domingo, 14 de febrero de 2010

SALMO 23, 2ª parte

4 Aun si voy por valles tenebrosos,

no temo peligro alguno
porque tú estás a mi lado;
tu vara de pastor me reconforta.

Hoy está de muy de moda un evangelio facilista, del Dios que nos evita todo tipo de problemas. Es decir, está de moda la comprensión del reino de Dios que puede tener el cristiano en las primeras etapas de su caminar, lo que vimos más arriba. Pero eso no es toda la verdad, Dios nunca prometió que nos libraría de todos los problemas, es más, él dijo muy claramente y en muchas partes de Su Palabra que, precisamente, tendríamos problemas, e incluso graves problemas por seguirlo. Esos son los “valles tenebrosos” o, como dice otra versión, “valle de sombra de muerte”.

Es inevitable, por dos razones, que el cristiano que haya transitado por las etapas de los 3 primeros versículos, no pase por los valles tenebrosos. La primera razón es que tal cristiano empieza a ser un arma efectiva en las manos del Señor, y por lo tanto un peligro para el reino de las tinieblas; es decir, un blanco que Satanás querrá eliminar. Pero la segunda razón es la de mayor peso, porque Satanás ya está vencido, y si realmente aprendemos a apropiarnos de la victoria de Cristo, no podrá derrotarnos; Dios necesita formar nuestro carácter, trabajar más hondo con el. Hasta ahora él nos había dado lo que el mundo nos quitó; empezó la obra de restauración, corrigió la imagen incorrecta que traemos de él cuando venimos del mundo; nos sentó en los lugares celestiales y nos devolvió las fuerzas en el Espíritu. Pero para seguir avanzando en su conocimiento, en su servicio y crecer en nuestra efectividad y recompensa en el cielo, necesita pulir nuestro carácter, perfeccionar la fe, la esperanza, el amor, todos los frutos en nosotros. Y la única forma de trabajar en profundidad es por medio de la aflicción. No hay otra. Todos hemos sido participantes de la copa del dolor, Jesucristo la bebió y la bebió hasta el fondo; ¿somos nosotros más que él?

Pero la aflicción no viene hasta que Dios no ve que estamos preparados para ella: hasta que no estamos lo suficientemente afirmados en su amor como para poder soportarla. Este es un tema complejo; muchos cristianos nuevos soportan aflicciones, mucho antes de tener toda la secuencia de revelaciones anteriores. Creo que hay dos formas de transitar por esos lugares difíciles: en una primera etapa el Señor nos toma en sus brazos y nos rodea con su gracia, en otra etapa, más avanzada, nos hace transitar “solos” por ella, es decir, teniendo que enfrentarla de una manera distinta, pero por supuesto, no sin su ayuda.

Hay cristianos, incluso ministros del evangelio, que permanecen y ministran en la revelación de los versículos anteriores. Son efectivos, Dios los usa, edifican el reino; pero no pueden conmover las potestades más fuertes de las tinieblas. Llegan hasta un límite. Para superarlo, necesitan transitar por esta etapa. La autoridad y poder espirituales se ganan en las batallas, y mientras más dura, mayor es el grado ganado.

En esta etapa es cuando aprendemos a decir “no temo peligro alguno”: no temo a quedarme sin trabajo, no temo a la enfermedad, no temo a los conflictos familiares, no temo a la persecución, no temo a la muerte. Ahora empiezo a penetrar de nuevo en las profundidades de las tinieblas (de donde había salido cuando me convertí), pero de la mano de Dios y con un propósito definido.

35¿Quién nos podrá separar del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, o las dificultades, o la persecución, o el hambre, o la falta de ropa, o el peligro, o la muerte violenta?
Romanos 8: 35

Hay varios grados de revelación de la cercanía del Señor. Una cosa es sentir a Dios cuando todo me va relativamente bien; y no digo que ese sentir no sea genuino, Dios está verdaderamente allí. Pero otra cosa es poder sentirlo cuando todo parece darse vuelta y todo lo que aprendí de él en la etapa anterior parece fallar. Si Dios es proveedor, ¿por qué me sobrevino la pobreza?; si Dios es sanador, ¿por qué me sobrevino la enfermedad? Aquí se prueban las intenciones de mi corazón, veo en donde está mi confianza y aprendo más de Su amor. Y me preparo para lo que viene un poco más adelante: la confrontación con los principados satánicos.

Es aquí que aprendo que su palabra (logos, pero fundamentalmente, rhema), su dirección (es decir, su “vara” o “cayado”, la que marcaba el rumbo del rebaño) me ayuda a atravesar por la aflicción. Y repito “atravesar”, porque en esta etapa Dios no me saca enseguida del problema, como sí lo hacía en la etapa anterior. En esta etapa tengo que atravesarlo y aprender a confiar en Dios cada día, en medio de las imposibilidades, cuando todo parece acabarse.

En cierto sentido hay aquí un “volver a una lección anterior” porque nuevamente se me revela como pastor. Pero con una profundidad mayor a la anterior.

Los valles tenebrosos no son solamente las circunstancias difíciles, son también lugares espirituales que nuestra alma tiene que atravesar, espacios del infierno a donde somos empujados. Pero mientras antes algún fragmento de nuestra alma estaba cautivo allí, ahora somos nosotros los que los transitamos, y obtenemos en el pasar la victoria. Cuando superamos un gran conflicto en el ámbito terrenal es porque hemos obtenido una victoria en el ámbito espiritual, y hemos tenido que pelear nosotros, con Dios a nuestro lado. Antes, él se hacía cargo, pero ahora se hace verdad el versículo:

32 Es él quien me arma de valor
y endereza mi camino;
33 da a mis pies la ligereza del venado,
y me mantiene firme en las alturas;
34 adiestra mis manos para la batalla,
y mis brazos para tensar arcos de bronce.
Salmo 18:31-34

Así es, ¡ahora me toca pelear a mí!

El temor siempre es un peligro en este nivel. Si estamos flacos con alguno de los niveles anteriores, no podremos superar este. Otra tentación peligrosa es tratar de recurrir a las armas humanas para enfrentar estas batallas.

Una nota: desde el punto de vista del alma, el sufrimiento, por sí mismo, no hace ni mejor ni peor a nadie. Nadie es más bueno por sufrir alguna situación difícil, ni tampoco más malo. De hecho, el hombre que no conoce a Dios pasa por muchos sufrimientos, pero no por ello se acerca a su Creador. Lo que sí hace el sufrimiento es hacernos pensar, abrirnos a replantearnos formas de ver el mundo arraigadas en nosotros. Cuando el sufrimiento está acompañado por Dios, cuando el que sufre tiene un corazón que busca a Dios y está abierto a aprender todas las lecciones espirituales que se dan por medio del dolor, entonces el sufrir nos perfecciona y nos permite avanzar hacia la próxima etapa.

Hay veces en que nos quedamos en esta etapa. Atravesamos las otras, pero cuando viene el dolor nos sentimos “traicionados” por Dios o caemos en un mar de dudas y no podemos salir. Es posible no superar este nivel, ¡es posible quedarse estancado en cualquier nivel, e incluso descender! Entonces la vida cristiana se transforma en puro sufrimiento sin victoria, solo dolor resignado, pero sin crecimiento, sin que de ese dolor salgan cosas buenas; un carácter transformado, una visión más profunda del Señor. Y como nadie en su sano juicio quiere vivir continuamente en dolor y aflicción, se termina abandonando el combate y cayendo nuevamente en las garras del enemigo.

El creyente que no ha sido preparado para enfrentar este nivel tiene muchas probabilidades de fracasar cuando llegue el momento de la prueba profunda, y de quedarse dando vueltas mucho tiempo en ella. Por cierto que el día malo viene para todos (y esto no tiene que ver con nuestros pecados o con que lo “merezcamos” o no), por eso es importante estar preparados.

5 Dispones ante mí un banquete
en presencia de mis enemigos.
Has ungido con perfume mi cabeza;
has llenado mi copa a rebosar.

Pero el valle de sombras de muerte no dura para siempre. ¡Dios es Dios! y su liberación sin duda llega, pero esta vez, a diferencia de las anteriores, es una liberación mucho más profunda. Hemos salido transformados, cambiados, procesados, formados en nuestro carácter. Ahora estamos preparados para cosas mayores, que darán gloria a su nombre.

Y lo primero que hace el Señor, sin embargo, es prepararnos un banquete: recibimos nuevas bendiciones, nuevas capacidades, nuevos dones, nuevas armas espirituales; mucho más poderosas y profundas que los anteriores; recibimos un verdadero banquete del Espíritu. El Señor restaura aquí lo que pudo haberse dañado durante la prueba. Nos prepara una “comida” espiritual que nos fortalece para la magnitud de la batalla que se viene.

Pero ese banquete se desarrolla delante, a la vista, de nuestros enemigos. Los que hasta no hace mucho tiempo parecían prevalecer sobre nosotros (el enemigo persecución, el enemigo pobreza, la enemiga enfermedad, etc.) ahora nos miran, impotentes, derrotados y temerosos, recibir el premio de los vencedores. En realidad, el hecho mismo de prepararnos un banquete es en sí un acto de guerra espiritual. ¿Bastante extraño, no? Bueno, ¡sin duda que Dios es muy creativo!

Antes fuimos establecidos en el lugar de los pastos deliciosos, ahora hay un banquete; ahora también la copa está rebosando. Esto quiere decir que ahora se nos dan capacidades, dones, autoridad y poderes mucho mayores que los anteriores, justamente porque pudimos superar el duro combate. Ahora tenemos la unción propiamente dicha. Y repito, tenemos esas armas y esa autoridad porque hemos sido previamente capacitados. Si podemos mantener en vista el poder de las armas que se nos van a entregar, creo que atravesaríamos las dificultades con gozo. ¡Que Dios nos ayude a lograrlo!

Somos bendecidos también en lo material, porque, recordemos, toda bendición espiritual repercute también en el mundo físico.

Y todo esto ¡enfrente de nuestros enemigos! “No te pido que los quites del mundo” dijo el Señor, sino que precisamente en ese mundo hostil y rebelde Dios nos da la victoria, nos establece y nos comisiona.

El perfume es una metáfora muy hermosa, pero es también una realidad espiritual. Por ejemplo, uno puede “oler” en el espíritu el olor mohoso de la religión, pero también puede oler la fragancia fresca de la verdadera vida en el Espíritu. En este punto ya no se trata solo de lo que hacemos o decimos, nuestra misma presencia irradia la presencia de Dios.

Esta etapa no se completa sino con la que sigue. Un peligro es sentirse tan obnubilado por lo que se nos dio que nos olvidemos del Señor y de seguir avanzando. De nuevo, el orgullo puede jugarnos una mala pasada. No son los demonios de bajo rango los que nos pueden atacar ahora, y si no estamos alerta, pensaremos que ya superamos todo conflicto, cuando en realidad hay espíritus de maldad especiales acechándonos.

6 La bondad y el amor me seguirán
todos los días de mi vida;
y en la casa del Señor
habitaré para siempre.

Aquí se completa el cuadro anterior. En este punto alcanzamos la firmeza inquebrantable de la presencia y el amor del Señor. En este punto entendemos que su amor está más allá de todo y que permanece en toda circunstancia. En este punto no hay oscuridad tan grande que no podamos sortear de la mano del Señor. En este punto es que somos realmente útiles para pelear contra los principados de las tinieblas, para penetrar en lo profundo del dolor y del pecado humano y rescatar a los cautivos que allí se encuentran. Ahora viene una estabilidad, no porque no haya más luchas, sino porque alcanzamos la medida mínima de revelación del Señor como para no permitir que ningún problema nos detenga.

Ahora entramos en una comunión más profunda con el Señor, en una intimidad con él, ahora estamos en “su casa”, en donde permaneceremos siempre. Ahora entramos en el nivel de comunión que el Padre desea ardientemente que alcancemos. Y esto no significa que ya dejamos de crecer, ¡para nada!, significa que por fin hemos pasado el umbral de la puerta de entrada.

Ahora estamos en el lugar de la comunión continua. Antes solo accedíamos de a ratos, en momentos especiales. Ahora es nuestro pan cotidiano. Ahora es cuando verdaderamente, caminamos con Papá.

Como dije más arriba, no se terminaron las peleas, de hecho, ¡recién ahora empieza lo bueno! Pero como nuestra visión ha cambiado tanto, realmente los conflictos no nos importan, solo están en un lugar secundario. Solo nos interesa crecer en el conocimiento de Dios, en la comunión, alegrar su corazón, sanar las heridas que el rechazo de los seres humanos, a través de los siglos, produjeron en su corazón. Solo él es el centro, y todo lo demás de acomoda a esta verdad.

Por supuesto que hay mucha más revelación de lo que pude escribir aquí, pero creo que al menos se han delineado algunas etapas importantes. Quizás el enfoque ha sido muy “lineal”, y la realidad no sea siempre tan secuencial, pero, con todo, creo que sí hay unas etapas en sentido general que deben ser cumplidas. No podemos entenderlas hasta que no pasemos por ellas, pero podemos saber algo de lo que se trata para poder identificarlas rápidamente y que no nos tomen por sorpresa. Hay un destino de gloria para los hijos fieles.


¡Dios sea glorificado en todo!

 

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