miércoles, 19 de febrero de 2020

755. El 13 en la Biblia… y nosotros


Probablemente ningún número tenga tanta mala fama como el 13, que en la Biblia significa rebelión y depravación. De hecho, cuando uno rastrea los capítulos 13 que aparecen en los diferentes libros de la Biblia que tienen por lo menos esa cantidad de capítulos (32 en total) prácticamente en todos encuentra algo o mucho de rebelión, conflicto y pecado importante, excepto en uno, el famoso capítulo sobre el amor de I Corintios 13, que, sin embargo, termina con una nota de “incompletud”: todavía “vemos como en un espejo”, de manera difusa, borrosa. Tener en cuenta que en ese entonces los espejos eran láminas de metal pulido, por lo que el reflejo no resultaba perfecto.

Hay 3 libros que tienen 13 capítulos: Nehemías, II Corintios y Hebreos, y, ¡oh casualidad!, los tres hablan de 3 grupos de personas rebeldes, incompletos, problemáticos, pero sobre esos tres la gracia de Dios también llegó. Bueno, de hecho, el número tres es símbolo de la perfección Divina; Padre, Hijo y Espíritu, y también del testimonio perfecto (dos o tres testigos).

Nehemías relata la historia de líder homónimo en su esfuerzo por reconstruir la muralla de Jerusalén y ordenar la vida social de la misma llevando una santidad práctica, es decir, estableciendo la justicia de Dios en las relaciones económicas e interpersonales. Es un libro maravilloso que nos enseña mucho sobre el liderazgo, pero a pesar de los importantes éxitos que narra, no es para nada un proceso terminado. Queda claro que aún habría muchas dificultades para enfrentar, tanto internas como externas. No hay un “final feliz”, hay un final real: sin dudas los problemas seguirán, pero hay un camino para solucionarlos.

II Corintios es una extensa carta que probablemente recopile dos (o quizás más) cartas enviadas por Pablo a dicha comunidad de creyentes. Que existiera una iglesia grande en esa ciudad tan conflictiva y entregada al pecado es muestra del poder del Evangelio para penetrar aún en los lugares más oscuros, ella sola constituye un mensaje de esperanza y una señal de lo que hoy vemos, con tantas y tantas congregaciones en nuestras ciudades modernas, no menos pecadoras que la antigua Corinto.

La iglesia no estaba exenta de los problemas de esa cultura conflictiva, y la carta relata claramente la paciencia, e impaciencia también, del apóstol para con ellos, enseñando y corrigiendo como un padre. Tampoco tiene un “final feliz”, pero es real, muy real. Los problemas estarán también en la comunidad de los nuevos creyentes, hay que tratarlos y es posible hacerlo. Otro final abierto.

El tercer libro con 13 capítulos es Hebreos, también del apóstol Pablo (aunque algunos discuten su autoría). Acá la historia es distinta, se trata de una comunidad de cristianos con unos cuantos años ya, que estaba perdiendo el amor y el fuego del Espíritu, por más de que habían visto la mano del Señor con ellos y conocían la Palabra desde hacía generaciones (se supone que eran judíos convertidos). ¿Cómo tratar con “casi” postcristianos? Hebreos nos da las claves.

De nuevo, otro libro sin “final feliz”, otro pueblo rebelde y problemático, pero, también, otro pueblo que era objeto del amor de Dios y sobre el cual tenía cuidado.

En cierto sentido, cada libro presenta el mismo problema desde una perspectiva distinta: desde la visión del Padre y Su interés por la justicia social, desde la visión del Hijo y Su interés por las relaciones interpersonales, desde la visión del Espíritu y su interés por la salud espiritual. Por supuesto, no es una “división” tajante ni mucho menos.

Pero la realidad es que el número 13 no resulta tan “feo” como nos parece, porque ¿quién no está incluido dentro de estas historias de rebeliones y conflictos? Y ¿qué nación está exenta de ellos? Nadie y ninguna. Por lo que todos y todas también son sujetos del cuidado y la exhortación de Dios.

13 naciones también tiene Sudamérica, y no hace falta aclarar mucho más… Si se quiere, Argentina es la “última”, la más austral, y entonces, la número 13… ¡¡y tampoco hace falta aclarar más!!

Pero la misericordia de Dios está allí. No hay un “mensaje bonito” ni palabras de pensamiento positivo, hay palabras reales y duras, pero sanadoras.

La nación de Israel que siguió a Nehemías no fue perfecta, pero se mantuvo hasta cumplir el propósito que el Padre tenía con ellos: traer al Mesías. La iglesia de Corinto tampoco fue perfecta, pero aceptó la reprensión y nos legó, humildemente, las dos cartas de Pablo que constituyen una joya teológica para toda iglesia joven. Qué pasó con los “hebreos” (¿cristianos de origen hebreo?) no sabemos, pero si tenemos la carta es porque también la recibieron y la aceptaron como Palabra de Dios a través del apóstol.

La buena noticia de la Biblia es que aún para los rebeldes y cabezaduras hay un camino de arrepentimiento y restauración.


Danilo Sorti


754. ¿Dispuestos a pagar el precio de la libertad?


Números 14:1-4 RVC
1 Toda esa noche la congregación comenzó a gritar y llorar.
2 Todos los hijos de Israel se quejaron contra Moisés y Aarón, y toda la multitud les dijo: «¡Cómo quisiéramos haber muerto en Egipto, o morir en este desierto!
3 ¿Para qué nos ha traído el Señor a esta tierra? ¿Para morir a filo de espada, y para que nuestras mujeres y nuestros niños sean tomados prisioneros? ¿Acaso no sería mejor que regresáramos a Egipto?»
4 Y unos a otros se decían: «Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto.»

Este no es un tema nuevo, de hecho, ha sido predicado hasta el cansancio. La negativa del pueblo que había salido de Egipto en pagar el precio de la libertad, de conquistar un territorio prometedor aunque peligroso, resultó en 40 años de pérdida de propósito, de “dar vueltas” por el desierto, con el único y expreso objetivo de morir allí mismo, para que una nueva generación sí pudiera entrar.

Se ha escrito hasta el cansancio sobre este tema y los paralelos que podemos establecer con la vida individual, con nuestras propias decisiones, son, dolorosamente, muchos. A medida que vamos teniendo más años encima, más ocasiones encontramos en las que nos hemos comportado de la misma manera.

Un conocido escritor evangélico popularizó el término “complejo de langosta” para explicar el evidente complejo de inferioridad que tenía todo el pueblo, precisamente porque ante los gigantes que había en cierto sector del territorio, ellos se veían como “langostas” (obviamente, una exageración).

Pero, como tantas veces, nuestro análisis teológico ha estado casi siempre teñido del enfoque erróneo que se metió hace siglos en el cristianismo, esto es, ver solo la dimensión individual (que por cierto está y es muy importante, quizás la principal) pero olvidar la dimensión comunitaria, o en todo caso, circunscribirla al ámbito de la congregación local.

Lo cierto es que un análisis superficial muestra que la decisión NO FUE de una persona, ni siquiera de uno solo de los espías, sino que fue una decisión ABRUMADORAMENTE MAYORITARIA de todo un pueblo que fácilmente podía rondar los 2.000.000 de personas (algunos dicen que más). La decisión fue genuinamente individual, porque unos pocos no adhirieron a ella, pero a la vez fue genuinamente nacional, con una unanimidad que pocas veces encontramos en la historia de Israel.

Casi cada uno de ellos prefirió la “comodidad” de una esclavitud que había pasado hacía pocos años pero que ya empezaban a idealizar como “pasado tolerable y hasta bueno”, y casi cada uno de ellos temió avanzar hacia un futuro que implicaba lucha y esfuerzo, pero que les daría la libertad. Prefirieron ser esclavos antes que pagar el precio de la libertad, y sobre esto también se ha escrito mucho.

Cualquier parecido con nuestra historia reciente no tiene nada de casual. Por eso la Palabra de Dios está Viva, porque tiene la capacidad única de hablar en cada tiempo y en cada nueva circunstancia, no se “agota” nunca, y este tema creo que es uno de los mejores ejemplos que podemos tener.

En Israel toda esa vieja generación tuvo que morir. Los 12 espías que fueron a explorar y dieron malos informes no fueron elegidos por Dios, sólo les dijo lo que tenían que hacer y ellos mismos eligieron a gente de autoridad, líderes conocidos cada uno de sus tribus, que, en promedio constaban de unas 170.000 personas (algunas más, otras menos). Esto significa que había suficiente gente como para elegir pero no tanta como para no ser conocidos por todos. Era el “mejor” liderazgo, y, por cierto, no podían ser muy viejos ya que tendrían que enfrentar los rigores y peligros de una exploración larga por territorio enemigo.

Pero estos “jóvenes” resultaron ser el viejo liderazgo. Aparentaban ser el “nuevo” pero no lo eran. ¿Hace falta que explique la comparación con nuestra realidad política, social, institucional y hasta eclesiástica?

Pero no le echemos tanta culpa, el pueblo los eligió bajo un sistema mucho más democrático que el que tenemos hoy. No eran diferentes los unos de los otros.

De paso, no es casualidad que el texto que relata la elección, la exploración y el informe malo se encuentre en el capítulo 13 de Números.

Conocemos la historia. Tuvieron que pasar 40 años, es decir, toda una generación tuvo que morir, todo el viejo liderazgo, incluidos los “jóvenes viejos”, tuvieron que morir y ese fue su propósito a partir de allí: dar vueltas hasta morir. ¡Qué lindo objetivo que les dio el Señor!

Afortunadamente no estamos en esos tiempos y no necesitamos dar vueltas 40 años… porque venimos dando vueltas como nación desde hace más de 200… Y ha sido una decisión estrictamente individual y estrictamente nacional. ¿Cuándo “morirá” este “viejo” liderazgo que ya lleva más de 200 años?

El asunto que tenemos que plantearnos seriamente en este tiempo, como individuos y como nación, es, primero, si tanto que hemos escuchado predicar sobre este texto sirvió para algo. ¿Cambiamos en algo? Si a la hora de elegir preferimos los “ajos y las cebollas” de Egipto, decididamente lo que entró por un oído salió por el otro.

Por supuesto, mucha gente en la nación aún no ha conocido este relato, pero lo vive a diario. Deberíamos procurar que lo conozcan. Nada hay más revolucionario que la Biblia, por eso en el ambiente “progre” se esfuerzan por mostrarla como retrógrada y mentirosa. Pero sabemos que todas nuestras vicisitudes fueron escritas allí para que las entendamos y las superemos. Tengo la confianza en Dios que estos tiempos que vienen servirán para “matar” de una buena vez al “viejo” liderazgo para que surja uno realmente nuevo.


Danilo Sorti



753. Las consecuencias del orgullo en la nación


Santiago 4:6 RVC
6 Pero la gracia que él nos da es mayor. Por eso dice: «Dios se opone a los soberbios, y da gracia a los humildes.»

Santiago 4:10 RVC
10 ¡Humíllense ante el Señor, y él los exaltará!

Mateo 23:12 RVC
12 Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Lucas 14:11 RVC
11 Porque todo el que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido.»

Proverbios 29:23 RVC
23 La soberbia humilla al hombre; al humilde de espíritu lo sostiene la honra.

Proverbios 16:18 RVC
18 La soberbia precede al fracaso; la arrogancia anticipa la caída.

Proverbios 11:2 RVC
2 Con la soberbia llega también la deshonra, pero la sabiduría acompaña a los humildes.

Parte del diagnóstico del mal argentino es el orgullo. Estamos de acuerdo con que esto no es ninguna novedad, porque la raíz del problema humano (o al menos, una de sus raíces fundamentales, según como se mire el asunto) es el orgullo. Sin embargo, el orgullo puede manifestarse de muchas formas, por eso aquí se hace especial énfasis en la “soberbia”, que es una forma “extrema”, por así decirlo, de orgullo; manifiesta y especialmente repugnante, no solo para las otras personas sino especialmente para Dios.

Hay cuestiones teológicas en la Biblia que requieren un análisis exhaustivo para ser entendidas correctamente, pero no muchos temas están expresados de manera tan breve y tan clara como este, tanto en el Antiguo Testamento, como en los Evangelios como en las Epístolas. De principio a fin no puede quedar ninguna duda, y nadie necesita tener estudios históricos, antropológicos, arqueológicos, lingüísticos, sociológicos o teológicos para entenderlo, en ninguna parte del mundo.

Y precisamente allí tenemos, creo yo, la principal causa de nuestra situación como argentinos: el orgullo rayano en la soberbia. Y su solución: la humildad.

Hemos sido deshonrados y humillados vez tras vez delante de todas las naciones del mundo; una nación que en los albores del siglo XX asomaba para transformarse en una potencia, terminó humillada en el fracaso de quien tiene todo para ser importante pero queda a lo último. Esto es parte del duro diagnóstico que no queremos ver.

En las historias del festejo del Centenario, allá por 1910, queda en claro ese espíritu de orgullo y soberbia que se mostraba indisimuladamente. Pero nos sobran las historias más domésticas y cercanas. Una nación que se ensoberbece en sus propias fuerzas, ¿podrá ser bendecida por Dios? No, será humillada.

Esa es, creo yo, la raíz más oscura y pútrida de la nación, y la más fácil de diagnosticar de todas; nada más evidente en la Palabra de Dios ni en la historia. Una raíz nacional a la vez que un pecado individual de sus habitantes. Para los que protestan cuando presento el Evangelio desde un enfoque de naciones, aquí tenemos una conexión “perfecta” entre lo colectivo y lo individual.

A la vez, nada más fácil de extirpar: un claro diagnóstico es la mitad de la solución. Necesitamos la humildad, que no es “transformarse en un trapo de piso”, como buena parte de la tradición católica y evangélica nos han dicho muchas veces y como ha llegado a estar en parte de nuestra cultura nacional. De hecho, el “espíritu de trapo de piso” no es más que el mismo orgullo manifestado de otra forma.

El primer acto de humildad es reconocer este grave problema en la nación, por más que no sea “mi” problema principal. De hecho, quien puede reconocerlo es quien no está gravemente afectado por él. Y precisamente quien tiene una dosis de humildad como para darse cuenta, corre el peligro de caer presa del orgullo al pensar: “¿por qué tengo que asumir un problema que yo no tengo y humillarme por los soberbios?”. Esto es algo muy difícil, pero es precisamente lo que hizo Jesucristo en la cruz: fue humillado, expuesto desnudo (no cubierto con una tela como muestran los pintores) a la muerte más vergonzosa para vencer DE ESA FORMA la primera raíz del pecado humano, el orgullo.

La victoria sobre el orgullo y la soberbia ya fue ganada en la cruz, no necesitamos, ni podríamos, “repetir” ese acto. Pero sí necesitamos asumir el mismo espíritu de humildad y humillarnos primero delante de Dios por la extrema soberbia histórica de nuestra nación. Las cuentas hay que arreglarlas primero con Él.

Luego debemos sembrar verdadera humildad, que, de nuevo, no tiene nada que ver con ser “trapo de piso” ni con dejar pasar las injusticias. De hecho, la verdadera humildad es exponer la injusticia y la soberbia, no en base a nuestras propias virtudes ni a las virtudes de la nación, sino en base a Su justicia y Sus virtudes.

La cultura de la “avivada” ha hecho parecer “zonzo” y “gil” al humilde. Pero hoy comemos los frutos amarguísimos de esa “viveza”. ¿No es hora de mostrar las cosas tal como son?


Danilo Sorti