sábado, 21 de abril de 2012

APOCALIPSIS 22:1

APOCALIPSIS 22:11

APOCALIPSIS 22:11

 

 

Apocalipsis 22.11 DHH

11Deja que el malo siga en su maldad, y que el impuro siga en su impureza; pero que el bueno siga haciendo el bien, y que el santo siga santificándose.”

 

 

EL MALO Y EL IMPURO

 

La primera parte del versículo resulta enigmática, por la aparente contradicción de sentido. ¿Cómo puede el Espíritu no preocuparse por lo que le ocurra al pecador? Además, ¿es posible entender que tampoco nosotros deberíamos preocuparnos por el que se ha apartado de Dios?

 

Sin embargo, cuando ampliamos un poco la mirada, y ponemos el pasaje en contexto, aparece un significado mucho más claro. Veamos:

 

Apocalipsis 22.6-17 DHH

6El ángel me dijo: “Estas palabras (es decir, todo lo que se dijo antes) son verdaderas y dignas de confianza. El Señor, el mismo Dios que inspira a los profetas, ha enviado su ángel para mostrar a sus siervos lo que pronto va a suceder.”

7¡Vengo pronto! ¡Dichoso el que hace caso del mensaje profético que está escrito en este libro!”

8Yo, Juan, vi y oí estas cosas. Y después de verlas y oírlas, me arrodillé a los pies del ángel que me las había mostrado, para adorarlo. 9Pero él me dijo: “No hagas eso, pues yo soy siervo de Dios, lo mismo que tú y que tus hermanos los profetas y que todos los que hacen caso de lo que está escrito en este libro. Adora a Dios.”

10También me dijo: “No guardes en secreto el mensaje profético que está escrito en este libro, porque ya se acerca el tiempo de su cumplimiento. 11Deja que el malo siga en su maldad, y que el impuro siga en su impureza; pero que el bueno siga haciendo el bien, y que el santo siga santificándose.”

12“Sí, vengo pronto, y traigo el premio que voy a dar a cada uno conforme a lo que haya hecho. 13Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin.”

14Dichosos los que lavan sus ropas para tener derecho al árbol de la vida y poder entrar por las puertas de la ciudad. 15Pero fuera se quedarán los pervertidos, los que practican la brujería, los que cometen inmoralidades sexuales, los asesinos, los que adoran ídolos y todos los que aman y practican el engaño.

16“Yo, Jesús, he enviado mi ángel para declarar todo esto a las iglesias. Yo soy el retoño que desciende de David. Soy la estrella brillante de la mañana.”

17El Espíritu Santo y la esposa del Cordero dicen: “¡Ven!” Y el que escuche, diga: “¡Ven!” Y el que tenga sed, y quiera, venga y tome del agua de la vida sin que le cueste nada.

 

 

Si tenemos en cuenta el contexto inmediato de este versículo, ¡y mucho más si tenemos en cuenta el contexto de todo el libro!, queda claro que de ningún modo se está sugiriendo que el que esta lejos de Cristo continúe en su estado, sino todo lo contrario. Jamás Dios podría quedarse “tranquilo” con que el pecador siga en su camino de muerte, y es absolutamente absurdo, después de ver los terribles acontecimientos futuros (y, para nosotros, en parte presentes) que a alguno de los participantes de la visión se le ocurriera no llamar al arrepentimiento al lector.

 

Como se dijo, en la gran visión que es Apocalipsis, intervienen varias personas a lo largo de todo el relato: Juan, el ángel que le muestra la visión, Jesucristo mismo, y el Espíritu Santo en estos últimos versículos. Barclay en su comentario dice de la última parte del capítulo 22:

 

“Lo que nos queda del último capítulo del Apocalipsis está curiosamente deshilvanado. Se ponen las cosas sin un orden aparente; hay repeticiones de cosas que han salido antes; y a veces es difícil saber quién es el que está hablando. Hay dos posibilidades. Puede ser que Juan esté sondeando otra vez algunos de los temas que ya han aparecido en el libro, y presentando en escena a algunos de los personajes para el mensaje final. Pero tal vez es más probable que no acabara de poner en orden este último capítulo y que sea solo un boceto.”

 

Es probable que esto sea cierto desde el punto de vista del proceso de redacción del libro, pero, si aceptamos que en la Palabra escrita de Dios no hay “casualidades”, podríamos ver algo distinto, que nos ayudaría a entender mejor el versículo 11. Tratemos de ubicarnos en los sentimientos e inquietudes de todos los interlocutores: Juan había recibido la revelación más impactante, quizás, de toda su vida; estaba profundamente preocupado y emocionado a la vez; supongo que el ángel que le estaba mostrando estas cosas no lo estaba menos, al fin y al cabo, ¡la misión de ellos tiene que ver con todo lo que nos pase a nosotros!, y tampoco son omniscientes, por lo que no resultaría raro que él también estuviera aprendiendo junto con Juan. Y Jesucristo, que es la Palabra misma, estaba dirigiendo su último gran llamado de atención a toda la humanidad que iba a quedar registrado en El Libro de Dios. Todos estaban conmovidos por lo que habían visto o mostrado, y sabían que, de toda esa revelación que era la última, además, estaban diciendo las últimas palabras, las palabras finales de toda la Escritura. La situación es parecida a cuando hay un grupo de personas que están intentando convencer a un tercero de algo muy importante, y ya están por terminar la reunión; ¡todos quieren hablar al mismo tiempo! Al final de Apocalipsis todos están haciendo un llamado final a la conversión, porque ya no habrá más; no habrá más palabra canónica y, teniendo en cuenta el tiempo al que alude el libro, tampoco habrá más tiempo al momento en que la visión se esté cumpliendo.

 

Volvamos al versículo 11. De lo que dijimos al principio, no resulta muy lógico pensar que el interlocutor esté “avalando” que el pecador siga en su pecado; y de lo último, hay que ubicarlo dentro de un marco de gran urgencia. Pero hay más.

 

Como el versículo alude al “malo” (es decir, aquel que no hace el bien, porque no quiere, o no puede porque no lo quiere conocer) y como se ubica al final del libro, no sería descabellado interpretar que el “malo” es el que, después de haber leído todo el libro (y, por extensión, toda la revelación de la Palabra) sigue en su posición de rebeldía contra Dios. Entonces, ¿qué más se le puede decir a quién, después de conocer toda la verdad que Dios nos dejó, sigue sin querer cambiar?

 

Uno diría que nada, pero el Señor tiene todavía una palabra. El decir “nada” es lo que viene después de Apocalipsis, es decir, ¡nada!, porque no hay nada más escrito. Pero en las últimas palabras escritas está la última advertencia, y el sentido lo podemos entender cabalmente los que somos padres cuando hemos intentado convencer infructuosamente de algo a nuestros hijos. Cuando no hay nada más que decir (y sabiendo que el hijo rebelde, aunque afirme su posición rebelde, sigue esperando que los padres le digan algo, como para seguir “conectado” y “no alejarse” tanto en su rebeldía) simplemente decimos “hacé lo que quieras”. Todos los hijos (¡y nosotros, porque también lo somos!) saben que esto no quiere decir lo que dice, sino que es el último intento para convencerlos, es como decir “hacé lo que quieras, pero atenete a las consecuencias”.

 

Ahora, el pasaje va cobrando sentido, y más de uno. Por un lado, trata de hacer la “última” llamada de atención al incrédulo, al decir algo “contrario” a lo que normalmente se esperaría que el Espíritu dijera, y, quizás, tratando de conectarlo con algunos recuerdos de rebeldías juveniles, para hacerlo reflexionar. Pero esto nos lleva a pensar en por qué diría Dios algo así, por qué utilizaría esta expresión; si es solamente para captar la atención del rebelde o si hay algo más. Y lo que me parece es que sí lo hay, que tiene una nota de desesperanza. ¡Terrible sentimiento en quién es La Fuente de toda esperanza! Pero no hay que pintar de agradable lo que no lo es, como acostumbra hacer el sistema actual. Aunque suene a herejía, los receptores de este mensaje (y no olvidemos que hasta ahora solo hemos estado hablando de la primera parte del versículo) difícilmente se vayan a convertir (no creyeron después de leer todo lo que leyeron, por extensión, la Biblia) y Dios mismo ya no puede abrigar muchas esperanzas de su salvación. Uno puede ver, escarbando un poco por debajo de las palabras, el dolor del Padre.

 

Llega un momento en el que prácticamente no hay más posibilidades de conversión, y aunque siempre, y repito, siempre, hay esperanza mientras se esté sobre esta tierra, el cambio muy difícilmente ocurra. Y aquí vamos a otro enfoque de esta primera parte del versículo; no solamente le habla al pecador no convertido, sino también al ministro, al creyente fiel preocupado por la salvación y el crecimiento de las almas.

 

Antes de seguir, un paréntesis, obvio para algunos y no para otros; el “pecador no arrepentido” no es solamente el mentiroso, ladrón, avaro, asesino, etc., etc., etc.; también lo es el religioso respetable, amable y dedicado, que, sin embargo, no ha entregado su corazón a Cristo, sino que intenta hacer el bien por sus propias fuerzas y buenas, aunque erradas, intenciones. Pero, ¿no podrá ser también el cristiano que, aunque habiendo creído de verdad, persiste en hacer su propia voluntad y seguir sus propios caminos, desoyendo la sabia voz del Espíritu? Lo dejamos por el momento, y volvemos con nuestro tema principal.

 

Si partimos del versículo 10, el primer destinatario del mensaje del versículo 11 es Juan, quién, además, tenía a su cargo un grupo de iglesias (precisamente aquellas a las que se dirige el libro); aunque por el modo bíblico de escribir es lícito hacer la extensión a los otros lectores. Juan era un apóstol, un ministro, alguien que tenía la responsabilidad sobre muchos creyentes, y también sobre las comunidades donde se encontraban esas iglesias. Parece que el mensaje sería entonces: “Amado Juan, no pierdas el tiempo con los que no quieren cambiar, la advertencia que había que darles ya fue dada”. Pablo lo dice de manera práctica a su discípulo Tito: 10Si alguien causa divisiones en la iglesia, llámale la atención una y dos veces; pero si no te hace caso, expúlsalo de ella, 11pues debes saber que esa persona se ha pervertido y que su mismo pecado la está condenando.”Tito 3.10-11 DHH

 

Normalmente los apóstoles y los profetas, en particular estos últimos, y en parte los maestros, no suelen necesitar esta exhortación; sus dones y su llamado no les hacer ser demasiado insistentes con los que rechazan la voz de Dios (pueden serlo si hay un propósito del Espíritu); pero cuando recordamos que Juan es “el apóstol del amor”, está claro que, por una tendencia humana a exagerar nuestras fortalezas y vocación, necesitaría este llamado de atención para no perder el tiempo y priorizar más bien a los que sí iban a escuchar. Especialmente los pastores, y también los evangelistas y maestros, necesitan esta advertencia; su tendencia es a “exagerar” el amor y la preocupación por los demás. El problema es que cuando se hace esto, en realidad se está “estirando” el amor sobre determinadas personas, pero el recurso tiempo que se invierte en esas personas necesariamente no se está invirtiendo en otros, que están buscando y dispuestos a recibir, o que por lo menos deben tener la oportunidad de escuchar y responder. Por eso, este “estirar el amor” no es verdaderamente amor, porque solo se focaliza en algunos destinatarios de la preocupación de Dios y se olvida de otros. Puede ser que sea porque nos sentimos “cómodos” con los “incrédulos conocidos” y no queremos arriesgarnos con los “incrédulos desconocidos”. Por supuesto, hay que ser prudentes en esto y estar siempre atentos a la voz del Espíritu, porque sin discernimiento no sabremos “cuando es suficiente” y cuando hay que seguir insistiendo.

 

Cuando el tiempo es corto (como lo muestra el contexto textual) hay que ser mucho más precisos en el manejo de los recursos (en este caso, capacidad de ministrar a otros, tiempo para hacerlo, preparación para eso). Y no hay duda de que hoy estamos en los “tiempos cortos”, cuando: “… “Ciertamente la cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos. …”  Lucas 10.2 DHH

 

Para otros, aquellos que están empezando en el camino de la fe, que aún no están plenamente capacitados ni llamados para ministrar, el mensaje sería: “ … ¡Corre, ponte a salvo! No mires hacia atrás, ni te detengas para nada en el valle. Vete a las montañas, si quieres salvar tu vida.” Génesis 19.17 DHH. No hay que perder tiempo, inevitablemente va a tener una batalla arreciando alrededor, pero debe aprovechar cada minuto posible en alcanzar “la montaña”, esto es, el lugar de la presencia de Dios, el sitio de la revelación, de la sanidad, del compañerismo de los santos, de la madurez; cuando llegue ya habrá otro llamado para cumplir luego.

 

Por supuesto, nada de todo lo dicho debería tomarse como “regla definitiva” sin someterlo a la voz del Espíritu, quién es el que interpreta, orienta y aplica en lo específico la palabra Logos.

 

 

EL BUENO Y EL SANTO

 

Trabajé unos años en la docencia, y una de las situaciones que más me molestaban era cuando teníamos plenarias y se terminaba hablando casi todo el tiempo de Fulano, Mengano y Sultano, que eran los particularmente problemáticos esa temporada. En una ocasión tuve el atrevimiento de decir que, mientras demorábamos tanto tiempo en hablar de los alumnos con dificultades, no hablábamos de cómo mejorar el resultado de los alumnos que no tenían problemas, y que eran la mayoría. Por supuesto, mi osadía me costó una fuerte reprimenda del resto de los docentes del tenor de que “los otros ya andaban bien, y no necesitaban que nos ocupáramos especialmente de ellos”. Y así discurría el año, no resolvíamos el problema de los problemáticos (que seguían causando dificultades o directamente se iban de la escuela) y no avanzábamos en mejorar lo que se estaba haciendo bien (¿y quién sabe si eso no hubiera ayudado en algo a los que tenían dificultades?). Esta historia se repite en todas las escuelas, por lo menos de mi país, y me atrevería a decir que en buena parte de los otros países también.

 

Entiendo que el Espíritu está diciendo algo así en este versículo; llega el momento en que ya no hay que preocuparse de los que no desean cambiar, pero en el que sí hay que seguir ayudando al que está en proceso de santificación. “… que el malo siga en su maldad, y que el impuro siga en su impureza …”, da idea de continuación pero no específicamente de empeoramiento, aunque de hecho es lo que ocurre cuando se persevera en hacer lo malo. En todo caso, no se alienta explícitamente a que “empeore”. Pero la segunda parte del versículo es un poco distinta: “… que el bueno siga haciendo el bien, y que el santo siga santificándose”. El sentido de proceso es muy parecido al anterior pero hay una diferencia notable (que se repite en otras traducciones también) y es el “siga santificándose”, es decir, que sea más santo, que continúe el proceso. La primera parte de la expresión da una idea más “estática” (aunque sabemos que tampoco es así, porque también se progresa al hacer el bien), nos recuerda a otra expresión del Apocalipsis: 11Vengo pronto. Conserva lo que tienes, para que nadie te arrebate tu premio.” (3:11). Da la idea de mantener algo, de no perderlo en el proceso, tal como advirtió el Señor: 34“Tengan cuidado y no dejen que sus corazones se hagan insensibles por los vicios, las borracheras y las preocupaciones de esta vida, para que aquel día no caiga de pronto sobre ustedes 35como una trampa. Porque vendrá sobre todos los habitantes de la tierra.” Lucas 21.34-35. Esta idea es importante y el fenómeno es real; tiene que ver con perder el primer amor, tal como fue amonestada la iglesia de Éfeso: Sin embargo, tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor.” Apocalipsis 2.4 NVI. Pablo lo tiene presente cuando dice: 1… Para mí no es ninguna molestia repetir lo que ya les he escrito, y para ustedes es útil.” Filipenses 3.1 DHH

 

La perseverancia es una virtud que solo podemos entender en la medida que pasa el tiempo. La Biblia está llena de ejemplos y exhortaciones, no voy a abundar más en ella, sino simplemente decir que en esta época del “todo rápido y todo ya” necesitamos prestar especial atención a ese tema, para no dejarnos desviar.

 

Creo que es lícito pensar que parte de la función de Juan según se lo exhorta en este versículo consistía en ayudar a los hermanos a perseverar en el primer amor. La última expresión plantea una acción cualitativamente distinta a las otras: es necesario que el santo siga creciendo en santidad; y para eso Juan tenía que “dejar” al malo seguir en su maldad.

 

Todo lo que dijimos más arriba sobre el contexto de urgencia se aplica también a la segunda parte del versículo. No se puede perder tiempo con unos y no hay que desperdiciar el tiempo con otros, ni estos otros deben a su vez desaprovecharlo. Es urgente que el santo no solo no retroceda, sino que avance. Teniendo en cuenta lo que va a pasar, 36Estén ustedes preparados, orando en todo tiempo, para que puedan escapar de todas estas cosas que van a suceder y para que puedan presentarse delante del Hijo del hombre.”  Lucas 21.36 DHH.

 

Por otro lado, “… Ciertamente la cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos.” Mateo 9.37 DHH, por lo que los santos deben entrar en combate lo más pronto posible; no pueden hacerlo si no están preparados, si no están adecuadamente santificados, es decir, transformados a la imagen de Cristo. Con la misma urgencia con que Cristo trata de dar el último aviso al pecador no arrepentido, a la vez que insta a su siervo a no perder demasiado tiempo con él, llama a los creyentes fieles a seguir perfeccionándose para que sean útiles en recoger la cosecha del final de los tiempos, ¡tampoco hay tiempo que perder!

 

Hay más. 1También debes saber que en los tiempos últimos vendrán días difíciles.” 2 Timoteo 3.1 DHH. Por eso la urgencia en no dejarse estar. Nomás retener lo que uno tiene implica un esfuerzo, una “construcción nueva”, porque nuestra fe, nuestras convicciones, nuestra santidad son confrontadas con nuevos desafíos cada vez. Y si además hay que crecer, el camino es mayor. Uno no puede dormirse, el Señor lo sabe y por eso le urgía hacer esta exhortación a los fieles.

 

Con los justos y santos sí se puede trabajar. Y si lo son, es porque procuraron serlo, porque entendieron eso de “… el que tenga sed, y quiera, venga y tome del agua de la vida sin que le cueste nada.” Apocalipsis 22.16. Ellos no deben entretenerse en la maldad que los rodea, ni en la necedad de los que no quieren cambiar.

 

 

UN MUNDO FUERTEMENTE POLARIZADO

 

Para cualquiera que conozca algo de historia, “polarización” es una palabra recurrente. Hasta no hace mucho, teníamos la polarización capitalismo – comunismo. Ahora, está surgiendo una polarización social, política y económica (según me parece ver) entre “los poderosos mundiales” y “la sociedad mundial”; mucho más sutil e intrincada, pero a la larga no menos virulenta. Repito, no soy sociólogo, así que puedo estar diciendo una barbaridad, pero creo que algo de esto existe. Dentro de nuestros países, especialmente los latinos, también solemos tener polarizaciones políticas y sociales fuertes. En fin, el “Final de la Historia” nunca llegó… ni va a llegar!

 

Lo que estamos observando, a nivel social, es que se está dividiendo entre quienes tienen una visión más responsable, profunda y comprometida (en lo ecológico, social, político, económico, y un largo etcétera) y quienes simplemente se dejan llevar por el sistema y “aceptan” (protestando o no, pero finalmente haciéndolo) las “producciones masivas” (los slogans que salen para las masas, las diversiones que se les ofrece, el estilo de vida – ¡y de muerte! – que se les inculca, hasta los alimentos que se les vende). Existen miles y miles de variantes entre estos dos sistemas, y atraviesan todo el espectro de clases sociales y ubicaciones laborales / productivas. Pero, repito, según entiendo, se van conformando “dos sociedades”. Probablemente no sea un fenómeno muy visible todavía, pero yo entiendo que está en marcha.

 

¿Y qué tiene todo esto que ver con Apocalipsis 22:11? Mucho, porque lo que presenta ahí es, precisamente, un mundo fuertemente polarizado en lo espiritual. El incrédulo de Apocalipsis 22:11 ha llegado a un estado de endurecimiento en el cual ya no hay más nada que decirle (por eso es que le sobrevendrán la Tribulación y la Gran Tribulación, porque ya resultará imposible que crea solo por palabras o testimonios cristianos), mientras que el santo, que ha seguido santificándose, llegará, por fin en la historia de la iglesia, a ser verdaderamente “cristiano” en el sentido que los bromistas antioqueños le dieron: imitadores de Cristo en la tierra, es decir, serán prácticamente iguales a Cristo. ¿Cómo “convivirán” estos sistemas sociales? ¿Cómo se expresará la economía, la ciencia, la cultura, el lenguaje, la alimentación, etc., etc., en estos dos sistemas? ¿Se separarán geográficamente? ¿Qué tiene esto que ver con el fenómeno social que describimos al principio? ¿Cómo haremos para vivir en un mundo así? Sinceramente, ¡no tengo idea!, pero no me aflige mucho porque sé que lo voy a empezar a ver relativamente pronto, y que yo mismo voy a tener que enfrentarlo en breve, ¡y espero que cuando llegue el momento el Señor me de algunas buenas estrategias! Y no dude el lector que también estará en la misma situación (si no lo está ya).

 

Tenemos desafíos por delante que nunca hemos enfrentado en la historia de la iglesia, pero sabemos que “Dios ya estuvo allí”, por lo que simplemente necesitamos recurrir a él para encontrar las respuestas. Que estos breves pensamientos nos ayuden a reflexionar sobre situaciones de nuestra vida cristiana en que estos conceptos puedan servir de ayuda, como un “armazón” que el Espíritu vaya llenando de contenido específico según su voluntad para cada situación.

 

 

 

 

 

 

 

 

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