lunes, 25 de noviembre de 2019

738. Limpiando el pecado en el campamento – III, el engaño nos hace olvidar las verdades fundamentales


Josué 7:3-5 RVC
3 Cuando regresaron, le dijeron a Josué: «No es necesario que todo el pueblo se fatigue. Bastará con que vayan dos mil o tres mil hombres. Ellos podrán derrotar a Hai, porque los de allí son pocos.»
4 Así que los que fueron a atacar a Hai eran como tres mil hombres, pero fueron derrotados y tuvieron que salir huyendo de allí.
5 Los habitantes de Hai mataron a treinta y seis hombres; a los demás los persiguieron hasta las canteras, y los derrotaron en la bajada. Y cuando el pueblo supo esto, su ánimo desfalleció y se escurrió como agua.

Israel ya había recibido la promesa de la presencia del Señor con ellos y la promesa de la victoria. Nosotros hoy sabemos que el Resucitado está permanentemente con Su pueblo y que todas las promesas son sí y amén en Él. Pero eso no garantizaba una victoria automática…

¿Por qué evaluaron tan mal unos espías acostumbrados a la guerra y especialmente seleccionados para esa misión? Dios no estaba en el asunto, no podía permitir una nueva victoria sobre bases pecaminosas, porque eso terminaría contaminando todo el proceso, por lo que sus ojos fueron, en cierto sentido, cegados. La pericia no garantiza el éxito, sólo puede asegurarlo Uno, el Señor.

El orgullo, Leviatán, esa serpiente tan escurridiza y tortuosa, se filtra en los momentos y de las formas menos pensadas, pero como dijimos en un artículo anterior, el momento del éxito resulta especialmente crítico. A partir de allí infecta todo y lleva, como en este caso, a sobrevalorar las fuerzas propias y subvalorar las del enemigo.

Ahora bien, es obvio que el Adversario utiliza el engaño de manera muy hábil, así que si queremos descubrir sus fuerzas y estrategias tenemos que poder superarlo, pero precisamente la idea del “engaño” es “engañar”, por lo que no podemos asumir que vaya a ser sencillo descubrirlo, ¡de ninguna manera somos más poderosos o inteligentes que Satanás!

Es algo que debemos tener siempre presente; probablemente no fuera una revelación tan clara en los tiempos de Josué, pero sin dudas lo es para nosotros:

Efesios 6:12 RVC
12 La batalla que libramos no es contra gente de carne y hueso, sino contra principados y potestades, contra los que gobiernan las tinieblas de este mundo, ¡contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes!

Pero es tan fácil olvidarnos de esto, más bien, es tan fácil suponer que solo se refiere a “lo espiritual”, lo que tiene que ver con las creencias o el mundo de los demonios o vaya a saber qué, pero que no se aplica en “este caso”. Sin embargo Pablo lo dice muy claro: “la batalla que libramos no es contra gente de carne y hueso”, esto es porque realmente se estaban enfrentando con una fuerte oposición ¡de gente de carne y hueso! Pero no se trataba más que de una pantalla que utilizaban los poderes demoníacos para manifestarse.

Notemos que el pasaje supone lo que en realidad ya sabemos: los que están entregados al Adversario son dominados por él, no son libres; quizás no debamos verlos como “títeres” en un sentido literal, pero tampoco como personas con libertad para pensar y decidir. Por eso, nuestro principal enfoque debe ser hacia el mundo espiritual, nuestra principal lucha está allí, sin caer tampoco en un “espiritualismo” extremo que resulta erróneo.

En griego la expresión que se usa es “carne y sangre”, y resulta interesante analizar que “carne” se está refiriendo al mundo material, visible; mientras que sangre, aunque de hecho sea también algo material y visible, se relaciona fácilmente con el concepto de vida y nos remite al mundo anímico, de las ideas, emociones, razonamientos. En todo caso, las palabras enfatizan todo lo relacionado con el mundo humano, tanto el aspecto físico como el aspecto de las ideas y sentimientos.

Volvemos a Hai; los de la ciudad “son pocos”, pero evidentemente, había muchos más “escondidos”, o estos “pocos” en realidad resultaban ser “más fuertes” de lo esperado. La categoría de análisis que utilizaron y lo que supusieron en base a eso fue, de nuevo incorrecta; sus ojos espirituales no estaban abiertos para ver la realidad.

El número 36 se utiliza para referirse al enemigo o adversario, pero puede ser tanto para los enemigos físicos o espirituales, la lucha contra ellos, como para Dios mismos que, como en este caso, se constituye enemigo de Su pueblo desobediente.

El resultado de la derrota fue que el ánimo del pueblo “desfalleció”, literalmente “se escurrió como agua”. ¡Esta era la verdadera victoria que Satanás quería lograr!

Saquemos un poco de cuentas, por más que perder a 36 guerreros fuera malo, ¿cuántos había en Israel? ¿Acaso era la primera vez que perdían gente? ¿Absolutamente nadie había muerto antes? ¿Todas las batallas que enfrentaron las ganaron, o al menos, las ganaron fácilmente? Es decir, ¿de verdad la magnitud de la derrota justificaba que todo el pueblo perdiera de esa manera el ánimo? Decididamente no. En comparación con los recursos que tenía Israel, con su experiencia y promesa, esto era una simple “piedra en el camino”. El verdadero problema, y esto lo entendieron muy bien, consistía en que Dios no los había apoyado, en este caso, Sus promesas no se habían cumplido.

La magnitud “material” de la derrota no justificaba el sentimiento del pueblo, pero bien había entendido que se trataba de un problema espiritual. Sin embargo, veremos que todavía no conocían realmente a Dios, sino que lo seguían tratando como un “Dios caprichoso e impredecible”, tal como eran todos los falsos dioses de esa época. No los critiquemos tanto, las enseñanzas que extraemos de aquí son totalmente actuales…


Danilo Sorti


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