Jeremías 11:6-10 RVC
6 Entonces el Señor me dijo: «Da a conocer
todas estas palabras en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén.
Diles que oigan las palabras de este pacto, y que las pongan por obra.
7 Porque desde el día que saqué a sus padres
de la tierra de Egipto, y hasta el día de hoy, una y otra vez les he advertido
solemnemente que escuchen mi voz.
8 Pero ellos no me escuchan ni me prestan
atención. Pero bien, cada uno tercamente ha seguido el parecer de su malvado
corazón. Por lo tanto, voy a hacer que recaigan sobre ellos todas las palabras
de este pacto, el cual les ordené que cumplieran, y no cumplieron.»
9 El Señor me dijo: «Se ha encontrado que los
hombres de Judá y los habitantes de Jerusalén están preparando una
conspiración.
10 Han vuelto a cometer las mismas maldades
de sus antepasados, los cuales no quisieron escuchar mis palabras sino que se
fueron en pos de dioses ajenos y les sirvieron. Tanto la casa de Israel como la
casa de Judá invalidaron el pacto que hice con sus padres.»
¿Por qué Dios eligió a Israel? Si fuera por
su obediencia a lo largo de estos últimos 4.000 años diríamos que se equivocó.
Si fuera por ser una nación grande, próspera y desarrollada, pocas veces lo
fue. Pero Israel tuvo y tiene algo que no sé si otra nación comparte en la
misma magnitud: ellos escribieron su historia, específicamente, lo malo de
ella, sus rebeliones, sus pecados, sus errores; fueron muy precisos en relatar
lo que Dios hizo y dijo y lo que ellos mismos hicieron y dijeron, y lo
conservaron para su posteridad y para todos nosotros. No sé si otro pueblo
sobre la Tierra hubiera sido tan honesto con su propia historia.
Pues bien, una de las particularidades de
Israel durante buena parte de su vida nacional (aunque no siempre) fue la
incapacidad de ser “enseñable”. En el texto de Jeremías queda en claro que,
desde la salida de Egipto, Israel no quiso ni escuchar, ni recibir las palabras
dichas, ni mucho menos obedecerlas. Durante siglos Israel no fue enseñable; no
se trataba de que “no podía” entender lo que Dios le estaba diciendo porque el
Señor siempre fue muy claro al hablar; se trataba de que no querían aprender,
no eran “enseñables”.
El hecho de aprender es algo constitutivo en
el ser humano. A lo largo de la vida necesitamos aprender prácticamente todo lo
necesario para vivir, pero todos nacemos con la capacidad innata y la avidez
por aprender, eso no hay que “aprenderlo”. Uno puede aprender técnicas de
estudio, puede perfeccionar su capacidad para recibir y procesar información,
pero nadie necesita aprender a “aprender” porque está en nuestros genes; dado
que somos los seres vivos menos independientes de todos al nacer y durante unos
cuantos años, estamos preparados para aprender.
Por ello, no poder aprender, es decir, dejar
de ser “enseñables”, no es algo natural en el hombre, es fruto de la acción de
Satanás. De hecho, lo más útil que Satanás puede hacer con nosotros no consiste
tanto en inducirnos al pecado como en incapacitarnos para aprender, y
fundamentalmente, para aprender de Dios. Una vez que nos hayamos cerrado a
nuevas enseñanzas, resulta muy fácil para él ir erosionando lo que ya sabemos,
hasta cambiarlo por la mentira.
“Pero ellos no me escuchan ni me prestan
atención” es la amarga queja del Señor. No hace falta explicar mucho esto hoy
porque basta con mirar alrededor nuestro para encontrarlo abundantemente
ilustrado. Para aprender, primero hay que escuchar, y para escuchar, primero
hay que tener una buena disposición hacia el que habla. La persona o el pueblo
que no pueden escuchar a Dios sencillamente no tienen ni la más mínima buena
predisposición hacia Él; se escucha a un enemigo que viene a dialogar porque se
presupone que quiere llegar a un acuerdo, se escucha al que nos ofende e
injuria porque uno espera una señal de arrepentimiento o entendimiento, se lee
al adversario porque uno supone que al menos algo de verdad puede haber en sus
escritos. Pero no se escucha a Dios porque no se lo considera ni relevante ni
veraz. Es terrible, pero hoy estamos en una realidad peor que la de ellos.
La fortaleza espiritual que está detrás de
eso es el orgullo; nada dificulta más el aprendizaje como el orgullo, sea
manifiesto o implícito. Por orgullo rechazamos o menospreciamos al que pretende
enseñarnos, y por lo tanto, “oímos” con dificultad, si es que oímos. Por
orgullo consideramos una molestia “perder” tanto tiempo en aprender. El orgullo
nos hace sentir humillados sentados en un banco escuchando, “obedeciendo” las
órdenes de otro, teniendo que estudiar los materiales que nos da otro y
repitiendo lo que ese otro nos pide. Por orgullo no queremos que vean nuestra
“ignorancia”, y por lo tanto pretendemos saber, respondemos rápidamente a todo
y así se vuelve imposible aprender. Por orgullo no vamos a ir al lugar donde se
aprende: “no necesito leer”, “no necesito que Fulano me enseñe”, o bien algunas
excusas más políticamente correctas para esconder esos sentimientos.
Sin embargo, los cristianos tampoco son
fácilmente enseñables hoy. Muchos por orgullo, más sutil y escondido, por
cierto, pero orgullo al fin. Otros porque están muy ocupados:
Lucas 10:41-42 RVC
41 Jesús le respondió: «Marta, Marta, estás
preocupada y aturdida con muchas cosas.
42 Pero una sola cosa es necesaria. María ha
escogido la mejor parte, y nadie se la quitará.»
Marta estaba ocupada haciendo muchas cosas
buenas, pero no era enseñable. Quizás por orgullo no iba a permitir que los
demás pensaran que era una mala ama de casa, por lo que limpiaba por tercera
vez en el día los cuartos, preparaba una comida elaborada, se ocupaba de
revisar que las cosas estuvieran en orden, etcétera, etcétera. Todas cosas
buenas, pero fuera de tiempo y lugar. No era enseñable, tenía su propio
programa y sus prioridades, y por lo tanto no podía cortar con todo eso para
recibir la enseñanza.
Otros tienen una estructura mental tan
fuerte, tan bien armada, tan completa y tan errada, que solo a través de
experiencias dramáticas, como le tocó a Pablo, o a Jonás, pueden permitir que
haya una abertura en su pensamiento para que ingrese lo nuevo. Bueno, de hecho,
era la realidad del pueblo israelita en tiempos de Jeremías: solo la catástrofe
nacional permitió que unos cuantos de ellos (y no todos, por cierto) abrieran
sus corazones a lo que Dios estaba tratando de decirles.
Hoy, la tecnología ha hecho que la gente lea
cada vez menos. Pueden comprender las palabras y el sentido de las frases, pero
les cuesta muchísimo dedicar tiempo para leer un texto largo, y mucho menos un
libro. Esa gente es muy poco enseñable porque solo puede recibir textos breves,
slogans, frases hechas, que en sí no transmiten ninguna estructura novedosa
solo se integran a las estructuras cognitivas que ya están presentes, sin
alterarlas, es decir, sin producir ningún aprendizaje. Recordemos: Dios nos
dejó un libro con 31.000 versículos, eso es mucho, y requiere ser leído con
paciencia, y varias veces, no una sola. Si las personas no hacen el esfuerzo de
desarrollar una lectura concentrada y sostenida, ¡no son enseñables por la voz
más perfecta que podemos oír, el Espíritu a través de Su Palabra!
Hay más, puede haber diversas razones por las
que no seamos enseñables; no todo se reduce a la lectura o a la enseñanza –
aprendizaje formal, muchísimas cosas se aprenden de manera “informal”, a través
de experiencias que Dios nos da o nos permite vivir; pero si no hay una base
bíblica mucho de eso termina desaprovechándose.
¿Somos enseñables? Cuando hacemos un repaso
de nuestros últimos años, ¿hemos procurado estar en situaciones de aprendizaje?
¿Hemos leído? ¿Recordamos experiencias o situaciones vividas a través de las
cuales el Espíritu nos haya hablado? ¿Hemos podido aprender de buenas
predicaciones? Necesitamos ser enseñables, mucho más ahora porque se acerca la
conclusión de los tiempos, los procesos se aceleran y no se dispone de largos
años para aprender las lecciones, hoy todo debe ser aprendido más rápido porque
ya está siendo cuestión de vida o muerte espiritual. Por ello, no ser
“enseñable” hoy termina siendo muy peligroso.
Danilo Sorti
No hay comentarios:
Publicar un comentario