1 Reyes 20:13 RVC
13 Pero un profeta fue a ver al rey Ajab de
Israel, y le dijo: «Así ha dicho el Señor: “¿Ves esta gran muchedumbre? Hoy
mismo voy a entregarla en tus manos, para que reconozcas que yo soy el Señor.”»
Este pasaje podría pasar desapercibido en la
Biblia, como tantos otros en los que un profeta le anuncia al rey el auxilio
misericordioso del Señor, si no fuera porque un poco antes se hubiera escrito:
1 Reyes 16:30 RVC
30 Ajab reinó veintidós años sobre Israel en
Samaria, pero a los ojos del Señor sus hechos fueron peores que los de todos
los que reinaron antes de él.
En este tiempo en que los cristianos estamos
siendo impulsados por el Espíritu hacia la arena política, y teniendo en cuenta
que en nuestra historia latinoamericana las “incursiones políticas” evangélicas
(y no evangélicas también) no han sido siempre muy “felices”, ya sea en
funcionarios individuales o en acciones políticas grupales, se hace necesaria
una nueva reflexión bíblica al respecto. La buena noticia es que las Escrituras
están repletas de política, que a la sazón, no es un invento griego, como nos
han hecho creer.
Bueno, veamos el caso. Acab (o Ajab, como se
puede escribir según las versiones) es mencionado como el peor de los reyes que
había tenido Israel hasta ese tiempo. No podría decir si fue el peor de todos,
pero el relato bíblico le dedica especial atención, así que podemos suponer que
si no lo fue, anduvo cerca. Junto con Acab aparece Jezabel, otra figura nefasta
con peso propio. Y por si fuera poco, completamos el “combo” con una nación
(Israel, el reino del norte que se había separado de Judá) casi en su totalidad
entregada a la idolatría (y las perversiones que siempre la acompañaban).
Si este escenario lo viéramos hoy no quedaría
mucho más para anunciar que el inminente juicio divino. Y por cierto que eso
ocurrió sobre Israel: no les fue bien nunca desde que se separaon, hasta que
finalmente terminaron por ser destruidos y exiliados. Pero “mientras tanto”,
¿qué pasó?
Ese “mientras tanto” nos interesa porque se
relaciona mucho con las realidades políticas que vivimos los cristianos hoy, y
en la medida que somos impulsado por el Espíritu a participar en la “cosa
pública”, necesitamos una comprensión bíblica que nos brinde las herramientas
necesarias.
Pues bien, acá tenemos a un rey impío, no
demasiado diferente a la mayoría de nuestros políticos actuales, solo que hoy
lo siguen disimulando, por ahora, y un grave problema nacional, con un pueblo
casi completamente apartado del Señor, tampoco muy diferente a nuestras
naciones.
Pero Dios no estaba callado. Elías había
aparecido en escena, probablemente ya había ocurrido la confrontación con los
profetas de Baal y la nación estaba teniendo una especie de despertar
espiritual. Como sea, el testimonio del Dios de Israel seguía vivo a pesar de
la apostasía, y no pensaba rendirse tan fácilmente, todavía pasaría un siglo y
medio antes de que desapareciera como nación. Así que Yahveh seguía dispuesto a
mostrar Su misericordia en medio de los juicios. Y cuando ese rey perverso y en
extremo pecador decidió buscar ayuda en el Dios de sus antepasados, Él estuvo
presto a responderle, “para que reconozcas que yo soy el Señor”.
Notemos que el nivel de justicia u obediencia
a los preceptos divinos que tenía la nación y el sistema político en ese
momento era muy bajo, ya lo dijimos, no resultaba lógico pensar que Dios
pudiera responder, pero lo hizo por amor a Su pueblo rebelde y para que hubiera
testimonio de Su poder.
Podemos hablar mucho sobre el tema, pero la
idea central es que Dios puede escuchar a gobernantes impíos que decidan
buscarlo (normalmente como último recurso, aclaremos) y puede haber una
liberación milagrosa sobre una nación que no lo merece.
Hubo un profeta que fue al rey, y los
profetas no faltan hoy. De hecho, la Iglesia fiel no puede ser otra cosa que
profética, pero aún dentro de ella encontramos los ministerios proféticos
activos y maduros.
Ahora bien, hay un requisito: el rey impío
creyó el mensaje profético y siguió las instrucciones específicas:
1 Reyes 20:15-17a RVC
15 Entonces Ajab pasó revista a los siervos
de los jefes de las provincias, y eran doscientos treinta y dos guerreros.
Luego pasó revista a todo el ejército israelita, y contó siete mil guerreros.
16 Se pusieron en marcha al mediodía,
saliendo de Samaria, mientras Ben Adad y los treinta y dos reyes que lo
apoyaban seguían emborrachándose en su campamento.
17 Los primeros en salir de la ciudad fueron
los siervos de los jefes de provincia. …
La bendición tenía una condición muy simple:
la fe y la obediencia estratégica. Notemos que no se le pidió nada más, ¡a
pesar de lo mucho que tenía para mejorar! No podía hacer más que eso y el Señor
le pidió solo eso. Por supuesto, cuando seguimos leyendo el relato vemos que
con el correr del tiempo su obediencia no fue perfecta, pero en este momento
hizo lo que se le pidió hacer, y Dios lo rescató milagrosamente.
Aquello que los evangélicos latinoamericanos
debemos entender aquí es el modo de obrar de Dios: el Señor está dispuesto a
bendecir a un político impío que decidió escuchar la voz de Sus profetas y
obedecerle, a pesar de que en el resto de las cosas siga siendo impío y
desobediente. Eso no significó un “cheque en blanco” ni mucho menos implicó que
a partir de ese momento todos los israelitas fieles tuvieran que afiliarse al
partido político de Acab. Tampoco significó que los profetas sólo le dirían
lindas promesas a partir de ese momento, porque leemos que un año después la
palabra que recibió fue muy dura (1 Reyes 20:41,42). Simplemente significó que
Dios estaba dispuesto a respaldar esa obediencia, lo más que podía pedírsele en
ese momento, y que a partir de allí el Señor hubiera podido seguir trabajando.
Pero si luego se volvía atrás las promesas no se cumplirían.
Los evangélicos latinoamericanos somos muy
simplistas en la cuestión política, no dejamos de ser adolescentes (al igual
que casi el resto de la sociedad, convengamos) que no han pasado del
pensamiento “blanco o negro” (propio de la estructura mental juvenil), solo que
ahora espiritualizado: o es todo bueno y requiere todo el apoyo, o es todo malo
y exige todo el rechazo. Eso no es de ningún modo lo que leemos en la Biblia.
Dios solo está comprometido consigo mismo, y en Su trato con los hombres la
bendición o maldición, el éxito o el fracaso, tiene condiciones.
Esas condiciones cambian a lo largo del
tiempo, otra gran dificultad de comprensión para nosotros, pero no porque Dios
cambie o Su Palabra lo haga, sino porque cambia la sociedad y cambia lo que
Dios puede razonablemente pedir que la gente haga.
Veamos un ejemplo. Cuando comparamos muchas
de las leyes mosaicas con la revelación del Nuevo Pacto nos resultan claramente
antiguas, pero tenían muchísimo sentido en el contexto donde fueron dadas.
Hacia la época de Jesús el adulterio no se castigaba con la muerte (ni en las
leyes de Israel ni en las de Roma), con lo que el reclamo de los religiosos en
Juan 8 ya no tenía sentido legal, pero en el tiempo de Moisés, para un grupo de
esclavos recién salidos de un país corrompido y en una cultura oriental, no
ejecutar juicio de muerte sobre los dos adúlteros (y no solamente sobre la
mujer, como dijeron los fariseos) podía llevar a interminables y mucho más
sangrientas guerras de honor.
Desde otra óptica, la Israel de Acab se había
alejado tanto de las leyes del Señor que ya quedaba muy poca memoria de ellas,
no se le podía pedir mucho porque de ningún modo hubieran podido responder.
Pero se podía pedir algo, y a partir de ese punto de obediencia, el Espíritu
Santo podía seguir trabajando en ellos.
Buena parte de nuestra sociedad
latinoamericana, especialmente las clases medias y altas, son poscristianas o
neopaganas, ya están muy lejos de la Biblia y del conocimiento de las leyes de
Dios. Pero algo se les puede pedir y a partir de algún punto el Espíritu puede
obrar y puede manifestarse e incluso respaldar a políticos que claramente
sostienen leyes impías porque a partir de allí podrá seguir trabajando.
No debemos anular estas manifestaciones, es
más, resulta IMPOSIBLE que no haya algo a partir de lo cual Dios pueda empezar
a trabajar prácticamente en cualquiera de nuestros políticos. Eso no significa
avalar todo lo que hacen, ni hacer la “vista gorda”, ni dejar de ser una
crítica voz profética, significa madurar espiritual y políticamente, y mantener
“un camino abierto” hacia Dios.
Por supuesto, no hay fórmulas aquí, solo
escuchar la voz del Espíritu y actuar en consecuencia, paso a paso conforme nos
va guiando. Acab fue un pésimo rey, pero aún así escuchó a veces la voz de los
profetas y cambió algunos rumbos desastrosos. Le fue mal a la nación, pero no
tanto como le hubiera ido si no hubiera habido profetas y si, aunque sea, no
hubiera obedecido en esas pocas oportunidades en que lo hizo. ¿Podremos los
evangélicos latinoamericanos abandonar nuestro idealismo utópico (que solo se
cumplirá en el Reino venidero) y ser útiles para traer aunque sea un poco de
alivio en este tiempo de maldad, por más que eso poco nos cueste mucho trabajo
y persecución?
Danilo Sorti