Malaquías 3:14-15 RVC
14 Pues han dicho: «Servir a Dios no nos
sirve de nada. ¿Qué ganamos con cumplir su ley y con que andemos afligidos en
presencia del Señor de los ejércitos?»
15 ¡Ahora resulta que tenemos que llamar
bienaventurados a los soberbios! ¡Los malvados no sólo prosperan, sino que
ponen a Dios a prueba y salen bien librados!
Malaquías es el último libro que tenemos en
nuestro Antiguo Testamento y uno de los últimos en escribirse (probablemente
Joel sea un poco posterior, hacia el año 400 a.C.). No es casualidad que sea el
que mejor “prefigure” el escenario que encontraría el Mesías cuando viniera: un
pueblo que ya no caería más en la idolatría, pero que rápidamente se estaba
volviendo hacia una religión vacía, ritualista. El Israel de la época de Jesús
no caería en los pecados rituales allí denunciados pero sí en el mismo espíritu
“religioso”, sin vida ni amor verdadero.
Malaquías expone lo que muchos no decían ni
dirían ahora: “Servir a Dios no nos sirve de nada”. Pero cuidado, no saquemos
conclusiones apresuradas…
Las cosas no resultaron tan maravillosas para
la comunidad de judíos que volvió del exilio y se estableció en Israel: sequías
y plagas ocurrían periódicamente, había enemigos acechando, las maravillosas
promesas mesiánicas no se estaban cumpliendo. En definitiva, sus expectativas
no resultaron satisfechas, y la vida podía ser incluso más dura que la de los
judíos que se habían quedado en otras partes del imperio. Además de eso, alguna
situación particular estaba ocurriendo en la comunidad por la que los injustos
y malvados prosperaban sin que se viera ningún atisbo de justicia divina.
De verdad: había buenos motivos para mirar al
cielo y decir: “¿Estás ahí, Señor?”
Ahora vamos hacia atrás en el libro y veamos
qué había producido esta situación de desánimo y desesperanza:
Malaquías 1:6,7,13 RVC
6 »El hijo honra al padre, y el siervo
respeta a su señor. Pues, si soy padre, ¿dónde está la honra que merezco? Y si
soy señor, ¿dónde está el respeto que se me debe? »Yo, el Señor de los
ejércitos, les hablo a ustedes, los sacerdotes, que menosprecian mi nombre, y
que incluso dicen: “¿Y cómo puedes decir que menospreciamos tu nombre?”
7 ¡Pues porque ofrecen pan impuro sobre mi
altar! Y aun añaden: “¿En qué te hemos deshonrado?” ¡Pues en que piensan que mi
mesa es despreciable!
13 Además, ustedes han dicho: “¡Cuán
fastidioso es todo esto!”, y me desprecian y me traen como ofrenda animales
robados, cojos o enfermos. ¿Acaso voy a aceptar que me presenten eso? Lo digo
yo, el Señor de los ejércitos.
Ellos presentaban ofrendas y cumplían con sus
“deberes religiosos”, pero Dios parecía no escuchar nada. Y así pasaba el
tiempo, ellos esforzándose en lo que creían que estaba bien, y Dios… nada. ¿No
se parece a algunas situaciones que nos toca vivir? ¿No ocurre que a veces
podemos estar clavados durante años en algo donde nunca obtenemos una
respuesta, y el Señor parece que no nos escucha?
Ahora bien, no se supone que siempre debamos
conseguir lo que pedimos, de hecho tenemos el ejemplo de Pablo donde
expresamente el Señor le dice que no le respondería su petición, sino que debía
conformarse con ser fortalecido en Su gracia, nada más. Y puede ser que unas
cuantas de esas situaciones que nos amargan caigan en esa misma clasificación:
el Señor ha dicho que no, pero no queremos aceptarlo y por lo tanto seguimos
insistiendo. En esas circunstancias, sin embargo, hay una respuesta, aunque no
nos guste, y reconocemos que el Señor no nos ha abandonado.
Pero hay circunstancias en las que no hay
respuesta, ¿por qué? La verdad es que no voy a decir aquí todos los por qués;
creo que muchas veces se trata de un conflicto espiritual y / o de un proceso
especial que Dios está siguiendo con nosotros, y nos exige insistir mucho más
de lo que uno normalmente haría, para desarrollar tenacidad y persistencia.
Pero el caso de Malaquías es distinto.
Evidentemente la respuesta se demoraba mucho, ninguna palabra, ni por sí ni por
no, con lo que el pueblo había caído ya en el desánimo, es decir, en la actitud
del que ya aceptó que Dios no se va a interesar en el asunto, que no hay más
nada que hacer, pero de todas formas sabe que no hay otro camino, así que
termina en una religión formalista: va a la iglesia, puede participar en algún
ministerio (es más, incluso puede ser ministro y cumplir su “oficio”), cumple
con sus deberes e intenta vivir una vida cristiana en el “mínimo aceptable”. En
el fondo, ha perdido su primer amor; conserva las formas, pero sin amor.
Y el amor se pierde cuando se pierde el
contacto, la relación, el pasar tiempo juntos, pero más que nada, la ilusión,
el aprecio por el otro, porque el verdadero amor puede resistir incluso la
separación.
Se puede llegar a un punto en el que la
persona se acostumbre tanto a esta situación que ya ni sabe dónde se “perdió el
tren”. Pero por cierto, en algún lugar fue. Y allí necesitamos la voz
profética.
Malaquías 2:13-16 RVC
13 Una y otra vez cubren de lágrimas el altar
del Señor. Lloran y gritan, pero el Señor no volverá la mirada para ver sus
ofrendas, ni las aceptará con gusto.
14 ¿Y se preguntan por qué? Pues porque el
Señor ha visto que has sido desleal con la mujer de tu juventud, con tu
compañera, con la que hiciste un pacto.
15 ¿Acaso Dios no los hizo un solo ser, en el
que abundaba el espíritu? ¿Y por qué un solo ser? Pues porque buscaba obtener
una descendencia para Dios. Así que tengan cuidado con su propio espíritu, y no
sean desleales con la mujer de su juventud.
16 Porque el Señor y Dios de Israel, el Señor
de los ejércitos, claramente ha dicho que aborrece el divorcio y a quienes
encubren su iniquidad. Tengan, pues, cuidado con su propio espíritu, y no sean
desleales.
Aquí hubo una deslealtad muy grave en las
relaciones sociales.
Malaquías 2:17 RVC
17 Ustedes han cansado al Señor con sus
acciones. Y todavía se atreven a decir: «¿En qué lo hemos cansado?» Pues en que
dicen: «Todo el que actúa mal agrada al Señor. Sí, el Señor se complace en
ellos. De otra manera, ¿dónde está el Dios de justicia?»
Aquí falló seriamente la confianza en Dios.
Malaquías 3:8 RVC
8 «¿Habrá quien pueda robarle a Dios? ¡Pues
ustedes me han robado! Y sin embargo, dicen: “¿Cómo está eso de que te hemos
robado?” ¡Pues me han robado en sus diezmos y ofrendas!
No fueron generosos con lo que recibieron,
sino que lo guardaron para sí. Aquí no se refiere al abuso en relación al
dinero que ocurre en algunas iglesias, sino en el verdadero propósito que tenía
(y sigue teniendo) el dinero que damos al Señor:
Malaquías 3:10 RVC
10 Entreguen completos los diezmos en mi
tesorería, y habrá alimento en mi templo. Con esto pueden ponerme a prueba:
verán si no les abro las ventanas de los cielos y derramo sobre ustedes
abundantes bendiciones. Lo digo yo, el Señor de los ejércitos.
Que haya verdadero alimento para todo el
necesitado, y no solamente para que engorden unos pocos…
En definitiva:
Malaquías 3:7 RVC
7 Desde los días de sus antepasados no se han
sometido a mis leyes, sino que se han apartado de ellas. Pero si se vuelven a
mí, yo me volveré a ustedes. Yo, el Señor de los ejércitos, lo he dicho.» Pero
ustedes dicen: «¿Cómo está eso de que debemos de volvernos a ti?»
Quiero ser cuidadoso con decir que siempre se
trata de pecado personal lo que impida escuchar la voz de Dios. No es
exactamente así, pero debemos tenerlo bien presente porque más de una vez puede
ser una situación de pecado reiterado la que nos haya impedido escuchar Su voz,
y eso nos haya llevado a una posición de religiosidad y un sentido profundo e
inconfesado de que “Dios no se interesa por mí”.
Que el Señor nos de sabiduría en este
sentido.
Danilo Sorti