domingo, 30 de septiembre de 2018

581. De Gálatas a Efesios: de la religión a la comunión – IX, más promesas de restauración


Isaías 49:14-18 RVC
14 Sión dice: «El Señor me ha abandonado. El Señor se olvidó de mí.»
15 ¿Pero acaso se olvida la mujer del hijo que dio a luz? ¿Acaso deja de compadecerse del hijo de su vientre? Tal vez ella lo olvide, pero yo nunca me olvidaré de ti.
16 Yo te llevo grabada en las palmas de mis manos; siempre tengo presentes tus murallas.
17 Tus edificadores vendrán apresurados, y saldrán de ti los que te han destruido y asolado.
18 Alza los ojos y mira a tu alrededor: Todos estos se han reunido; han venido a ti. Yo te juro que todos ellos serán para ti como un fino vestido, y que te adornarán como a una novia. —Palabra del Señor.

Todo el capítulo 49 está repleto de promesas de restauración y consolación, que, como vimos, se aplicaron parcialmente a Israel en tiempos pasados y presentes, y se aplican espiritualmente a la Iglesia hoy, pero tendrán un cumplimiento literal en el Reino venidero. Su cumplimiento espiritual presente es la garantía del cumplimiento material futuro.

Es maravilloso entender que estas promesas se cumplen en la Iglesia, pero como solemos perdernos esta relación que estamos haciendo aquí, el modelo de Iglesia que “leemos” en el Nuevo Testamento se parece mucho a una lista de mandatos y cosas para hacer, sin un claro entendimiento de “qué” recibimos a cambio, o mejor dicho, con qué poder y promesas. No pasaba lo mismo con los primeros cristianos: ellos tenían casi únicamente el Antiguo Testamento, relatos orales y quizás alguna carta, pero como Escrituras propiamente dicho, nuestro Antiguo Testamento. Y allí podían leer estas promesas y llevarlas a su presente y su futuro, Y SOBRE ESAS PROMESAS es que ellos edificaban luego; por lo tanto, cuando leían mandatos y órdenes en relación a sus comunidades, eran correcciones que se añadían a las promesas y esperanzas que ya tenían.

A los abandonados de la sociedad, los parias, los esclavos sin derechos, el Señor les decía: “no los he abandonado, no me olvidé de ustedes”. En un tiempo donde el infanticidio, o el simple abandono de los niños, por la causa que sea, era una práctica común, la palabra era: “aunque su propia madre los deje, yo me hago cargo, no me olvido”.

Un esclavo podía ser tatuado como señal de propiedad, en cambio, Dios mismo le dice a Su pueblo que Él los tiene tatuados en sus propias manos. Cuando nadie pensaba en su bienestar, el Señor tenía presente aún sus contornos.

Vidas completamente destruidas, asoladas, arruinadas serán apresuradamente reconstruidas. Solitarios y abandonados, sin nadie que quisiera estar con ellos, serían rodeados por una verdadera familia, una multitud.

Esos primeros cristianos entendían esto y esto vivían. Por eso, cuando recibían las indicaciones de cómo organizarse, de qué conductas abandonar, qué prácticas establecer en la comunidad, no les resultaba pesado ni difícil porque ellos estaban viviendo en una realidad espiritual completamente nueva. Cualquier exigencia en realidad resultaba pequeña a comparación de todo lo que habían recibido.

Es claro que la realidad de muchas personas hoy no es demasiado diferente a la de esos primeros cristianos, quizás peor en varios sentidos, porque, al fin y al cabo, un esclavo era necesario para seguir sosteniendo el sistema, pero hoy cada vez más gente es totalmente innecesaria para este sistema actual.

Tal como leímos al principio del capítulo 49, estas palabras constituyen una herramienta de sanidad interior poderosísima.

Isaías 49:19-23 RVC
19 Ciertamente tu tierra devastada, arruinada y desierta, será demasiado estrecha para la multitud de tus habitantes, y los que te destruyeron serán apartados y alejados.
20 Aun los hijos de tu orfandad te dirán al oído: «Este lugar es demasiado estrecho para mí; hazme un espacio habitable.»
21 Y tú te pondrás a pensar: «¿Y quién me engendró estos hijos? Yo me había quedado sin hijos; estaba sola, peregrina y desterrada. ¿Quién crió a éstos? Me había quedado sola; ¿dónde estaban éstos?»
22 Así ha dicho Dios el Señor: «¡Miren! Yo levantaré mi mano a las naciones; levantaré a los pueblos mi bandera; y ellos traerán en brazos a tus hijos, y a tus hijas las traerán en hombros.
23 Sus reyes serán tus ayos, y sus reinas tus nodrizas; ante ti se inclinarán, sin levantar la vista del suelo, y lamerán el polvo de tus pies. Sabrás entonces que yo soy el Señor, y que no quedan avergonzados los que esperan en mí.»

Aquí tenemos una profecía que empezó a cumplirse en Israel en nuestro tiempo. Dramáticamente será una realidad en el Reino venidero, cuando las naciones se postren ante el Rey y reconozcan a Su pueblo, despreciado entre las naciones. ¿Esto es sólo para Israel? Bueno, muchos dirían eso, sólo que ese Israel en realidad estará plenamente incorporado a la Iglesia, por lo que yo creo que esa posición de honra será para la Iglesia de Cristo, incluidos Sus santos que vuelvan con Él en el tiempo de la restauración.

Isaías 49:24-26 RVC
24 ¿Puede arrebatársele el botín al guerrero? ¿Puede rescatarse al cautivo del poder del tirano?
25 Pues así dice el Señor: «Ciertamente el cautivo será rescatado del poder del guerrero, y el botín se le arrebatará al tirano; yo defenderé tu causa, y salvaré a tus hijos.
26 También haré que los que te despojaron se coman su propia carne, y que se embriaguen con su propia sangre, como si tomaran vino. Así todo el mundo sabrá que yo soy el Señor, el Fuerte de Jacob, tu Salvador y Redentor.»

El Señor rescató a Su Pueblo de un imperio que parecía completamente inexpugnable. El Señor nos ha rescatado de las garras del Adversario, el tirano por excelencia. El Señor mismo rescatará a todos los que crean en aquel tiempo de manos del peor tirano que haya existido sobre la Tierra.

Aquí tenemos un hermoso pasaje que podemos aplicar en la sanidad interior cuando trabajamos con regiones de cautividad; almas atrapadas por poderosos espíritus deben ser liberadas en el nombre del Señor.

Pero Dios tomará en cuenta a los enemigos, aquellos que ya no pueden ser rescatados, los que sellaron su propia perdición. Con todo, para algo van a servir: cuando Dios ejecute Su juicio sobre ellos, el resto del mundo lo reconocerá. No todos pueden ser salvos, y hay un momento en que los hombres definen su destino eterno. Sin embargo, el Señor les permite seguir viviendo para glorificarse en ellos.

Y todo el mundo sabrá quién es el Señor, que protege y salva a Su Pueblo. Finalmente, y no falta mucho para ello, todo el mundo sabrá que hay un Dios que juzga a las naciones, ya nadie más dudará de Su existencia, ni se atreverán a ofenderlo con sus palabras.

Con esto concluye el capítulo y también el tiempo de la Iglesia.


Danilo Sorti





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