Santiago 2:1-4 RVC
1 Hermanos míos, ustedes que tienen fe en
nuestro glorioso Señor Jesucristo, no deben hacer diferencias entre las
personas.
2 Puede darse el caso de que al lugar donde
ustedes se reúnen llegue alguien vestido con ropa elegante y con anillos de oro,
y llegue también un pobre vestido con ropa andrajosa.
3 Si ustedes reciben gustosos al que viste la
ropa elegante, y le dicen: «Venga usted, siéntese aquí, que es un buen lugar»,
pero al pobre le dicen: «Tú, quédate allá de pie, o siéntate en el suelo»,
4 ¿acaso no están discriminando entre ustedes
y haciendo juicios malintencionados?
En el artículo anterior de esta serie
discutimos el asunto de la discriminación, pero todo el libro de Santiago lo
estamos viendo desde el enfoque de la pobreza – riqueza en los planos
espirituales y naturales. No hace falta decir que la discriminación es causa de
pobreza en el que resulta discriminado, tanto en lo material como en lo
emocional. Pero la contraparte es que al desechar a esos hermanos,
espiritualmente resultan enormemente empobrecidos los que discriminan. No es
una “negociación de ganar – ganar”, tampoco es un “juego de suma cero”, es un
“perder – perder”.
¿Por qué habríamos de discriminar? Ya
hablamos que en realidad todos tenemos alguna “oveja negra” a la que
rechazamos. Los meses anteriores a este artículo han dejado en claro para toda
Latinoamérica que los “abanderados de la tolerancia y la no discriminación”
resultaron ser los más discriminadores y violentos, así que quedó claro frente
a casi toda la sociedad que el discurso de la famosa “tolerancia” es una
terrible hipocresía. Por más que sea obvio, digamos que la discriminación no se
soluciona con un discurso “buenista”, lo único que logra es cambiar el objeto.
No soy psicólogo para profundizar en las raíces
de la discriminación, más bien soy un observador práctico, y si lo enfoco de
esa manera podría decir que, en el contexto “de iglesia” en el que está
hablando Santiago, es decir, en la comunidad de los santos y más
específicamente en las reuniones, la discriminación puede ocurrir debido a que
tratar bien a un pobre (tanto en sentido económico como intelectual o en
contactos o relaciones, o en cuánto “renombre” e influencia tiene en las
iglesias) no nos reporta ningún beneficio directo: no podemos esperar que nos
haga contactos provechosos, tampoco alguna conversación agradable o sobre los
mismos temas que nos interesan a nosotros, probablemente nos cuente sus
problemas o nos pida trabajo o dinero, seguramente tiene mal olor y le faltan
algunos dientes.
En cambio, si tratamos bien a un rico es
probable que podamos hacer algún buen negocio, u obtener una invitación a comer
o a un congreso; si es una persona con muchas relaciones entre las iglesias nos
abrirá puertas para predicar, si es alguien inteligente obtendremos información
valiosa… ¿Está mal buscar esto? No, para nada, es más, son bendiciones del
Señor que nos pueden estar esperando, ¿acaso en alguna parte de la Palabra dice
que tengamos que tratar mal a un rico solo por serlo, o a un inteligente por la
misma razón, o a una persona con muchas relaciones en las iglesias, o a un
empresario, etcétera? No. Lo que nos dice es que no debemos hacer diferencias:
tratar bien a todos, brindar oportunidades a todos.
Cuán valioso es para el “pobre”, tanto en lo
económico como en lo emocional o relacional, que se le dé gratuitamente
reconocimiento y aceptación, ¡y qué barato que es el reconocimiento y la
aceptación! ¿Qué costo tiene para el que lo da? ¡Nada!, ¿por qué lo
mezquinamos?
En realidad tiene un costo: nuestro orgullo.
Brindar reconocimiento al que está “más abajo” que nosotros nos rebaja a
nosotros mismos, en cambio, hacerlo al que está “más arriba” nos tracciona, en
cierto, sentido más alto.
Un gesto de reconocimiento y aceptación, una
palabra amable de estímulo y reafirmación, aunque es algo pequeño y no
precisamente de lo que está hablando Santiago, es una “gota” de riqueza
emocional que podemos dar gratuitamente, y que se suma a otras tantas para
cambiar a personas que por su desesperanza no pueden ver las oportunidades ni
las bendiciones que Dios tiene preparadas para ellos, ya sean pobres
materialmente o emocionalmente o espiritualmente.
Santiago 2:5 RVC
5 Amados hermanos míos, escuchen esto: ¿Acaso
no ha escogido Dios a los pobres de este mundo para que sean ricos en fe y
herederos del reino que él ha prometido a los que lo aman?
Invertir tiempo en los “pobres” puede no
resultar muy redituable en el corto plazo, pero Dios ha puesto una promesa
especial allí. Necesitamos creerla y practicarla, despojándonos del afán por
las riquezas terrenales. Aclaro: “riquezas terrenales” puede significar la
lucha del “día a día” que tenemos la mayoría de nosotros…
De nuevo la paradoja riqueza – pobreza con la
que “juega” Santiago: pobres materialmente, ricos espiritualmente. ¡Cuidado!
Dios los escogió, pero no significa que necesariamente lo sean, ¡los pobres no
son mejores por ser pobres! Dios los ama, tiene un cuidado especial por ellos,
pero no son automáticamente mejores. Solamente si aceptan la gracia divina
pueden alcanzar esas riquezas prometidas.
Vivimos en un tiempo crítico a nivel mundial.
Hay gente que prospera y hay gente que se empobrece, y a la mayoría de nosotros
nos ha tocado (si es que no nos toca ahora mismo) pasar por momentos de pobreza:
no hay mérito en ello, pero sí es la oportunidad para que adquiramos riquezas
espirituales que de otra forma no tendríamos.
Así, los que tienen bienes de este mundo
pueden compartir lo material con los pobres, que a su vez pueden compartir sus
riquezas espirituales con ellos. Pablo habla de esto:
Romanos 15:26-27 DHH
26 Porque los de Macedonia y Acaya decidieron
voluntariamente hacer una colecta y mandarla a los hermanos pobres de
Jerusalén.
27 Lo decidieron voluntariamente, aunque, en
realidad, estaban en la obligación de hacerlo, porque así como los creyentes
judíos compartieron sus bienes espirituales con los no judíos, estos, a su vez,
deben ayudar con sus bienes materiales a los creyentes judíos.
De esa forma:
2 Corintios 8:14-15 DHH
14 Ahora ustedes tienen lo que a ellos les
falta; en otra ocasión ellos tendrán lo que les falte a ustedes, y de esta
manera habrá igualdad.
15 Como dice la Escritura: le sobró al que
había recogido mucho, ni le faltó al que había recogido poco.
Sin embargo, la discriminación que estaba
ocurriendo en esa iglesia generaba esta paradoja:
Santiago 2:6-7 RVC
6 ¡Pero ustedes han despreciado a los pobres!
¿Acaso no son los ricos quienes los explotan a ustedes, y quienes los llevan
ante los tribunales?
7 ¿Acaso no son ellos los que blasfeman
contra el precioso nombre que fue invocado sobre ustedes?
¡Se terminaba favoreciendo precisamente a los
opresores!
Esto no es nada raro, y hay mucho escrito
“desde la izquierda” sobre el tema, a lo cual podríamos agregar que también
dentro de esa misma izquierda ocurre eso. En definitiva, no se trata de una
cuestión de orientación política, se trata del juego del poder, lo tenga quien
lo tenga.
Esa es la cruel, pero justa, paradoja: cuando
discriminamos de alguna forma al “pobre” (en dinero, en conocimiento, en
contactos o relaciones, en fama) terminaremos inevitablemente favoreciendo al
opresor; en lo económico y político, como expone Santiago, pero también en lo
espiritual. Esto último ocurre cuando se rinden tantos honres y recursos a
líderes espirituales que abusan del rebaño, ¡eso es tan común en las iglesias!
Cuando lo leemos se nos hace tan ridículo y
obvio, pero cuando estamos metidos en ello se nos pasa completamente
desapercibido. ¡Que el Señor abra nuestros ojos!
Bendecir al pobre es un “negocio” de ganar –
ganar, así lo dispuso el Señor para que las riquezas materiales, emocionales y
espirituales sean multiplicadas sobrenaturalmente, esa es la forma. Y por más
que nos quede poco tiempo en la Tierra antes de que seamos llamados a Casa, son
todavía necesarios los recursos para completar la obra del Evangelio.
Danilo Sorti
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