domingo, 28 de febrero de 2010

Cómo obtener revelación espiritual 2º

EL PROPÓSITO DE DIOS

Creo que uno de los grandes “dilemas” de la teología práctica de los cristianos es si entendemos a Dios como una especie de “máquina” que está “obligada” a cumplir determinadas leyes o como un ser con voluntad y decisión propia, que respeta su palabra pero que no está atado a ninguna manipulación.

Quizás la primer frase resulta chocante, pero cuando analizamos determinados mensajes se vuelve muy real: “haga esto y Dios va a hacer lo otro”. Sí, claro que hay promesas y que el Padre respeta sus promesas, pero también hay condiciones a esas promesas y, por otro lado, que haya determinadas promesas en la Palabra no significa que necesariamente se vayan a aplicar (o a ser potencialmente realizables) en mi vida en un momento particular. Quizás muchas veces pecamos de “presunción de fe”, que parece fe verdadera pero que no es más que mi propia voluntad disfrazada de espiritualidad.

La revelación viene con un propósito.

19 Señor, todas estas maravillas las has hecho en atención a tu siervo, según lo quisiste y para darlas a conocer
1º Crónicas 17:19

11 Así como uno se aprieta el cinturón alrededor de la cintura, así tuve a todo el pueblo de Israel y a todo el pueblo de Judá muy unidos a mí, para que fueran mi pueblo y dieran a conocer mi nombre, y fueran mi honor y mi gloria …
Jeremías 13:11

12 También les di a conocer mis sábados, que debían ser una señal entre ellos y yo, y un recuerdo de que yo, el Señor, los había consagrado para mí.
Ezequiel 20:12

9 Los discípulos le preguntaron a Jesús qué quería decir aquella parábola. 10 Les dijo: “A ustedes Dios les da a conocer los secretos de su reino; pero a los otros les hablo por medio de parábolas, para que por más que miren no vean, y por más que oigan no entiendan
Lucas 8:9,10

26 Les he dado a conocer quién eres, y aún seguiré haciéndolo, para que el amor que me tienes esté en ellos, y para que yo mismo esté en ellos.”
Juan 17:26

23 Al mismo tiempo quiso dar a conocer en nosotros la grandeza de su gloria, pues nos tuvo compasión y nos preparó de antemano para tener parte en ella.
Romanos 9:23

Según vemos, distintos momentos de la revelación bíblica vinieron con un propósito, a personas determinadas con funciones determinadas y objetivos específicos del Padre. Ahora bien, no es que Dios escatime su revelación en este tiempo, porque su naturaleza es ser un Padre generoso y porque además dice:

27 Pero ustedes tienen el Espíritu Santo con el que Jesucristo los ha consagrado, y no necesitan que nadie les enseñe, porque el Espíritu que él les ha dado los instruye acerca de todas las cosas, y sus enseñanzas son verdad y no mentira.
1 Juan 2:27

Pero también dice:

1 Hermanos míos, no haya entre ustedes tantos maestros, pues ya saben que quienes enseñamos seremos juzgados con más severidad
Santiago 3.1

2 “Solo a ustedes he escogido
de entre todos los pueblos de la tierra.
Por eso habré de pedirles cuentas
de todas las maldades que han cometido.”
Amós 3:2

Y no solo tiene que ver con la responsabilidad, sino también con la capacidad de asimilar lo revelado:

12 “Tengo mucho más que decirles, pero en este momento sería demasiado para ustedes.
Juan 16:12

Dios pone límites a la revelación que vuelca en determinado momento; aunque muchas veces esos límites tienen que ver más con las personas que la reciben que con el deseo del Padre, Dios sabe hasta cuando mostrarse y voluntariamente no avanza más allá dando aquello que no podría ser recibido, o que no podría ser entendido, o que se usaría mal o que simplemente se perdería. Puede haber muchos propósitos distintos y puede ser que no alcancemos a comprenderlos en esta vida; con todo, la actitud que deberíamos tener, según creo, es la que expresó Moisés:

29 Hay cosas que no sabemos: esas pertenecen al Señor nuestro Dios; pero hay cosas que nos han sido reveladas a nosotros y a nuestros hijos para que las cumplamos siempre: todos los mandamientos de esta ley.
Deuteronomio 29:29

En este pasaje vemos que la revelación que acababan de recibir los israelitas (en el sentido de la Ley mosaica) tenía un propósito práctico: era lo que debían obedecer; lo que ellos tenían que y podían hacer en ese momento histórico particular. Claramente quedaban cosas ocultas, misterios por develar (muchos de los cuales serían develados a lo largo de la historia y, más acabadamente, en Jesucristo), pero eso estaba en la órbita de la soberanía divina y permanecía oculto, al menos por ese tiempo.

Dios había revelado algo con un propósito y esperaba la respuesta de los receptores. No dice que no debían seguir buscando más de Dios (¡eso se contradeciría con la naturaleza divina!), sino que debían empezar a poner en práctica lo que habían recibido.

Como vimos, la revelación implica siempre una responsabilidad. Quizás Dios no nos pida muchas cuentas de lo que sabemos intelectualmente, pero sin duda que sí nos pedirá cuenta de lo que se nos haya sido revelado, y como creo que no hay conocimiento “solamente teórico” para Dios, toda revelación tiene que tener consecuencias prácticas. No responder de acuerdo a lo recibido, además de no agradar a nuestro Señor y dificultar sus propósitos para nuestras vidas, va a frenar revelaciones posteriores, y puede atraer juicio divino.

Más allá de todo lo que podamos y debamos hacer nosotros (que tiene que ver con lo que sigue), en última instancia será la voluntad divina la que determine qué se mostrará y qué se ocultará (al menos, por un tiempo), y también a quién o quiénes se mostrará y a quién o quiénes se ocultará. Por tanto, no cabe ningún tipo de orgullo ni engreimiento, porque:

7 Pues, ¿quién te da privilegios sobre los demás? ¿Y qué tienes que Dios no te haya dado? Y si él te lo ha dado, ¿por qué presumes, como si lo hubieras conseguido por ti mismo?
1 Corintios 4:7

Cuando dejamos de “competir” por tener más “revelación” o “nivel espiritual” y empezamos a compartir lo que tengamos (mucho o poco) y recibir con corazón abierto lo que le haya sido dado a otro (también mucho o poco) entramos en un nuevo nivel de crecimiento y manifestamos la humildad de Dios. Y entonces, verdaderamente entonces, se abren puertas de revelación superiores a todas las anteriores.


ACTITUD Y PREPARACIÓN

10 Pero mientras aquellas cinco muchachas fueron a comprar aceite, llegó el novio, y las que habían sido previsoras entraron con él en la boda, y se cerró la puerta.
Mateo 25.10

Más allá del significado escatológico de este pasaje, entrar a la intimidad con el Señor significa entrar en el lugar de revelación. Creo que también podríamos interpretar genuinamente este versículo en ese sentido. Había un momento, indefinido todavía para ellas, en el cual llegaría el Señor y podrían estar con él (y recibir sus palabras); les tocaba a ellas estar preparadas para cuando ocurriera.

1 Estaré atento y vigilante,
como lo está el centinela en su puesto,
para ver qué me dice el Señor
y qué respuesta da a mis quejas.
Habacuc 2:1

8 Moisés les respondió:
—Esperen a que reciba yo instrucciones del Señor en cuanto a ustedes.
Números 9:8

Aunque no es el mejor ejemplo, también Balaam entendió este principio:

1 Entonces Balaam le dijo:
—Constrúyeme aquí siete altares, y prepárame siete becerros y siete carneros.
2 Balac hizo lo que Balaam le dijo, y entre los dos sacrificaron un becerro y un carnero en cada altar.
3 Luego Balaam le dijo a Balac:
—Quédate junto al sacrificio, mientras voy a ver si el Señor viene a encontrarse conmigo. Luego te comunicaré lo que él me dé a conocer.
Y Balaam se fue a una colina desierta, 4 donde Dios se le apareció. …
Números 23:1-4

Hay mucho más que se podría decir sobre la preparación. Se podría hablar sobre el ayuno, por ejemplo, sobre el sacrificio, la alabanza, etcétera, etcétera. Cuando nos preparamos para recibir palabra de Dios, ¡él acude a la cita! Por supuesto, la revelación que nos de será la que él considera importante, y no necesariamente la que estamos esperando nosotros.

Pero cuidado, Dios sigue siendo soberano y de voluntad independiente, por lo que tampoco está sujeto a nuestra preparación para hablarnos:

1 Moisés cuidaba las ovejas de su suegro Jetró, que era sacerdote de Madián, y un día las llevó a través del desierto y llegó hasta el monte de Dios, que se llama Horeb. 2 Allí el ángel del Señor se le apareció en una llama de fuego, en medio de una zarza. Moisés se fijó bien y se dio cuenta de que la zarza ardía con el fuego, pero no se consumía. 3 Entonces pensó: “¡Qué cosa tan extraña! Voy a ver por qué no se consume la zarza.”
4 Cuando el Señor vio que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: …
Éxodo 3:1-4

No sabemos qué hizo Moisés durante 40 años en el desierto, pero no hay nada en el texto que nos de la impresión de que estuviera preparándose concientemente para recibir la revelación divina. Por supuesto, Dios supo que ya estaba listo y por eso se manifestó, pero, por la respuesta que más adelante daría Moisés, él no lo consideraba así.

Dios puede manifestarse en el momento que parece inadecuado, cuando humanamente no están dadas las condiciones; así como puede no manifestarse cuando humanamente parece que están dadas las condiciones. Lo único realmente importante en todo esto es que ¡Papá sabe cuando hacerlo!

La preparación, y me refiero a la preparación guiada por el Espíritu, es importante y necesaria. Pero al Padre le interesa por sobre todo el corazón; las “prácticas religiosas” por sí solas no pueden “manipular” a Dios:

1 El Señor me dijo:
“Grita fuertemente, sin miedo,
alza la voz como una trompeta;
reprende a mi pueblo por sus culpas,
al pueblo de Jacob por sus pecados.
2 Diariamente me buscan
y están felices de conocer mis caminos,
como si fueran un pueblo que hace el bien
y que no descuida mis leyes;
me piden leyes justas
y se muestran felices de acercarse a mí,
3 y, sin embargo, dicen:
‘¿Para qué ayunar, si Dios no lo ve?
¿Para qué sacrificarnos, si él no se da cuenta?’
El día de ayuno lo dedican ustedes a hacer negocios
y a explotar a sus trabajadores;
4 el día de ayuno lo pasan en disputas y peleas
y dando golpes criminales con los puños.
Un día de ayuno así, no puede lograr
que yo escuche sus oraciones.
5 Creen que el ayuno que me agrada
consiste en afligirse,
en agachar la cabeza como un junco
y en acostarse con ásperas ropas sobre la ceniza?
¿Eso es lo que ustedes llaman ‘ayuno’,
y ‘día agradable al Señor’?
6 Pues no lo es.
Isaías 58:1-6

Por encima de cualquier práctica o preparación, la principal preparación consiste en tener un corazón humilde y sensible a la voz del Padre, en caminar cada día de su mano, en limpiarnos con el poder del Espíritu de nuestros pecados, en procurar amarlo y obedecerlo, en recibir antes que nada su amor y su gracia.

En el antiguo pacto Dios se manifestaba cuando había un sacrificio, tipo de los sacrificios vivos del nuevo pacto. Pero el primero de todos los sacrificios es el amor:

3 Y si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y aun si entrego mi propio cuerpo para tener de qué enorgullecerme, pero no tengo amor, de nada me sirve.
I Corintios 13:3

Dios requiere un corazón humilde, quebrantado, sencillo, desesperado por él, lleno de amor. En un sentido general, Dios no puede dejar de responder a la humildad:

6 Pero Dios nos ayuda más con su bondad, pues la Escritura dice: “Dios se opone a los orgullosos, pero trata con bondad a los humildes”
Santiago 4:6

La fe también es fundamental: la fe en que Dios me ama, en que soy muy valioso para él, en que él quiere y puede hablarme.

Es necesario que los “aires encima mío” sean limpiados para que venga la revelación, esto es, limpiarme por la sangre del Cordero de toda iniquidad, maldición y pecado.

La revelación viene sobre corazones obedientes, porque una revelación dada a alguien que no está dispuesto a obedecer traería condenación.

Junto a la obediencia va la santidad.

Y, por supuesto, la revelación viene en personas que se han preparado también para tener abiertos sus ojos y oídos espirituales (oración, ayuno, meditación, tiempo de paz y tranquilidad).

Un aspecto importante a mencionar es que la revelación viene de acuerdo a la capacidad de recibirla (entenderla, aceptarla, obedecerla) que tiene el creyente o la comunidad que la recibe, tal como se mencionó más arriba (Juan 14:12ss). No estaban todavía en condiciones de recibir mayores revelaciones porque necesitaban todavía crecer más espiritualmente y, por sobre todo, recibir el bautismo en el Espíritu Santo que los capacitaría para entender. No podían recibir todavía más revelación por una cuestión lógica de tiempo y madurez espiritual.

Distinto fue el caso de los corintios:

1 Yo, hermanos, no pude hablarles entonces como a gente madura espiritualmente, sino como a personas débiles, como a niños en cuanto a las cosas de Cristo. 2 Les di una enseñanza sencilla, igual que a un niño de pecho se le da leche en vez de alimento sólido, porque ustedes todavía no podían digerir la comida fuerte. ¡Y ni siquiera pueden digerirla ahora, 3 porque todavía son débiles! Mientras haya entre ustedes envidias y discordias, es que todavía son débiles y actúan con criterios puramente humanos.
I Corintios 3:1-3

Aquí el problema era otro: debían haber estado ya en condiciones de poder recibir una palabra más profunda, pero al no haber abandonado el pecado no habían podido llegar al nivel de madurez necesario. De todas formas, tampoco podían recibir una revelación más profunda.

Estos dos últimos aspectos tienen algunas consecuencias prácticas interesantes: la revelación, o mejor dicho, una revelación más profunda puede no venir debido a que aún no hemos alcanzado el grado de madurez necesario para “recibirla” (es decir, entenderla, aceptarla y obedecerla) y no porque Dios no tenga en su propósito dárnosla.

Si nos falta tiempo de crecimiento, eso se corrige ¡con tiempo! Es decir, no hay solución “mágica”, no hay atajos, no existe ningún abono que pueda acelerar el crecimiento de tal planta. Pero por cierto que, llegado el tiempo de madurez adecuado, la revelación vendrá. Esto es válido para muchos cristianos nuevos (y no tan nuevos) y vale la pena que no entiendan, para que no se carguen con culpas ni ansiedades innecesarias.

Si el problema de madurez no es tanto debido al poco tiempo de crecimiento sino debido a la persistencia en el pecar, el problema es otro. Puede resultar difícil discernir entre esto y lo anterior, porque precisamente la falta de madurez se manifiesta en mantener determinados pecados. La diferencia está en que en este caso el cristiano (o la comunidad entera) persiste en determinados pecados más allá del tiempo “aceptado” por Dios, o bien no quiere afrontar los desafíos a crecer que el Señor le está dando o, peor aún, está volviendo atrás.

No hay mucho para decir: el problema no es no recibir revelación, ¡eso es secundario! El problema es arreglar las cuentas con Dios, y para hacer eso casi no hace falta ninguna revelación nueva, basta simplemente vivir lo que ya se recibió antes y se descuidó. La nueva revelación comenzará a fluir abundantemente después.

El hecho de no recibir revelación pudiera estar indicando la necesidad de comenzar a arreglar las cuentas con Dios, es decir, funcionaría como un llamado de atención.

Hay un aspecto que es fundamental para recibir algo de Dios, y que nos abre puertas en los cielos aunque estemos flojos en todas las otras áreas: el hambre por Dios.

Junto con el hambre por la revelación de Dios, y aunque parezca contradictorio, aparece la paciencia.

Para concluir esta sección, vale lo mismo que para las otras: la revelación, una vez recibida, nos ayudará a desarrollar un corazón humilde, quebrantado, sencillo, desesperado por él, lleno de amor, con fe; limpiara los aires encima mío, me hará más obedientes, me preparará para recibir más revelación en el futuro, me ayudará a madurar y corregirá las áreas atrasadas de mi vida espiritual.

El cristiano individualmente, o la comunidad de creyentes como grupo, da un paso hacia Dios, y cuando Dios se acerca, nos ayuda a dar otro paso más de nuevo hacia él.
 

 

domingo, 21 de febrero de 2010

Cómo obtener revelación espiritual 1º

LA IMPORTANCIA DE LA REVELACIÓN

Necesitamos vivir en revelación. No fuimos creados para movernos en otro ambiente y, sin ninguna duda, no podremos mantenernos ni crecer en la fe, ni mucho menos generar un impacto positivo en los que nos rodean, si no estamos en dicho ambiente. El cristianismo “del alma”, ya sea de tipo intelectual (basado en el conocimiento) o emocional (basado en sensaciones y experiencias) podrá haber servido (más o menos) antes, pero, al avanzar de los tiempos, Dios no va a aceptar otra cosa que no sea un caminar cristiano revelacional. Si antes se podía manifestar en determinados odres, cada vez menos lo va a hacer hoy. Nada, sino la genuina revelación del Espíritu, es lo que el Señor quiere darnos; y las comunidades de fe que no avancen hacia ella se quedarán, lamentablemente, fuera de la protección de la “nube” de Dios (como los israelitas en el desierto).

¿A qué me refiero con “revelación”? Antes que nada, no me estoy refiriendo a la revelación bíblica que fue dada una vez y para siempre (Judas 3) y a la cual no se le puede añadir nada más (Apocalipsis 22:18).

3 Queridos hermanos, he sentido grandes deseos de escribirles acerca de la salvación que tanto ustedes como yo tenemos; pero ahora me veo en la necesidad de hacerlo para rogarles que luchen por la fe que una vez fue entregada al pueblo santo.
Judas 3

18 A todos los que escuchan el mensaje profético escrito en este libro, les advierto esto: Si alguno añade algo a estas cosas, Dios le añadirá a él las calamidades que en este libro se han descrito. 19 Y si alguno quita algo del mensaje profético escrito en este libro, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa que en este libro se han descrito.
Apocalipsis 22:18,19

Es más, sea lo que sea que se llame “revelación”, ya vamos sabiendo que ¡de ningún modo podrá contradecir a la Palabra escrita!

Cuando hablamos de “revelación”, nos estamos refiriendo a la palabra “rhema”, es decir, a la palabra directamente dicha por el Espíritu a nuestro espíritu. Está directamente basada en la palabra logos (palabra escrita; la Biblia). Podemos usar la palabra en sentido equivalente al de profecía, porque viene directamente de Dios, pero quizás sea más específico usarla como “luz espiritual”, entendimiento especial y profundo que recibimos de alguna parte de la Palabra escrita y que nos sirve para aplicar a nuestra vida o a la iglesia o sociedad donde nos movemos.

Se ha dicho que la iglesia de este tiempo es una iglesia profética (por lo menos, debe serlo). Creo que parte de lo que tal expresión significa es que debe vivir en revelación, porque también tiene a su alcance la posibilidad de hacerlo. Este tipo de comunicación tan directa con Dios está disponible para todos los creyentes en esta era:

13 Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que van a suceder.
Juan 16:13

Comparar:

17 ‘Sucederá que en los últimos días, dice Dios,
derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad;
los hijos e hijas de ustedes
comunicarán mensajes proféticos,
los jóvenes tendrán visiones,
y los viejos tendrán sueños.
18 También sobre mis siervos y siervas
derramaré mi Espíritu en aquellos días,
y comunicarán mensajes proféticos.
Hechos 2:17,18

5 Yo quisiera que todos ustedes hablaran en lenguas extrañas; pero preferiría que comunicaran mensajes proféticos; esto es mejor que hablar en lenguas, a menos que se interprete su significado de tal manera que sirva para edificación de la iglesia.
I Corintios 14:5

Conocemos estos pasajes, se han predicado a los largo de los siglos, y, de alguna forma, se han vivido también. Sin embargo, en este tiempo deben alcanzar la plenitud de su manifestación, como nunca antes ocurrió.

La revelación hace que la Palabra de Dios sea viva en nosotros, sea aplicable como una espada precisa para una labor precisa y con resultados maravillosos. La mera información (conocimiento mental de la Palabra) no alcanza el poder de la revelación porque deja a nuestra mente limitada el entendimiento y aplicación del arma poderosa de la Palabra y le “quita” en cierto sentido esta función a Dios.


LO QUE NO ES REVELACIÓN

Quizás sea innecesario, pero aclaremos algo de lo que “revelación” no es.

La revelación (entendimiento espiritual sobre una verdad bíblica) no puede nunca estar en contradicción con la Palabra escrita, como se dijo más arriba. Podrá haber una contradicción aparente si lo que estamos entendiendo con nuestra mente sobre la Biblia no es exactamente lo que Dios está diciendo, pero en ese caso, con mayor estudio, oración y búsqueda, el entendimiento intelectual llegará a alinearse con el revelacional. También puede haber discordancia cuando la exposición doctrinal humana está mezclada con falsas enseñanzas. Vale la misma aclaración que antes.

Es cierto que quienes defienden fervientemente el conocimiento revelacional suelen menospreciar, subvalorar o, por lo menos, ignorar, la importancia del conocimiento intelectual (del alma). Vale la pena recordar que el alma humana, con todas sus funciones no fue un invento de Satanás, ¡Dios la hizo!, y si la hizo él, no puede ser mala, al contrario. Por lo tanto, ¡debe ser usada! y usada bien. El problema es cuando el alma predomina por sobre el espíritu, pero en su debido lugar es una poderosa herramienta en manos de Dios.

La revelación tampoco es un entendimiento “esotérico” de los “misterios ocultos” de la Biblia. No pretende hacerle decir a un pasaje algo completamente distinto a lo que dice. De hecho, la revelación puede muy bien ser sobre verdades sencillas y simples. Pretender buscar siempre algún sentido recóndito y arcano en los pasajes proféticos no es revelación, es simplemente afán por la novedad. Si el Espíritu da esa clase de revelación, bienvenida sea; pero si no la da, bienvenido sea también. Lo repito, porque suele confundirse “revelación” con “interpretación novedosa”; recibir revelación sobre algo no implica necesariamente interpretar ese pasaje como nunca nadie lo hizo antes. Puede que sí pero puede que no.

La revelación no es falsa revelación. En la medida que todavía nos falte crecer en el discernimiento espiritual, es muy fácil que el enemigo introduzca falsas revelaciones. De hecho, unas cuantas cosas que uno ha escuchado por ahí no suenan ser muy verdaderas.

Pero el peligro de las falsas revelaciones no debe hacernos rechazar el hecho de que el Espíritu nos quiere dar las verdaderas. Es más, la mejor (y quizás, la única válida) forma de combatir el peligro de las falsas es difundir el entendimiento de cómo funcionan y se reciben las verdaderas y llevar a la comunidad de los hermanos a vivir recibiendo verdadera revelación. Cualquier otra alternativa menor dejará siempre alguna brecha abierta.

Y, lo más importante de todo, la revelación no se compra en las librerías cristianas ni se recibe en un seminario o desde un púlpito. La revelación, entendida tal y como la definimos antes, solamente la puedo recibir directamente del Espíritu. Todo lo anterior (libros, seminarios, predicaciones, etc.) puede ser muy bueno y es necesario; pueden ser vehículo de la revelación y / o ponernos en el lugar correcto y en el momento preciso para recibirla. Pero la revelación propiamente dicha es un acto del Espíritu a nuestro espíritu.


UN ACTO DE GRACIA

Pablo oró:

Pido al Dios de nuestro Señor Jesucristo, al glorioso Padre, que les conceda el don espiritual de la sabiduría y se manifieste a ustedes, para que puedan conocerlo verdaderamente. DHH

Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre glorioso, les dé el Espíritu de sabiduría y de revelación, para que lo conozcan mejor. NVI

Efesios 1:17

En este texto se usa revelación en un sentido de comprensión profunda, espiritual, que nos permite conocer verdaderamente a Dios. Y ése es otro aspecto fundamental de la revelación: nos lleva a “entender cómo es Dios”.

¿Para qué necesitamos revelación? Para lo que estuvimos mencionando anteriormente: para llegar a ser lo que Dios quiere que seamos y a vivir como Dios quiere que vivamos. Eso sólo se logra conociendo verdaderamente a Dios, pero

“Ya que Dios, en su sabio designio, dispuso que el mundo no lo conociera mediante la sabiduría humana, tuvo a bien salvar, mediante la locura de la predicación, a los que creen.”
I Corintios 1:21

Entonces la sabiduría humana, por sí sola, no nos sirve; ni aún la sabiduría humana aplicada a las cosas espirituales. Sólo el recibir la sabiduría de Dios (lo que estamos llamando revelación) nos puede llevar al conocimiento de él. Y conocerlo, equivalente a “mirarlo”, es importante porque:

“Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor.”
II Corintios 3:18

Entonces, necesitamos el conocimiento intelectual, “humano”, pero también necesitamos el conocimiento “revelacional”, aquel tipo de conocimiento que llega hasta lo profundo de nuestro espíritu y produce cambios desde allí.

La sabiduría asequible a nuestra mente se puede obtener, claro está, con nuestras propias fuerzas, aunque el Espíritu puede dárnosla también abundantemente. La revelación solo puede venir de Dios, y por ello, es un acto de gracia soberana.

La sabiduría espiritual de Dios es por gracia. Pablo lo entendió cuando dijo:

… Nosotros no nos guiamos por la sabiduría humana, sino que confiamos en la gracia de Dios.
II Corintios 1:12

Pero la gracia, mejor dicho, aceptar la gracia, entender la gracia y vivir en la gracia, requiere mucha humildad, porque si es por gracia, entonces no puedo hacer nada y no puedo dar nada a cambio, solo recibir. Sin embargo, no es imposible vivir en la gracia, al contrario, ¡es maravilloso!, porque solo la gracia libera y trae paz. Todos nosotros podemos vivir y crecer en la gracia en la medida que nos vayamos animando a “probarla”.

Al ser un acto de gracia, depende de la voluntad divina:

16 Así pues, no depende de que el hombre quiera o se esfuerce, sino de que Dios tenga compasión.
Romanos 9:16

Un ejemplo fundamental es lo que pasó con los profetas de la antigüedad:

10 Los profetas estudiaron e investigaron acerca de esta salvación, y hablaron de lo que Dios en su bondad iba a darles a ustedes. 11 El Espíritu de Cristo hacía saber de antemano a los profetas lo que Cristo había de sufrir y la gloria que vendría después; y ellos trataban de descubrir el tiempo y las circunstancias que señalaba ese Espíritu que estaba en ellos. 12 Pero Dios les hizo saber que lo que ellos anunciaban no era para ellos mismos, sino para bien de ustedes. Ahora pues, esto es lo que les ha sido anunciado por los mismos que les predicaron el evangelio con el poder del Espíritu Santo que ha sido enviado del cielo. ¡Estas son cosas que los ángeles mismos quisieran contemplar!
I Pedro 1:10-12

No les fue revelado lo que sí se nos mostró a nosotros:

23 Volviéndose a los discípulos, les dijo a ellos solos:"Dichosos quienes vean lo que ustedes están viendo; 24 porque les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver estoque ustedes ven, y no lo vieron; quisieron oir esto que ustedes oyen, y no lo oyeron."
Lucas 10:23-24

Así como en la revelación bíblica hubo tiempos, también los hay con nosotros.

Entonces, la revelación no se puede forzar porque es un acto soberano de Dios, pero hay ciertas condiciones a tener en cuenta que nos pueden colocar en el lugar y momento adecuado para que Dios nos hable si es su voluntad hacerlo, ¡y creo que el Señor quiere darnos mucha más revelación de lo que solemos pedir!

Hay algunos pasajes que nos muestran algunos ejemplos de “ámbitos” especiales que Dios quiso usar para traer revelación:

2 “Baja a la casa del alfarero y allí te comunicaré un mensaje.”
Jeremías 18:2

1 Luego oí una voz que me decía: “Tú, hombre, ponte de pie, que te voy a hablar.”
Ezequiel 2:1

7 Vayan pronto y digan a los discípulos: ‘Ha resucitado, y va a Galilea para reunirlos de nuevo; allí lo verán.’ Esto es lo que yo tenía que decirles.
Mateo 28:7

4 Cuando todavía estaba con los apóstoles, Jesús les advirtió que no debían irse de Jerusalén. Les dijo:
—Esperen a que se cumpla la promesa que mi Padre les hizo, de la cual yo les hablé.
Hechos 1:8

Por supuesto, no tenemos que pensar en hacer un “culto del lugar” o la postura, como Dios es soberano, puede hablar como, cuando y a quién quiere. Pero hay aspectos que permiten que su Espíritu pueda fluir libremente; todos ellos influyen al ponernos en el lugar correcto para escuchar la voz de Dios, y a su vez son influidos por esa misma voz cuando viene. Por supuesto, no obligan a Dios para que nos hable, ¡aunque de hecho él desea ardientemente hacerlo!


ELEMENTOS DEL AMBIENTE DE REVELACIÓN

El propósito de Dios

Dios tiene un plan en todo lo que hace y dice, un plan tanto a nivel de la creación toda como personal, para cada uno.

La revelación viene de acuerdo con los propósitos de Dios: los propósitos generales de su plan de redención, el tiempo y lugar en donde se encuentra la iglesia respecto de esos propósitos y los propósitos específicos para nosotros.

No hay revelación de cosas que se salgan o interfieran con los propósitos de Dios.


Actitud y preparación

Dios requiere un corazón humilde, quebrantado, sencillo, desesperado por él, lleno de amor. La fe es fundamental: la fe en que Dios me ama, en que soy muy valioso para él, en que él quiere y puede hablarme.

Es necesario que los “aires encima mío” sean limpiados para que venga la revelación, esto es, limpiarme por la sangre del Cordero de toda iniquidad, maldición y pecado.

La revelación viene sobre corazones obedientes, dispuestos a pagar el precio, porque una revelación dada a alguien que no está dispuesto a obedecer traería condenación.

La revelación viene en personas que se han preparado también para tener abiertos sus ojos y oídos espirituales (oración, ayuno, meditación, tiempo de paz y tranquilidad).


Conocimiento

El conocimiento (tanto de la Palabra como el “secular”) puede servir como una especie de “cimiento” para que la revelación pueda basarse. Mientras más conocemos de la Palabra, más tiene el Espíritu para sacar y avivar en los momentos de revelación.

A su vez, es claro que la revelación misma siempre aumenta nuestro conocimiento sobre la Palabra y la realidad.


Ambiente espiritual

Esto no se refiere tanto a nuestra preparación personal sino a los principados y fortalezas espirituales que batallen en contra nuestra. El ejemplo de Daniel es muy claro, porque frenaron la revelación que ya había salido del trono de Dios por 3 semanas.

La guerra espiritual que hagamos (y la que otros hagan) sobre los aires del lugar donde nos encontramos liberará el camino para que la revelación pueda correr libremente.

También hay que considerar las maldiciones y los principados que quieran atacarnos directamente a nosotros (porque un hombre que busca, y por ende, recibe, revelación es peligroso para el reino de las tinieblas) y guerrear contra ellos.

También se tiene en cuenta la influencia de las iniquidades y las bendiciones propias y generacionales.

Por otro lado, cuando viene la revelación, ésta batalla contra los principados y ayuda a despejar los aires.


La comunidad del pueblo de Dios

Mucha de la revelación que nosotros necesitamos no nos vendrá directamente a nosotros sino a través de nuestros hermanos, y viceversa.

Dios se manifiesta y se mueve libremente en la comunión y en el amor entre hermanos. La ministración mutua limpia “nuestros aires” para que luego podamos, individualmente, recibir revelación.

Y el ambiente cristiano que nos rodee va a influir en mucho de lo que pensamos, sentimos y hacemos, todo lo que tiene que ver con nuestra actitud y preparación.

A su vez, la revelación que viene sobre un creyente, siendo compartida y ministrada, va a bendecir a toda la comunidad.


Dinámica y características propias de la revelación

El modo en que Dios obra y nos habla y se manifiesta a nosotros es particular. Necesitamos conocerlo, aprender cómo, para abrir nuestro corazón a su forma de actuar sobre nosotros y no ponerle obstáculos.

Necesitamos ser sensibles al silbo apacible de la voz de su Espíritu, y aprender a ser obedientes a esa voz para que la revelación pueda continuar fluyendo.
 


domingo, 14 de febrero de 2010

SALMO 23, 2ª parte

4 Aun si voy por valles tenebrosos,

no temo peligro alguno
porque tú estás a mi lado;
tu vara de pastor me reconforta.

Hoy está de muy de moda un evangelio facilista, del Dios que nos evita todo tipo de problemas. Es decir, está de moda la comprensión del reino de Dios que puede tener el cristiano en las primeras etapas de su caminar, lo que vimos más arriba. Pero eso no es toda la verdad, Dios nunca prometió que nos libraría de todos los problemas, es más, él dijo muy claramente y en muchas partes de Su Palabra que, precisamente, tendríamos problemas, e incluso graves problemas por seguirlo. Esos son los “valles tenebrosos” o, como dice otra versión, “valle de sombra de muerte”.

Es inevitable, por dos razones, que el cristiano que haya transitado por las etapas de los 3 primeros versículos, no pase por los valles tenebrosos. La primera razón es que tal cristiano empieza a ser un arma efectiva en las manos del Señor, y por lo tanto un peligro para el reino de las tinieblas; es decir, un blanco que Satanás querrá eliminar. Pero la segunda razón es la de mayor peso, porque Satanás ya está vencido, y si realmente aprendemos a apropiarnos de la victoria de Cristo, no podrá derrotarnos; Dios necesita formar nuestro carácter, trabajar más hondo con el. Hasta ahora él nos había dado lo que el mundo nos quitó; empezó la obra de restauración, corrigió la imagen incorrecta que traemos de él cuando venimos del mundo; nos sentó en los lugares celestiales y nos devolvió las fuerzas en el Espíritu. Pero para seguir avanzando en su conocimiento, en su servicio y crecer en nuestra efectividad y recompensa en el cielo, necesita pulir nuestro carácter, perfeccionar la fe, la esperanza, el amor, todos los frutos en nosotros. Y la única forma de trabajar en profundidad es por medio de la aflicción. No hay otra. Todos hemos sido participantes de la copa del dolor, Jesucristo la bebió y la bebió hasta el fondo; ¿somos nosotros más que él?

Pero la aflicción no viene hasta que Dios no ve que estamos preparados para ella: hasta que no estamos lo suficientemente afirmados en su amor como para poder soportarla. Este es un tema complejo; muchos cristianos nuevos soportan aflicciones, mucho antes de tener toda la secuencia de revelaciones anteriores. Creo que hay dos formas de transitar por esos lugares difíciles: en una primera etapa el Señor nos toma en sus brazos y nos rodea con su gracia, en otra etapa, más avanzada, nos hace transitar “solos” por ella, es decir, teniendo que enfrentarla de una manera distinta, pero por supuesto, no sin su ayuda.

Hay cristianos, incluso ministros del evangelio, que permanecen y ministran en la revelación de los versículos anteriores. Son efectivos, Dios los usa, edifican el reino; pero no pueden conmover las potestades más fuertes de las tinieblas. Llegan hasta un límite. Para superarlo, necesitan transitar por esta etapa. La autoridad y poder espirituales se ganan en las batallas, y mientras más dura, mayor es el grado ganado.

En esta etapa es cuando aprendemos a decir “no temo peligro alguno”: no temo a quedarme sin trabajo, no temo a la enfermedad, no temo a los conflictos familiares, no temo a la persecución, no temo a la muerte. Ahora empiezo a penetrar de nuevo en las profundidades de las tinieblas (de donde había salido cuando me convertí), pero de la mano de Dios y con un propósito definido.

35¿Quién nos podrá separar del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, o las dificultades, o la persecución, o el hambre, o la falta de ropa, o el peligro, o la muerte violenta?
Romanos 8: 35

Hay varios grados de revelación de la cercanía del Señor. Una cosa es sentir a Dios cuando todo me va relativamente bien; y no digo que ese sentir no sea genuino, Dios está verdaderamente allí. Pero otra cosa es poder sentirlo cuando todo parece darse vuelta y todo lo que aprendí de él en la etapa anterior parece fallar. Si Dios es proveedor, ¿por qué me sobrevino la pobreza?; si Dios es sanador, ¿por qué me sobrevino la enfermedad? Aquí se prueban las intenciones de mi corazón, veo en donde está mi confianza y aprendo más de Su amor. Y me preparo para lo que viene un poco más adelante: la confrontación con los principados satánicos.

Es aquí que aprendo que su palabra (logos, pero fundamentalmente, rhema), su dirección (es decir, su “vara” o “cayado”, la que marcaba el rumbo del rebaño) me ayuda a atravesar por la aflicción. Y repito “atravesar”, porque en esta etapa Dios no me saca enseguida del problema, como sí lo hacía en la etapa anterior. En esta etapa tengo que atravesarlo y aprender a confiar en Dios cada día, en medio de las imposibilidades, cuando todo parece acabarse.

En cierto sentido hay aquí un “volver a una lección anterior” porque nuevamente se me revela como pastor. Pero con una profundidad mayor a la anterior.

Los valles tenebrosos no son solamente las circunstancias difíciles, son también lugares espirituales que nuestra alma tiene que atravesar, espacios del infierno a donde somos empujados. Pero mientras antes algún fragmento de nuestra alma estaba cautivo allí, ahora somos nosotros los que los transitamos, y obtenemos en el pasar la victoria. Cuando superamos un gran conflicto en el ámbito terrenal es porque hemos obtenido una victoria en el ámbito espiritual, y hemos tenido que pelear nosotros, con Dios a nuestro lado. Antes, él se hacía cargo, pero ahora se hace verdad el versículo:

32 Es él quien me arma de valor
y endereza mi camino;
33 da a mis pies la ligereza del venado,
y me mantiene firme en las alturas;
34 adiestra mis manos para la batalla,
y mis brazos para tensar arcos de bronce.
Salmo 18:31-34

Así es, ¡ahora me toca pelear a mí!

El temor siempre es un peligro en este nivel. Si estamos flacos con alguno de los niveles anteriores, no podremos superar este. Otra tentación peligrosa es tratar de recurrir a las armas humanas para enfrentar estas batallas.

Una nota: desde el punto de vista del alma, el sufrimiento, por sí mismo, no hace ni mejor ni peor a nadie. Nadie es más bueno por sufrir alguna situación difícil, ni tampoco más malo. De hecho, el hombre que no conoce a Dios pasa por muchos sufrimientos, pero no por ello se acerca a su Creador. Lo que sí hace el sufrimiento es hacernos pensar, abrirnos a replantearnos formas de ver el mundo arraigadas en nosotros. Cuando el sufrimiento está acompañado por Dios, cuando el que sufre tiene un corazón que busca a Dios y está abierto a aprender todas las lecciones espirituales que se dan por medio del dolor, entonces el sufrir nos perfecciona y nos permite avanzar hacia la próxima etapa.

Hay veces en que nos quedamos en esta etapa. Atravesamos las otras, pero cuando viene el dolor nos sentimos “traicionados” por Dios o caemos en un mar de dudas y no podemos salir. Es posible no superar este nivel, ¡es posible quedarse estancado en cualquier nivel, e incluso descender! Entonces la vida cristiana se transforma en puro sufrimiento sin victoria, solo dolor resignado, pero sin crecimiento, sin que de ese dolor salgan cosas buenas; un carácter transformado, una visión más profunda del Señor. Y como nadie en su sano juicio quiere vivir continuamente en dolor y aflicción, se termina abandonando el combate y cayendo nuevamente en las garras del enemigo.

El creyente que no ha sido preparado para enfrentar este nivel tiene muchas probabilidades de fracasar cuando llegue el momento de la prueba profunda, y de quedarse dando vueltas mucho tiempo en ella. Por cierto que el día malo viene para todos (y esto no tiene que ver con nuestros pecados o con que lo “merezcamos” o no), por eso es importante estar preparados.

5 Dispones ante mí un banquete
en presencia de mis enemigos.
Has ungido con perfume mi cabeza;
has llenado mi copa a rebosar.

Pero el valle de sombras de muerte no dura para siempre. ¡Dios es Dios! y su liberación sin duda llega, pero esta vez, a diferencia de las anteriores, es una liberación mucho más profunda. Hemos salido transformados, cambiados, procesados, formados en nuestro carácter. Ahora estamos preparados para cosas mayores, que darán gloria a su nombre.

Y lo primero que hace el Señor, sin embargo, es prepararnos un banquete: recibimos nuevas bendiciones, nuevas capacidades, nuevos dones, nuevas armas espirituales; mucho más poderosas y profundas que los anteriores; recibimos un verdadero banquete del Espíritu. El Señor restaura aquí lo que pudo haberse dañado durante la prueba. Nos prepara una “comida” espiritual que nos fortalece para la magnitud de la batalla que se viene.

Pero ese banquete se desarrolla delante, a la vista, de nuestros enemigos. Los que hasta no hace mucho tiempo parecían prevalecer sobre nosotros (el enemigo persecución, el enemigo pobreza, la enemiga enfermedad, etc.) ahora nos miran, impotentes, derrotados y temerosos, recibir el premio de los vencedores. En realidad, el hecho mismo de prepararnos un banquete es en sí un acto de guerra espiritual. ¿Bastante extraño, no? Bueno, ¡sin duda que Dios es muy creativo!

Antes fuimos establecidos en el lugar de los pastos deliciosos, ahora hay un banquete; ahora también la copa está rebosando. Esto quiere decir que ahora se nos dan capacidades, dones, autoridad y poderes mucho mayores que los anteriores, justamente porque pudimos superar el duro combate. Ahora tenemos la unción propiamente dicha. Y repito, tenemos esas armas y esa autoridad porque hemos sido previamente capacitados. Si podemos mantener en vista el poder de las armas que se nos van a entregar, creo que atravesaríamos las dificultades con gozo. ¡Que Dios nos ayude a lograrlo!

Somos bendecidos también en lo material, porque, recordemos, toda bendición espiritual repercute también en el mundo físico.

Y todo esto ¡enfrente de nuestros enemigos! “No te pido que los quites del mundo” dijo el Señor, sino que precisamente en ese mundo hostil y rebelde Dios nos da la victoria, nos establece y nos comisiona.

El perfume es una metáfora muy hermosa, pero es también una realidad espiritual. Por ejemplo, uno puede “oler” en el espíritu el olor mohoso de la religión, pero también puede oler la fragancia fresca de la verdadera vida en el Espíritu. En este punto ya no se trata solo de lo que hacemos o decimos, nuestra misma presencia irradia la presencia de Dios.

Esta etapa no se completa sino con la que sigue. Un peligro es sentirse tan obnubilado por lo que se nos dio que nos olvidemos del Señor y de seguir avanzando. De nuevo, el orgullo puede jugarnos una mala pasada. No son los demonios de bajo rango los que nos pueden atacar ahora, y si no estamos alerta, pensaremos que ya superamos todo conflicto, cuando en realidad hay espíritus de maldad especiales acechándonos.

6 La bondad y el amor me seguirán
todos los días de mi vida;
y en la casa del Señor
habitaré para siempre.

Aquí se completa el cuadro anterior. En este punto alcanzamos la firmeza inquebrantable de la presencia y el amor del Señor. En este punto entendemos que su amor está más allá de todo y que permanece en toda circunstancia. En este punto no hay oscuridad tan grande que no podamos sortear de la mano del Señor. En este punto es que somos realmente útiles para pelear contra los principados de las tinieblas, para penetrar en lo profundo del dolor y del pecado humano y rescatar a los cautivos que allí se encuentran. Ahora viene una estabilidad, no porque no haya más luchas, sino porque alcanzamos la medida mínima de revelación del Señor como para no permitir que ningún problema nos detenga.

Ahora entramos en una comunión más profunda con el Señor, en una intimidad con él, ahora estamos en “su casa”, en donde permaneceremos siempre. Ahora entramos en el nivel de comunión que el Padre desea ardientemente que alcancemos. Y esto no significa que ya dejamos de crecer, ¡para nada!, significa que por fin hemos pasado el umbral de la puerta de entrada.

Ahora estamos en el lugar de la comunión continua. Antes solo accedíamos de a ratos, en momentos especiales. Ahora es nuestro pan cotidiano. Ahora es cuando verdaderamente, caminamos con Papá.

Como dije más arriba, no se terminaron las peleas, de hecho, ¡recién ahora empieza lo bueno! Pero como nuestra visión ha cambiado tanto, realmente los conflictos no nos importan, solo están en un lugar secundario. Solo nos interesa crecer en el conocimiento de Dios, en la comunión, alegrar su corazón, sanar las heridas que el rechazo de los seres humanos, a través de los siglos, produjeron en su corazón. Solo él es el centro, y todo lo demás de acomoda a esta verdad.

Por supuesto que hay mucha más revelación de lo que pude escribir aquí, pero creo que al menos se han delineado algunas etapas importantes. Quizás el enfoque ha sido muy “lineal”, y la realidad no sea siempre tan secuencial, pero, con todo, creo que sí hay unas etapas en sentido general que deben ser cumplidas. No podemos entenderlas hasta que no pasemos por ellas, pero podemos saber algo de lo que se trata para poder identificarlas rápidamente y que no nos tomen por sorpresa. Hay un destino de gloria para los hijos fieles.


¡Dios sea glorificado en todo!

 

sábado, 6 de febrero de 2010

SALMO 23, 1ª parte

1 El Señor es mi pastor, nada me falta;
2 en verdes pastos me hace descansar.
Junto a tranquilas aguas me conduce;
3 me infunde nuevas fuerzas.
por amor a su nombre.

4 Aun si voy por valles tenebrosos,
no temo peligro alguno
porque tú estás a mi lado;
tu vara de pastor me reconforta.

5 Dispones ante mí un banquete
en presencia de mis enemigos.
Has ungido con perfume mi cabeza;
has llenado mi copa a rebosar.

6 La bondad y el amor me seguirán
todos los días de mi vida;
y en la casa del Señor
habitaré para siempre.


La Palabra de Dios es maravillosa, entre otras cosas, porque un mismo texto puede decirnos cosas distintas cuando lo miramos con enfoques distintos. Y así, este Salmo que ha sido de gran aliento para los cristianos cuando se encuentran en aflicciones, también nos da la pista de varias etapas por las cuales pasa del hijo de Dios. Comprenderlas nos ayuda a transitarlas más rápidamente y alcanzar la comunión anhelada.


1 El Señor es mi pastor, nada me falta;
2 en verdes pastos me hace descansar.
Junto a tranquilas aguas me conduce;
3 me infunde nuevas fuerzas.
por amor a su nombre.


Lo primero que vemos es al “Señor”. Jesucristo llega efectivamente a nuestras vidas cuando, antes que nada, lo hacemos Señor de la misma, es decir cuando lo aceptamos como legítimo Salvador y, por haberla comprado, dueño de nuestra vida.

La revelación de “Señor” es importante. De alguna forma, todo el Antiguo Pacto trató con eso. “Señor” implica derecho legítimo, autoridad, gobierno, obediencia; implica también santidad, que en cierto sentido no es otra cosa que obediencia a las leyes divinas.

No hay salvación posible si Cristo no se ha constituido “Señor” en la vida de la persona. Creo que hay gente engañada en nuestras iglesias, que nunca hizo verdaderamente de Jesucristo su Señor, y que, tristemente, no irá al cielo cuando muera.

La revelación de “Señor” está en la base de toda revelación subsiguiente de la naturaleza divina. Nada de lo que sigue puede mantener su verdadero sentido si se pierde esta. Jesucristo es mi Señor al inicio de mi vida cristiana y lo sigue siendo hasta el final, y por la eternidad.

El principado de “Leviatán” (el orgullo) se levanta muy fuerte en este momento, para tratar de impedir que la persona ceda el trono de su corazón a Cristo.

Luego de esta etapa, muy pronto, el “Señor” se nos revela como nuestro “Pastor”, y aquí hay un contraste. El concepto de “Señor” (amo, dueño) no parece muy cercano al concepto de “Pastor”, que implica cuidado, comprensión, incluso sacrificio, según vemos en la revelación más perfecta del Nuevo Pacto. Pero cuidado, esta dificultad proviene de nuestro entendimiento humano y de nuestra experiencia con autoridades humanas, desde el punto de vista de Dios tal discrepancia no existe ni en lo más mínimo: el Señor, el Amo, el Dueño, es a la vez el tierno y sacrificado Pastor. Y esto es, de paso, una perlita que tenemos que aprender cuando nos encontramos en posiciones de liderazgo.

En otras épocas, y también ahora, muchos cristianos se quedaron en la revelación de Jesucristo como Señor, pero no como Pastor tierno y amante. Podemos llegar a entenderlo como Señor si hacemos un paralelo con las autoridades (autoritarias) humanas, aunque tal comprensión será necesariamente bastante torcida. Es más difícil entenderlo como Pastor porque no hay tantos paralelos en la sociedad, y menos en esta época. Y es que en todo este crecimiento en el conocimiento de Cristo necesitamos la revelación constante del Espíritu.

Pastor implica cuidado, guía, conducción no forzada. Implica también compañía, protección del peligro. El Pastor va adelante, mostrando la senda y transitando él primero por ella.

Las heridas provocadas por autoridades mal usadas (padres, maestros, jefes, políticos, etc.) pueden aflorar en esta etapa e impedir que la revelación de “Pastor” se establezca en el nuevo creyente. Un espíritu de autocompasión es el que alimenta todo esto.

Habiendo avanzado en la comprensión de Jesús como pastor, viene luego el entendimiento de que “nada me falta”, es decir, me provee de todo… lo que realmente necesito. Claro, no me va a dar mis caprichitos por el mero hecho de dejarme contento, porque si, antes de ser proveedor es pastor, lo que me va a dar es lo que realmente necesito; y en este caso se trata de lo que sirve para formar la imagen de Cristo en mí. Y para una alimentación equilibrada, a veces hace falta algún pasto amargo…

En un mundo plagado de carencias de todo tipo: físicas, emocionales, espirituales; es propio que Dios se nos revele muy pronto como proveedor de todo, en todas las áreas. Está implícito en su naturaleza de amor, y es lo primero que necesita el ser humano convertido. Repito, el nuevo creyente (¡y también el viejo, de paso!) necesita desesperadamente que le sean suplidas las tremendas necesidades que viene arrastrando del mundo. Es imposible que alguien pueda dar nada si primero no ha recibido algo. Esto es un principio espiritual: solamente podemos dar lo que hayamos recibido de Dios. Por otro lado, el recién convertido está todavía terriblemente deformado si se lo compara con la imagen del hombre perfecto creada originalmente en Adán. Dios comienza a restaurar al cristiano en todas las áreas, hacia la imagen de Cristo. Y este restaurar implica que necesita recibir las gracias divinas.

En esta etapa pueden aparecer varias trampas. Una es el legalismo, que expresa, tácitamente, que “yo soy el que se tiene que esforzar primero para obtener algo”. En una comprensión equilibrada de la gracia, entiendo que necesito primero recibir lo que Dios está dispuesto a darme para luego responder responsablemente en el dar yo también. El legalismo va de la mano del espíritu de religiosidad.

Otra trampa es el espíritu de miseria, que nos susurra pobreza al oído. Mucha fortaleza mantiene todavía en Latinoamérica, y creo que va a recibir nuevos ímpetus en la medida que avance la crisis mundial. La “fe en la pobreza” (es decir, creer que no voy a ser bendecido) estorba primero el entendimiento y segundo la manifestación de Dios como proveedor.

Otra trampa más está en quedarse en la revelación de Dios como proveedor solo de lo material, y no procurar la multitud de bienes espirituales y del alma que Dios tiene para nosotros: entendimiento espiritual, comunión, bendición espiritual, dones, conocimiento y habilidades en el área del alma, emociones sanadas, etc. Sin eso, nunca llegaremos a la imagen de Cristo, y, de hecho, son las bendiciones espirituales (y en segundo lugar, las que tienen que ver con el alma) las que nos abren las puertas para recibir las materiales. En realidad, si recibimos las espirituales, las demás vienen solas necesariamente.

Los verdes pastos son los ámbitos espirituales adonde Él nos quiere llevar (aquí y más adelante tomo conceptos expresados por Ana Méndez). No se trata de lugares físicos, ni siquiera de la comunión con los hermanos, con todo lo reconfortante que pueda ser; sino de lugares espirituales donde nuestra alma y espíritu pueden estar tranquilos, tener paz, sin recibir mensajes intranquilizadores del infierno. Tiene que ver, en cierto sentido, con reunir los fragmentos del alma que pudieran estar en distintas regiones de cautividad y llevar, nuestro ser espiritual íntegro, a Sus lugares de descanso. En esa posición tiene paz nuestra alma. En las prisiones del infierno es atormentada.

El alma del creyente, si permanece fragmentada, se encuentra en prisiones del infierno, donde esa parte de nuestro ser es torturada y, como resultado, no alcanzamos a vivir una vida plena y perfectamente tranquila. Podemos haber avanzado hasta el nivel de la provisión, pero quedarnos todavía fragmentados y con áreas atormentadas.

La imagen de la pradera también la podemos enfocar desde un punto de vista más “terrenal”, y hacer el paralelo entre un rebaño paciendo tranquilo y la comunión apacible de los hermanos en la congregación. Pero, de nuevo, esto no puede ocurrir en la tierra si primero no se han roto las esclavitudes en el ámbito espiritual. En medio de la comunión de los santos, cuando El Santo está presente, hay reposo, sanidad, consuelo, fortaleza.

Las aguas tranquilas no son las aguas estancadas; son las aguas de un río o de un arroyo, que corre suavemente, no como una inundación, pero sin dejar de moverse. Las aguas son las aguas del Espíritu, el río que viene de Dios, como dijo Jesús:

37–38 El último día de la fiesta era el más importante. Aquél día Jesús, puesto de pie, dijo con voz fuerte:
—Si alguien tiene sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura, del interior de aquél correrán ríos de agua viva.
39 Con esto, Jesús quería decir que los que creyeran en él recibirían el Espíritu; y es que el Espíritu todavía no estaba, porque Jesús aún no había sido glorificado.
Juan 7:37-39

Este “río” no se trata simplemente de la voz del Espíritu que cada tanto nos habla (o por lo menos, ¡eso trata!), no es solo “tener al Espíritu” o haber sido impactado alguna vez por El. Es tener, literalmente, un río de agua viva fluyendo continuamente. En el ámbito espiritual, es estar al lado de ese río, en un sentido general pero también en un sentido específico, es decir, el río de revelación y propósito específico que Dios tiene para cada uno.

El río da vida, da nuevas fuerzas, permite que siempre se fructifique. Una cosa es estar en la pradera, el lugar de descanso del alma, otra cosa es tener el agua viva fluyendo y poder fructificar en toda época.

El peligro es depender del fluir “ajeno”, es decir, conformase con el fluir del Espíritu en otra persona. En el mejor de los casos, será un fluir genuino preparado para otro y que no se va a ajustar cien por ciento para mí. En el peor de los casos, serán aguas contaminadas, con apariencia de verdad solamente.

No nos conectamos automáticamente con el fluir del Espíritu. Desde el inicio, no podemos hacerlo si no estamos en el área de “tranquilidad”, la pradera, porque si todavía hay perturbación, molestia satánica en nuestra alma, no podemos escuchar atentamente el susurro del Espíritu.

Beber del río implica soltarnos un poco de la mano de la revelación de otros, y esto puede provocar en los otros celos y temor, por lo que pueden ponerse en juego tácticas muy fuertes de manipulación y control, que en realidad vienen del mismo espíritu de religiosidad, solo que ahora será más bien el espíritu corporativo de la religión.

Las aguas del mundo son turbulentas, solo calman (o aparentan calmar) la sed del alma. Siempre se corre el peligro de que se mezclen con las aguas genuinas del Espíritu.

En el dejarse guiar en obediencia por el Espíritu es que recibimos las fuerzas sobrenaturales para vivir y obrar en el reino. Entiéndase “fuerzas” no meramente como fuerzas físicas, aunque las incluye, sino también como capacidad intelectual, poder para hacer maravillas, conocimiento, etc.

Cada una de las etapas anteriores tiene manifestaciones en la vida en sociedad el cristiano, pero creo que esta puede ser una de las más visibles. Las nuevas fuerzas son para seguir donde otros caen, para creer cuando es imposible (¡y ver los milagros imposibles!), para permanecer donde todos cayeron, para no claudicar en ninguna posición. Son las fuerzas espirituales para hacer proezas, es la capacidad para hacer milagros, señales y prodigios. Las nuevas fuerzas implican necesariamente el “hacer”, y este “hacer” es muy distinto al del mundo, e incluso al de los cristianos que no llegaron a esta etapa.

Notemos que las nuevas fuerzas vienen de Dios (él las infunde) y se encuentran inmediatamente después de los verdes pastos y de las aguas tranquilas. Hay un alimento espiritual que el cristiano necesita. En un sentido más perfecto, este alimento es Cristo mismo:

53 Jesús les dijo:
—Les aseguro que si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán vida. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último. 55 Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él. 57 El Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él; de la misma manera, el que se alimenta de mí, vivirá por mí. 58 Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es como el maná que comieron los antepasados de ustedes, que a pesar de haberlo comido murieron; el que come de este pan, vivirá para siempre.
Juan 6:53-58

Hay un “comer espiritual de Cristo” que debe ser continuo, y que implica más que solo orar o leer la Biblia, sino que es un hecho espiritual.

Uno de los peligros es que, sencillamente, dejemos de comer el alimento espiritual que se nos da y nos debilitemos espiritualmente, y terminemos tratando de hacer la obra de Dios con las fuerzas humanas.

Otro de los peligros es darle lugar a Leviatán (el orgullo), porque al comenzar a manifestarse hechos sorprendentes en nosotros podemos envanecernos.

Sólo después de haber recibido todos estos beneficios es que se revela un propósito mayor en nosotros: todo es para Su gloria (“por amor de su nombre”). Si esto fuera revelado antes pensaríamos que Dios es orgulloso y egoísta. Pero ahora, recién ahora, es que podemos entender cabalmente que lo hace así porque él es la única fuente de la vida y sólo lo que se mantiene en su plan y sus propósitos y se dirige plenamente en su ser hacia Él puede tener verdadera vida. Es en esta etapa donde, además, podemos responder con verdadero amor desinteresado hacia él, luego de haber recibido tantos beneficios y de haberlo conocido tal como es, en toda su bondad. Luego de haber experimentado la bondad de Dios podemos responder con amor hacia Él, y solamente entonces, y no antes, estamos verdaderamente preparados para que todo en nuestras vidas, y aun nuestras vidas mismas, estén dirigidas a darle gloria a él.

Continua la próxima semana