Se ha dicho que los 66 capítulos de Isaías se
corresponden con los 66 libros de la Biblia, y eso puede parecer extraño… para
los que no creen, claro. El capítulo 48 fue un llamado a “salir de Babilonia”,
que simbólicamente conecta muy bien con Gálatas, un llamado a salir del sistema
de cautividad religiosa “babilónico”. Siguiendo la misma lógica, el capítulo 49
debería conectarse proféticamente con Efesios, que nos muestra el diseño del
Pueblo de Dios que Jesucristo vino a formar. ¿Será así?
Isaías 49:1-7 RVC
1 ¡Escúchenme, costas y pueblos lejanos! El
Señor me llamó desde el vientre de mi madre; tuvo en cuenta mi nombre desde
antes de que yo naciera.
2 Hizo de mi boca una espada aguda, y me
cubrió con la sombra de su mano; hizo de mí una flecha bruñida, y me guardó en
su aljaba.
3 Y me dijo: «Israel, tú eres mi siervo. Tú
serás para mí motivo de orgullo.»
4 Pero yo dije: «De balde he trabajado. He
gastado mis fuerzas sin ningún provecho. Pero el Señor me hará justicia; mi
Dios me dará mi recompensa.»
5 Pero ahora ha hablado el Señor, el que me
formó desde el vientre para que fuera yo su siervo; para que reuniera a Jacob,
para que hiciera a Israel volverse a él (así yo seré muy estimado a los ojos
del Señor, y mi Dios será mi fuerza),
6 y ha dicho: «Muy poca cosa es para mí que
tú seas mi siervo, y que levantes las tribus de Jacob y restaures al remanente
de Israel. Te he puesto también como luz de las naciones, para que seas mi
salvación hasta los confines de la tierra.»
7 Así ha dicho el Señor, el Santo Redentor de
Israel, al que es menospreciado, al que es odiado por las naciones, al siervo
de los gobernantes: «Los reyes y los príncipes te verán y se levantarán, y se
inclinarán ante el Señor, porque el Santo de Israel, que te ha escogido, es
fiel.»
¡Oh caramba! El capítulo inicia con uno de
los llamados “Cantos del Siervo del Señor” que encontramos en Isaías, los cuales
constituyen una de las profecías más claras y directas del Mesías en todo el
Antiguo Testamento, y todo lo que seguimos leyendo en los versículos siguiente
tiene que ver con ese tiempo mesiánico y de restauración, presente en la
Iglesia y futuro en el Reino por venir. Así que, efectivamente, el capítulo 49
es un muy buen paralelo profético de la Iglesia que podemos leer en Efesios.
¿Será que el Espíritu Santo sabía ya como habrían de escribirse y ordenarse los
libros del Nuevo Testamento cuando inspiró al profeta para que escribiera estas
palabras, cientos de años antes? Capaz que sí, ¿no?...
Estas secciones llamadas los Cantos del
Siervo del Señor son profecías mesiánicas maravillosas. Hay una discusión
teológica si primeramente fueron dirigidos a alguna persona del tiempo del
profeta, o a la nación de Israel como todo, o incluso a Ciro que destruiría a
Babilonia. Puede ser, pero a nosotros nos interesa su contenido mesiánico y a
ése nos referiremos. Pero al hablar de él inevitablemente hablamos de la Iglesia.
Somos Su Cuerpo y expresamos lo que Él es, tenemos Su naturaleza y estamos
siendo transformados. La Iglesia primitiva sabía muy bien que Cristo es nuestro
ejemplo, y nosotros también debemos saberlo. No es ningún pastor, o apóstol, ni
menos aún algún “modelo ideal” de creyente; se trata de una Persona, alguien
real, objetivo, el “ideal” hecho carne, ninguna abstracción. Es Cristo, y eso
puede parecer muy sencillo a las mentes más “complejas y estudiosas”, pero ¡de
eso se trata! Es la sabiduría de Dios, que a los sabios según este mundo parece
locura, pero que a los humildes y sencillos los vuelve de verdad sabios.
“¡Escúchenme, costas y pueblos lejanos!” es
la vocación misionera que Israel casi nunca quiso aceptar, y que la Iglesia…
tampoco. Pero Dios, desde que puso a Adán y Eva en el huerto, pretendió que el
pueblo que Él formaría fuera un pueblo misionero para el resto del mundo. En
los Evangelios el llamado resulta mucho más claro; no estableció Cristo algo
así como una “nación cristiana”, sino que mandó a Sus discípulos EN MEDIO de
las naciones para que lleven las Buenas Nuevas.
“El Señor me llamó desde el vientre de mi
madre; tuvo en cuenta mi nombre desde antes de que yo naciera.” Esto lo hizo,
claramente, con Jesús, pero también con Israel como nación y con cada uno de
nosotros. Hoy el mundo está cada vez más vacío de propósito trascendente, por
eso es que corre desesperado y furioso detrás de ideologías que incluso son una
sombra de lo que fueron hace menos de un siglo, detrás de placeres o cuanta
cosa se le presente. Nosotros tenemos un propósito definido desde el principio
del tiempo, y cualquier enseñanza que lo niegue o simplemente “lo olvide”
termina siendo diabólica.
“Hizo de mi boca una espada aguda, y me
cubrió con la sombra de su mano; hizo de mí una flecha bruñida, y me guardó en
su aljaba.” De nuevo; Israel, Cristo, la Iglesia, todos compartiendo el mismo
propósito, pero la Iglesia cumpliendo hoy esa función.
Hermanos, debemos ser esa “espada aguda”.
Confieso que estoy cansado ya de escuchar a cristianos e incluso siervos del
Señor que todavía mantienen un mensaje “buenista” de “amor y paz cristianos”.
No tenemos armas terrenales, pero tenemos armas espirituales que son poderosas
y debemos usarlas. Si eso no es así, entonces que alguien me explique por qué
habla aquí de espada y flecha. Bueno, ya sé, podemos hacer una voltereta
exegética y terminamos con un mensaje desprovisto de “filo”. Pero, recordemos,
la Biblia no se escribió para teólogos, se escribió para gente sencilla, que entiende
perfectamente que somos llamados a tener ese filo en medio de esta sociedad.
Filo profético, filo de denuncia y promesa,
de la misericordia divina que está ya por terminar y del juicio que ya empezó.
Todo menos un cuchillo romo que no sirve para nada, ni siquiera para pegar con
el canto.
La espada es para el ataque cuerpo a cuerpo,
la flecha, para el ataque a distancia. Ambas cosas es la Iglesia hoy, sí, esa
iglesia gloriosa que después leeremos en Efesios, que se nos presenta muy
espiritual y a veces como “flotando en las nubes”, pero la realidad no tiene
nada que ver con eso y nos conviene leer este capítulo de Isaías para tener la
verdadera perspectiva.
Quedémonos con esto por ahora, seguiremos
hablando en los próximos artículos, mientras tanto que podamos ser esa espada y
esa flecha… Y me olvidaba de algo; ni la espada, ni la flecha se mueven por sí
mismas, ¿obvio, no?, necesitan de una Mano que lo haga. Pues bien, esa es la
Iglesia, tan filosa y precisa como una espada y una flecha, que debe dejar que
la Mano Divina la mueva.
Danilo Sorti
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