Miqueas 6:6-8 RVC
6 Tú, Israel, preguntas: «¿Con qué me
presentaré ante el Señor? ¿Cómo adoraré al Dios Altísimo? ¿Debo presentarme
ante él con holocaustos, o con becerros de un año?
7 ¿Le agradará al Señor recibir millares de
carneros, o diez mil ríos de aceite? ¿Debo darle mi primogénito a cambio de mi
rebelión? ¿Le daré el fruto de mis entrañas por los pecados que he cometido?»
8 ¡Hombre! El Señor te ha dado a conocer lo
que es bueno, y lo que él espera de ti, y que no es otra cosa que hacer
justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios.
La Iglesia tiene una misión en la tierra que
no es “pasarla bien” ni mucho menos “ser felices y prósperos”, más bien el
cumplimiento de la misión suele implicar todo lo contrario: pasar necesidad,
pobreza, dificultes y angustias. Sea como sea, una misión implica “trabajo”,
algo para hacer, resultados “materiales”, visibles, en parte numéricos.
De ahí que fácilmente la vida cristiana puede
reducirse al “servicio”, a producir “fruto visible” para el Señor, es decir,
“hacer” cosas en este mundo.
Santiago 2:20 RVC
20 ¡No seas tonto! ¿Quieres pruebas de que la
fe sin obras es muerta?
Decididamente, si un cristiano no “hace
cosas” para el Señor es dudosa su fe.
PERO de ahí a decir que la vida cristiana
consiste en el “hacer” hay una GRAN DIFERENCIA. Claramente la salvación no
viene por obras:
Tito 3:5 RVC
5 nos salvó, y no por obras de justicia que
nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la
regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo,
Eso ya quedó bien claro a partir del inicio
mismo de la Reforma y nadie lo dudaría. Sin embargo, aunque creamos y afirmemos
indubitablemente que la salvación no es por obras, en la práctica es muy fácil
terminar enfocándose en las obras. Es decir, armamos una doctrina “sui generis”
en la que la puerta de entrada es por gracia, pero el camino es por obras; es
como que la gracia alcanza para entrar pero no para mucho más.
Como siempre, no es algo que se afirme explícitamente,
pero en la práctica se puede ver, en mayor o menor medida.
Ahora bien, es necesario enfocarse en las
obras, no somos espíritus flotando por el aire, estamos en un mundo material,
que es creación de Dios y del cual dijo que “era bueno en gran manera”; y
aunque el pecado haya trastornado todo eso, no fuimos quitados de esta tierra,
Dios no borró de un plumazo a Su creación desviada y la obra de Cristo es
precisamente restaurar todo lo que se echó a perder. Y en este mundo material
las cosas ocurren porque “se hacen”. Y, al fin y al cabo, ¡cualquier ser vivo
que “no hace” está muerto!
Pero el “hacer” no debe estar por encima del
“ser”, es decir, de la manifestación de los frutos del Espíritu en nosotros.
Nuestras obras inevitablemente estarán condicionadas por un sinfín de
situaciones, la mayoría de las cuales escapan a nuestro control, además de que
la verdadera “obra” es primero y antes que nada espiritual y no visible o
material, por lo que juzgar la espiritualidad de otro o de nosotros por el “tamaño”
o los resultados visibles de la obra tampoco es correcto. ¿Soy más espiritual
si tengo éxito numérico o soy menos si las cosas me van mal?
La medida correcta de éxito son los frutos, o
mejor dicho, el fruto, que es el amor:
1 Corintios 13:1-3 RVC
1 Si yo hablara lenguas humanas y angélicas,
y no tengo amor, vengo a ser como metal resonante, o címbalo retumbante.
2 Y si tuviera el don de profecía, y
entendiera todos los misterios, y tuviera todo el conocimiento, y si tuviera
toda la fe, de tal manera que trasladara los montes, y no tengo amor, nada soy.
3 Y si repartiera todos mis bienes para dar
de comer a los pobres, y entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor,
de nada me sirve.
La ofrenda del Antiguo Pacto, de la que habla
Miqueas son las obras de justicia que hoy debemos hacer, pero ni las unas ni
las otras constituyen el núcleo de lo que Dios nos está demandando. Miqueas
habló de la justicia, la misericordia y la humildad, Pablo lo resumió en el
amor
A medida que se aproxima el fin, es más
urgente hacer la obra que se nos encomendó, esto es;
·
anunciar
el evangelio a los que fueron rebeldes por mucho tiempo pero que creerán cuando
vean venir los juicios, o los reciban sobre ellos mismos; el tiempo será muy
corto,
·
enseñar
a los cristianos que están saliendo del tremendo engaño e indiferencia de gran
parte de la iglesia de estos tiempos, es arduo, hay mucho por cambiar,
·
evitar
uno mismo caer en el error y engaño, hace falta tiempo de oración y búsqueda,
·
proveer
para las necesidades de muchas personas, tanto físicas como emocionales, cada
vez aumentan más,
·
orar
para que sean abiertos los ojos de los cristianos engañados, que son muchos,
·
resistir
y vencer en la lucha espiritual, que es cada vez más fuerte,
·
seguir
cumpliendo con nuestros deberes laborales y familiares, siendo testimonio en
esos ámbitos y haciendo las cosas correctas, ¡eso es todo un ministerio en sí
mismo!
·
cuidar
aún nuestra salud y nuestro físico, debemos “llegar en condiciones” a los
tiempos que vendrán
·
y
muchas cosas específicas más a las que cada uno haya sido llamado…
Si se trata de “hacer” el fin de los tiempos
no disminuyó su necesidad, sino todo lo contrario. Y no estamos hablando de
nada incorrecto o injusto, sino de la obra que el mismo Espíritu nos urge (y
capacita) para hacer hoy.
Pero en este contexto, y ya no estoy hablando
del “hacer religioso”, el hacer para cumplir, sino de lo que genuinamente
debemos hacer, aún en medio de toda la urgencia y de la tarea a todas luces
muchas veces superior incluso a nuestra “mejor medida de fe”, seguimos siendo
llamados a no perder de vista que el Señor está buscando de nosotros los frutos
de Su Espíritu. La obra que produce fruto para el reino es aquella que fue
hecha con los frutos de Su Reino en nosotros.
Hermanos, a medida que somos urgidos a
completar la tarea de los últimos tiempos, no perdamos de vista esta realidad;
el Señor sigue buscándonos a nosotros, antes que a nuestro trabajo. Entramos en
el Camino por la gracia, concluyámoslo también por ella.
Danilo Sorti