prefijo griego cuyo significado era “llamar hacia
fuera”. Esta traducción literal tiende a dar un significado
incorrecto al término. La idea no es que “la iglesia” es llamada
hacia fuera del mundo, como algunos dicen. Ekkalein
quiere
decir más bien en castellano “citados” o “convocados” para
un propósito. Era un grupo de personas calificadas y citadas para
sesionar como asamblea.
“Se
usaba comúnmente con referencia a cuerpos representantes aptos,
“llamados hacia fuera”, para ejercer funciones legislativas. El
Léxico Griego de Thayer dice: “una reunión de ciudadanos llamados
de sus hogares hacia algún lugar público, una asamblea”. Lidell y
Scott (Léxico Griego) dan la siguiente definición: “una asamblea
de ciudadanos regularmente convocados; la asamblea legislativa. La
antigua población griega estaba organizada por un número de
ciudades estados; esto es, cada ciudad principal tenía su propio
gobierno, y gobernaba también el territorio circundante. La
autoridad gubernamental recaía en ciertos ciudadanos competentes,
quienes residían en la ciudad y eran “llamados hacia fuera” para
formar las asambleas legislativas. Este asunto de calificar para la
ciudadanía era muy importante, pues muchos residentes de tales
ciudades no ocupaban lugar en la ekklesía.
En su relación con la idea neotestamentaria de la iglesia, el
importante significado del uso clásico consiste en que el término
se refería a un cuerpo de personas que tenía cualidades definidas y
que se reunía para llevar adelante, sobre principios democráticos,
ciertos designios organizados.
“Para
ser más específicos, en el uso clásico de este término había
cuatro elementos a su uso en el Nuevo Testamento:
(1)
la
asamblea era local,
(2)
era
autónoma,
(3)
presuponía
cualidades definidas,
(4)
era
conducida sobre principios democráticos.”
En
“Palabras griegas del Nuevo Testamento”, de W. Barclay, Casa
Bautista de Publicaciones, 9na
edición, 2002, el autor se explaya en algunos aspectos:
“En
los grandes días de la Atenas clásica, la ekklesia
era
la gente convocada y reunida en asamblea. La componían todos los
ciudadanos de la metrópoli que no habían perdido sus derechos
cívicos, y, salvo el hecho de que las decisiones tomadas debían
ajustarse a las leyes del estado, sus poderes eran para todos los
fines y efectos. La asamblea nombraba y destituía magistrados;
dirigía la política de la ciudad; declaraba la guerra y hacía la
paz; contraía compromisos y concertaba alianzas; elegía generales y
otros oficiales militares; destinaba las tropas a las diferentes
campañas y las despachaba desde la ciudad; era responsable de la
dirección de todas las operaciones militares; recogía y distribuía
los fondos públicos. Pero, en medio de todo esto, debemos destacar
dos hechos sumamente interesantes. Primero, todas sus reuniones
comenzaban con oración y sacrificio. Segundo, era una verdadera
democracia. Sus dos santo y señas eran “igualdad” (isonomia)
y “libertad” (eleutheria).
Era una asamblea en que cada uno tenía el mismo derecho e idéntico
deber de tomar parte. Cuando había que dirimir alguna cuestión en
que estuvieran implicados los derechos de algún ciudadano en
particular, como en el caso de ostracismo o destierro, tenían que
estar presentes un mínimo de seis mil ciudadanos. En un sentido más
amplio, ekklesia
vino
a significar cualquier asamblea de ciudadanos debidamente convocados.
Es interesante hacer constar que el mundo romano nunca trató de
traducir la palabra ekklesia;
simplemente la transliteró, resultando ecclesía,
y la usó de la misma forma que los griegos.”
A
medida que la iglesia se adentró en el mundo griego, cada vez más
“lejos” del sustrato judío, esta concepción de “ekklesia”
ganaba más peso en la mentalidad de los nuevos convertidos.
Sin
embargo, el concepto no era tampoco ajeno a la mentalidad de los
judíos en la diáspora, entre quienes plantó iglesias Pablo y que
constituyeron el “puente natural” hacia los gentiles. Citando
nuevamente a H. E. Dana;
“La
Septuaginta,
la versión griega del Antiguo Testamento, (...) era común entre los
judíos de habla griega en el tiempo de Jesús. En dicha versión, se
usa ekklesía
para
traducir la palabra hebrea qahal,
término
que significa una asamblea, convocación o congregación. Ekklesía
se
menciona en la Septuaginta
novena
y seis veces (omitiendo unos pocos casos en los cuales el texto es
puesto en duda). Podemos distinguir seis variantes.
“(1)
Se
usa cinco veces para indicar simplemente una agrupación de
individuos, sin hacer referencia a ningún carácter religioso
específico (…)
“(2)
Trece
veces se refiere a un grupo congregado para un propósito especial
(…)
“(3)
En
veintiséis casos la referencia se hace a una asamblea en una
localidad particular para propósitos religiosos, ordinariamente para
el culto (…) Este uso aparece en la historia posterior de Israel.
Especialmente prevalece en la literatura producida entre los
Testamentos, en donde, de los veintiséis casos que hay, ocurre diez
veces.
“(4)
La
mención más frecuente del término es para denotar una reunión
formal de todo el pueblo de Israel en la presencia de Jehová, en
cuyo sentido se usa treinta y seis veces. En este significado
ekklesía
en
la Septuaginta
reproduce
muy exactamente el significado típico del hebreo qahal
en
el Antiguo Testamento. De las ciento veinte veces en que se menciona
qahal
en
el Antiguo Testamento hebreo, setenta y ocho veces se refiere a la
asociación de Israel como una nación. Cuando a esto le agregamos
los nueve casos en los cuales se refiere a aquellos que regresaron
del exilio, de los ciento veinte tenemos un total de setenta y siete,
o sea un 64 por ciento. (…) Este uso del término, con la excepción
de las nueve referencias a los judíos de la restauración, pertenece
al período más antiguo de la historia de Israel.
“(5)
En
siete lugares designa a Israel en un sentido ideal, como la posesión
peculiar de Jehová. No sería exacto decir que este uso se refiere
al “Israel espiritual”, ya que indudablemente significa la nación
literal; tampoco se puede propiamente describir como “la Iglesia
Hebrea”, porque Israel era una nación y no un cuerpo eclesiástico.
Se usa para describir ciertas barreras que impiden que uno sea
participante en el privilegio del pueblo escogido de Dios, sin tener
en cuenta ninguna asamblea en particular del pueblo de Dios, (…)
“(6)
Finalmente,
podemos hacer una alusión aparte de esas nueve referencias en las
cuales el término se aplica al remanente de los fieles en Israel que
regresaron del cautiverio babilónico (…)
“Hay
tres hechos acerca del uso del ekklesía
en
la septuaginta
y
el uso de qahal
en
el Antiguo Testamento, los cuales son de importancia para nosotros en
un estudio de la iglesia:
“(1)
Nunca
se considera como un hecho espiritual, independiente de las
limitaciones en cuanto al tiempo y al espacio.
“(2)
La
asamblea, ekklesia,
de
Israel como una posesión peculiar de Jehová era considerada como un
concepto ideal, pero teniendo su única contraparte literal en una
precisa reunión del pueblo.
“(3)
Esta
palabra, especialmente en el período intertestamentario, llegó a
denotar una reunión local con fines de adoración.”
Dejando
de lado el significado relacionado más directamente con Jehová, en
su acepción más “humana” retiene el significado de asamblea, de
reunión de personas con un objetivo, en este caso la adoración,
aunque no únicamente.
LAS
ASAMBLEAS DE LOS CIUDADANOS ROMANOS
Citando
nuevamente a W. Barclay:
“Sir
William Ramsay vio en la configuración del imperio romano un
antecedente de lo que bien pudo haber afectado el pensamiento de
Pablo. Cualquier grupo de ciudadanos romanos, reunidos en cualquier
parte del mundo, constituía un conventus
civium romanorum,
una “asamblea de ciudadanos romanos”. Doquiera estuvieran
reunidos, eran parte de la gran comprensión de Roma. No tenían
sentido al margen de Roma; eran parte de la gran unidad; y, cualquier
ciudadano romano que llegara a esa ciudad, era automáticamente un
miembro más del grupo. El grupo podía estar separado de Roma por la
distancia, pero, en espíritu, era parte de ella. Esta es,
precisamente, la concepción paulina de iglesia. Un hombre puede ser
miembro de cualquier congregación local, dentro de una cierta
comunión dada; pero, si su pensamiento queda ahí, está muy lejos
de la verdadera concepción de iglesia.”
El
Diccionario Enciclopédico de Legislación Romana, de Adolf Berger,
7ma
edición, 2008, Ed. The Lawbook Exchange Ltd, lo define brevemente
como:
“Una
organización permanente de ciudadanos romanos en las provincias,
bajo la presidencia de un comisario (civium
romanorum)”
Por
otro lado, dijimos más arriba que también los romanos adoptaron el
modelo de la “ekklesía” griega.
QUÉ
ESTABA CLARO PARA LOS CRISTIANOS DE LA ÉPOCA Y POR QUÉ NO SE NOS
DICE TANTO SOBRE LA ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA
La
cuestión sobre la organización de la iglesia, que nos interesa para
esta serie de artículos, suele ser bastante problemática para los
cristianos, debido a que las instrucciones que tenemos son escuetas,
al menos para lo que (humanamente) quisiéramos tener.
Creo
que el Espíritu tuvo varias motivaciones al no dejar escrito más de
lo que hay.
Primero,
si para los cristianos de los primeros siglos el modelo de la iglesia
era muy similar a lo que ya conocían en otros ámbitos, no era
necesario dejarlo escrito. Recordemos que el Espíritu siempre se ha
regido en la Biblia por el principio de la economía de palabras, ¡y
aún así tenemos más de 30.000 versículos! Como paréntesis,
digamos que si algo se repite en las Escritura, vale la pena
prestarle especial atención.
Segundo,
si con simplemente recurrir a algunos libros de historia básicos
(que fue lo que hice más arriba) los creyentes de los siglos
siguientes iban a tener el trasfondo cultural necesario, ¿para qué
escribirlo? De nuevo el principio de la economía de palabras.
Como
paréntesis necesario, digamos aquí que Dios no tiene ningún
problema con los libros de historia, ni con los historiadores, ni con
la ciencia, ni con los científicos (si algunos científicos tienen
problemas con Dios, ¡asunto de ellos!); Dios habla a través de
todos, aún del más acérrimo ateo, ¡Dios es Dios! Por supuesto, un
libro de historia no es la Palabra de Dios, pero muy bien puede
contener verdades inspiradas por el Señor.
Tercero,
este “silencio relativo” ha permitido a lo largo de la historia y
de las culturas que la iglesia se organice de la forma más adecuada
y “aprehensible” para cada contexto. Aunque inevitablemente los
hombres han intentado siempre armar un esquema rígido y piramidal
(no le echemos toda la culpa a los católicos, muchas nuevas iglesias
“apostólicas” hacen lo mismo o peor), cuando la iglesia ha sido
movida por el Espíritu, ha adoptado formas culturalmente relevantes.
Claro,
no podemos decir que todos los moldes culturales estén bien; pero
esto ha permitido que el evangelio avance. Quizás en esta nueva
época en que nos encontramos, hacia el final de los tiempos y luego
de 2.000 años de historia, el Espíritu nos esté llamando hacia un
nuevo modelo, por encima de todas las culturas y tradiciones.
Y
cuarto (¿lo principal?): ¿quién dijo que la iglesia debe tener una
super estructura de organización y gobierno como todas las
denominaciones y movimientos se empeñan en darle? Es un deseo muy
humano, pero ¿será el de Dios? Si en la Biblia el Espíritu no se
preocupó por dejarnos instrucciones precisas sobre estructuras de
gobierno supracongregacionales, ni tampoco sobre formas piramidales
de autoridad dentro de cada congregación, ¿por qué siempre lo
hemos hecho?
Creo
que la verdadera iglesia, aquella que fluirá cien por ciento
conforme el Espíritu la mueva, no necesita de ninguna de nuestras
super estructuras. Al fin y al cabo, si el Señor es la cabeza, y el
se comunica directamente con cada uno de nosotros, y suponiendo que
cada cristiano tenga la capacidad de oírlo perfectamente y
obedecerle (tal como pasará hacia el final de los tiempos), ¿qué
necesidad hay de tantas estructuras de coordinación y control?
Espiritualmente hablando, ninguna. Y si estamos preocupados por darle
un orden humano ... bueno, a mí no me interesaría estar en esa
iglesia, así que dejo que lo describa otro...
Aclaro
que no estoy en contra de los diseños de autoridad dados por Dios,
que son muy distintos a los modelos que hoy vemos en casi todos
lados. El Espíritu levantará un orden y autoridades genuinas que,
sin embargo, no tendrán nada que ver con nuestras estructuras
piramidales actuales.
Con
esto en mente, es decir, una iglesia cuya cabeza REAL es Cristo, a
quien todos los creyentes pueden escuchar y obedecer; podemos
entender los elementos del sustrato social de la iglesia, que
resultaban tan claros para los primeros cristianos.
Primero,
se trataba de una asamblea. No era una pequeña monarquía, no era
una “familia patriarcal extendida” (que fue el modelo que Dios
usó siglos atrás, con los patriarcas), no era una “empresa” o
hacienda, no era un templo, no era un cuartel militar; era una
reunión de ciudadanos. Con esto quiero decir que había otros
modelos de organización conocidos en la época que el Espíritu bien
pudiera haber usado, pero no lo hizo.
No
había en ella relaciones de sometimiento (tan comunes en el mundo
antiguo), ni castas especiales (también presentes en la época);
había autoridades encargadas principalmente de mantener el orden y
ayudar al correcto funcionamiento, pero no pertenecían a ningún
“orden superior” ni habían recibido un “ungimiento especial”;
se elegían de entre ellos mismos y cumplían funciones claramente de
servicio.
La
asamblea era convocada con un propósito (adorar a Dios, decidir
sobre asuntos civiles o religiosos), tenía un lugar y un orden, y se
cumplían funciones determinadas: había oración, adoración, se
aprendía la Palabra (en las sinagogas), se decidían asuntos
civiles.
El
funcionamiento era democrático, libre y participativo. Claro, no
todos podían acceder a ellas y no todos tenían los derechos civiles
de un ciudadano, pero cuando bajo el Nuevo Pacto todos son hechos
iguales ante Cristo, esta lógica de funcionamiento comenzó a
aplicarse en todos los cristianos, aunque civilmente fueran esclavos.
Creo que solemos hacer una “caricatura” del mundo antiguo,
pensando que solo había monarquías verticalistas despiadadas, pero
no era tan así. Esto es bastante perturbador, porque nos lleva a
reconocer que nuestras actuales “democracias” quizás no sean tan
“democráticas” como nos gustaría pensar.
Había
decisiones que se tomaban en ellas, en donde todos participaban
(probablemente no de manera perfectamente democrática, pero al menos
había espacios para hacerlo) y cosas que ocurría en función de
esas decisiones; que no habían sido fruto de uno solo.
Y
otro aspecto, por demás de obvio, es que en las tres culturas tenían
en claro que se trataba de algo bien “terrenal”. Pablo pudo
después elevar el concepto hacia una visión espiritual, y eso es
valiosísimo, pero en la mente de todos los primeros cristianos, la
iglesia era algo bien “concreto” y cercano, que implicaba
necesariamente la participación y compromiso de sus integrantes. No
había “espiritualizaciones idílicas”, había realidad
cotidiana.
Y
como se trataba de algo tan “terrenal”, los participantes sabían
que tenían derechos y responsabilidades. No eran meros “espectadores
de un espectáculo religioso”, como muchas de nuestras iglesias
hoy; podían y debían participar, pensar y decidir, ponerse de
acuerdo, debatir, adorar y comunicar; y hacerse responsables de sus
decisiones.
También
estaba claro que la democracia se aplicaba a los miembros de la
asamblea pero no cualquiera podía participar en cualquier asamblea:
en la sinagoga solo los judíos y hasta cierto punto los
simpatizantes o prosélitos, en la asamblea griega, los ciudadanos
griegos; en las asambleas romanas, los ciudadanos romanos... Ser
judío, griego o romano no era “cosa fácil”; se nacía así,
pero si se deseaba adquirir otra “ciudadanía” había normalmente
un precio muy alto que pagar, había que renunciar a la propia
cultura, dejar las redes sociales y ámbitos laborales, de
compañerismo, de educación, etc., a veces implicaba mucho dinero, y
podía llegar a ser considerado un “traidor” por su comunidad de
origen. Con el cristianismo pasaba lo mismo y más. Por eso, llegar a
participar en una asamblea tal implicaba un compromiso muy fuerte.
Dicho de otra manera: esas asambleas no hubieran funcionado como
tales sino con personas que estaban completamente comprometidas en su
cultura y leyes.
Porque
en todos los casos había leyes que respetar, superiores a la
asamblea misma: la Palabra de Dios en las sinagogas, las leyes
griegas o romanas en las otras asambleas. No había algo así como un
líder que escribiera sus propias leyes, sino que todos se sometían
a una ley superior.
¿Quién
la establecía? Pues bien, en los tres casos, por su misma
naturaleza, era una decisión colectiva. Yo supongo, haciendo una
extrapolación del presente, que también entonces había personas
particularmente participativas que se encargaban de motivar al resto
para que se reunieran, pero, en todo caso, primaba el componente
comunitario. Más allá de quién movilizara el asunto, su
establecimiento era por voluntad de un conjunto de personas.
Todo
lo que hemos visto nos muestra ya una estructura que contesta a
muchas preguntas que nos hemos hecho respecto de la organización de
la iglesia; si tales conceptos estaban presentes en la mente de los
primeros cristianos, no hacía falta redundar en los aspectos
organizativos de las “asambleas cristianas”, simplemente hacer
algunas aclaraciones específicas. Y si el Espíritu tomó ese
modelo, pudiendo perfectamente buscar otro como por ejemplo la
organización del culto en los templos antiguos, ¡fue porque era el
que mejor representaba sus propósitos para la iglesia!
¿Por
qué nos hemos empeñado sistemáticamente en hacer otra cosa durante
estos veinte siglos?
Danilo Sorti
Febrero de 2015
Rosario, Argentina