Joel 1:13-14 RVC
13 »Ustedes los sacerdotes, ministros del altar,
¡vístanse de luto y lloren! Vengan y duerman con el cilicio puesto, ministros
de mi Dios, porque en la casa de su Dios ya no hay ofrendas ni libaciones.
14 Proclamen ayuno, convoquen a una asamblea;
congreguen en la casa del Señor su Dios a los ancianos y a todos los habitantes
de la tierra, e imploren su ayuda.
Aunque resulte todavía difícil encontrar el tiempo y evento
exacto al que se refiere Joel en los versículos anteriores (creo yo, todavía en
el futuro, pero no muy lejano), no quedan dudas del significado de este pasaje:
a lo largo de los siglos ha sido uno de los principales llamados al
arrepentimiento para el liderazgo de la iglesia.
Generalmente los que alcanzan una posición de liderazgo
dentro de la iglesia suelen estar en una posición “protegida” y segura. Se
mantiene una especie de fetichismo que nos asegura que mientras más cuidados
estén los “representantes de Dios” mejor nos va a ir. Por un lado, hay un
mandato bíblico allí y es totalmente válido, por otro, la consecuencia suele
ser que el liderazgo termina alejándose de las vicisitudes y necesidades del
“hombre común”, y sus prácticas y enseñanzas se pierden del verdadero propósito
del Espíritu.
Este hecho, que es común en las iglesias históricas y
establecidas, no lo era en nuestras jóvenes iglesias evangélicas, pero a medida
que maduraron y crecieron (algunas de ellas, claro), el liderazgo “de
referencia” terminó en su torre de marfil, lejos de las necesidades y del
verdadero lenguaje de los miembros, predicando un Evangelio ampuloso pero
incapaz de traer el verdadero mover del Espíritu y genuina transformación.
La estructura del sacerdocio levítico no era diferente, al
contrario; al estar “apartados”, fácilmente terminaban “apartados” de las
necesidades de la gente, por lo que Dios mismo se iba a encargar de que
“bajaran a tierra”: ya no habría ni recursos ni materiales para el culto, ya no
tendrían “nada que hacer” en su “oficio sagrado”, así que ¡no les quedaría más
remedio que buscar a Dios con todo su corazón! Pero… ¿no se supone que eso es
lo que debieron haber hecho siempre…?
El juicio del Devorador no solamente era sobre el pueblo
sino sobre el liderazgo espiritual y su oficio. Por supuesto, también el pueblo
se veía afectado al no poder cumplir con sus ritos y deberes sagrados. No podía
“acercarse” a Dios a través de sus acciones, así que, ¡no le quedaba más
remedio que buscarlo en ayuno y arrepentimiento! De nuevo, ¿no se suponía que
siempre debieron hacerlo?
Tanto para unos como para otros, Dios cortó lo que hoy
llamaríamos el “circo eclesiástico”. Evidentemente, los actos que debían haber
servido para que las personas expresaran mejor su corazón habían terminado
reemplazando la verdadera comunión del espíritu con el Espíritu, así que,
sencillamente, Dios lo cortó.
Cualquier parecido con lo que ha pasado en estos dos años
anteriores con la falsa pandemia ¡no es para nada una coincidencia! Pero, como
ni el pueblo ni el liderazgo realmente cambiaron cuando Dios cortó por un
tiempo las “actividades religiosas”, ahora viene, y ya está aquí, el Devorador,
el caballo negro de Apocalipsis.
Trigo, mosto y aceite; no se mencionan por casualidad ni
están en ese orden por azar. El trigo, que se cosecha directamente de los campos,
es símbolo de la obra del Padre, el “fruto que viene de Él”, por decirlo de
algún modo. Tiene que ver, entre otras cosas, con las cuestiones más materiales
y físicas; falta la provisión material para la obra y faltan las personas que
son traídas por el Padre para que escuchen el mensaje.
El mosto es el vino, y eso nos remite directamente a
Jesucristo, a los bienes y el gozo del Reino Venidero, que empezamos a disfrutar
aquí mismo por medio de Él y la comunidad de los Suyos. Eso se ha perdido, la
comunidad se ha desmantelado y no hay gozo de comunión ni de celebración.
Y el aceite, no hace falta decirlo, es el símbolo del Espíritu
y todas Sus manifestaciones de dones, frutos, poder y transformación de vida.
No hay nada de eso tampoco.
Es decir, no tenemos nada de lo que normalmente definiría la
vida del pueblo de Dios. No queda nada más que dedicarse al ayuno, la humillación
y la oración.
Entonces, el liderazgo de este pueblo solo tiene algo que
puede, y debe, hacer:
1) Proclamen ayuno,
2) convoquen a una asamblea;
3) congreguen en la casa del Señor su Dios a los ancianos
4) y a todos los habitantes de la tierra,
5) e imploren su ayuda.
Cinco es número de gracia, cinco acciones son necesarias
para re ubicarse en la gracia de Dios, y esto lo tiene que hacer el liderazgo.
Cinco es también el número de ministerios y suele ser útil
aplicar el orden de aparición de ellos en relación con lo que se menciona. No
voy a profundizar el tema, pero los cinco, cada uno en función de su llamado
específico, tiene una parte de la responsabilidad.
Primero es necesario convocar ayuno para que los oídos
espirituales se destapen. Luego, llamar a una reunión santa, para aplicar el
principio de la unidad y para que las personas entiendan que deben dejar todo
lo que están haciendo y concentrarse en un solo propósito.
Tercero, hay que ir a buscar a los ancianos, los líderes o
referentes de la sociedad, y traerlos. Luego, traer al resto, todos, sin
excepción. Finalmente, implorar la ayuda del Señor.
No puedo evitar pensar en el tercer sello, el caballo negro
que trae escasez. Juan ve lo que está pasando en el mundo, desde la perspectiva
del Cielo, pero Joel ve lo que pasa en el pueblo de Dios, desde la perspectiva
de la tierra, y, como veremos, son dos cosas muy diferentes.
Danilo Sorti