domingo, 6 de octubre de 2019

728. La oración de Daniel – IX, ¡Señor no te tardes!


Daniel 9:16-19 RVC
16 Pero actúa, Señor, conforme a tu justicia y aparta tu ira y tu furor de Jerusalén; ¡apártalos de tu ciudad y de tu santo monte! ¡Por nuestros pecados y por la maldad de nuestros padres Jerusalén y nosotros somos el oprobio de nuestros vecinos!
17 Dios nuestro, ¡oye la oración de este siervo tuyo! ¡Oye sus ruegos, Señor, y por tu amor haz resplandecer tu rostro sobre tu derruido santuario!
18 ¡Inclina, Dios mío, tu oído, y escúchanos! ¡Abre tus ojos, y mira nuestra desolación y la ciudad sobre la que se invoca tu nombre! ¡A ti elevamos nuestros ruegos, no porque confiemos en nuestra justicia sino porque confiamos en tu gran misericordia!
19 ¡Señor, Señor, óyenos y perdónanos! ¡Préstanos atención, Señor, y actúa! Por amor a ti mismo, Dios mío, ¡no tardes!, que tu nombre se invoca sobre tu ciudad y tu pueblo.

Toda la oración de Daniel es un clamor y una súplica, muy distinto al espíritu que domina hoy. Precisamente una de las cosas más valiosas de esta oración es eso; un clamor que a la mentalidad del siglo XXI suena repetitivo y hasta casi innecesario. ¿No basta con pedirlo una vez y ya está? Es más, si Dios sabe todas las cosas, ¿para qué pedir?

La experiencia de los apóstoles, de los primeros cristianos, y de muchísimos creyentes más a lo largo de la historia y en este mismo momento están en sintonía. Conocer realmente la profundidad del pecado nacional no puede dejarnos otra opción que eso. Sin embargo, no todo termina allí, no en esta dispensación, no cuando el Hijo del Hombre ha ganado ya toda autoridad. Pero eso lo veremos después.

“¡Inclina, Dios mío, tu oído, y escúchanos!” El clamor es del pueblo todo, sea porque en efecto estaba siendo hecha esta oración por muchos israelitas o sea porque Daniel la realizaba genuinamente en nombre de todos, y quizás por ambas situaciones.

“Abre tus ojos, y mira nuestra desolación y la ciudad sobre la que se invoca tu nombre”, la apelación aquí es a misericordia, no a justicia: el pueblo que tenía la Palabra estaba desolado y desparramado, la ciudad, destruida. Sin embargo, Daniel sigue mirando aquí con los ojos del pasado, si bien su oración es perfectamente genuina, en esta desgracia mucho más se ganaría. Resultó muy doloroso para Israel atravesar el proceso y ser dispersado, pero gracias a ello el nombre del Señor fue conocido por todo el mundo antiguo. Era Daniel, al igual que todo Israel, quien debía “inclinar su oído” y escuchar el clamor de los pueblos que no conocían la salvación, quien debía “abrir sus ojos” y ver la necesidad de ese mundo antiguo, ver  la desolación espiritual que reinaba. Era él, junto con su pueblo, quien debía tener misericordia de los perdidos, quien debía llevar la provisión del perdón y actuar en favor de ellos. Algo de eso ocurrió; Dios contestó la oración de Daniel en nombre de Israel, pero también Israel llego a ser una “respuesta” a la oración de tantos paganos. Cuando clamamos por nuestras naciones, ¿estamos dispuestos a ser también la respuesta para los que tienen menos conocimiento aún de la salvación y la gracia de Dios? Por lo menos sabemos a Quien pedir y qué Ley hemos quebrantado, pero muchos otros ni siquiera eso conocen.

“no porque confiemos en nuestra justicia sino porque confiamos en tu gran misericordia” Recordemos: no hay justicia propia para exigir nada ni para presentarnos delante suyo. La justicia es Cristo, en Él somos justos y por supuesto se supone que hacia Él caminamos por lo que esa misma justicia tiene que reflejarse en la mayor medida posible en nosotros, pero es solo por Su misericordia. Si Israel pudo llegar a comprender esta dimensión del perdón divino, sin haber tenido la revelación más perfecta del Salvador, cuánto más nosotros.

“óyenos y perdónanos”, el perdón aquí implica quitar la dimensión del juicio, del castigo. “Préstanos atención, Señor, y actúa” porque sin una intervención divina resultaba imposible que su situación cambiara, no había nada, humanamente hablando, que lo indicara.

“Por amor a ti mismo … que tu nombre se invoca sobre tu ciudad y tu pueblo.” Finalmente, es por la gloria de Dios, es para que Su nombre se dé a conocer. Aquí Daniel pudo entenderlo y no se trata de un “chantaje” al Señor: realmente las naciones en Sus manos son menos que el polvillo que vuela por los aires en la primavera, no es por nosotros ni menos aún porque Él no pueda formar naciones mejores y más numerosas; es para que Su nombre y Su fama sea anunciada a multitudes que aún han de nacer sobre la Tierra, que no conocerán ni vivirán esta historia de sangre y sufrimiento que nosotros vivimos, pero que necesitarán tener el testimonio de la grandeza de un Dios capaz de perdonar y tener misericordia de pueblos terriblemente pecadores. Creo que esa será nuestra principal función durante el reinado milenial y luego, por la eternidad, hacia los pueblos que habrán de nacer y que llenarán no solamente esta Tierra. Hay una historia que deberán conocer y nosotros somos los testigos, de cómo el Señor tuvo misericordia y rescató a pueblos cuando era totalmente imposible.

“tu nombre se invoca sobre tu ciudad y tu pueblo”, Daniel entiende cuál era la función de Israel; no procurar “disfrutar egoístamente” de la vida, sino dar a conocer el nombre de Dios. La nación no lo había comprendido durante siglos y terminó “mirándose al ombligo”, pensando que ellos eran “un fin en sí mismo”. Tampoco lo son nuestras naciones, pero si los hijos de Dios no logramos comprenderlo y actuar en consecuencia, ¿qué pedir al resto?

“¡no te tardes!” implica una dimensión temporal: cada proceso tiene su tiempo y si recordamos, la oración comenzó mirando el cumplimiento de los tiempos que indicaban el retorno de Israel a su tierra. De nuevo: no había indicios humanos de que tal cosa ocurriera, los imperios se sucedían, cambiaban de nombre pero seguía el mismo espíritu, y los judíos estaban ya acomodados a su nueva realidad… ¿volver para reconstruir ruinas? Si el Señor se demoraba, ¿quién volvería? ¿Quedaría recuerdo incluso de su tierra? Israel fue poblada en el siglo XX y bendecida por Dios (a pesar de que la mayoría de ellos sigue en rebeldía contra el Señor), pero cuando recién llegaron solo había arena, piedras y enemigos poderosísimos por todas partes; había sido la terrible persecución que sufrieron lo que empujó a algunos valientes (relativamente pocos, vale decir) a poblar esa tierra yerma.

Si Dios se tarda, ni siquiera el recuerdo de una nación “normal” quedará en la mente de las personas, propiamente, se habrá perdido ya en el imaginario nacional la idea de “nación” que nos cobija, el nombre del país solo referirá a una tierra de sufrimiento y contradicción, el lugar del que uno querría escapar lo más rápido posible, o que tendría que soportar contra su voluntad. Cuando tal pensamiento se establece en la mente de un pueblo, la nación murió. No serán muchos los que mantengan vivo el ideal, de una patria que en realidad no conocieron, de una nación justa que hoy no existe, y que quizás no existió nunca hasta ahora, pero que puede construirse.

Por eso, una vez que hayamos derramado nuestro corazón, ¡Señor, no te tardes en respondernos, porque sino esta nación que creaste para dar a conocer Tu Nombre va a desaparecer!

Israel volvió a ser un país, la oración de Daniel fue respondida en el tiempo. Pero, ¿y mientras tanto? ¿Qué ocurrió inmediatamente después? Lo veremos en un próximo artículo.


Danilo Sorti


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