Josué 7:6-10 RVC
6 Entonces Josué se rasgó la ropa, y tanto él
como los ancianos de Israel se echaron polvo sobre la cabeza e inclinaron su
rostro hasta el suelo delante del arca del Señor, hasta que cayó la tarde.
7 Y Josué exclamó: «¡Ay, Señor, Señor! ¿Por
qué permitiste que el pueblo cruzara el Jordán? ¿Acaso fue sólo para
entregarnos en manos de los amorreos, para que nos destruyan? ¡Hubiera sido
mejor que nos quedáramos al otro lado del Jordán!
8 ¡Ay, Señor! ¿Qué puedo decir, ahora que
Israel ha sido derrotado y que salió huyendo de sus enemigos?
9 Cuando lo sepan los cananeos y todos los
pueblos que habitan esta tierra, vendrán y nos rodearán, y nos borrarán de la
tierra. Y entonces, ¿qué vas a hacer con tu gran fama?»
10 El Señor le respondió a Josué: «¿Por qué
estás con el rostro en el suelo? ¡Levántate!
Uno diría que después de esta muestra de
arrepentimiento y de estas palabras tan sentidas el Señor tendría compasión de
Su pueblo, pero la verdad es que lo único que lograron fue enfurecerlo más.
“¡Basta de tanta escena, muchachos! ¡Esto no se resuelve así!”
De verdad que podemos ser muy melodramáticos
a veces. En el versículo anterior todo el pueblo se había desanimado y ahora lo
vemos postrado y humillado, llorando “a moco tendido” como diríamos por acá.
¿No era un poco exagerado…?
Vimos en el artículo anterior que,
materialmente, la derrota no significaba mucho para Israel, realmente era un
resultado “remontable” con un buen análisis y un cambio de estrategia.
Humanamente hablando, no había razón para sentirse así; ¡cuánto más si ellos
contaban con el recurso espiritual de un Dios a quien buscar y consultar! Creo
que esto, tanto o más que la desobediencia de Acán, exasperó al Señor. Toda la
actuación que hicieron era parte del “protocolo” del lamento, de una gran
humillación, propiamente, de una catástrofe nacional; ellos lo sabían
perfectamente, era algo propio de su cultura, ¡y no era para tanto!
Pero veamos como la situación sacó a relucir
creencias erróneas respecto de Dios.
“Entonces Josué se rasgó la ropa, y tanto él
como los ancianos de Israel se echaron polvo sobre la cabeza e inclinaron su
rostro hasta el suelo delante del arca del Señor, hasta que cayó la tarde.”
Bueno, empezamos bien, tendrían que haberlo buscado antes de la batalla, no
después de la derrota, pero por lo menos se dieron cuenta del error.
“Y Josué exclamó: «¡Ay, Señor, Señor! ¿Por
qué permitiste que el pueblo cruzara el Jordán? ¿Acaso fue sólo para
entregarnos en manos de los amorreos, para que nos destruyan? ¡Hubiera sido
mejor que nos quedáramos al otro lado del Jordán!” ¡Y vuelve la burra al trigo!
Durante cuarenta años, los que salieron de Egipto y hasta que murieron en el
desierto añoraron con volver a su tiempo de esclavitud, tan rápido se les
habían borrado de la mente los sufrimientos de la opresión. No podemos
criticarlos en absoluto, la historia reciente de nuestros propios pueblos
demuestra EXACTAMENTE LO MISMO: la gente prefiere un par de mendrugos de pan
seguros que los desafíos de la libertad y de tener que esforzarse por ganarse
el pan. La buena noticia es que “el que comenzó en ustedes la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Jesucristo.” (Filipenses 1:6), cueste lo que
cueste. Lo hizo con Israel, lo hará con nosotros. Dios nunca los llevó para
atrás, en todo caso, los que obstinadamente fueron incrédulos no pudieron
avanzar hacia lo nuevo, pero no volvieron.
Esta nueva generación no conocía de primera
mano la vida en Egipto y no quería volver allí, sí conocía la vida en el
desierto, así que su único “lugar seguro” para regresar era ese. Qué frustrante
debió ser para el Señor, luego de haber trabajado durante 40 años para formar
una generación de fe, con la capacidad para ver más allá y avanzar hacia un mundo
nuevo prometido, encontrarse con lo mismo que había desechado en sus padres.
Pero el gran problema, más que en esta
reacción propiamente humana y hasta cierto punto comprensible, era el concepto
erróneo que tenían de ese Dios que se les había manifestado durante décadas.
“¿Por qué permitiste que el pueblo cruzara el
Jordán?” Es sutil el cambio de palabras, Dios no lo “permitió”, Él mismo los
llevó, había propósito y planes para todo el camino, no lo hicieron ellos, no
fue la “voluntad permisiva” de Dios. Josué perdió de vista el cuadro general:
el Señor estaba desarrollando un plan muy grande, y si esto era así, ¿se iba a
frustrar acaso por una sola derrota?
“¿Acaso fue sólo para entregarnos en manos de
los amorreos, para que nos destruyan?” Aquí ya estamos un poco más complicados:
parece que Yahveh tenía otros propósitos ocultos, quería llevar a Israel a
Canaán para que fuera destruido allí… Bueno, si estuviéramos en este tiempo
podríamos decirle que dejara de mirar tantas telenovelas que le pican el
cerebro, pero no existían en ese entonces. ¿Cómo podía llegar a pensar así de
Dios, después de todo lo que había hecho y él mismo había visto en su vida?
Josué no nació en el desierto, fue testigo tanto de la esclavitud de Egipto
como de los poderosos hechos de liberación como de los muchos milagros en el
yermo. Estuvo al lado de Moisés, por lo que participó de manera directa de
todas las revelaciones que recibió; no había nadie en Israel en ese momento que
conociera mejor a Yahveh que Josué… pero por lo visto, todavía le faltaba una
“vuelta de tuerca” en el asunto…
“¿Qué puedo decir, ahora que Israel ha sido
derrotado y que salió huyendo de sus enemigos? Cuando lo sepan los cananeos y
todos los pueblos que habitan esta tierra, vendrán y nos rodearán, y nos
borrarán de la tierra.” Bueno, el temor aquí es comprensible, por cierto que
los enemigos resultaban formidables. Esto nos lleva a considerar una verdad
obvia pero fácilmente olvidada: cuando un proyecto empieza por fe y obediencia,
debe seguir hasta el final por esa misma fe y obediencia. Con todo, está
asumiendo un hecho que no resultaba tan fácil de que ocurriera, cuando seguimos
leyendo Josué nos encontramos que hubo una coalición contra Israel pero solo
después de la victoria de Hai y la unión con Gabaón, que fue cuando el resto de
las ciudades estados comprendieron realmente el peligro que significaba.
Ahora bien, Josué asume que “ellos” los
borrarían de la tierra. De nuevo, Dios no está en el asunto; casi “no estuvo”
cuando cruzaron el Jordán, se “desentendió” del resultado de la batalla y por
cierto “tampoco” estaría cuando ciertísimamente vinieran a destruirlos.
Entonces, ¿por qué concluye su oración diciendo “¿qué vas a hacer con tu gran
fama?”? Si esto no es un intento de manipular a Dios, entonces no tengo idea de
qué otra cosa pueda ser. Es decir, ¡no resulta para nada creíble que de verdad
Josué se estuviera preocupando por la fama del Señor! ¡Estaba muerto de miedo,
digámoslo!
Necesitamos una explicación de cómo alguien
como Josué tenía un concepto tan erróneo de Dios, pero no es necesario ahondar
en ella para reconocernos a nosotros mismos allí. Un Dios en cierto sentido
“caprichoso”, cuyos caminos resultaban “misteriosos e incomprensibles”, que no
se sabía cómo iba a actuar y que por sobre todo, no estaba interesado en ese
pueblo llamado Israel. No solo tenemos algo teológicamente inválido desde todo
punto de vista, para nosotros con nuestra revelación más perfecta a través de
Cristo, pero también para ellos. Tenemos algo “lógicamente” inválido; aunque no
tuvieran las palabras y las promesas de ese Dios, ¿acaso invertiría tanto
tiempo y dedicación en liberar y formar a un pueblo para dejarlo abandonado en
la primera circunstancia? Es más, ¿había sido ese el primer error del pueblo,
como para que fuera el último y definitivo? Por cierto que no, ¡decididamente
no! ¡Vaya si tenía una larga lista de errores, y Dios siguió siendo fiel a
pesar de esos!
Bueno, creo que ya le dimos demasiadas
vueltas al asunto: Josué e Israel se olvidaron de todo eso y fueron embargados
por el desánimo, y punto. Así que la enseñanza de todo esto es que el desánimo
de una derrota hace olvidar muchísima historia de victorias, y por cierto, saca
a luz unas cuántas creencias erróneas que tenemos respecto del Señor.
Israel había tenido muchos fracasos en el
desierto, y derrotas también, pero de todas el Señor lo libró, y aunque tuvo
que pasar por la corrección, aquí estaba, una nación nueva, fortalecida y con
propósito. Una simple derrota no iba a detener su avance, es más, sería el
punto de partida de una seguidilla de victorias que vendrían un poco más tarde.
Danilo Sorti
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