Juan 3:16 RVC
16 »Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se
pierda, sino que tenga vida eterna.
1 Juan 3:1 RVC
1 Miren cuánto nos ama el Padre, que nos ha
concedido ser llamados hijos de Dios. Y lo somos. El mundo no nos conoce,
porque no lo conoció a él.
Juan, al que Jesucristo mismo apodó “hijo del
trueno”, pudo tener una revelación tan profunda del amor de Dios que no deja de
plasmarla en todos sus escritos. Hoy, al igual que hace unos 6.000 años en el
Huerto, ese amor es duramente cuestionado por una humanidad que decidió
apartarse de Su Creador y desobedecer Sus leyes, para después echarle en cara
que los “dejó abandonados” y que permite que pasen tantas cosas malas…. Como
acostumbran decir hoy: “el chiste se cuenta solo”.
El niño pequeño no puede entender cuando su
padre le prohíbe algo, o cuando lo obliga a hacer lo que no le gusta, o incluso
cuando recibe alguna nalgada. Pero sabe que es para su bien. El adolescente,
cuando recién ha inaugurado el pensamiento lógico formal y se abrió ante un
mundo de comprensión abstracta, cree que ya lo sabe todo y que puede entenderlo
todo (bueno, el que no haya cometido ese pecado que tire la primera piedra…),
por lo tanto cuestiona los límites y la disciplina que le imponen sus padres,
docente y Dios mismo. De nuevo, “el chiste se cuenta solo”…
Pero dado que en este siglo tanto se ha
extendido la estructura mental de rebeldía contra Dios, que está asociada al
orgullo y tremenda insensatez de pensar que “podemos entenderlo todo y juzgarlo
todo”, es necesario que volvamos a recordar algunas verdades respecto de la
justicia de Dios.
1 Juan 3:2 RVC
2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no
se ha manifestado lo que hemos de ser. Pero sabemos que, cuando él se
manifieste, seremos semejantes a él porque lo veremos tal como él es.
Romanos 8:19 RVC
19 Porque la creación aguarda con gran
impaciencia la manifestación de los hijos de Dios.
Creo que si rastreamos los escritos y las enseñanzas
cristianas de estos 2.000 años podremos encontrar mucho que se ha dicho
respecto de las bendiciones y el estado de salvación que Dios tiene para
nosotros, de lo que disfrutaremos en el Cielo con Su presencia, de nuestra
responsabilidad como criaturas de honrar al Creador y de que finalmente todo
sea sujeto a Él. Eso es cierto, pero cuando busco en mi “registro mental”
predicaciones o textos enseñando lo que haremos nosotros como iglesia ya
redimida y santificada luego de que este paréntesis de maldad haya pasado sobre
la Tierra, no encuentro mucho, si acaso algo. Parece que todo se resume en ser
santificados y disfrutar de una vida justa en comunión con Él. Eso es
maravilloso, y de hecho tanto como para opacar cualquier otra actividad. Pero
es incompleto y como tal nos deja con un serio problema para entender por qué
nos pasan aquí unas cuantas cosas.
Brevemente digamos que Adán fue puesto para
cumplir una misión sobre la Tierra, que Israel era consciente de su rol aquí
sobre la Tierra y que la Iglesia no canceló las enseñanzas del Antiguo Pacto
sino que las terminó de completar. Dios está continuamente activo y trabajando
en Su creación, y no ha hecho seres a Su imagen para que estén ociosos y
simplemente disfrutando de Él y adorándolo, sino para que también cumplan un
rol muy importante.
Sobre eso no tenemos mucho escrito, pero
podemos hacer inferencias en base a lo ya revelado. La Iglesia, los santos de
todos los tiempos, tendrán un rol muy importante en la creación, y el
arrebatamiento con la subsecuente transformación y encuentro con Cristo no se
trata de un “rescate de última hora” para evitar que Satanás se zampe a los
cristianos de un solo bocado (cosa que jamás podría hacer, de hecho, el mismo
Anticristo no puede aparecer hasta que no se vaya la Iglesia fiel), y ni
siquiera es (primariamente) una forma de que evite los juicios que vendrán. Es
la preparación de los santos que ya han sido perfeccionados para que, junto con
el resto de ellos, administren la Creación tal como fue el diseño original. El
“mientras tanto” que conocemos como la tribulación y gran tribulación, es la
purificación de la humanidad, para eliminar a todos los que se han corrompido
irremediablemente y continuar con una raza dispuesta a seguirle.
Por eso debemos ser purificados; para ser
dignos de estar en Su presencia y para ser dignos de administrar las maravillas
de un mundo venidero (tanto terrenal como celestial) del que prácticamente no
tenemos idea.
1 Juan 3:3-10 RVC
3 Y todo aquel que tiene esta esperanza en
él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.
4 Todo aquel que comete pecado, quebranta
también la ley, pues el pecado es quebrantamiento de la ley.
5 Y ustedes saben que él apareció para quitar
nuestros pecados, y en él no hay pecado.
6 Todo aquel que permanece en él, no peca;
todo aquel que peca, no lo ha visto, ni lo ha conocido.
7 Hijitos, que nadie los engañe, el que hace
justicia es justo, así como él es justo.
8 El que practica el pecado es del diablo,
porque el diablo peca desde el principio. Para esto se ha manifestado el Hijo
de Dios: para deshacer las obras del diablo.
9 Todo aquel que ha nacido de Dios no
practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él, y no puede
pecar, porque ha nacido de Dios.
10 En esto se manifiestan los hijos de Dios,
y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, ni ama a su hermano,
tampoco es de Dios.
El pecado es algo tan horrible que debe ser
extirpado de nosotros. Cuando nos operan somos anestesiados para no sentir
dolor, pero en realidad ya veníamos con problemas y dolores, mucho más si
hubiéramos tenido un accidente. Luego viene un tiempo de convalecencia o
rehabilitación, que puede no ser fácil. Sin embargo, sabemos que la operación
es para nuestro bien. Sin duda, una operación implica un daño, una “agresión” a
nuestro cuerpo físico, pero nos sometemos voluntariamente porque el resultado
será mejor que nuestro actual estado. Lo mismo pasa con el trato de Dios.
1 Corintios 11:32 RVC
32 pero si somos juzgados por el Señor, somos
disciplinados por él, para que no seamos condenados con el mundo.
Hebreos 12:5-11 RVC
5 y ya han olvidado la exhortación que como a
hijos se les dirige: «Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni te
desanimes cuando te reprenda;
6 porque el Señor disciplina al que ama, y
azota a todo el que recibe como hijo.»
7 Si ustedes soportan la disciplina, Dios los
trata como a hijos. ¿Acaso hay algún hijo a quien su padre no discipline?
8 Pero si a ustedes se les deja sin la
disciplina que todo el mundo recibe, entonces ya no son hijos legítimos, sino
ilegítimos.
9 Por otra parte, tuvimos padres terrenales,
los cuales nos disciplinaban, y los respetábamos. ¿Por qué no mejor obedecer al
Padre de los espíritus, y así vivir?
10 La verdad es que nuestros padres
terrenales nos disciplinaban por poco tiempo, y como mejor les parecía, pero
Dios lo hace para nuestro beneficio y para que participemos de su santidad.
11 Claro que ninguna disciplina nos pone
alegres al momento de recibirla, sino más bien tristes; pero después de ser ejercitados
en ella, nos produce un fruto apacible de justicia.
Los primeros cristianos tenían las
referencias del Antiguo Pacto cuando leían esto:
Zacarías 13:8-9 RVC
8 »Sucederá entonces que en toda la tierra
las dos terceras partes serán destruidas, y se perderán; pero la tercera parte
quedará con vida. —Palabra del Señor.
9 »Entonces echaré al fuego esa tercera
parte, y los fundiré como se funde la plata; ¡los probaré como se prueba el
oro! Ellos invocarán mi nombre, y yo les responderé con estas palabras:
“Ustedes son mi pueblo”, y ellos me dirán: “El Señor es nuestro Dios.”»
Ellos sabían que el proceso de purificación
no era chiste. Pero era necesario. Lo es. Tanto nos ama Dios como para
purificarnos por el fuego de las pruebas. Muchísimo le costó ver a Su Hijo
sufrir y morir, mucho más de lo que podemos comprender. Pero lo mismo vale para
nosotros: mucho le duele tener que someternos a pruebas y sufrimientos, pero lo
que viene después, no solo en relación con una santidad personal sino funcional
hacia la Creación, es tan, pero tan glorioso e importante que vale la pena. Por
ahora, avanzamos por fe hacia ese futuro que todavía no vemos.
Danilo Sorti
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