viernes, 19 de diciembre de 2014

1ª Samuel 8: el gobierno de la Iglesia y la estructura piramidal

El problema de la forma de gobierno dentro de la iglesia es histórico, aunque era más bien un debate de tiempos pasados o de algunas iglesias; porque el avance actual del personalismo, escudado detrás de la reforma apostólica, ha "desdibujado" el tema.

Para tratar el tema desde una perspectiva bíblica se pueden buscar muchos pasajes, uno de ellos que resulta bastante clave es el de 1ª Samuel 8, porque nos muestra un proceso de transición, en el que se decidió buena parte de la historia de Israel. Del mismo modo, la estructura de gobierno de la iglesia ha determinado, directa e indirectamente, buena parte de la historia de ella.

Este debate se inscribe en un proceso más general de "deconstrucción" de un evangelio individualista que "invisibiliza" la dimensión grupal, política, de gobierno, y que por ello ha resultado funcional al sector "dominante" y cómodo al "dominado". Normalmente estos temas son catalogados de "poco espirituales", pero entonces, ¿por qué ocupan tanto espacio en la Biblia?

Cuando Dios sacó al pueblo de Israel de Egipto y lo introdujo en la tierra de Canaán no le dió un rey enseguida. El modelo de gobierno era de tipo federal; cada tribu mantenía mucha autonomía y había un líder, levantado y respaldado expresamente por Dios que se encargaba de guiar al pueblo, especialmente en momentos difíciles. Este sistema requería que la gente tuviera la suficiente responsabilidad como para buscar a Dios y obedecer sus leyes sin tener un poder humano central que se lo exigiera.

De la historia del libro de Jueces vemos que pocas veces funcionó; porque "... cada cual hacía lo que bien le parecía" (Jueces 21:25). La causa que presenta el escritor del libro es que "... no había rey en Israel..." El problema de que no hubiera rey era básicamente que Israel no aceptaba el reinado del Señor sobre ellos, por eso no había rey... aunque el Rey estaba entre ellos.

Nunca pudieron aceptar el reinado de Dios sobre ellos, y por consiguiente, Dios nunca (o muy pocas veces) fue verdaderamente su rey. Entonces cobra pleno sentido la queja del escritor de Jueces: "No había rey en Israel".

Luego de varios siglos de vivir en la anarquía, la situación comienza a mejorar de mano de Samuel, pero al final de sus días el pueblo termina de poner el "moño" a su rebeldía al pedir un rey humano en vez de alguien levantado por el Señor.

"Al hacerse viejo, Samuel nombró caudillos de Israel a sus hijos. Su primer hijo, que se llamaba Joel, y su segundo hijo, Abías, gobernaban en Beerseba. Sin embargo, los hijos no se comportaron como su padre, sino que se volvieron ambiciosos, y se dejaron sobornar, y no obraron con justicia. Entonces se reunieron todos los ancianos de Israel y fueron a entrevistarse con Samuel en Ramá, para decirle: “Tú ya eres un anciano, y tus hijos no se portan como tú; por lo tanto, nombra un rey que nos gobierne, como es costumbre en todas las naciones.”" (1º Samuel 8.1-5, DHH)

Samuel había sido un buen caudillo. Su nacimiento fue obra de Dios; desde antes de su concepción estuvo en Sus planes, y muy temprano en su infancia comenzó a manifestarse proféticamente, con una palabra contundente.

Pero, así como Elí no pudo pasar su herencia espiritual ni educar y controlar adecuadamente a sus hijos, tampoco pudo Samuel. Esto, por sí solo, es una enseñanza enorme, y bien vale que meditemos en ella y busquemos sabiduría en el Espíritu. Pero por ahora nos interesa el panorama general: sin mucho discernimiento espiritual en esta ocasión, Samuel pone a sus hijos de líderes (una especie de "sucesión monárquica") y la experiencia falla. No existe en el relato noticia de otro líder que estuviera surgiendo, como en el caso de Josué con Moisés, y, por lo visto, a nadie se le ocurrió convocar a un tiempo de ayuno y oración en el pueblo para que Dios mismo levantara otro líder.

Es triste, Samuel fue un muy buen líder, pudo llevar al pueblo en medio de una transición de épocas y hacerse cargo de un estado de anarquía espiritual y social generalizado; pero no pudo hacer una transición. En esencia, es lo mismo que pasó en la época de los caudillos: Dios se compadecía de su pueblo, levantaba un líder militar, lo ayudaba mientras vivía, pero luego todo volvía a ser como antes o peor, y cuando hubo un intento de "sucesión" como en el caso de Gedeón, resultó desastroso. En ningún momento leemos que algún caudillo formara nuevos líderes conforme al corazón de Dios (bueno, en realidad, casi ninguno de ellos lo fue tampoco). Pero tampoco seamos tan duros con ellos, porque la historia se remonta al final de los tiempos de Josué:

"Mientras él vivió, los israelitas mantuvieron el culto al Señor; y también mientras vivieron los ancianos que sobrevivieron a Josué, que habían visto todos los grandes hechos del Señor en favor de Israel. Pero murió Josué, a la edad de ciento diez años, y lo enterraron en su propio terreno de Timnat-sérah, que está al norte del monte de Gaas, en los montes de Efraín. Murieron también todos los israelitas de la época de Josué. Y así, los que nacieron después no sabían nada del Señor ni de sus hechos en favor de Israel." (Jueces 2.7-10, DHH)

¿Cómo es posible que se levantara una generación que no conocía nada de lo que Dios había hecho, si expresamente en la Ley Mosaica el Señor le manda a Moisés que los padres debían enseñar a sus hijos? Pues, sencillamente, ¡porque no lo hicieron! Y antes de criticarlos a ellos, pensemos que hacemos nosotros hoy, ocupados profesionales cristianos del siglo XXI, tratando de desarrollar carreras exitosas "para testimonio" y ministrar en las cosas de la iglesia "para servir al Señor", mientras dejamos algunas migajas de tiempo para nuestros hijos y familias.

Dejando de lado preguntas incómodas, ni Josué ni los ancianos establecieron una tradición de sucesión espiritual; no fueron capaces de identificar líderes emergentes que estuvieran siendo formados por el Señor, no los tuvieron al lado suyo y no les confirieron su autoridad y liderazgo frente al pueblo. Moisés lo hizo con Josué, pero eso no se repitió en los siglos siguientes.

Samuel hizo las cosas bien en su vida, pero falló al final en un aspecto muy clave: la transición del liderazgo espiritual, y cayó en el "familiarismo". Hoy en día diríamos que esto está "institucionalizado" en muchas iglesias, simplemente se acepta que el liderazgo pasará del pastor a alguno de sus hijos. ¿Habremos vuelto a la época monárquica? Ser hijo del súper ungido del Señor no garantiza absolutamente nada. Lo vimos en el caso de Samuel y lo vemos a diario en nuestras iglesias.

Conocemos lo que pasó después, pero detengámonos un momento antes de avanzar. ¿Qué hubiera pasado si Samuel hubiera hecho una transición espiritual del liderazgo, si cuando veía que ya sus fuerzas flaqueaban hubiera orado para que el Señor levantara a otro líder santo? En el relato bíblico no se critica a Samuel, pero eso no significa que su conducta haya sido correcta. Pudo haber sigo un siervo fiel en muchos aspectos, pero en este no. Un "pequeño" error de una persona de peso espiritual trajo consecuencias que duraron siglos. Es cierto que después el Señor revirtió la situación y apareció un David que se convirtió en tipo de Jesucristo, y que recibió promesas que durarán por la eternidad, pero esto es porque Dios es Dios y tiene el poder de restaurar cualquier situación en algo más glorioso que el modelo original. ¡Gloria sea a su nombre por siempre, porque su amor, poder y sabiduría sobrepasan todos los errores y pecados humanos!

Cuán delicado es estar en una posición de autoridad espiritual, y cuán delicado es el momento de la transición. Es triste que la vejez de muchos líderes de Dios sea un momento de desorientación y vergüenza, que genere problemas para el futuro y que destruya parte de lo que construyó en vida. Que Dios nos de la sabiduría para corrernos a tiempo, que nunca nos apeguemos al poder y reconocimiento más que a Dios y que entendamos que no somos indispensables en nada, simplemente el Señor nos ha invitado a participar en Su obra por un tiempo.

Los hijos tenían "la vaca atada"; todo les fue relativamente fácil, las cosas funcionaban sin mucho esfuerzo y no necesitaron nunca esforzarse demasiado por buscar a Dios. No aprovecharon todo lo que recibieron y su carácter no fue transformado por el Espíritu, en consecuencia, aunque sabían la "forma" de hacer las cosas, tenían "nombre" y un camino ya hecho, no tenían la cualidad moral necesaria para hacerlo.

Pero en el relato hay otra parte tan importante como la primera: el pueblo. Ellos podían haber reflexionado en lo que estaba justo delante de sus ojos, y razonar que con un rey pasaría exactamente lo mismo que ahora estaba pasando con Samuel. Es más, si con Samuel, un hombre santo que escuchaba la voz divina, un profeta, pasaba eso, ¿qué no pasaría con una autoridad "civil", que no tuviera las mismas credenciales espirituales?

Además, decir "como es costumbre en todas las naciones" significaba que ellos conocían lo que pasaba con las sucesiones monárquicas en "todas las naciones", esto es, las intrigas, guerras, matanzas, incompetencia de los sucesores, que ocurría. Ellos sabían exactamente lo que estaban buscando, y aún así lo eligieron.

Por otra parte, conocían cuán bueno había sido cuando Dios levantaba un líder; tenían vivos todavía el recuerdo de Moisés y de Josué, y el de Samuel en su mejor época.

Un rey, según ellos, les iba a garantizar mayor seguridad, mejor defensa, más orden interno. Pero todo esto Dios se lo podía dar, y se lo había dado en el pasado reciente. Sin embargo, prefirieron una autoridad humana a tener que estar siempre dependiendo de escuchar la voz de Dios, tener que buscarlo continuamente, enfrentarse a las decisiones "impredecibles" del Señor, a tener que coordinarse entre ellos, a tener que consensuar, a depender de la voluntad del pueblo... En definitiva, el proyecto democrático de Dios había fracasado.

"Queremos ser como las otras naciones". Ellas funcionan mejor, tienen más orden, solucionan mejor sus problemas. Y era cierto, pero porque nunca pudieron entender y aceptar el modelo divino.

"Samuel, disgustado porque le pedían que nombrara un rey para que los gobernara, se dirigió en oración al Señor; pero el Señor le respondió: “Atiende cualquier petición que el pueblo te haga, pues no es a ti a quien rechazan, sino a mí, para que yo no reine sobre ellos. Desde el día en que los saqué de Egipto, hasta el presente, han hecho conmigo lo mismo que ahora te hacen a ti, pues me han abandonado para rendir culto a otros dioses. Así pues, atiende su petición; pero antes adviérteles seriamente de todos los privilegios que sobre ellos tendrá el rey que los gobierne.”" (1º Samuel 8.6-9, DHH)

El Señor muestra claramente la intención del corazón del pueblo. Samuel podía entender que sus hijos no hicieran las cosas bien, y podía entender que el pueblo no los quisiera, pero tenía el suficiente discernimiento como para entender que un rey no era la solución.

Este pasaje nos enseña algo muy interesante, porque nos muestra la voluntad permisiva de Dios. El hecho de que permita o tolere algo no significa que sea su perfecta voluntad. Suele ser una excusa muy frecuente pensar o decir que, porque Dios se manifiesta en nosotros, o nos bendice, o hace milagros, o se manifiestan sus dones, entonces estamos haciendo todo bien. Es más, ni aún una respuesta positiva a nuestras oraciones es indicación de que estamos haciendo bien.

Hay un tiempo en el que el Señor contiende, pero finalmente va a "ceder" y a permitir que los hombres cosechen todo el fruto de lo que sembraron.

En el relato, los ancianos del pueblo (las máximas autoridades, que expresaban la voluntad del pueblo) se enfocan en la persona de Samuel y sus hijos; pero en realidad estaban criticando un modelo de gobierno divino. La crítica a los verdaderos líderes puestos por Dios sigue siendo crítica a Dios mismo. En un tiempo de revisión de los liderazgos y modelos de gobierno de la iglesia, nunca hay que olvidarse de eso. Aún con los errores que suponemos había cometido Samuel y vimos más arriba, su liderazgo seguía el modelo divino y tenía su respaldo. La solución no era atacar los fundamentos de su liderazgo sino buscar una transición conforme el propósito de Dios.

El Señor expone la iniquidad generacional del pueblo, la raíz de pecado que se había transmitido a lo largo de generaciones y que nunca había sido extirpada. La historia es muy importante, y no deberíamos desdeñar sus enseñanzas, al contrario, si podemos entender bien lo que Dios dijo aquí, podemos aplicar lo mismo en el presente, y procurar cortar con las raíces generacionales de pecado.

Finalmente Dios concedió un modelo de gobierno distinto, pero dejando en claro que no era su propósito, sino sólo su permiso.

Acá vale una aclaración. Siglos antes, el Señor le había dicho a Moisés:

"“Si cuando hayan entrado en el país que el Señor su Dios les va a dar, y lo hayan conquistado y vivan en él, dicen: ‘Queremos tener un rey que nos gobierne, como lo tienen todas nuestras naciones vecinas’," (Deuteronomio 17.14, DHH)

Y luego continúa enumerando los principios básicos de conducta que debía tener el monarca.

Ahora bien, podemos interpretar esto como que Dios está respaldando la monarquía, pero eso sería ir en contra del contexto del Pentateuco y de lo que claramente dice el pasaje de 1ª Samuel. Simplemente, Él ya sabía lo que iba a pasar, conocía lo obstinado que era su pueblo y reglamentó el proceso para que fuera lo "menos malo" posible.

Aún en medio de todo esto, es maravilloso ver como Dios respeta nuestra voluntad, como permite al hombre ajustar su propio destino, aunque no sea el correcto, pero sin dejar de advertir. Pero no es sencillo acostumbrarse a un Dios así, ¡no queremos manejar nuestra propia libertad!

La clave de por qué no quería Dios que hubiera un rey está en la última frase: "adviérteles seriamente de todos los privilegios que sobre ellos tendrá el rey". ¡Nunca fue el propósito divino que un hombre se levantara por encima de los otros para acaparar recursos y privilegios. Nunca fue ese el modelo de gobierno que Él pensó.

Fijémonos cuánto le importa a Dios este asunto. El pueblo quería un gobierno humano centralizado que les diera "orden y seguridad", y el Señor les advierte que el precio de eso sería la libertad y la dignidad. Con el correr de los siglos suponemos que la situación mejoró algo, pero no demasiado.

Dios había tratado de hacer libre a su pueblo, pero vez tras vez ellos quisieron hacerse esclavos; no entendieron el propósito divino, no estuvieron dispuestos a pagar el precio de su libertad, no quisieron correr riesgos, minimizaron la institucionalización del abuso de poder que ocurriría con una monarquía, no valoraron la dignidad que tenían.

"Entonces Samuel comunicó la respuesta del Señor al pueblo que le pedía un rey. Les dijo: —Esto es lo que les espera con el rey que los va a gobernar: Llamará a filas a los hijos de ustedes, y a unos los destinará a los carros de combate, a otros a la caballería y a otros a su guardia personal. A unos los nombrará jefes de mil soldados, y a otros jefes de cincuenta. A algunos de ustedes los pondrá a arar sus tierras y recoger sus cosechas, o a fabricar sus armas y el material de sus carros de combate. Y tomará también a su servicio a las hijas de ustedes, para que sean sus perfumistas, cocineras y panaderas. Se apoderará de las mejores tierras y de los mejores viñedos y olivares de ustedes, y los entregará a sus funcionarios. Les quitará la décima parte de sus cereales y viñedos, y la entregará a los funcionarios y oficiales de su corte. También les quitará a ustedes sus criados y criadas, y sus mejores bueyes y asnos, y los hará trabajar para él. Se apropiará, además, de la décima parte de sus rebaños, y hasta ustedes mismos tendrán que servirle. Y el día en que se quejen por causa del rey que hayan escogido, el Señor no les hará caso." (1º Samuel 8.10-18, DHH)

El panorama de los versículos es por demás de claro; el sistema monárquico avanzaría sobre las familias, las posesiones, los recursos económicos y aún sus propias vidas, todo en nombre del bienestar común. Además, generaría un grupo privilegiado por encima del pueblo. Y para peor, Dios les promete que NO va a hacer nada para revertirlo.

El sistema monárquico que ellos querían se apoderaría de sus recursos y controlaría hasta sus propias vidas. Impondría sus propios proyectos, sus propios planes y reduciría al pueblo a la servidumbre.

Notemos que todo lo que Samuel está nombrando aquí no estaba ocurriendo todavía, que a pesar de todos los conflictos que había tenido Israel, conservaban su dignidad, la capacidad de decidir, su propia libertad y recursos que habían heredado cuando se conquistó la tierra. No pudieron ver ni valorar eso.

"Pero el pueblo, sin tomar en cuenta la advertencia de Samuel, respondió: —No importa. Queremos tener rey, para ser como las otras naciones, y para que reine sobre nosotros y nos gobierne y dirija en la guerra. Después de escuchar Samuel las palabras del pueblo, se las repitió al Señor, y el Señor le respondió: —Atiende su petición y nómbrales un rey. Entonces Samuel ordenó a los israelitas que regresaran, cada uno a la ciudad de donde venía." (1º Samuel 8.19-22, DHH)

¡No sirvió de nada la advertencia! Esto se parece a muchas cosas que decimos, sabiendo que no producirán cambio. Aún más, el Espíritu mismo nos manda muchas veces a hablar sabiendo que no habrá respuesta, para que conste ante la gente como justicia y advertencia.

¿Qué es lo que el pueblo quería? Ser como los demás, no resultar "extraños", acomodarse al sistema, a las "cosas como son", hacer lo que "le funciona al otro". Alguien que ponga orden, no asumir el propio compromiso. Alguien que les diga qué hacer. Alguien que los proteja. Las mismas razones por las que se sostienen los gobiernos actualmente, a pesar de la tremenda crisis de representatividad. Y cuando empiezan a ser cuestionados, salen corriendo a buscar enemigos (reales o imaginarios), o incluso realizar "acciones de falsa bandera". Se trata de mantener al pueblo lo suficientemente asustado como para que acepte un gobierno abusivo e incompetente.

Samuel presenta la respuesta ante el Señor y obtiene su aprobación. Todos vuelven a sus casas y el resto de la historia la conocemos. Muchos tuvieron que sufrir y morir, a lo largo de los siglos, por los pecados y abusos de los reyes israelitas. Al final, les pasó lo mismo que a los egipcios bajo el gobierno de José: terminaron todos transformados en esclavos.

Hasta aquí el relato bíblico. ¿Y por casa como andamos?

El modelo de iglesia que se ha establecido como "exitoso" en las últimas décadas resulta fuertemente personalista, con un líder carismático que terminó acaparando todo el poder de decisión, el manejo de los recursos, el reconocimiento público, y la única "palabra autorizada" para dirigir a la iglesia. El "pueblo" (que precisamente se comporta como "pueblo", como una masa) se alegra con los éxitos del líder, saca de sus recursos para aumentar su prosperidad y para construir su "pequeño imperio eclesiástico".

La estructura de gobierno actual, tanto de las iglesias grandes como de las pequeñas, tiene muchas similitudes a lo que dice este capítulo. Y vuelvo a decir que hay muchos más pasajes que hablan sobre el tema. Un líder ocupa una posición "monárquica", concentrando el poder de decisión y los recursos, la capacidad de liderazgo y la única palabra autorizada para poner "orden" en la congregación. Finalmente todo va a depender de él, y de su camarilla, que recibe a discreción parte de los privilegios y recursos del líder.

Esta es la estructura piramidal que genera el espíritu de religión, la estructura de control humano que recrea el modelo del reinado. ¡Y la iglesia sí lo quiere! No vemos que sea seriamente cuestionada, no vemos que haya un movimiento masivo de creyentes hacia otro modelo de iglesia (así como tampoco vemos un movimiento masivo de no creyentes hacia dentro de ese tipo de iglesia); simplemente se lo acepta como la forma "divina" de gobierno. Y no podría esperarse más de una cristiandad incapaz de leer y estudiar la Biblia.

No se aceptan proyectos distintos al proyecto del líder, las actividades y los espacios "válidos" para "servir al Señor" están ya determinados por la estructura del liderazgo y prácticamente no hay otra cosa que se acepte fácilmente como "genuino servicio al Señor". Cualquier otra visión es rápidamente condenada como "di – visión". Normalmente no sabemos cuánto gana el pastor, ni suelen mostrarse los libros de cuenta indicando en qué se gastó el dinero y, extrañamente, la familia pastoral y ciertos amigos empiezan a prosperar económicamente de manera rápida. Nada diferente a lo que planteó Samuel.

Pero si un Samuel se levantara para condenar esa situación, ¿le ocurriría algo distinto a la respuesta que recibió Samuel? No.

¡Vaya panorama! Una cristiandad atrapada en una estructura religosa piramidal cuasi monárquica, incapaz de ver o siquiera desear algo distinto. ¿Qué podemos hacer?

Lo primerísimo es alabar a Dios porque no estamos en la época del Antiguo Pacto. Jesucristo ya ha venido y ha vencido sobre todo espíritu de religión, nos dió las armas y la sabiduría para pelear contra él y no tenemos que repetir ninguna historia, simplemente aprender de ella y cambiarla.

Lo segundo es quitar este sistema de nosotros, y eso puede ser doloroso. Requiere un proceso que puede ser largo de trabajo del Espíritu Santo, sacando a luz nuestro amor a la religión y nuestro deseo (oculto o manifiesto) de ocupar nosotros mismos la punta de un pequeño imperio humano. Aquí hace falta también guerra espiritual.

Lo tercero es hacer precisamente lo mismo que Samuel: advertir proféticamente sobre este sistema (no necesita ser un profeta reconocido uno para hacerlo, es más, creo que hasta los no cristianos podrían hacerlo bastante bien...). No sé cuánto servirá eso, pero si no se produce cambio, por lo menos deja la puerta abierta a que Dios pueda traer su juicio. También hace falta guerra espiritual.

Y luego algo muy práctico: ¡salir de Babilonia!, es decir, dejar de aportar para ese sistema, no apoyarlo económicamente con nuestras ofrendas, no dedicarle tiempo, no alabarlo ni recomendarlo. Quiero ser cuidadoso en esto y en todo, nada de lo que digo debería ser hecho sin una clara guía, paso por paso, del Espíritu Santo, por ello, lo primero que uno debería hacer es ajustar el oído para escuchar la voz de Dios, muy claramente. Creo que a veces más vale posponer una decisión o un cambio hasta que estén dadas determinadas condiciones.

Pero quiero aclarar que inevitablemente llega un momento en que tenemos que irnos de determinadas iglesias. No debemos sobreespiritualizar el tema: sencillamente, no podremos tener ya más comunión con determinadas estructuras.

Por supuesto, llegar a una situación así va de la mano de una tremenda pérdida de la verdad bíblica, de un absoluto descuido de la oración y la comunión con el Señor y de una aceptación impía de patrones humanos. Así que el cambio es bastante más grande y amplio de simplemente ir a otra iglesia o formar una distinta. Es un proceso, pero debe ser empezado.

Siempre requiere fe avanzar hacia algo nuevo, pero este cambio significará recuperar nuestra libertad espiritual, nuestro tiempo y recursos, nuestra dignidad como personas y llegar a estar disponibles para lo que Dios quiera usarnos, sin tener que someternos a "buenos proyectos" humanos. Claro, el precio es escuchar a Dios en cada momento y estar dispuestos a obedecerle.

Supongo que esto será, al final de los tiempos, uno de los elementos decisivos que dividirán a la iglesia apóstata de la iglesia santa. Y creo que ese proceso está en pleno y rápido desarrollo hoy. Hay un precio que pagar por nuestra libertad espiritual, pero vale la pena.


Danilo Sorti
Diciembre de 2014





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