Daniel 9:16-19 RVC
16 Pero actúa, Señor, conforme a tu justicia
y aparta tu ira y tu furor de Jerusalén; ¡apártalos de tu ciudad y de tu santo
monte! ¡Por nuestros pecados y por la maldad de nuestros padres Jerusalén y nosotros
somos el oprobio de nuestros vecinos!
17 Dios nuestro, ¡oye la oración de este
siervo tuyo! ¡Oye sus ruegos, Señor, y por tu amor haz resplandecer tu rostro
sobre tu derruido santuario!
18 ¡Inclina, Dios mío, tu oído, y escúchanos!
¡Abre tus ojos, y mira nuestra desolación y la ciudad sobre la que se invoca tu
nombre! ¡A ti elevamos nuestros ruegos, no porque confiemos en nuestra justicia
sino porque confiamos en tu gran misericordia!
19 ¡Señor, Señor, óyenos y perdónanos!
¡Préstanos atención, Señor, y actúa! Por amor a ti mismo, Dios mío, ¡no
tardes!, que tu nombre se invoca sobre tu ciudad y tu pueblo.
Toda la oración de Daniel es un clamor y una
súplica, muy distinto al espíritu que domina hoy. Precisamente una de las cosas
más valiosas de esta oración es eso; un clamor que a la mentalidad del siglo
XXI suena repetitivo y hasta casi innecesario. ¿No basta con pedirlo una vez y
ya está? Es más, si Dios sabe todas las cosas, ¿para qué pedir?
La experiencia de los apóstoles, de los
primeros cristianos, y de muchísimos creyentes más a lo largo de la historia y
en este mismo momento están en sintonía. Conocer realmente la profundidad del
pecado nacional no puede dejarnos otra opción que eso. Sin embargo, no todo
termina allí, no en esta dispensación, no cuando el Hijo del Hombre ha ganado
ya toda autoridad. Pero eso lo veremos después.
“¡Inclina, Dios mío, tu oído, y escúchanos!”
El clamor es del pueblo todo, sea porque en efecto estaba siendo hecha esta
oración por muchos israelitas o sea porque Daniel la realizaba genuinamente en
nombre de todos, y quizás por ambas situaciones.
“Abre tus ojos, y mira nuestra desolación y
la ciudad sobre la que se invoca tu nombre”, la apelación aquí es a
misericordia, no a justicia: el pueblo que tenía la Palabra estaba desolado y
desparramado, la ciudad, destruida. Sin embargo, Daniel sigue mirando aquí con
los ojos del pasado, si bien su oración es perfectamente genuina, en esta
desgracia mucho más se ganaría. Resultó muy doloroso para Israel atravesar el
proceso y ser dispersado, pero gracias a ello el nombre del Señor fue conocido
por todo el mundo antiguo. Era Daniel, al igual que todo Israel, quien debía
“inclinar su oído” y escuchar el clamor de los pueblos que no conocían la
salvación, quien debía “abrir sus ojos” y ver la necesidad de ese mundo
antiguo, ver la desolación espiritual
que reinaba. Era él, junto con su pueblo, quien debía tener misericordia de los
perdidos, quien debía llevar la provisión del perdón y actuar en favor de
ellos. Algo de eso ocurrió; Dios contestó la oración de Daniel en nombre de
Israel, pero también Israel llego a ser una “respuesta” a la oración de tantos
paganos. Cuando clamamos por nuestras naciones, ¿estamos dispuestos a ser
también la respuesta para los que tienen menos conocimiento aún de la salvación
y la gracia de Dios? Por lo menos sabemos a Quien pedir y qué Ley hemos
quebrantado, pero muchos otros ni siquiera eso conocen.
“no porque confiemos en nuestra justicia sino
porque confiamos en tu gran misericordia” Recordemos: no hay justicia propia
para exigir nada ni para presentarnos delante suyo. La justicia es Cristo, en
Él somos justos y por supuesto se supone que hacia Él caminamos por lo que esa
misma justicia tiene que reflejarse en la mayor medida posible en nosotros,
pero es solo por Su misericordia. Si Israel pudo llegar a comprender esta
dimensión del perdón divino, sin haber tenido la revelación más perfecta del
Salvador, cuánto más nosotros.
“óyenos y perdónanos”, el perdón aquí implica
quitar la dimensión del juicio, del castigo. “Préstanos atención, Señor, y
actúa” porque sin una intervención divina resultaba imposible que su situación
cambiara, no había nada, humanamente hablando, que lo indicara.
“Por amor a ti mismo … que tu nombre se
invoca sobre tu ciudad y tu pueblo.” Finalmente, es por la gloria de Dios, es
para que Su nombre se dé a conocer. Aquí Daniel pudo entenderlo y no se trata
de un “chantaje” al Señor: realmente las naciones en Sus manos son menos que el
polvillo que vuela por los aires en la primavera, no es por nosotros ni menos
aún porque Él no pueda formar naciones mejores y más numerosas; es para que Su
nombre y Su fama sea anunciada a multitudes que aún han de nacer sobre la
Tierra, que no conocerán ni vivirán esta historia de sangre y sufrimiento que
nosotros vivimos, pero que necesitarán tener el testimonio de la grandeza de un
Dios capaz de perdonar y tener misericordia de pueblos terriblemente pecadores.
Creo que esa será nuestra principal función durante el reinado milenial y
luego, por la eternidad, hacia los pueblos que habrán de nacer y que llenarán
no solamente esta Tierra. Hay una historia que deberán conocer y nosotros somos
los testigos, de cómo el Señor tuvo misericordia y rescató a pueblos cuando era
totalmente imposible.
“tu nombre se invoca sobre tu ciudad y tu
pueblo”, Daniel entiende cuál era la función de Israel; no procurar “disfrutar
egoístamente” de la vida, sino dar a conocer el nombre de Dios. La nación no lo
había comprendido durante siglos y terminó “mirándose al ombligo”, pensando que
ellos eran “un fin en sí mismo”. Tampoco lo son nuestras naciones, pero si los
hijos de Dios no logramos comprenderlo y actuar en consecuencia, ¿qué pedir al
resto?
“¡no te tardes!” implica una dimensión
temporal: cada proceso tiene su tiempo y si recordamos, la oración comenzó mirando
el cumplimiento de los tiempos que indicaban el retorno de Israel a su tierra.
De nuevo: no había indicios humanos de que tal cosa ocurriera, los imperios se
sucedían, cambiaban de nombre pero seguía el mismo espíritu, y los judíos
estaban ya acomodados a su nueva realidad… ¿volver para reconstruir ruinas? Si
el Señor se demoraba, ¿quién volvería? ¿Quedaría recuerdo incluso de su tierra?
Israel fue poblada en el siglo XX y bendecida por Dios (a pesar de que la
mayoría de ellos sigue en rebeldía contra el Señor), pero cuando recién
llegaron solo había arena, piedras y enemigos poderosísimos por todas partes;
había sido la terrible persecución que sufrieron lo que empujó a algunos
valientes (relativamente pocos, vale decir) a poblar esa tierra yerma.
Si Dios se tarda, ni siquiera el recuerdo de
una nación “normal” quedará en la mente de las personas, propiamente, se habrá
perdido ya en el imaginario nacional la idea de “nación” que nos cobija, el
nombre del país solo referirá a una tierra de sufrimiento y contradicción, el
lugar del que uno querría escapar lo más rápido posible, o que tendría que
soportar contra su voluntad. Cuando tal pensamiento se establece en la mente de
un pueblo, la nación murió. No serán muchos los que mantengan vivo el ideal, de
una patria que en realidad no conocieron, de una nación justa que hoy no
existe, y que quizás no existió nunca hasta ahora, pero que puede construirse.
Por eso, una vez que hayamos derramado
nuestro corazón, ¡Señor, no te tardes en respondernos, porque sino esta nación
que creaste para dar a conocer Tu Nombre va a desaparecer!
Israel volvió a ser un país, la oración de
Daniel fue respondida en el tiempo. Pero, ¿y mientras tanto? ¿Qué ocurrió
inmediatamente después? Lo veremos en un próximo artículo.
Danilo Sorti
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