El problema de la forma
de gobierno dentro de la iglesia es histórico, aunque era más bien
un debate de tiempos pasados o de algunas iglesias; porque el avance
actual del personalismo, escudado detrás de la reforma apostólica,
ha "desdibujado" el tema.
Para tratar el tema desde
una perspectiva bíblica se pueden buscar muchos pasajes, uno de
ellos que resulta bastante clave es el de 1ª Samuel 8, porque nos
muestra un proceso de transición, en el que se decidió buena parte
de la historia de Israel. Del mismo modo, la estructura de gobierno
de la iglesia ha determinado, directa e indirectamente, buena parte
de la historia de ella.
Este debate se inscribe
en un proceso más general de "deconstrucción" de un
evangelio individualista que "invisibiliza" la dimensión
grupal, política, de gobierno, y que por ello ha resultado funcional
al sector "dominante" y cómodo al "dominado".
Normalmente estos temas son catalogados de "poco espirituales",
pero entonces, ¿por qué ocupan tanto espacio en la Biblia?
Cuando Dios sacó al
pueblo de Israel de Egipto y lo introdujo en la tierra de Canaán no
le dió un rey enseguida. El modelo de gobierno era de tipo federal;
cada tribu mantenía mucha autonomía y había un líder, levantado y
respaldado expresamente por Dios que se encargaba de guiar al pueblo,
especialmente en momentos difíciles. Este sistema requería que la
gente tuviera la suficiente responsabilidad como para buscar a Dios y
obedecer sus leyes sin tener un poder humano central que se lo
exigiera.
De la historia del libro
de Jueces vemos que pocas veces funcionó; porque "... cada cual
hacía lo que bien le parecía" (Jueces 21:25). La causa que
presenta el escritor del libro es que "... no había rey en
Israel..." El problema de que no hubiera rey era básicamente
que Israel no aceptaba el reinado del Señor sobre ellos, por eso no
había rey... aunque el Rey estaba entre ellos.
Nunca pudieron aceptar el
reinado de Dios sobre ellos, y por consiguiente, Dios nunca (o muy
pocas veces) fue verdaderamente su rey. Entonces cobra pleno sentido
la queja del escritor de Jueces: "No había rey en Israel".
Luego de varios siglos de
vivir en la anarquía, la situación comienza a mejorar de mano de
Samuel, pero al final de sus días el pueblo termina de poner el
"moño" a su rebeldía al pedir un rey humano en vez de
alguien levantado por el Señor.
"Al
hacerse viejo, Samuel nombró caudillos de Israel a sus hijos. Su
primer hijo, que se llamaba Joel, y su segundo hijo, Abías,
gobernaban en Beerseba. Sin embargo, los hijos no se comportaron como
su padre, sino que se volvieron ambiciosos, y se dejaron sobornar, y
no obraron con justicia. Entonces se reunieron todos los ancianos de
Israel y fueron a entrevistarse con Samuel en Ramá, para decirle:
“Tú ya eres un anciano, y tus hijos no se portan como tú; por lo
tanto, nombra un rey que nos gobierne, como es costumbre en todas las
naciones.”" (1º Samuel 8.1-5, DHH)
Samuel
había sido un buen caudillo. Su nacimiento fue obra de Dios; desde
antes de su concepción estuvo en Sus planes, y muy temprano en su
infancia comenzó a manifestarse proféticamente, con una palabra
contundente.
Pero,
así como Elí no pudo pasar su herencia espiritual ni educar y
controlar adecuadamente a sus hijos, tampoco pudo Samuel. Esto, por
sí solo, es una enseñanza enorme, y bien vale que meditemos en ella
y busquemos sabiduría en el Espíritu. Pero por ahora nos interesa
el panorama general: sin mucho discernimiento espiritual en esta
ocasión, Samuel pone a sus hijos de líderes (una especie de
"sucesión monárquica") y la experiencia falla. No existe
en el relato noticia de otro líder que estuviera surgiendo, como en
el caso de Josué con Moisés, y, por lo visto, a nadie se le ocurrió
convocar a un tiempo de ayuno y oración en el pueblo para que Dios
mismo levantara otro líder.
Es
triste, Samuel fue un muy buen líder, pudo llevar al pueblo en medio
de una transición de épocas y hacerse cargo de un estado de
anarquía espiritual y social generalizado; pero no pudo hacer una
transición. En esencia, es lo mismo que pasó en la época de los
caudillos: Dios se compadecía de su pueblo, levantaba un líder
militar, lo ayudaba mientras vivía, pero luego todo volvía a ser
como antes o peor, y cuando hubo un intento de "sucesión"
como en el caso de Gedeón, resultó desastroso. En ningún momento
leemos que algún caudillo formara nuevos líderes conforme al
corazón de Dios (bueno, en realidad, casi ninguno de ellos lo fue
tampoco). Pero tampoco seamos tan duros con ellos, porque la historia
se remonta al final de los tiempos de Josué:
"Mientras
él vivió, los israelitas mantuvieron el culto al Señor; y también
mientras vivieron los ancianos que sobrevivieron a Josué, que habían
visto todos los grandes hechos del Señor en favor de Israel. Pero
murió Josué, a la edad de ciento diez años, y lo enterraron en su
propio terreno de Timnat-sérah, que está al norte del monte de
Gaas, en los montes de Efraín. Murieron también todos los
israelitas de la época de Josué. Y así, los que nacieron después
no sabían nada del Señor ni de sus hechos en favor de Israel."
(Jueces 2.7-10, DHH)
¿Cómo
es posible que se levantara una generación que no conocía nada de
lo que Dios había hecho, si expresamente en la Ley Mosaica el Señor
le manda a Moisés que los padres debían enseñar a sus hijos? Pues,
sencillamente, ¡porque no lo hicieron! Y antes de criticarlos a
ellos, pensemos que hacemos nosotros hoy, ocupados profesionales
cristianos del siglo XXI, tratando de desarrollar carreras exitosas
"para testimonio" y ministrar en las cosas de la iglesia
"para servir al Señor", mientras dejamos algunas migajas
de tiempo para nuestros hijos y familias.
Dejando
de lado preguntas incómodas, ni Josué ni los ancianos establecieron
una tradición de sucesión espiritual; no fueron capaces de
identificar líderes emergentes que estuvieran siendo formados por el
Señor, no los tuvieron al lado suyo y no les confirieron su
autoridad y liderazgo frente al pueblo. Moisés lo hizo con Josué,
pero eso no se repitió en los siglos siguientes.
Samuel
hizo las cosas bien en su vida, pero falló al final en un aspecto
muy clave: la transición del liderazgo espiritual, y cayó en el
"familiarismo". Hoy en día diríamos que esto está
"institucionalizado" en muchas iglesias, simplemente se
acepta que el liderazgo pasará del pastor a alguno de sus hijos.
¿Habremos vuelto a la época monárquica? Ser hijo del súper ungido
del Señor no garantiza absolutamente nada. Lo vimos en el caso de
Samuel y lo vemos a diario en nuestras iglesias.
Conocemos
lo que pasó después, pero detengámonos un momento antes de
avanzar. ¿Qué hubiera pasado si Samuel hubiera hecho una transición
espiritual del liderazgo, si cuando veía que ya sus fuerzas
flaqueaban hubiera orado para que el Señor levantara a otro líder
santo? En el relato bíblico no se critica a Samuel, pero eso no
significa que su conducta haya sido correcta. Pudo haber sigo un
siervo fiel en muchos aspectos, pero en este no. Un "pequeño"
error de una persona de peso espiritual trajo consecuencias que
duraron siglos. Es cierto que después el Señor revirtió la
situación y apareció un David que se convirtió en tipo de
Jesucristo, y que recibió promesas que durarán por la eternidad,
pero esto es porque Dios es Dios y tiene el poder de restaurar
cualquier situación en algo más glorioso que el modelo original.
¡Gloria sea a su nombre por siempre, porque su amor, poder y
sabiduría sobrepasan todos los errores y pecados humanos!
Cuán
delicado es estar en una posición de autoridad espiritual, y cuán
delicado es el momento de la transición. Es triste que la vejez de
muchos líderes de Dios sea un momento de desorientación y
vergüenza, que genere problemas para el futuro y que destruya parte
de lo que construyó en vida. Que Dios nos de la sabiduría para
corrernos a tiempo, que nunca nos apeguemos al poder y reconocimiento
más que a Dios y que entendamos que no somos indispensables en nada,
simplemente el Señor nos ha invitado a participar en Su obra por un
tiempo.
Los
hijos tenían "la vaca atada"; todo les fue relativamente
fácil, las cosas funcionaban sin mucho esfuerzo y no necesitaron
nunca esforzarse demasiado por buscar a Dios. No aprovecharon todo lo
que recibieron y su carácter no fue transformado por el Espíritu,
en consecuencia, aunque sabían la "forma" de hacer las
cosas, tenían "nombre" y un camino ya hecho, no tenían la
cualidad moral necesaria para hacerlo.
Pero
en el relato hay otra parte tan importante como la primera: el
pueblo. Ellos podían haber reflexionado en lo que estaba justo
delante de sus ojos, y razonar que con un rey pasaría exactamente lo
mismo que ahora estaba pasando con Samuel. Es más, si con Samuel, un
hombre santo que escuchaba la voz divina, un profeta, pasaba eso,
¿qué no pasaría con una autoridad "civil", que no
tuviera las mismas credenciales espirituales?
Además,
decir "como es costumbre en todas las naciones"
significaba que ellos conocían lo que pasaba con las sucesiones
monárquicas en "todas las naciones", esto es, las
intrigas, guerras, matanzas, incompetencia de los sucesores, que
ocurría. Ellos sabían exactamente lo que estaban buscando, y aún
así lo eligieron.
Por
otra parte, conocían cuán bueno había sido cuando Dios levantaba
un líder; tenían vivos todavía el recuerdo de Moisés y de Josué,
y el de Samuel en su mejor época.
Un
rey, según ellos, les iba a garantizar mayor seguridad, mejor
defensa, más orden interno. Pero todo esto Dios se lo podía dar, y
se lo había dado en el pasado reciente. Sin embargo, prefirieron una
autoridad humana a tener que estar siempre dependiendo de escuchar la
voz de Dios, tener que buscarlo continuamente, enfrentarse a las
decisiones "impredecibles" del Señor, a tener que
coordinarse entre ellos, a tener que consensuar, a depender de la
voluntad del pueblo... En definitiva, el proyecto democrático de
Dios había fracasado.
"Queremos
ser como las otras naciones". Ellas funcionan mejor, tienen más
orden, solucionan mejor sus problemas. Y era cierto, pero porque
nunca pudieron entender y aceptar el modelo divino.
"Samuel,
disgustado porque le pedían que nombrara un rey para que los
gobernara, se dirigió en oración al Señor; pero el Señor le
respondió: “Atiende cualquier petición que el pueblo te haga,
pues no es a ti a quien rechazan, sino a mí, para que yo no reine
sobre ellos. Desde el día en que los saqué de Egipto, hasta el
presente, han hecho conmigo lo mismo que ahora te hacen a ti, pues me
han abandonado para rendir culto a otros dioses. Así pues, atiende
su petición; pero antes adviérteles seriamente de todos los
privilegios que sobre ellos tendrá el rey que los gobierne.”"
(1º Samuel 8.6-9, DHH)
El
Señor muestra claramente la intención del corazón del pueblo.
Samuel podía entender que sus hijos no hicieran las cosas bien, y
podía entender que el pueblo no los quisiera, pero tenía el
suficiente discernimiento como para entender que un rey no era la
solución.
Este
pasaje nos enseña algo muy interesante, porque nos muestra la
voluntad permisiva de Dios. El hecho de que permita o tolere algo no
significa que sea su perfecta voluntad. Suele ser una excusa muy
frecuente pensar o decir que, porque Dios se manifiesta en nosotros,
o nos bendice, o hace milagros, o se manifiestan sus dones, entonces
estamos haciendo todo bien. Es más, ni aún una respuesta positiva a
nuestras oraciones es indicación de que estamos haciendo bien.
Hay
un tiempo en el que el Señor contiende, pero finalmente va a "ceder"
y a permitir que los hombres cosechen todo el fruto de lo que
sembraron.
En
el relato, los ancianos del pueblo (las máximas autoridades, que
expresaban la voluntad del pueblo) se enfocan en la persona de Samuel
y sus hijos; pero en realidad estaban criticando un modelo de
gobierno divino. La crítica a los verdaderos líderes puestos por
Dios sigue siendo crítica a Dios mismo. En un tiempo de revisión de
los liderazgos y modelos de gobierno de la iglesia, nunca hay que
olvidarse de eso. Aún con los errores que suponemos había cometido
Samuel y vimos más arriba, su liderazgo seguía el modelo divino y
tenía su respaldo. La solución no era atacar los fundamentos de su
liderazgo sino buscar una transición conforme el propósito de Dios.
El
Señor expone la iniquidad generacional del pueblo, la raíz de
pecado que se había transmitido a lo largo de generaciones y que
nunca había sido extirpada. La historia es muy importante, y no
deberíamos desdeñar sus enseñanzas, al contrario, si podemos
entender bien lo que Dios dijo aquí, podemos aplicar lo mismo en el
presente, y procurar cortar con las raíces generacionales de pecado.
Finalmente
Dios concedió un modelo de gobierno distinto, pero dejando en claro
que no era su propósito, sino sólo su permiso.
Acá
vale una aclaración. Siglos antes, el Señor le había dicho a
Moisés:
"“Si
cuando hayan entrado en el país que el Señor su Dios les va a dar,
y lo hayan conquistado y vivan en él, dicen: ‘Queremos tener un
rey que nos gobierne, como lo tienen todas nuestras naciones
vecinas’," (Deuteronomio 17.14, DHH)
Y
luego continúa enumerando los principios básicos de conducta que
debía tener el monarca.
Ahora
bien, podemos interpretar esto como que Dios está respaldando la
monarquía, pero eso sería ir en contra del contexto del Pentateuco
y de lo que claramente dice el pasaje de 1ª Samuel. Simplemente, Él
ya sabía lo que iba a pasar, conocía lo obstinado que era su pueblo
y reglamentó el proceso para que fuera lo "menos malo"
posible.
Aún
en medio de todo esto, es maravilloso ver como Dios respeta nuestra
voluntad, como permite al hombre ajustar su propio destino, aunque no
sea el correcto, pero sin dejar de advertir. Pero no es sencillo
acostumbrarse a un Dios así, ¡no queremos manejar nuestra propia
libertad!
La
clave de por qué no quería Dios que hubiera un rey está en la
última frase: "adviérteles seriamente de todos los privilegios
que sobre ellos tendrá el rey". ¡Nunca fue el propósito
divino que un hombre se levantara por encima de los otros para
acaparar recursos y privilegios. Nunca fue ese el modelo de gobierno
que Él pensó.
Fijémonos
cuánto le importa a Dios este asunto. El pueblo quería un gobierno
humano centralizado que les diera "orden y seguridad", y el
Señor les advierte que el precio de eso sería la libertad y la
dignidad. Con el correr de los siglos suponemos que la situación
mejoró algo, pero no demasiado.
Dios
había tratado de hacer libre a su pueblo, pero vez tras vez ellos
quisieron hacerse esclavos; no entendieron el propósito divino, no
estuvieron dispuestos a pagar el precio de su libertad, no quisieron
correr riesgos, minimizaron la institucionalización del abuso de
poder que ocurriría con una monarquía, no valoraron la dignidad que
tenían.
"Entonces
Samuel comunicó la respuesta del Señor al pueblo que le pedía un
rey. Les dijo: —Esto es lo que les espera con el rey que los va a
gobernar: Llamará a filas a los hijos de ustedes, y a unos los
destinará a los carros de combate, a otros a la caballería y a
otros a su guardia personal. A unos los nombrará jefes de mil
soldados, y a otros jefes de cincuenta. A algunos de ustedes los
pondrá a arar sus tierras y recoger sus cosechas, o a fabricar sus
armas y el material de sus carros de combate. Y tomará también a su
servicio a las hijas de ustedes, para que sean sus perfumistas,
cocineras y panaderas. Se apoderará de las mejores tierras y de los
mejores viñedos y olivares de ustedes, y los entregará a sus
funcionarios. Les quitará la décima parte de sus cereales y
viñedos, y la entregará a los funcionarios y oficiales de su corte.
También les quitará a ustedes sus criados y criadas, y sus mejores
bueyes y asnos, y los hará trabajar para él. Se apropiará, además,
de la décima parte de sus rebaños, y hasta ustedes mismos tendrán
que servirle. Y el día en que se quejen por causa del rey que hayan
escogido, el Señor no les hará caso." (1º Samuel 8.10-18,
DHH)
El
panorama de los versículos es por demás de claro; el sistema
monárquico avanzaría sobre las familias, las posesiones, los
recursos económicos y aún sus propias vidas, todo en nombre del
bienestar común. Además, generaría un grupo privilegiado por
encima del pueblo. Y para peor, Dios les promete que NO va a hacer
nada para revertirlo.
El
sistema monárquico que ellos querían se apoderaría de sus recursos
y controlaría hasta sus propias vidas. Impondría sus propios
proyectos, sus propios planes y reduciría al pueblo a la
servidumbre.
Notemos
que todo lo que Samuel está nombrando aquí no estaba ocurriendo
todavía, que a pesar de todos los conflictos que había tenido
Israel, conservaban su dignidad, la capacidad de decidir, su propia
libertad y recursos que habían heredado cuando se conquistó la
tierra. No pudieron ver ni valorar eso.
"Pero
el pueblo, sin tomar en cuenta la advertencia de Samuel, respondió:
—No importa. Queremos tener rey, para ser como las otras naciones,
y para que reine sobre nosotros y nos gobierne y dirija en la guerra.
Después de escuchar Samuel las palabras del pueblo, se las repitió
al Señor, y el Señor le respondió: —Atiende su petición y
nómbrales un rey. Entonces Samuel ordenó a los israelitas que
regresaran, cada uno a la ciudad de donde venía." (1º Samuel
8.19-22, DHH)
¡No
sirvió de nada la advertencia! Esto se parece a muchas cosas que
decimos, sabiendo que no producirán cambio. Aún más, el Espíritu
mismo nos manda muchas veces a hablar sabiendo que no habrá
respuesta, para que conste ante la gente como justicia y advertencia.
¿Qué
es lo que el pueblo quería? Ser como los demás, no resultar
"extraños", acomodarse al sistema, a las "cosas como
son", hacer lo que "le funciona al otro". Alguien que
ponga orden, no asumir el propio compromiso. Alguien que les diga qué
hacer. Alguien que los proteja. Las mismas razones por las que se
sostienen los gobiernos actualmente, a pesar de la tremenda crisis de
representatividad. Y cuando empiezan a ser cuestionados, salen
corriendo a buscar enemigos (reales o imaginarios), o incluso
realizar "acciones de falsa bandera". Se trata de mantener
al pueblo lo suficientemente asustado como para que acepte un
gobierno abusivo e incompetente.
Samuel
presenta la respuesta ante el Señor y obtiene su aprobación. Todos
vuelven a sus casas y el resto de la historia la conocemos. Muchos
tuvieron que sufrir y morir, a lo largo de los siglos, por los
pecados y abusos de los reyes israelitas. Al final, les pasó lo
mismo que a los egipcios bajo el gobierno de José: terminaron todos
transformados en esclavos.
Hasta
aquí el relato bíblico. ¿Y por casa como andamos?
El
modelo de iglesia que se ha establecido como "exitoso" en
las últimas décadas resulta fuertemente personalista, con un líder
carismático que terminó acaparando todo el poder de decisión, el
manejo de los recursos, el reconocimiento público, y la única
"palabra autorizada" para dirigir a la iglesia. El "pueblo"
(que precisamente se comporta como "pueblo", como una masa)
se alegra con los éxitos del líder, saca de sus recursos para
aumentar su prosperidad y para construir su "pequeño imperio
eclesiástico".
La
estructura de gobierno actual, tanto de las iglesias grandes como de
las pequeñas, tiene muchas similitudes a lo que dice este capítulo.
Y vuelvo a decir que hay muchos más pasajes que hablan sobre el
tema. Un líder ocupa una posición "monárquica",
concentrando el poder de decisión y los recursos, la capacidad de
liderazgo y la única palabra autorizada para poner "orden"
en la congregación. Finalmente todo va a depender de él, y de su
camarilla, que recibe a discreción parte de los privilegios y
recursos del líder.
Esta
es la estructura piramidal que genera el espíritu de religión, la
estructura de control humano que recrea el modelo del reinado. ¡Y la
iglesia sí lo quiere! No vemos que sea seriamente cuestionada, no
vemos que haya un movimiento masivo de creyentes hacia otro modelo de
iglesia (así como tampoco vemos un movimiento masivo de no
creyentes hacia dentro de ese tipo de iglesia); simplemente se lo
acepta como la forma "divina" de gobierno. Y no podría
esperarse más de una cristiandad incapaz de leer y estudiar la
Biblia.
No
se aceptan proyectos distintos al proyecto del líder, las
actividades y los espacios "válidos" para "servir al
Señor" están ya determinados por la estructura del liderazgo y
prácticamente no hay otra cosa que se acepte fácilmente como
"genuino servicio al Señor". Cualquier otra visión es
rápidamente condenada como "di – visión". Normalmente
no sabemos cuánto gana el pastor, ni suelen mostrarse los libros de
cuenta indicando en qué se gastó el dinero y, extrañamente, la
familia pastoral y ciertos amigos empiezan a prosperar económicamente
de manera rápida. Nada diferente a lo que planteó Samuel.
Pero
si un Samuel se levantara para condenar esa situación, ¿le
ocurriría algo distinto a la respuesta que recibió Samuel? No.
¡Vaya
panorama! Una cristiandad atrapada en una estructura religosa
piramidal cuasi monárquica, incapaz de ver o siquiera desear algo
distinto. ¿Qué podemos hacer?
Lo
primerísimo es alabar a Dios porque no estamos en la época del
Antiguo Pacto. Jesucristo ya ha venido y ha vencido sobre todo
espíritu de religión, nos dió las armas y la sabiduría para
pelear contra él y no tenemos que repetir ninguna historia,
simplemente aprender de ella y cambiarla.
Lo
segundo es quitar este sistema de nosotros, y eso puede ser doloroso.
Requiere un proceso que puede ser largo de trabajo del Espíritu
Santo, sacando a luz nuestro amor a la religión y nuestro deseo
(oculto o manifiesto) de ocupar nosotros mismos la punta de un
pequeño imperio humano. Aquí hace falta también guerra espiritual.
Lo
tercero es hacer precisamente lo mismo que Samuel: advertir
proféticamente sobre este sistema (no necesita ser un profeta
reconocido uno para hacerlo, es más, creo que hasta los no
cristianos podrían hacerlo bastante bien...). No sé cuánto servirá
eso, pero si no se produce cambio, por lo menos deja la puerta
abierta a que Dios pueda traer su juicio. También hace falta guerra
espiritual.
Y
luego algo muy práctico: ¡salir de Babilonia!, es decir, dejar de
aportar para ese sistema, no apoyarlo económicamente con nuestras
ofrendas, no dedicarle tiempo, no alabarlo ni recomendarlo. Quiero
ser cuidadoso en esto y en todo, nada de lo que digo debería ser
hecho sin una clara guía, paso por paso, del Espíritu Santo, por
ello, lo primero que uno debería hacer es ajustar el oído para
escuchar la voz de Dios, muy claramente. Creo que a veces más vale
posponer una decisión o un cambio hasta que estén dadas
determinadas condiciones.
Pero
quiero aclarar que inevitablemente llega un momento en que tenemos
que irnos de determinadas iglesias. No debemos sobreespiritualizar el
tema: sencillamente, no podremos tener ya más comunión con
determinadas estructuras.
Por
supuesto, llegar a una situación así va de la mano de una tremenda
pérdida de la verdad bíblica, de un absoluto descuido de la oración
y la comunión con el Señor y de una aceptación impía de patrones
humanos. Así que el cambio es bastante más grande y amplio de
simplemente ir a otra iglesia o formar una distinta. Es un proceso,
pero debe ser empezado.
Siempre
requiere fe avanzar hacia algo nuevo, pero este cambio significará
recuperar nuestra libertad espiritual, nuestro tiempo y recursos,
nuestra dignidad como personas y llegar a estar disponibles para lo
que Dios quiera usarnos, sin tener que someternos a "buenos
proyectos" humanos. Claro, el precio es escuchar a Dios en cada
momento y estar dispuestos a obedecerle.
Supongo
que esto será, al final de los tiempos, uno de los elementos
decisivos que dividirán a la iglesia apóstata de la iglesia santa.
Y creo que ese proceso está en pleno y rápido desarrollo hoy. Hay
un precio que pagar por nuestra libertad espiritual, pero vale la
pena.
Danilo
Sorti
Diciembre
de 2014