sábado, 6 de febrero de 2010

SALMO 23, 1ª parte

1 El Señor es mi pastor, nada me falta;
2 en verdes pastos me hace descansar.
Junto a tranquilas aguas me conduce;
3 me infunde nuevas fuerzas.
por amor a su nombre.

4 Aun si voy por valles tenebrosos,
no temo peligro alguno
porque tú estás a mi lado;
tu vara de pastor me reconforta.

5 Dispones ante mí un banquete
en presencia de mis enemigos.
Has ungido con perfume mi cabeza;
has llenado mi copa a rebosar.

6 La bondad y el amor me seguirán
todos los días de mi vida;
y en la casa del Señor
habitaré para siempre.


La Palabra de Dios es maravillosa, entre otras cosas, porque un mismo texto puede decirnos cosas distintas cuando lo miramos con enfoques distintos. Y así, este Salmo que ha sido de gran aliento para los cristianos cuando se encuentran en aflicciones, también nos da la pista de varias etapas por las cuales pasa del hijo de Dios. Comprenderlas nos ayuda a transitarlas más rápidamente y alcanzar la comunión anhelada.


1 El Señor es mi pastor, nada me falta;
2 en verdes pastos me hace descansar.
Junto a tranquilas aguas me conduce;
3 me infunde nuevas fuerzas.
por amor a su nombre.


Lo primero que vemos es al “Señor”. Jesucristo llega efectivamente a nuestras vidas cuando, antes que nada, lo hacemos Señor de la misma, es decir cuando lo aceptamos como legítimo Salvador y, por haberla comprado, dueño de nuestra vida.

La revelación de “Señor” es importante. De alguna forma, todo el Antiguo Pacto trató con eso. “Señor” implica derecho legítimo, autoridad, gobierno, obediencia; implica también santidad, que en cierto sentido no es otra cosa que obediencia a las leyes divinas.

No hay salvación posible si Cristo no se ha constituido “Señor” en la vida de la persona. Creo que hay gente engañada en nuestras iglesias, que nunca hizo verdaderamente de Jesucristo su Señor, y que, tristemente, no irá al cielo cuando muera.

La revelación de “Señor” está en la base de toda revelación subsiguiente de la naturaleza divina. Nada de lo que sigue puede mantener su verdadero sentido si se pierde esta. Jesucristo es mi Señor al inicio de mi vida cristiana y lo sigue siendo hasta el final, y por la eternidad.

El principado de “Leviatán” (el orgullo) se levanta muy fuerte en este momento, para tratar de impedir que la persona ceda el trono de su corazón a Cristo.

Luego de esta etapa, muy pronto, el “Señor” se nos revela como nuestro “Pastor”, y aquí hay un contraste. El concepto de “Señor” (amo, dueño) no parece muy cercano al concepto de “Pastor”, que implica cuidado, comprensión, incluso sacrificio, según vemos en la revelación más perfecta del Nuevo Pacto. Pero cuidado, esta dificultad proviene de nuestro entendimiento humano y de nuestra experiencia con autoridades humanas, desde el punto de vista de Dios tal discrepancia no existe ni en lo más mínimo: el Señor, el Amo, el Dueño, es a la vez el tierno y sacrificado Pastor. Y esto es, de paso, una perlita que tenemos que aprender cuando nos encontramos en posiciones de liderazgo.

En otras épocas, y también ahora, muchos cristianos se quedaron en la revelación de Jesucristo como Señor, pero no como Pastor tierno y amante. Podemos llegar a entenderlo como Señor si hacemos un paralelo con las autoridades (autoritarias) humanas, aunque tal comprensión será necesariamente bastante torcida. Es más difícil entenderlo como Pastor porque no hay tantos paralelos en la sociedad, y menos en esta época. Y es que en todo este crecimiento en el conocimiento de Cristo necesitamos la revelación constante del Espíritu.

Pastor implica cuidado, guía, conducción no forzada. Implica también compañía, protección del peligro. El Pastor va adelante, mostrando la senda y transitando él primero por ella.

Las heridas provocadas por autoridades mal usadas (padres, maestros, jefes, políticos, etc.) pueden aflorar en esta etapa e impedir que la revelación de “Pastor” se establezca en el nuevo creyente. Un espíritu de autocompasión es el que alimenta todo esto.

Habiendo avanzado en la comprensión de Jesús como pastor, viene luego el entendimiento de que “nada me falta”, es decir, me provee de todo… lo que realmente necesito. Claro, no me va a dar mis caprichitos por el mero hecho de dejarme contento, porque si, antes de ser proveedor es pastor, lo que me va a dar es lo que realmente necesito; y en este caso se trata de lo que sirve para formar la imagen de Cristo en mí. Y para una alimentación equilibrada, a veces hace falta algún pasto amargo…

En un mundo plagado de carencias de todo tipo: físicas, emocionales, espirituales; es propio que Dios se nos revele muy pronto como proveedor de todo, en todas las áreas. Está implícito en su naturaleza de amor, y es lo primero que necesita el ser humano convertido. Repito, el nuevo creyente (¡y también el viejo, de paso!) necesita desesperadamente que le sean suplidas las tremendas necesidades que viene arrastrando del mundo. Es imposible que alguien pueda dar nada si primero no ha recibido algo. Esto es un principio espiritual: solamente podemos dar lo que hayamos recibido de Dios. Por otro lado, el recién convertido está todavía terriblemente deformado si se lo compara con la imagen del hombre perfecto creada originalmente en Adán. Dios comienza a restaurar al cristiano en todas las áreas, hacia la imagen de Cristo. Y este restaurar implica que necesita recibir las gracias divinas.

En esta etapa pueden aparecer varias trampas. Una es el legalismo, que expresa, tácitamente, que “yo soy el que se tiene que esforzar primero para obtener algo”. En una comprensión equilibrada de la gracia, entiendo que necesito primero recibir lo que Dios está dispuesto a darme para luego responder responsablemente en el dar yo también. El legalismo va de la mano del espíritu de religiosidad.

Otra trampa es el espíritu de miseria, que nos susurra pobreza al oído. Mucha fortaleza mantiene todavía en Latinoamérica, y creo que va a recibir nuevos ímpetus en la medida que avance la crisis mundial. La “fe en la pobreza” (es decir, creer que no voy a ser bendecido) estorba primero el entendimiento y segundo la manifestación de Dios como proveedor.

Otra trampa más está en quedarse en la revelación de Dios como proveedor solo de lo material, y no procurar la multitud de bienes espirituales y del alma que Dios tiene para nosotros: entendimiento espiritual, comunión, bendición espiritual, dones, conocimiento y habilidades en el área del alma, emociones sanadas, etc. Sin eso, nunca llegaremos a la imagen de Cristo, y, de hecho, son las bendiciones espirituales (y en segundo lugar, las que tienen que ver con el alma) las que nos abren las puertas para recibir las materiales. En realidad, si recibimos las espirituales, las demás vienen solas necesariamente.

Los verdes pastos son los ámbitos espirituales adonde Él nos quiere llevar (aquí y más adelante tomo conceptos expresados por Ana Méndez). No se trata de lugares físicos, ni siquiera de la comunión con los hermanos, con todo lo reconfortante que pueda ser; sino de lugares espirituales donde nuestra alma y espíritu pueden estar tranquilos, tener paz, sin recibir mensajes intranquilizadores del infierno. Tiene que ver, en cierto sentido, con reunir los fragmentos del alma que pudieran estar en distintas regiones de cautividad y llevar, nuestro ser espiritual íntegro, a Sus lugares de descanso. En esa posición tiene paz nuestra alma. En las prisiones del infierno es atormentada.

El alma del creyente, si permanece fragmentada, se encuentra en prisiones del infierno, donde esa parte de nuestro ser es torturada y, como resultado, no alcanzamos a vivir una vida plena y perfectamente tranquila. Podemos haber avanzado hasta el nivel de la provisión, pero quedarnos todavía fragmentados y con áreas atormentadas.

La imagen de la pradera también la podemos enfocar desde un punto de vista más “terrenal”, y hacer el paralelo entre un rebaño paciendo tranquilo y la comunión apacible de los hermanos en la congregación. Pero, de nuevo, esto no puede ocurrir en la tierra si primero no se han roto las esclavitudes en el ámbito espiritual. En medio de la comunión de los santos, cuando El Santo está presente, hay reposo, sanidad, consuelo, fortaleza.

Las aguas tranquilas no son las aguas estancadas; son las aguas de un río o de un arroyo, que corre suavemente, no como una inundación, pero sin dejar de moverse. Las aguas son las aguas del Espíritu, el río que viene de Dios, como dijo Jesús:

37–38 El último día de la fiesta era el más importante. Aquél día Jesús, puesto de pie, dijo con voz fuerte:
—Si alguien tiene sed, venga a mí, y el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura, del interior de aquél correrán ríos de agua viva.
39 Con esto, Jesús quería decir que los que creyeran en él recibirían el Espíritu; y es que el Espíritu todavía no estaba, porque Jesús aún no había sido glorificado.
Juan 7:37-39

Este “río” no se trata simplemente de la voz del Espíritu que cada tanto nos habla (o por lo menos, ¡eso trata!), no es solo “tener al Espíritu” o haber sido impactado alguna vez por El. Es tener, literalmente, un río de agua viva fluyendo continuamente. En el ámbito espiritual, es estar al lado de ese río, en un sentido general pero también en un sentido específico, es decir, el río de revelación y propósito específico que Dios tiene para cada uno.

El río da vida, da nuevas fuerzas, permite que siempre se fructifique. Una cosa es estar en la pradera, el lugar de descanso del alma, otra cosa es tener el agua viva fluyendo y poder fructificar en toda época.

El peligro es depender del fluir “ajeno”, es decir, conformase con el fluir del Espíritu en otra persona. En el mejor de los casos, será un fluir genuino preparado para otro y que no se va a ajustar cien por ciento para mí. En el peor de los casos, serán aguas contaminadas, con apariencia de verdad solamente.

No nos conectamos automáticamente con el fluir del Espíritu. Desde el inicio, no podemos hacerlo si no estamos en el área de “tranquilidad”, la pradera, porque si todavía hay perturbación, molestia satánica en nuestra alma, no podemos escuchar atentamente el susurro del Espíritu.

Beber del río implica soltarnos un poco de la mano de la revelación de otros, y esto puede provocar en los otros celos y temor, por lo que pueden ponerse en juego tácticas muy fuertes de manipulación y control, que en realidad vienen del mismo espíritu de religiosidad, solo que ahora será más bien el espíritu corporativo de la religión.

Las aguas del mundo son turbulentas, solo calman (o aparentan calmar) la sed del alma. Siempre se corre el peligro de que se mezclen con las aguas genuinas del Espíritu.

En el dejarse guiar en obediencia por el Espíritu es que recibimos las fuerzas sobrenaturales para vivir y obrar en el reino. Entiéndase “fuerzas” no meramente como fuerzas físicas, aunque las incluye, sino también como capacidad intelectual, poder para hacer maravillas, conocimiento, etc.

Cada una de las etapas anteriores tiene manifestaciones en la vida en sociedad el cristiano, pero creo que esta puede ser una de las más visibles. Las nuevas fuerzas son para seguir donde otros caen, para creer cuando es imposible (¡y ver los milagros imposibles!), para permanecer donde todos cayeron, para no claudicar en ninguna posición. Son las fuerzas espirituales para hacer proezas, es la capacidad para hacer milagros, señales y prodigios. Las nuevas fuerzas implican necesariamente el “hacer”, y este “hacer” es muy distinto al del mundo, e incluso al de los cristianos que no llegaron a esta etapa.

Notemos que las nuevas fuerzas vienen de Dios (él las infunde) y se encuentran inmediatamente después de los verdes pastos y de las aguas tranquilas. Hay un alimento espiritual que el cristiano necesita. En un sentido más perfecto, este alimento es Cristo mismo:

53 Jesús les dijo:
—Les aseguro que si ustedes no comen la carne del Hijo del hombre y beben su sangre, no tendrán vida. 54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último. 55 Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. 56 El que come mi carne y bebe mi sangre, vive unido a mí, y yo vivo unido a él. 57 El Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él; de la misma manera, el que se alimenta de mí, vivirá por mí. 58 Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es como el maná que comieron los antepasados de ustedes, que a pesar de haberlo comido murieron; el que come de este pan, vivirá para siempre.
Juan 6:53-58

Hay un “comer espiritual de Cristo” que debe ser continuo, y que implica más que solo orar o leer la Biblia, sino que es un hecho espiritual.

Uno de los peligros es que, sencillamente, dejemos de comer el alimento espiritual que se nos da y nos debilitemos espiritualmente, y terminemos tratando de hacer la obra de Dios con las fuerzas humanas.

Otro de los peligros es darle lugar a Leviatán (el orgullo), porque al comenzar a manifestarse hechos sorprendentes en nosotros podemos envanecernos.

Sólo después de haber recibido todos estos beneficios es que se revela un propósito mayor en nosotros: todo es para Su gloria (“por amor de su nombre”). Si esto fuera revelado antes pensaríamos que Dios es orgulloso y egoísta. Pero ahora, recién ahora, es que podemos entender cabalmente que lo hace así porque él es la única fuente de la vida y sólo lo que se mantiene en su plan y sus propósitos y se dirige plenamente en su ser hacia Él puede tener verdadera vida. Es en esta etapa donde, además, podemos responder con verdadero amor desinteresado hacia él, luego de haber recibido tantos beneficios y de haberlo conocido tal como es, en toda su bondad. Luego de haber experimentado la bondad de Dios podemos responder con amor hacia Él, y solamente entonces, y no antes, estamos verdaderamente preparados para que todo en nuestras vidas, y aun nuestras vidas mismas, estén dirigidas a darle gloria a él.

Continua la próxima semana

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario