Mateo 12:34 RVC
34 ¡Generación de víboras! ¿Cómo pueden decir
cosas buenas, si son malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca.
Mateo 15:18 RVC
18 Pero lo que sale de la boca, sale del
corazón; y esto es lo que contamina al hombre.
Lucas 6:45 RVC
45 El hombre bueno, saca lo bueno del buen
tesoro de su corazón. El hombre malo, saca lo malo del mal tesoro de su
corazón; porque de la abundancia del corazón habla la boca.
Jesús dejó bien en claro la relación entre
pensamientos profundos y palabras. En el contexto de los tres versículos hay un
fuerte énfasis negativo (aunque no únicamente): Jesús quiere llamar la atención
a sus oyentes que si las palabras son “malas”, no puede ser el corazón “bueno”.
Hay una relación directa. Está enseñando, por lo tanto, pretende un cambio, una
conversión en las personas, y aquí les está diciendo “dense cuenta que si están
diciendo palabras violentas y pecaminosas, no pueden tener un corazón bueno que
agrade a Dios”.
Esta idea no es nueva en las páginas
bíblicas. Mil años antes, Dios esperaba que funcionara en el buen sentido:
Deuteronomio 30:14 RVC
14 A decir verdad, la palabra está muy cerca
de ti: está en tu boca y en tu corazón, para que la cumplas.
Y aún antes, ya era un anhelo de los hombres
sabios:
Job 22:22 RV1995
22 Toma ahora la Ley de su boca
y pon sus palabras en tu corazón.
Ahora bien, lo que el Espíritu me mostraba
respecto de este pasaje no pasa tanto por la necesaria relación entre el
“corazón” y la “boca” sino por el valor de la “boca” para revelar el “corazón”,
¡especialmente cuando se trata de uno mismo!
“Corazón” en el lenguaje bíblico no es
exactamente equivalente a “mente racional”, como a veces se ha entendido. Por
supuesto que tiene que ver con los pensamientos, pero el énfasis está puesto
más bien en los sentimientos que impulsan a la voluntad. No son los
pensamientos “lógico racionales”, más parecidos a los “matemáticos”, sino los
pensamientos profundos, los que están cargados de emoción e impulso a la
acción, los que determinan las acciones más profundas de la voluntad.
Esos pensamientos, dado que son los más
profundos, son también los más difíciles de descubrir en casi todas las personas
porque de chiquitos aprendemos muy bien a ocultarlos, y de adultos nos volvemos
expertos en racionalizar y justificar toda emoción, especialmente las
pecaminosas.
Jeremías 17:9 RVC
9 El corazón es engañoso y perverso, más que
todas las cosas. ¿Quién puede decir que lo conoce?
Cuando asumimos que nuestro interior es
bueno, o al menos, “no tan malo”, estamos asumiendo un error. Es una presunción
básica de muchas “filosofías de vida”, no solo de la gente que no conoce a
Dios, sino también de muchos cristianos. Cuando asumimos que es “engañoso y
perverso” en grado sumo, tal cual dice la Palabra, estamos poniendo un
fundamento de verdad sobre el cual podremos luego construir un edificio sólido.
El asunto es que en Jeremías 17, el Único que
puede responder “Yo sí lo conozco” es Dios, por lo que debemos creer lo que
Dios dice acerca de nosotros mismos para construir sobre la verdad. Pero no se
supone que todo deba venirnos por “revelación de los cielos abiertos”, en
realidad, Dios nos habla continuamente y de muchas formas a través de lo
cotidiano (que normalmente no podamos o sepamos escucharlo allí, es otro
tema…). Y ahí es donde aparece la relación que clarificó Jesús:
Pensamientos e intenciones del “corazón” ßà palabras que salen de la boca.
Podemos conocer la profundidad (tenebrosa) de
nuestro corazón escuchando adecuadamente nuestras palabras. PERO aquí hay un
problema: ¿de verdad escuchamos lo que decimos?
Una de las consecuencias de la caída es que
la mente, el alma, ganó autoridad por encima del espíritu y del cuerpo; y
“debía” ser así si es que Satanás quería controlar a la humanidad: el espíritu
se conecta fácilmente con el mundo espiritual y puede ver a Dios sin problemas.
El cuerpo se conecta fácilmente con la creación, el mundo natural, que
manifiesta los principios del Creador. El alma se conecta con el mundo de la
voluntad, y cuando se aísla de los otros dos componentes, se aísla del contacto
más cercano a Dios o Su creación. Por eso quien vino y dio Su vida por nosotros
es el Hijo, no el Padre ni el Espíritu (aunque en realidad, los Tres son Uno,
por lo que en Cristo también estaban en la cruz el Padre y el Espíritu,
compartiendo exactamente lo mismo que Jesucristo estaba viviendo).
Pero dado que la mente = alma ganó autoridad,
lo que más escucha nuestra mente = alma es, precisamente, a sí misma. No
escucha al espíritu a menos que sea regenerada, y tampoco escucha al cuerpo (a
no ser algunos de sus deseos pervertidos). Por lo tanto, y dicho de manera muy
simple, ¡no escucha las palabras que ella misma profiere! Sólo escucha sus
pensamientos.
¿Cuántas de nuestras conversaciones son
realmente “monólogos de a dos”? Muchísimas. ¿Cuántas veces de verdad escuchamos
a la otra persona en vez de estar preparando mentalmente nuestra próxima
defensa o contraataque verbal? Pocas. Bueno, exactamente lo mismo hacemos
nosotros con nosotros mismos.
Como nos hemos entrenado en disfrazar
nuestros pensamientos e intenciones, no reconocemos lo que decimos; nos
quedamos con la idea que (supuestamente) queremos transmitir y asumimos que las
palabras que salen de nuestra boca dicen exactamente eso. Pero lo cierto es que
esas dichosas palabras “tienen vida propia”, es decir, terminan manifestando,
de alguna manera, lo que nuestra mente consciente jamás querría decir. No estoy
diciendo nada nuevo, para eso se entrenan los psicoanalistas…
El gran problema para los cristianos está en
que, teniendo buenos ideales y motivaciones en su mente consciente, el pecado
que todavía anida en su interior se manifiesta a través de sus palabras:
diciendo lo bueno, o pensando que decimos lo bueno, terminamos sembrando lo
malo. Podemos defender buenos ideales con enojo carnal, acusación pecaminosa,
desvalorizaciones, burlas y odio.
No se trata de ser tan “políticamente
correctos” que ninguna policía del pensamiento progre / neomarxista pueda
encontrar falla alguna (eso es imposible, de hecho…), Jesús fue muy duro cuanto
tuvo que serlo, el Padre también, se trata de decir la verdad con amor, aún
cuando sea lo más terrible que podamos decirle a una persona.
Si podemos escucharnos a nosotros mismos
veremos que hay “allí en el fondo”. Cuando encontramos el tipo de expresiones
que mencionamos antes, por más que estemos defendiendo una buena causa, tenemos
todavía unas cuantas cosas malas allí.
Es más, lo malo de nuestro corazón saldrá a
luz precisamente cuando estemos en un momento crítico, refutando a nuestros
adversarios, defendiendo ardientemente una causa. Difícilmente saldrá de manera
clara durante los “buenos tiempos”, pero en momentos de crisis se hace mucho
más evidente. La “buena noticia” es que todo el mundo está entrando en un
tiempo de crisis, por lo que será más fácil tratar con el mal de nuestros
corazones…
Prestemos atención a nuestras palabras y
expresiones, más allá de la rectitud teológica o justicia de lo que estemos
diciendo. Una buena causa defendida con armas injustas se transforma en una
causa incorrecta. Sometamos nuestra alma a escuchar el “mundo físico”, donde
salen las palabras. Aceptemos la realidad de lo que es nuestro corazón y con
humildad, busquemos la ayuda en Dios.
Danilo Sorti
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