Josué 7:1 RVC
1 Pero los hijos de Israel cometieron una
grave falta porque Acán, que era de la tribu de Judá, tomó de lo que estaba
bajo maldición, y el Señor se enojó contra todo el pueblo. Acán era hijo de
Carmi, nieto de Zabdi y bisnieto de Zeraj.
Recuerdo hace unos cuantos años haber leído
un comentario bíblico sobre el libro de Josué, donde el autor decía que no
había ningún “pecado registrado” de él en la Biblia, pero eso es una media
verdad que este capítulo se encarga de desmentir: a pesar de todas las
incuestionables virtudes que tuvo, cometió el terrible error de pensar que no
necesitaba consultar a Dios en algo que “ya sabía” bien cómo se hacía, por lo
que fueron vergonzosamente derrotados en Hai.
Para contrastar, resulta curioso ver que un
líder decididamente fuera del propósito de Dios como Saúl, tuvo al menos la
sabiduría como para hacerlo y darse cuenta de que una falta de respuesta estaba
indicando algo malo:
1 Samuel 14:37-38 RVC
37 Entonces Saúl consultó al Señor: «¿Debo
perseguir a los filisteos? ¿Le darás la victoria a tu pueblo Israel?» El Señor
no le dijo nada ese día,
38 así que Saúl llamó a los jefes del pueblo
y les preguntó: «Díganme quién ha pecado hoy, y cuál ha sido su maldad;
Pero esto es la segunda parte del pecado,
vamos desde el principio:
Josué 6:16-19 RVC
16 Pero al tocar los sacerdotes las bocinas
por séptima vez, Josué ordenó al pueblo: «Griten con todas sus fuerzas, porque
el Señor les ha entregado la ciudad.
17 Y será destruida en honor al Señor, con
todo lo que hay en ella. Solamente quedará con vida Rajab la ramera y los que
estén en su casa, porque ella escondió a los hombres que enviamos a reconocer el
lugar.
18 Y ustedes, tengan cuidado de no caer bajo
condenación. No toquen ni tomen nada de lo que está bajo maldición, para que el
campamento de Israel no sea destruido y perturbado.
19 Todo lo que sea de plata y oro, y los
utensilios de bronce y de hierro, se consagrarán al Señor y entrarán en su
tesoro.»
Los enemigos del Evangelio han difundido la
imagen de un Dios violento e injusto en su destrucción, exactamente como es su
propio dios. Lo cierto es que la “guerra santa” que Dios mandó a Israel estaba
muy claramente circunscripta a determinadas naciones y tenía reglas muy
precisas. En otra oportunidad hablé sobre el tema, pero la realidad de esas
sociedades era que se habían vuelto ya irredimibles, y el Señor, que es
misericordioso pero de ninguna manera consciente el pecado ni tolera la maldad,
decidió acabar con esos pueblos antes de que lentamente lo hicieran ellos
consigo mismos.
La instrucción de “no tocar” nada del tesoro
y consagrarlo al Señor puede no ser totalmente comprendida para nosotros hoy,
más si vemos que en el resto de las conquistas no pasó lo mismo. Probablemente
tuviera el sentido de los primeros frutos consagrados a Dios, y creo que así
es. Pero no me resultaría extraño pensar que también había una cuestión
espiritual asociada: dado que esas culturas estaban tan infectadas de demonios,
sus objetos materiales no resultarían una excepción, y quizás el único lugar
posible donde contenerlos sería en la misma presencia del Señor (recordemos que
ellos no tenían la revelación más perfecta dada en Cristo).
Notemos algo: toda la sociedad fue condenada
a la destrucción porque ya era irredimible, pero una persona y su familia no,
fueron salvos e integrados a Israel. Aunque la sociedad no pudiera ser ya
recuperada, todavía podía haber individuos que sí.
En ese escenario, y con tan claras
instrucciones, Acán y sus hijos cometen un pecado muy grosero: una
desobediencia directa a una orden de Josué, más aún sabiendo que venía de parte
de Dios y conociendo ellos mejor que nosotros los peligros espirituales que
escondían esos objetos. Acán era un soldado maduro y, podemos suponer,
experimentado; tenía un estatus social importante, debía ser alguien conocido
en su tribu, la más grande de Israel.
La Biblia es muy clara en afirmar que ese
pecado era un pecado de todo Israel, no el de un hombre y su familia (que
necesariamente debían saber lo que él había hecho y callaron). Dios estaba
formando un pueblo nuevo, que solo cuatro décadas atrás era una masa
embrutecida de esclavos, y no podía dejar pasar un hecho tan notorio.
Volvamos a leerlo: “Pero los hijos de Israel
cometieron una grave falta porque Acán…”. La falta de uno (y su familia
cercana) fue suficiente como para castigar a un pueblo que podía estar rondando
los 2.000.000 de personas. Con Dios no se juega.
¿Qué está, hoy, “bajo maldición”? Es
interesante rastrear la palabra, uno se encuentra con pasajes como los
siguientes:
1 Corintios 16:22 RVC
22 Si alguno no ama al Señor, quede bajo
maldición. ¡El Señor viene!
Gálatas 1:8 RVC
8 Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo,
les anuncia otro evangelio diferente del que les hemos anunciado, quede bajo
maldición.
Gálatas 3:10 RVC
10 Porque todos los que dependen de las obras
de la ley están bajo maldición, pues está escrito: «Maldito sea todo aquel que
no se mantenga firme en todas las cosas escritas en el libro de la ley, y las
haga.»
Así que no se trata solamente de pecados
“graves” o groseros, de actos ostensiblemente perversos. Por supuesto que se
aplica en tales situaciones, pero también se aplica en estas otras,
aparentemente más sutiles.
Mientras Acán “tomó” objetos materiales,
nosotros podemos fácilmente “tomar” identidades espirituales sujetas a
maldición, con lo cual nos hacemos culpables nosotros mismos y acarreamos
maldición a todo el pueblo de Dios, con lo que el Reino se ve estorbado en su
avance.
El llamado de este pasaje es a considerar la
seriedad de mis acciones individuales como cristiano: para Dios no soy “uno
más”. Prueba de ello está en que leemos tres antepasados de su genealogía:
ellos mantenían su sistema de registros genealógicos, nadie era “uno más”, cada
uno tenía identidad e historia propia.
Pero notemos algo: si las acciones de uno que
llevaba el nombre de israelita resultaron tan serias como para acarrear
maldición a todo Israel, es porque también las acciones de uno podían traer
bendición a toda la nación. Al leer el capítulo veremos lo malo y como se
solucionó, pero no perdamos de vista lo bueno que pudo haber sido y no fue.
No había ningún tipo de “bendición automática”
por pertenecer a Israel, más bien un juicio más severo si fallaba; ¿por qué
pensar que con los cristianos habría de ser distinto?
Gracias a Su misericordia estamos hoy en
otros tiempos y nadie resulta lapidado por sus pecados en nuestros países, pero
el texto nos sirve de advertencia: puede ser que nuestro pecado no sea
descubierto, pero Dios, que sabe todas las cosas, no va a dejar de verlo y
pedir cuentas.
En este tiempo donde la Iglesia se levanta a
luchar por una sociedad libre de ideologías extrañas, por autoridades políticas
justas y, más que nada y en primer lugar, por la salvación de las almas en
medio de una sociedad cada vez más infestada de demonios, no podemos darnos el
lujo de jugar con los “pecadillos” favoritos, porque todo el Cuerpo terminará
resentido y fracasado. Así de importantes somos y tal es la responsabilidad
concomitante.
Aprovechemos el tiempo para limpiarnos, para
purificarnos con su agua y someter todo nuestro ser a Cristo. Es imprescindible
si queremos ganar las batallas que se vienen.
Danilo Sorti
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