Salmos 123:1-4 RVC
1 Hacia ti, Señor, levanto mis ojos; hacia
ti, que habitas en los cielos.
2 Nuestros ojos están puestos en ti, Señor y
Dios nuestro, como los ojos de los siervos y las siervas que miran atentos a
sus amos y sus amas; ¡esperamos que nos muestres tu bondad!
3 Muéstranos tu bondad, Señor; ¡muéstranos tu
bondad! ¡Ya estamos cansados de que nos desprecien!
4 ¡Ya estamos cansados de tantas burlas por
parte de quienes todo lo tienen! ¡Cansados de que los soberbios nos
menosprecien!
Este Salmo es parecido a los anteriores, pero
ahora el clamor por justicia es grupal y más profundo. Es más “calmo”, más
paciente, más ubicado en la verdadera naturaleza del ser humano.
El Salmo 121 comenzaba “elevando los ojos
hacia los montes”, y podíamos interpretar eso como el que busca la protección
para el camino “terrenal”. Este comienza elevando los ojos al cielo, y eso es
un “avance”, si se quiere, porque la perspectiva ahora es más alta.
Este es el cuarto paso de los quince, corresponde
al don de exhortador, al cuarto día de la Creación cuando son formados el sol,
la luna y las estrellas, para señalar los tiempos y momentos oportunos. Elevar
los ojos al cielo está peligrosamente cerca de la adoración al sol y a los
ejércitos celestiales, pero no para el santo que ha llegado a este paso del
camino. En el día cuarto el Señor crea las luminarias y las puso para
identificar los tiempos. La perversión de eso es la astrología, pero hay un uso
correcto de las “señalizaciones celestes”, tal como hicieron los sabios de
oriente. La iglesia, desechando la astrología, desechó también las Señales que
Dios puso para indicar a Sus fieles los caminos, eso es un error. Necesitamos
recuperar los verdaderos significados de eso. Realmente creo que muchas veces
pedimos dirección a Dios, y oramos y ayunamos y hacemos grandes esfuerzos para
entender cosas que ya “están allí”, es decir, perdemos tiempo por no ser
sabios. Buscar al Señor es muy loable, pero buscarlo en cosas que Él ya nos ha
dicho por otro lado es bastante necio.
Dicho esto, queda claro que no todo resulta
tan visible y entendible, e inevitablemente necesitamos buscar al Señor y
esperar Sus respuestas. Entendamos: una cosa es comprender los diseños y
caminos que Él ha marcado en el cielo, otra cosa es clamar por su intervención
en nuestro mundo. Por supuesto que tenemos que clamar, elevar los ojos a Él,
más que a las dificultades y eventuales problemas que encontremos en el camino,
y reconocer que habita en los cielos, que están muy por encima de esta tierra e
incluso del segundo cielo.
Hay un énfasis importante aquí en la relación
del creyente con el Señor: se reconoce siervo y dependiente, hay una posición
de humildad muy marcada. Propiamente el exhortador no suele ser humilde, bueno,
en realidad todo ser humano. Tampoco el creyente necesariamente lo es, por más
que haya reconocido su necesidad de un Salvador, hay un nivel de humillación
muy necesario que viene cuando reconocemos nuestra profunda humanidad y
necesidad, no solo como creaturas, sino también como seres caídos, y cuando nos
damos cuenta de cuán alto y lejos de nosotros está Dios. Es otro de los pasos
muy necesarios.
Ahora bien, el contexto de dificultad y
opresión no ha cambiado todavía, sólo que el creyente apela ahora a la bondad
del Señor, porque sabe que no merece ser auxiliado. Solo le queda depender de
la gracia, y aquí es cuando se da cuenta de ella, porque, reconociéndose pobre
y pecador, puede clamar por misericordia y justicia inmerecida.
Los creyentes del Nuevo Pacto conocemos una
profundidad aún mayor de esto: sabemos que ya no somos siervos y que se nos ha
abierto un camino amplio de misericordia a través del sacrificio del Justo.
Tres veces se pide la bondad de Dios y tres
veces se habla del cansancio que producen las burlas y el desprecio (incesante)
de los soberbios y malvados, evidentemente, los que están en una mejor posición
terrenal. Tres es el número de la Trinidad, por lo que aquí se alude al Trino
Dios, y hay un pedido que abarca al Padre, al Hijo y al Espíritu, una triple
acción, en cada una de las esferas en que cada Persona ejerce su principal rol.
No se trata aquí de un ataque directo sino
con palabras, pero que tienen un poder tremendo porque llegan a generar tal
hastío y cansancio que literalmente “chupan” toda fuerza vital de las personas,
con lo que logran reducirlas a esclavitud porque no tienen las energías ni el
ánimo para levantarse, solucionar sus problemas y construir un nuevo camino.
En el Salmo 120 se aludía a los peligros del
camino, aquí los peligros son más sutiles, pero no menos nocivos.
Las burlas y las “malas” palabras no son algo
para pasar por alto; debemos enfrentarlas y cortarlas con el poder del Señor.
Constituyen un ataque no tan directo, puede ser relativamente pasado por alto,
pero no es menor. El creyente debe ser fortalecido para resistir estos ataques
pero el Señor también debe tomar cuenta de ellos. Este es el cuarto paso del
camino.
Danilo Sorti
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