Josué 7:16-19 RVC
16 Josué se levantó muy de mañana y ordenó
que se acercara Israel por tribus, y fue elegida la tribu de Judá.
17 Cuando se acercó esta tribu, Josué eligió
a la familia de los de Zeraj, y entonces hizo que se acercaran los varones, y
eligió a Zabdi;
18 luego mandó que todos los varones de su
casa se acercaran, y de la tribu de Judá tomó a Acán, que era hijo de Carmi,
nieto de Zabdi y bisnieto de Zeraj.
19 Entonces Josué le dijo a Acán: «Hijo mío,
da gloria al Señor, el Dios de Israel; alábalo y dime qué has hecho, y no
trates de encubrirlo.»
Supongo que esta debió haber sido la mañana
“más larga” de Josué. Así como un poco más adelante el día se prolongaría más
de lo normal, esa mañana en particular se “estiró” en los corazones de todo
Israel. Ellos sabían qué tenían que hacer y no era nada agradable. En el relato
bíblico son cuatro versículos que se leen en menos de un minuto, en la realidad
debieron ser varias horas.
Josué los conocía a todos ellos. Recordemos que
no es el “Josué” de la novela homónima, sino alguien que debió haber tenido
fácilmente unos 60 años. No sabemos la edad de Acán, dado que tenía familia e
hijos no pudo ser demasiado joven.
Nunca es fácil confrontar el pecado, no lo es
con uno mismo ni tampoco con otro, menos aún confrontar el pecado de alguien
útil en la obra. Acán era un soldado, Israel no podía darse el lujo de perder
hombres en la situación en que estaban. Probablemente hubiera peleado en alguna
oportunidad junto con Josué, ¡y ahora tenía que firmar su sentencia de muerte!
Gracias a Dios, no estamos en esos tiempos,
pero las decisiones a veces tampoco pueden ser fáciles:
Tito 3:10-11 RVC
10 Al que cause divisiones, deséchalo después
de una y otra amonestación,
11 pues sabrás que tal persona se ha
pervertido, y peca y su propio juicio lo condena.
Y algo más,
1 Timoteo 1:19-20 RVC
19 y mantengas la fe y la buena conciencia,
que por desecharlas algunos naufragaron en cuanto a la fe,
20 entre ellos Himeneo y Alejandro, a quienes
entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar.
La expresión “entregué a Satanás” puede
parecer muy “mística” a los oídos modernos y, realmente, sin demasiada
efectividad. La realidad es diferente: Satanás se pone muy contento de
encontrarse con la gente que previamente le había sido de gran quebradero de
cabeza y ahora está desprotegida, en serio, se pone muy feliz…
El relato de Acán nos demuestra
dramáticamente el costo del pecado y la radicalidad necesaria para extirparlo
del campamento. Creo que es una de las cosas más difíciles en este tiempo “de
misericordia” en que vivimos, cuando el Evangelio llegó a ser una oferta de
supermercado y las personas se ofenden al momento de poner límites y fijar
posiciones firmes. Pero muy temprano el Señor quiso demostrar la importancia de
no permitir que el pecado se mantenga sin ser juzgado dentro del pueblo.
¿En qué consistió el pecado de Acán?
Josué 7:20-21 RVC
20 Acán respondió a Josué: «Reconozco que he
pecado contra el Señor, el Dios de Israel. Voy a decirte lo que hice.
21 Entre los despojos vi un manto babilónico
muy hermoso, doscientas monedas de plata, y un lingote de oro que pesaba más de
medio kilo. Me ganó la codicia, y lo tomé. Pero todo lo tengo escondido bajo
tierra, en medio de mi tienda. Y debajo de todo está el dinero.»
Desde un punto de vista “terrenal” el común
denominador es la codicia, tal como lo confiesa Acán. Pero un momento, ¿acaso
los guerreros no peleaban para obtener un botín? Cualquier guerra normal era
así, por más que los líderes tuvieran objetivos estratégicos o incluso de
legítima defensa, el guerrero obtenía su paga (por haber arriesgado su vida, y
si es que sobrevivía, claro) del botín. Tengamos en claro una cosa: no era una
batalla de videojuego, en la que uno puede “morirse” unas doscientas veces
antes de llegar al objetivo, ¡era una batalla real, donde uno se muere una vez
y listo!
Antes de criticar fácilmente a Acán,
ubiquémonos en esa realidad…
Dios no prohibió a los guerreros tomar su
parte del botín, era la práctica común en toda guerra (repito, no miremos con
ojos modernos, estamos hablando de una historia de hace más de 3.000 años),
pero sí lo había prohibido en esa circunstancia particular. Podrían hacerlo
luego, no ahora. Dios quería dejar en claro varias cosas, y creo que la
principal era que no se trataba de una “guerra de rapiña” o exterminio “porque
sí”. Sobre ese tema hablé en otros artículos, resumiendo diré que esas
civilizaciones habían llegado al punto de ser irredimibles (cerquita nomás de
nuestras sociedades modernas…) y lo más misericordioso que podía pasar en ese
momento era que fueran erradicadas de la Tierra. Por otra parte, Israel debía
entender que no se trataba de sus propias fuerzas ni habilidad para la guerra,
sino de las fuerzas de Dios. No era una guerra “de conquista”, era una guerra
santa.
¿Cuál es la “guerra santa” hoy? Bueno, la
expresión no suena muy lindo porque nos hace acordar a la “guerra santa”
musulmana, pero como hemos dicho muchas veces, hay una dura lucha espiritual en
los aires, que cada vez se vuelve más dura, y esa es nuestra verdadera “guerra
santa”. Si no entendemos que es “santa” y que es “guerra”, se volverá
fácilmente en una guerra terrenal, con mucha sangre derramada.
Acán quería hacer las cosas “como siempre se
hacen” y Dios estaba mostrando algo diferente. Fácilmente podemos utilizar
recursos empresariales para hacer la obra de Dios, buenas estrategias humanas o
nuestras propias fuerzas y sabiduría, pero eso termina siendo tan horrible como
lo de Acán.
Espiritualmente, los tres elementos
mencionados tienen tres significados definidos:
El manto babilónico alude a una cobertura de
falsa religión, de manipulación y se refiere a la perversión de la obra del Espíritu
Santo. Las monedas de plata implican el “dinero para comprar”, la forma humana
de obtener recursos, y en un sentido, la perversión de la obra del Hijo. El
lingote de oro, uno y de oro, aluden a la realeza, el poder, y se refiere a la
obra del Padre. En conjunto, los tres pueden ser entendidos (a la luz del Nuevo
Testamento) como una ofensa a la Trinidad.
Ahora, volvamos al plano humano, ¿para qué
tener algo que no se puede usar? Todo escondido bajo tierra…
Josué 7:22-26 RVC
22 Josué ordenó que algunos hombres fueran
corriendo a la tienda. Y cuando éstos llegaron, vieron que todo estaba
escondido allí, y que el dinero estaba debajo;
23 entonces tomaron lo que estaba en la
tienda y lo llevaron a Josué y a los hijos de Israel, y todo lo pusieron
delante del Señor.
24 Josué y todo Israel mandaron aprehender a
Acán hijo de Zeraj, y tomando el dinero, el manto, el lingote de oro, y a sus
hijos e hijas, junto con sus bueyes, asnos, ovejas, tienda, y todo lo que
tenía, lo llevaron al valle de Acor.
25 Allí Josué le dijo a Acán: «¿Por qué nos
has traído confusión? ¡Que el Señor te confunda en este día!» Y enseguida todos
los israelitas los apedrearon, y luego los quemaron;
26 después de eso, levantaron sobre ellos un
gran montón de piedras, el cual permanece hasta el día de hoy. Entonces el
enojo del Señor se calmó. Por eso hasta este día aquel lugar se llama el Valle
de Acor.
La historia termina de manera previsible. ¿Por
qué los hijos e hijas también? En el versículo 15 Dios dijo que debería ser
quemado junto con todas sus posesiones, pero no habló de su familia. La ley
mosaica era muy clara respecto de la responsabilidad individual, pero
evidentemente la costumbre de la época seguía siendo muy fuerte todavía. Algunos
han dicho que los hijos, sabiendo lo que su padre había hecho y no diciéndolo,
se hicieron culpables en la misma medida. Puede ser. En todo caso, es un
testimonio más dramático aún de cómo el pecado de uno puede afectar a muchos. Siglos
después Jesús hablaría de la levadura de la hipocresía para referirse a eso.
Ellos no pudieron seguir adelante hasta que
no solucionaron el problema del pecado. Pero una vez resulto, ¿cómo enfrentarían
el desafío de volver a atacar una ciudad que ya los había vencido y conocía sus
estrategias?
Danilo Sorti