lunes, 25 de noviembre de 2019

736. Limpiando el pecado en el campamento – I, todos son culpables por uno


Josué 7:1 RVC
1 Pero los hijos de Israel cometieron una grave falta porque Acán, que era de la tribu de Judá, tomó de lo que estaba bajo maldición, y el Señor se enojó contra todo el pueblo. Acán era hijo de Carmi, nieto de Zabdi y bisnieto de Zeraj.


Recuerdo hace unos cuantos años haber leído un comentario bíblico sobre el libro de Josué, donde el autor decía que no había ningún “pecado registrado” de él en la Biblia, pero eso es una media verdad que este capítulo se encarga de desmentir: a pesar de todas las incuestionables virtudes que tuvo, cometió el terrible error de pensar que no necesitaba consultar a Dios en algo que “ya sabía” bien cómo se hacía, por lo que fueron vergonzosamente derrotados en Hai.

Para contrastar, resulta curioso ver que un líder decididamente fuera del propósito de Dios como Saúl, tuvo al menos la sabiduría como para hacerlo y darse cuenta de que una falta de respuesta estaba indicando algo malo:

1 Samuel 14:37-38 RVC
37 Entonces Saúl consultó al Señor: «¿Debo perseguir a los filisteos? ¿Le darás la victoria a tu pueblo Israel?» El Señor no le dijo nada ese día,
38 así que Saúl llamó a los jefes del pueblo y les preguntó: «Díganme quién ha pecado hoy, y cuál ha sido su maldad;

Pero esto es la segunda parte del pecado, vamos desde el principio:

Josué 6:16-19 RVC
16 Pero al tocar los sacerdotes las bocinas por séptima vez, Josué ordenó al pueblo: «Griten con todas sus fuerzas, porque el Señor les ha entregado la ciudad.
17 Y será destruida en honor al Señor, con todo lo que hay en ella. Solamente quedará con vida Rajab la ramera y los que estén en su casa, porque ella escondió a los hombres que enviamos a reconocer el lugar.
18 Y ustedes, tengan cuidado de no caer bajo condenación. No toquen ni tomen nada de lo que está bajo maldición, para que el campamento de Israel no sea destruido y perturbado.
19 Todo lo que sea de plata y oro, y los utensilios de bronce y de hierro, se consagrarán al Señor y entrarán en su tesoro.»

Los enemigos del Evangelio han difundido la imagen de un Dios violento e injusto en su destrucción, exactamente como es su propio dios. Lo cierto es que la “guerra santa” que Dios mandó a Israel estaba muy claramente circunscripta a determinadas naciones y tenía reglas muy precisas. En otra oportunidad hablé sobre el tema, pero la realidad de esas sociedades era que se habían vuelto ya irredimibles, y el Señor, que es misericordioso pero de ninguna manera consciente el pecado ni tolera la maldad, decidió acabar con esos pueblos antes de que lentamente lo hicieran ellos consigo mismos.

La instrucción de “no tocar” nada del tesoro y consagrarlo al Señor puede no ser totalmente comprendida para nosotros hoy, más si vemos que en el resto de las conquistas no pasó lo mismo. Probablemente tuviera el sentido de los primeros frutos consagrados a Dios, y creo que así es. Pero no me resultaría extraño pensar que también había una cuestión espiritual asociada: dado que esas culturas estaban tan infectadas de demonios, sus objetos materiales no resultarían una excepción, y quizás el único lugar posible donde contenerlos sería en la misma presencia del Señor (recordemos que ellos no tenían la revelación más perfecta dada en Cristo).

Notemos algo: toda la sociedad fue condenada a la destrucción porque ya era irredimible, pero una persona y su familia no, fueron salvos e integrados a Israel. Aunque la sociedad no pudiera ser ya recuperada, todavía podía haber individuos que sí.

En ese escenario, y con tan claras instrucciones, Acán y sus hijos cometen un pecado muy grosero: una desobediencia directa a una orden de Josué, más aún sabiendo que venía de parte de Dios y conociendo ellos mejor que nosotros los peligros espirituales que escondían esos objetos. Acán era un soldado maduro y, podemos suponer, experimentado; tenía un estatus social importante, debía ser alguien conocido en su tribu, la más grande de Israel.

La Biblia es muy clara en afirmar que ese pecado era un pecado de todo Israel, no el de un hombre y su familia (que necesariamente debían saber lo que él había hecho y callaron). Dios estaba formando un pueblo nuevo, que solo cuatro décadas atrás era una masa embrutecida de esclavos, y no podía dejar pasar un hecho tan notorio.

Volvamos a leerlo: “Pero los hijos de Israel cometieron una grave falta porque Acán…”. La falta de uno (y su familia cercana) fue suficiente como para castigar a un pueblo que podía estar rondando los 2.000.000 de personas. Con Dios no se juega.

¿Qué está, hoy, “bajo maldición”? Es interesante rastrear la palabra, uno se encuentra con pasajes como los siguientes:

1 Corintios 16:22 RVC
22 Si alguno no ama al Señor, quede bajo maldición. ¡El Señor viene!

Gálatas 1:8 RVC
8 Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, les anuncia otro evangelio diferente del que les hemos anunciado, quede bajo maldición.

Gálatas 3:10 RVC
10 Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues está escrito: «Maldito sea todo aquel que no se mantenga firme en todas las cosas escritas en el libro de la ley, y las haga.»

Así que no se trata solamente de pecados “graves” o groseros, de actos ostensiblemente perversos. Por supuesto que se aplica en tales situaciones, pero también se aplica en estas otras, aparentemente más sutiles.

Mientras Acán “tomó” objetos materiales, nosotros podemos fácilmente “tomar” identidades espirituales sujetas a maldición, con lo cual nos hacemos culpables nosotros mismos y acarreamos maldición a todo el pueblo de Dios, con lo que el Reino se ve estorbado en su avance.

El llamado de este pasaje es a considerar la seriedad de mis acciones individuales como cristiano: para Dios no soy “uno más”. Prueba de ello está en que leemos tres antepasados de su genealogía: ellos mantenían su sistema de registros genealógicos, nadie era “uno más”, cada uno tenía identidad e historia propia.

Pero notemos algo: si las acciones de uno que llevaba el nombre de israelita resultaron tan serias como para acarrear maldición a todo Israel, es porque también las acciones de uno podían traer bendición a toda la nación. Al leer el capítulo veremos lo malo y como se solucionó, pero no perdamos de vista lo bueno que pudo haber sido y no fue.

No había ningún tipo de “bendición automática” por pertenecer a Israel, más bien un juicio más severo si fallaba; ¿por qué pensar que con los cristianos habría de ser distinto?

Gracias a Su misericordia estamos hoy en otros tiempos y nadie resulta lapidado por sus pecados en nuestros países, pero el texto nos sirve de advertencia: puede ser que nuestro pecado no sea descubierto, pero Dios, que sabe todas las cosas, no va a dejar de verlo y pedir cuentas.

En este tiempo donde la Iglesia se levanta a luchar por una sociedad libre de ideologías extrañas, por autoridades políticas justas y, más que nada y en primer lugar, por la salvación de las almas en medio de una sociedad cada vez más infestada de demonios, no podemos darnos el lujo de jugar con los “pecadillos” favoritos, porque todo el Cuerpo terminará resentido y fracasado. Así de importantes somos y tal es la responsabilidad concomitante.

Aprovechemos el tiempo para limpiarnos, para purificarnos con su agua y someter todo nuestro ser a Cristo. Es imprescindible si queremos ganar las batallas que se vienen.


Danilo Sorti



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