domingo, 6 de octubre de 2019

727. La oración de Daniel – VIII, hacia la restauración del altar


Daniel 9:16-19 RVC
16 Pero actúa, Señor, conforme a tu justicia y aparta tu ira y tu furor de Jerusalén; ¡apártalos de tu ciudad y de tu santo monte! ¡Por nuestros pecados y por la maldad de nuestros padres Jerusalén y nosotros somos el oprobio de nuestros vecinos!
17 Dios nuestro, ¡oye la oración de este siervo tuyo! ¡Oye sus ruegos, Señor, y por tu amor haz resplandecer tu rostro sobre tu derruido santuario!
18 ¡Inclina, Dios mío, tu oído, y escúchanos! ¡Abre tus ojos, y mira nuestra desolación y la ciudad sobre la que se invoca tu nombre! ¡A ti elevamos nuestros ruegos, no porque confiemos en nuestra justicia sino porque confiamos en tu gran misericordia!
19 ¡Señor, Señor, óyenos y perdónanos! ¡Préstanos atención, Señor, y actúa! Por amor a ti mismo, Dios mío, ¡no tardes!, que tu nombre se invoca sobre tu ciudad y tu pueblo.

Hasta aquí Daniel reconoció la situación en la que estaban y la plena justicia del castigo. No es algo menor, cuando se da un proceso nacional de degradación, que toma décadas o siglos, la gente pierde progresivamente el “punto de referencia” de santidad establecido originalmente por el Señor, o aunque más no sea, una cierta estructura moral. Incluso los cristianos dejan de “leer” en la Biblia todo aquello que se refiere a eso, y el pecado se transforma en algo “cultural”, casi obligatorio en dicha sociedad. Por eso el castigo resulta “sorprendente”, la gente (y muchos de los cristianos) ya no saben cuán grande es la brecha que los separa del diseño divino de justicia.

Daniel miraba hacia una justicia perfecta que sabría que vendría en el futuro, nosotros miramos al hecho consumado:

Romanos 3:21-22 RVC
21 Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, y de ello dan testimonio la ley y los profetas.
22 La justicia de Dios, por medio de la fe en Jesucristo, es para todos los que creen en él. Pues no hay diferencia alguna,

Las palabras de Cristo en la cruz cuando dijo: “τετελεσται”, del verbo τελέω, teléo, significaba: pagar, satisfacer, terminar, acabar, consumar, cumplimiento, cumplir. Todo había quedado pagado, lo pasado y lo futuro, nada escapaba a esa cuenta y el saldo negativo había quedado anulado. Daniel pudo verlo hacia el futuro y sobre eso pidió misericordia, cuánto más nosotros!

El camino del arrepentimiento de Daniel no es diferente al camino que Jesucristo estableciera:

Marcos 1:14-15 RVC
14 Después de que Juan fue encarcelado, Jesús fue a Galilea para proclamar el evangelio del reino de Dios.
15 Decía: «El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepiéntanse, y crean en el evangelio!»

Y que los apóstoles predicaran:

Hechos 2:38 RVC
38 Y Pedro les dijo: «Arrepiéntanse, y bautícense todos ustedes en el nombre de Jesucristo, para que sus pecados les sean perdonados. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo.

La nación debe arrepentirse y eso ocurriría más adelante en la historia, pero empezó con un hombre que se puso en lugar de su pueblo. La nación son todos aquellos que la componen, no hay ninguna entidad espiritual que pueda tomar su lugar (por más que sí hay ángeles regentes y caídos usurpadores sobre ellas), pero cuando el tiempo llega, es necesario que empiece por alguien.

“Pero actúa, Señor” implica fe y esperanza en que el estado actual puede cambiar, que Dios tiene poder para hacerlo y quiere hacerlo. Sin eso sólo nos quedamos en una amarga queja, estéril. Esa es la clase de fe que mueve montañas, no necesariamente la “fe superpoderosa” para alcanzar grandes logros personales sino algo muchísimo más grande: la fe para cambiar naciones.

“conforme a tu justicia” es el punto de referencia clave: no se trata de que de repente nos hayamos vuelto todos buenos y justos, o que incluso hayamos tomado consciencia plena de nuestros pecados nacionales; solo es la justicia de Dios y nada más que eso, Su misericordia y el cumplimiento de Sus planes para que Su nombre sea dado a conocer entre las naciones y la gente lo conozca y lo ame. No es por nuestras obras, nunca podría serlo.

“aparta tu ira y tu furor de Jerusalén; ¡apártalos de tu ciudad y de tu santo monte!” es el reconocimiento de que lo malo que nos está pasando como nación no tiene otra causa que el justo juicio divino, que estamos bajo la ira de Dios y que nadie más que Él puede librarnos. Esto implica alzar los ojos más allá del nivel terrenal: no se trata del imperio opresor, ni de los poderes extranjeros o los corruptos locales, todos ellos son instrumentos que el Señor utiliza para juzgar a Su pueblo. Reconocer esto requiere mucha humildad.

Notemos que se trata de la ira y el furor de Dios, no es un simple enojo y no está utilizando un recurso poético; es una descripción vívida de la profundidad del sentimiento del Señor. Esta ira y furor habían llegado y se habían establecido, hasta completar el proceso, hasta consumarse. Eso era lo que seguía otorgando legalidad al enemigo y a la destrucción, tanto en la “ciudad”, el ámbito secular, como en el “santo monte”, el ámbito espiritual, religioso.

Daniel reconoce algo importante; se trata de “tu” ciudad y “tu” santo monte, no el de ellos. Dios, como legítimo dueño, tenía también el derecho a despoblarlos y destruirlos. Él sigue siendo el legítimo dueño de nuestras naciones, con legítimo derecho a hacer de ellas lo que quiera.

“¡Por nuestros pecados y por la maldad de nuestros padres Jerusalén y nosotros somos el oprobio de nuestros vecinos!” es una forma de reconocer y pedir no seguir siendo la vergüenza de toda la región, vergüenza que nuestras naciones conocen muy bien, burlas que recibimos desde hace muchas décadas de todo el mundo. Rechazo y puertas cerradas de las naciones, por las que, obviamente, no fluye la bendición y prosperidad que debería venir el intercambio y el comercio justo entre ellas.

“Dios nuestro”, y es que Dios había dejado de serlo de ellos. “¡oye la oración de este siervo tuyo!”, porque la verdad es que no está obligado a hacerlo; hemos desarrollado una especie de teología que “obliga a Dios”, lo “encierra” en Sus propias leyes (según nosotros) de tal forma que haciendo esto o aquello, diciendo esto o aquello, es imposible que no escuche o no responda. Bueno, lamento decirles que no es así: es una Persona, ¡no se trata de una máquina ni de un “esclavo” de Sus palabras! Que el Señor perdone la blasfemia de mis palabras, pero creo que más de una vez terminamos pensando eso, ¡es terrible! No hermanos, Dios no está obligado ni a escucharnos ni a respondernos. Es cierto que a través de Cristo nos ha abierto un camino mucho más amplio y accesible de lo que Daniel podía ver en ese entonces, pero eso no significa que podamos ni obligarlo ni pretender alguna forma de “chantaje” (que no es más que hechicería o brujería). También nosotros debemos clamar reconociendo que es soberano para responder o no.

Daniel se identifica como “siervo” pero nosotros tenemos la naturaleza de hijos. Un poco más difícil es la oración identificatoria porque la nación no está compuesta completamente por hijos; nosotros lo somos, el resto del pueblo no… Creo que la imagen más cercana aquí es la del hijo pródigo volviendo a la casa de su padre: salió como hijo, volvió como siervo, el Padre lo restauró a la posición de hijo. No debemos olvidarnos esto: no nos presentamos delante de Dios a pedir por nuestra tierra como “hijos obedientes que de repente se vieron sorprendidos por una desgracia inesperada” sino como siervos rebeldes que hicieron todo lo posible para ofender a su Señor y que recién ahora se dan cuenta de su necedad.

“Oye sus ruegos, Señor”. Hermanos, Dios no siempre “oye”, en el sentido no simplemente de “oír” sino de prestar atención y responder.

Hebreos 5:7 RVC
7 Cuando Cristo vivía en este mundo, con gran clamor y lágrimas ofreció ruegos y súplicas al que lo podía librar de la muerte, y fue escuchado por su temor reverente.

El Señor mismo no estuvo exento de este proceso. Es lo mismo a lo que se nos exhorta aquí:

Mateo 7:7-8 RVC
7 »Pidan, y se les dará, busquen, y encontrarán, llamen, y se les abrirá.
8 Porque todo aquel que pide, recibe, y el que busca, encuentra, y al que llama, se le abre.

Se ha puesto de moda un estilo de oración en donde declaramos y ordenamos que cosas sean hechas, y quiero aclarar que estoy completamente de acuerdo con esa práctica pero solo en el momento en que debe realizarse. Tenemos la autoridad para ello y el sujeto de nuestra orden, como representantes legítimos del Señor, es el poder espiritual en cuestión. Pero esto ocurre en un momento y en un contexto muy particular, guiado cuidadosamente por el Espíritu. De ninguna manera puede ser toda nuestra vida de oración, ni mucho menos la realidad cuando presentamos a nuestras naciones pecadoras.

“por tu amor” y no por otra cosa, no por méritos, no por justicia, solo por Su amor que llega a swer más grande que Su ira y furor.

“haz resplandecer tu rostro sobre tu derruido santuario” pide por la restauración del centro de la nación: el lugar de adoración. Ese es el corazón espiritual de la nación, que estaba destruido. La imagen es muy similar a la historia de Elías:

1 Reyes 18:29 RVC
29 Pero pasó el mediodía y los profetas seguían gritando, como en trance, hasta la hora en que se tenía que ofrecer el sacrificio, y no se escuchaba una sola voz; ¡el silencio era total!

Todo el esfuerzo que realizara la nación agotándose tras sus falsos dioses del secularismo, del intelectualismo o la política, resultaron vanos y lo único que consiguió fue ser destruida completamente.

1 Reyes 18:30 RVC
30 Entonces Elías llamó a todo el pueblo, y les pidió que se acercaran a él. En cuanto el pueblo se acercó, él se puso a arreglar el altar del Señor, que estaba en ruinas;

Pero el proceso de restauración, la manifestación de la gloria de Dios, comenzaría con la reconstrucción del altar, del lugar de adoración. Daniel lo ve como un lugar físico, pero en realidad el altar nacional ya había comenzado a ser restaurado en el mismo corazón del profeta. Hoy sabemos que es un lugar espiritual, en el corazón de cada habitante de la nación.


Danilo Sorti


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