Josué 7:1-2 RVC
1 Pero los hijos de Israel cometieron una
grave falta porque Acán, que era de la tribu de Judá, tomó de lo que estaba
bajo maldición, y el Señor se enojó contra todo el pueblo. Acán era hijo de
Carmi, nieto de Zabdi y bisnieto de Zeraj.
2 Poco después, Josué envió a varios hombres
de Jericó a Hai, que está junto a Bet Avén, al oriente de Betel. Les dijo: «Vayan
y hagan un reconocimiento de la tierra de Hai.» Y ellos fueron a reconocer el
terreno.
La Biblia está repleta de “obviedades” que,
por serlo, se nos escapan. Cuántas veces habré leído este pasaje sin darme
cuenta de una de ellas: los escenarios del versículo 1 y el 2 son completamente
distintos, se trata de “dos eventos” totalmente desconectados entre sí, que
fueron escritos juntos luego de que todos los sucesos que se narran a
continuación ocurrieran. Para Josué, era una misión como tantas, no había consultado
al Señor, era un “día normal” y feliz, porque venían de una gran victoria,
habían obedecido en lo imposible y vieron ese milagro increíble, la fe de
Israel estaba en su punto más alto, habían sido obedientes, el Señor los
protegió en medio de la batalla, sus enemigos fueron completamente derrotados,
Rahab había sido rescatada con éxito, sabían qué estrategia utilizar para la
conquista… ¿qué podía salir mal…?
Recuerdo haber leído hace tiempo ya que el
momento más peligroso ocurría luego de una gran victoria, porque las personas
se confiaban, entraban en la autocomplacencia y creían tener ya todas las
estrategias y conocimiento necesario para seguir venciendo. En esencia, no se
trata nada más y nada menos que del “viejo y querido” orgullo que nos espera en
la esquina para asaltarnos cuando más desprevenidos estamos. Habrá victorias
que el Adversario ya no podrá impedir, pero inmediatamente después se pondrá a
trabajar para asestarnos una gran derrota.
Sin embargo, en el resto del capítulo vamos a
ver también lo contrario: el aprendizaje generado luego de una gran derrota y
el mismo principio de “fracaso por orgullo” después de una victoria aplicado a
los enemigos de Dios. Hay principios que son válidos para todos, y tanto pueden
llevarnos a un fracaso como a la derrota de los enemigos del Reino.
En 2018 Microsoft fue la 3° empresa más
grande en valor de mercado, más allá de todo lo que podamos decir de ella,
evidentemente hay cosas que hacen bien. Una de ellas es el proceso de “velar al
muerto”, como lo llaman, una vez terminado un proyecto. Cuando el producto ya
salió al mercado, se reúne todo el equipo que trabajó en él y evalúan el
proceso y los resultados. Todos sabemos que no siempre tuvo “éxito” en lo que
hizo, recuerdo el sistema operativo Vista, luego del más famoso XP. En la
práctica, al menos por estas tierras, fue un desastre: demasiado engorroso,
terminaba siendo un “insulto”, algo pensado para débiles mentales que no sabían
cómo apretar una tecla. Pero luego vinieron otros mejores. Una empresa tan
grande, con tanta información disponible no había tenido en cuenta algunas
cuestiones básicas y cometió un gran error, pero lo solucionaron. El proceso de
“velar al muerto” dio resultado.
No hacer una correcta evaluación de lo que
pasó es la antesala del fracaso, pero cuidado, no se trata de un simple
análisis humano o seguir pasos formales. En cierto sentido ellos ya habían
aprendido una estrategia: estudiar el territorio antes, enviar espías, recabar
información y después decidir; es decir, no estamos con gente improvisada o
poco conocedora el tema sino todo lo contrario. Josué era un hombre de guerra
desde su juventud, probablemente tuviera para ese momento al menos unos 60 años
(aunque en la famosa novela homónima lo mostraran más joven por razones
obvias…), toda esa generación, nacida en el desierto, estaba acostumbrada a
luchar, conocía de estrategia, se habían preparado durante años para ese
momento.
Todo esto nos debe poner una enorme nota de
advertencia: si aún ellos se equivocaron, ¿qué nos queda para la mayoría de
nosotros?
Pero cuidado; ellos no fracasaron
humanamente, aplicaron muy bien lo que ya sabían, siguieron el “protocolo”
correcto, como hoy se acostumbra: un “protocolo” para todo. La raíz del fracaso
fue espiritual: no tuvieron en cuenta esa dimensión, no tuvieron en cuenta a
Dios y Su santidad, a pesar de que durante más de cuarenta años el Señor mismo
había estado tratando con ellos en ese tema. Fácilmente, la lucha dejó de ser
“espiritual” para volverse “natural”. Fue algo más o menos como decir: “Bueno
Dios, ya nos enseñaste cómo hacerlo, así que ahora podemos seguir solos”.
Humanamente no tenían forma de saber lo que
había pasado con Acán, solo una revelación divina podía mostrarles dónde estaba
el error y ellos no la buscaron. Como consecuencia, siguieron adelante con sus
ojos “velados”, lo que les impidió poder evaluar correctamente la fortaleza del
enemigo. Pero en realidad el problema fue mucho más grave: siguieron adelante
acarreando pecado no resuelto, con lo que Dios mismo se volvió su Enemigo. Y es
que Hai ocupa aquí un rol secundario, realmente el problema no fue entre Israel
y Hai, sino entre Israel y Dios, la ciudad a conquistar es solo un instrumento,
y dependió de la restauración de la santidad el obtener luego la victoria.
Resumiendo, luego de una gran victoria viene
un momento muy peligroso; pensar que “ya sabemos cómo” y no consultar fielmente
a Dios hasta que Él hable es la antesala del fracaso, y el verdadero problema
no es con los “enemigos” sino con Dios mismo.
Danilo Sorti
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