lunes, 22 de abril de 2019

683. Enseñables


Jeremías 11:6-10 RVC
6 Entonces el Señor me dijo: «Da a conocer todas estas palabras en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén. Diles que oigan las palabras de este pacto, y que las pongan por obra.
7 Porque desde el día que saqué a sus padres de la tierra de Egipto, y hasta el día de hoy, una y otra vez les he advertido solemnemente que escuchen mi voz.
8 Pero ellos no me escuchan ni me prestan atención. Pero bien, cada uno tercamente ha seguido el parecer de su malvado corazón. Por lo tanto, voy a hacer que recaigan sobre ellos todas las palabras de este pacto, el cual les ordené que cumplieran, y no cumplieron.»
9 El Señor me dijo: «Se ha encontrado que los hombres de Judá y los habitantes de Jerusalén están preparando una conspiración.
10 Han vuelto a cometer las mismas maldades de sus antepasados, los cuales no quisieron escuchar mis palabras sino que se fueron en pos de dioses ajenos y les sirvieron. Tanto la casa de Israel como la casa de Judá invalidaron el pacto que hice con sus padres.»


¿Por qué Dios eligió a Israel? Si fuera por su obediencia a lo largo de estos últimos 4.000 años diríamos que se equivocó. Si fuera por ser una nación grande, próspera y desarrollada, pocas veces lo fue. Pero Israel tuvo y tiene algo que no sé si otra nación comparte en la misma magnitud: ellos escribieron su historia, específicamente, lo malo de ella, sus rebeliones, sus pecados, sus errores; fueron muy precisos en relatar lo que Dios hizo y dijo y lo que ellos mismos hicieron y dijeron, y lo conservaron para su posteridad y para todos nosotros. No sé si otro pueblo sobre la Tierra hubiera sido tan honesto con su propia historia.

Pues bien, una de las particularidades de Israel durante buena parte de su vida nacional (aunque no siempre) fue la incapacidad de ser “enseñable”. En el texto de Jeremías queda en claro que, desde la salida de Egipto, Israel no quiso ni escuchar, ni recibir las palabras dichas, ni mucho menos obedecerlas. Durante siglos Israel no fue enseñable; no se trataba de que “no podía” entender lo que Dios le estaba diciendo porque el Señor siempre fue muy claro al hablar; se trataba de que no querían aprender, no eran “enseñables”.

El hecho de aprender es algo constitutivo en el ser humano. A lo largo de la vida necesitamos aprender prácticamente todo lo necesario para vivir, pero todos nacemos con la capacidad innata y la avidez por aprender, eso no hay que “aprenderlo”. Uno puede aprender técnicas de estudio, puede perfeccionar su capacidad para recibir y procesar información, pero nadie necesita aprender a “aprender” porque está en nuestros genes; dado que somos los seres vivos menos independientes de todos al nacer y durante unos cuantos años, estamos preparados para aprender.

Por ello, no poder aprender, es decir, dejar de ser “enseñables”, no es algo natural en el hombre, es fruto de la acción de Satanás. De hecho, lo más útil que Satanás puede hacer con nosotros no consiste tanto en inducirnos al pecado como en incapacitarnos para aprender, y fundamentalmente, para aprender de Dios. Una vez que nos hayamos cerrado a nuevas enseñanzas, resulta muy fácil para él ir erosionando lo que ya sabemos, hasta cambiarlo por la mentira.

“Pero ellos no me escuchan ni me prestan atención” es la amarga queja del Señor. No hace falta explicar mucho esto hoy porque basta con mirar alrededor nuestro para encontrarlo abundantemente ilustrado. Para aprender, primero hay que escuchar, y para escuchar, primero hay que tener una buena disposición hacia el que habla. La persona o el pueblo que no pueden escuchar a Dios sencillamente no tienen ni la más mínima buena predisposición hacia Él; se escucha a un enemigo que viene a dialogar porque se presupone que quiere llegar a un acuerdo, se escucha al que nos ofende e injuria porque uno espera una señal de arrepentimiento o entendimiento, se lee al adversario porque uno supone que al menos algo de verdad puede haber en sus escritos. Pero no se escucha a Dios porque no se lo considera ni relevante ni veraz. Es terrible, pero hoy estamos en una realidad peor que la de ellos.

La fortaleza espiritual que está detrás de eso es el orgullo; nada dificulta más el aprendizaje como el orgullo, sea manifiesto o implícito. Por orgullo rechazamos o menospreciamos al que pretende enseñarnos, y por lo tanto, “oímos” con dificultad, si es que oímos. Por orgullo consideramos una molestia “perder” tanto tiempo en aprender. El orgullo nos hace sentir humillados sentados en un banco escuchando, “obedeciendo” las órdenes de otro, teniendo que estudiar los materiales que nos da otro y repitiendo lo que ese otro nos pide. Por orgullo no queremos que vean nuestra “ignorancia”, y por lo tanto pretendemos saber, respondemos rápidamente a todo y así se vuelve imposible aprender. Por orgullo no vamos a ir al lugar donde se aprende: “no necesito leer”, “no necesito que Fulano me enseñe”, o bien algunas excusas más políticamente correctas para esconder esos sentimientos.

Sin embargo, los cristianos tampoco son fácilmente enseñables hoy. Muchos por orgullo, más sutil y escondido, por cierto, pero orgullo al fin. Otros porque están muy ocupados:

Lucas 10:41-42 RVC
41 Jesús le respondió: «Marta, Marta, estás preocupada y aturdida con muchas cosas.
42 Pero una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará.»

Marta estaba ocupada haciendo muchas cosas buenas, pero no era enseñable. Quizás por orgullo no iba a permitir que los demás pensaran que era una mala ama de casa, por lo que limpiaba por tercera vez en el día los cuartos, preparaba una comida elaborada, se ocupaba de revisar que las cosas estuvieran en orden, etcétera, etcétera. Todas cosas buenas, pero fuera de tiempo y lugar. No era enseñable, tenía su propio programa y sus prioridades, y por lo tanto no podía cortar con todo eso para recibir la enseñanza.

Otros tienen una estructura mental tan fuerte, tan bien armada, tan completa y tan errada, que solo a través de experiencias dramáticas, como le tocó a Pablo, o a Jonás, pueden permitir que haya una abertura en su pensamiento para que ingrese lo nuevo. Bueno, de hecho, era la realidad del pueblo israelita en tiempos de Jeremías: solo la catástrofe nacional permitió que unos cuantos de ellos (y no todos, por cierto) abrieran sus corazones a lo que Dios estaba tratando de decirles.

Hoy, la tecnología ha hecho que la gente lea cada vez menos. Pueden comprender las palabras y el sentido de las frases, pero les cuesta muchísimo dedicar tiempo para leer un texto largo, y mucho menos un libro. Esa gente es muy poco enseñable porque solo puede recibir textos breves, slogans, frases hechas, que en sí no transmiten ninguna estructura novedosa solo se integran a las estructuras cognitivas que ya están presentes, sin alterarlas, es decir, sin producir ningún aprendizaje. Recordemos: Dios nos dejó un libro con 31.000 versículos, eso es mucho, y requiere ser leído con paciencia, y varias veces, no una sola. Si las personas no hacen el esfuerzo de desarrollar una lectura concentrada y sostenida, ¡no son enseñables por la voz más perfecta que podemos oír, el Espíritu a través de Su Palabra!

Hay más, puede haber diversas razones por las que no seamos enseñables; no todo se reduce a la lectura o a la enseñanza – aprendizaje formal, muchísimas cosas se aprenden de manera “informal”, a través de experiencias que Dios nos da o nos permite vivir; pero si no hay una base bíblica mucho de eso termina desaprovechándose.

¿Somos enseñables? Cuando hacemos un repaso de nuestros últimos años, ¿hemos procurado estar en situaciones de aprendizaje? ¿Hemos leído? ¿Recordamos experiencias o situaciones vividas a través de las cuales el Espíritu nos haya hablado? ¿Hemos podido aprender de buenas predicaciones? Necesitamos ser enseñables, mucho más ahora porque se acerca la conclusión de los tiempos, los procesos se aceleran y no se dispone de largos años para aprender las lecciones, hoy todo debe ser aprendido más rápido porque ya está siendo cuestión de vida o muerte espiritual. Por ello, no ser “enseñable” hoy termina siendo muy peligroso.


Danilo Sorti




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