1 Corintios 9:16-17 RVC
16 Pues si anuncio el evangelio, no tengo por
qué jactarme, porque ésa es mi misión insoslayable. ¡Ay de mí si no predico el
evangelio!
17 Así que, si lo hago de buena voluntad,
recibiré mi recompensa; pero si lo hago de mala voluntad, no hago más que
cumplir con la misión que me ha sido encomendada.
En la revelación más perfecta del Nuevo Pacto
entendemos que servir a Cristo, dar testimonio de las Buenas Nuevas, no implica
solamente la evangelización o la predicación. Por supuesto que es fundamental
ser testigos de lo que Cristo ha hecho y hace en nosotros y en Su Pueblo, pero
la enseñanza sobre los dones y sobre el valor de ser “ministros de mercado”,
nos ha agregado una nueva dimensión a la predicación evangélica: hay muchas
cosas que podemos hacer para extender Su Reino y potenciar el anuncio oral de
las Buenas Nuevas.
Ahora bien, desde hace tiempo ya el servicio
en el Reino se ha vuelto algo “opcional” para muchos, el Evangelio se
transformó en una mercancía que la gente “consume” y disfruta, por la cual
“paga” un canon y con eso ya está casi todo cumplido. Buscan su
autorrealización en el cristianismo, tratan de vivir bien, no hacer mal,
sentirse bien ellos mismos y sus familias, y soportar de la mejor manera
posible estos tiempos difíciles hasta que partan a la presencia del Señor.
¡Nada más lejos del propósito del Reino de Dios!
El Evangelio nunca fue una suave manta para
cobijarnos en nuestro sueño, ¡es una armadura para enviarnos a la batalla! ¡Es
una espada de doble filo para herir hasta lo más profundo y para extirpar el
cáncer más maligno! ¡Es un escudo que nos protege de cualquier contraataque del
enemigo!
Los primeros cristianos lo entendieron y
dieron su vida por eso. Muchos también lo comprendieron a lo largo del tiempo,
algunos han tenido y tienen que dar literalmente sus vidas como ofrenda, otros
muchos dan su vida viviendo cada día consagrados al Reino de Dios, dejando de
lado sus propios deseos y bienestar.
En ambas cartas a los corintios Pablo expone
y defiende su ministerio, aunque mucho más en la segunda. Lo que leemos en
estos versículos del capítulo 9 se refiere a la seriedad de la misión
cristiana: “¡Ay de mí si no predico el evangelio!”. Predicar no era una opción
para Pablo, no se trataba de “uno de los muchos caminos que podía seguir para
lograr su autorrealización cristiana”. Predicar era un verdadero dolor de
cabeza para Pablo, no solo eso, ¡era un continuo dolor físico! Salía de un
problema para meterse en otro: persecuciones, cárceles, tumultos, golpes,
insultos, hambre, frío, etcétera, etcétera, etcétera…
Pablo amaba lo que hace para su Señor y no
hubiera vivido de otra forma, creo que no podemos encontrar en otra parte que
no sea aquí una referencia tan clara a la obligación que significaba para él
predicar el Evangelio, pero aún si no lo hacía por amor, era su OBLIGACIÓN. Y
aún si lo hacía por obligación, habría fruto en su ministerio. Y el ejemplo más
claro de eso es Jonás: él no amó a Nínive, ¡quería que todos se hundieran en lo
más profundo del infierno! Y a pesar de esa pésima predisposición de su
espíritu, ¡toda la ciudad fue salva!
Pero muchos hoy somos más parecidos a Jonás
que a Pablo, pues bien, servir a Cristo, ser testigos, anunciar las Buenas
Nuevas NO ES OPCIONAL, es un mandato, nos guste o no; y como Jonás, aún si lo
hacemos de mala gana, habrá fruto eterno porque el poder de la Palabra de Dios
reside en Dios y no en el mensajero humano.
Está claro que si lo hacemos de mala voluntad
no tendremos nuestra recompensa en el cielo, pero ¿qué pasa si no lo hacemos?
Esto no suele estar claro entre los cristianos, normalmente la gente piensa que
si no se involucra decididamente en la obra tendrá unos cuantos diamantes menos
en su corona pero nada más. Sin embargo, la Biblia no dice eso. En definitiva,
¿qué quiere decir “ay de mí”?
Veamos las palabras de Jesús:
Mateo 25:14-30 RVC
14 »Porque el reino de los cielos es como un
hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes.
15 A uno le dio cinco mil monedas de plata; a
otro, dos mil; y a otro, mil, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se
marchó.
16 El que había recibido cinco mil monedas
negoció con ellas, y ganó otras cinco mil.
17 Asimismo, el que había recibido dos mil,
ganó también otras dos mil.
18 Pero el que había recibido mil hizo un
hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor.
19 Mucho tiempo después, el señor de aquellos
siervos volvió y arregló cuentas con ellos.
20 El que había recibido las cinco mil
monedas se presentó, le entregó otras cinco mil, y dijo: “Señor, tú me
entregaste cinco mil monedas, y con ellas he ganado otras cinco mil; aquí las
tienes.”
21 Y su señor le dijo: “Bien, buen siervo y
fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu
señor.”
22 El que había recibido las dos mil monedas
dijo: “Señor, tú me entregaste dos mil monedas, y con ellas he ganado otras dos
mil; aquí las tienes.”
23 Su señor le dijo: “Bien, buen siervo y
fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu
señor.”
24 Pero el que había recibido mil monedas
llegó y dijo: “Señor, yo sabía que tú eres un hombre duro, que siegas donde no
sembraste y recoges lo que no esparciste.
25 Así que tuve miedo y escondí tu dinero en
la tierra. Aquí tienes lo que es tuyo.”
26 Su señor le respondió: “Siervo malo y
negligente, si sabías que yo siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí,
27 debías haber dado mi dinero a los
banqueros y, al venir yo, hubiera recibido lo que es mío más los intereses.
28 Así que, ¡quítenle esas mil monedas y
dénselas al que tiene diez mil!”
29 Porque al que tiene se le dará, y tendrá
más; pero al que no tiene, aun lo poco que tiene se le quitará.
30 En cuanto al siervo inútil, ¡échenlo en
las tinieblas de afuera! Allí habrá llanto y rechinar de dientes.
Para empezar, hay un contraste muy marcado
entre los siervos obedientes y el siervo desobediente: no solo no entra en el
“gozo del Señor” sino que es arrojado a las tinieblas. Aquí hay algunas
cuestiones escatológicas que pueden ser un poco complicadas de entender, no voy
a profundizar en eso ahora, las “tinieblas” aquí no necesariamente significan el
infierno, pero sí un tiempo duro de angustia y gran dolor. En el aquí y ahora,
no servir al Señor nos pone a merced de “las tinieblas”, es decir, cuando
voluntariamente nos corremos del propósito del Señor para todos sus hijos,
inevitablemente caemos bajo el dominio del Adversario y su reino de tinieblas,
¡aquí y ahora!, por lo que no existe un lugar neutral donde no ataquemos al
enemigo pero tampoco seamos confrontados por él, siendo hijos, caemos bajo las
prisiones de su reino oscuro, y allí seremos torturados día y noche, cada vez
con más intensidad. Siendo cristianos, viviremos vidas miserables, aunque
aparentemente “esté todo bien”.
Pero luego de eso, hay una eternidad, y
cuando nos presentemos delante del Señor, ¿cómo le diremos que no hemos hecho
nada con los dones y talentos que nos dio? Frente a la Fuente de todo amor y
verdad, ¿cómo diremos que nos importó un rábano el destino eterno de las
personas creadas a Su misma imagen? ¿Cómo podremos estar cara a cara con el
Creador y Redentor de todos los seres y decirles que preferimos nuestra
comodidad antes que rescatar almas para Su Reino?
Hermanos, no nos engañemos, cuando
Apocalipsis dice que el Señor enjugará toda lágrima de nuestros ojos no se está
refiriendo solamente a nuestros sufrimientos pasados, en realidad, todo
sufrimiento que hayamos vivido en esta Tierra desaparecerá cuando pisemos ese
glorioso lugar, ¡no son esas las lágrimas que Él va a secar! Las lágrimas que
Él mismo secará son las lágrimas de nuestro REMORDIMIENTO cuando nos demos cuenta
lo necios que habremos sido al dedicar nuestras vidas a nosotros mismos y no al
servicio del Rey. Sí, en el Cielo habrá llanto, Él nos consolará y nos brindará
sanidad, pero habrá llanto y remordimiento. Dios quiera que nos sea revelada la
magnitud de esta verdad.
Cuando Pablo escribía el pasaje de 1
Corintios 9:16-17, y quizás cuando Jesús narraba la parábola de los talentos,
tenían en mente las palabras que Dios Padre había dicho hacía más de 500 años
atrás:
Ezequiel 3:16-21 RVC
16 Pasados los siete días, la palabra del
Señor vino a mí y me dijo:
17 «Hijo de hombre, yo he puesto al pueblo de
Israel bajo tu cuidado. Así que tú oirás lo que yo te diga, y tú los
amonestarás de mi parte.
18 Si yo le digo al impío: “Estás sentenciado
a morir”, y tú no lo amonestas para que sepa que va por mal camino, ni le
hablas para que pueda seguir con vida, el impío morirá por causa de su maldad,
pero yo te pediré a ti cuentas de su sangre.
19 Pero si tú amonestas al impío, y él no se
aparta de su impiedad y mal camino, morirá por causa de su maldad, pero tú te
habrás librado de morir.
20 Ahora bien, si el justo se aparta de su
justicia y hace lo malo, y yo pongo delante de él un tropiezo, él morirá porque
tú no lo amonestaste y por causa de su pecado, y yo no tomaré en cuenta todos
sus actos de justicia, pero a ti te pediré cuentas de su sangre.
21 Pero si amonestas al justo para que no
peque, y éste no peca, ciertamente vivirá por haber sido amonestado, y tú te
habrás librado de morir.»
La misión encomendada era, y sigue siendo,
muy seria. Como profeta, Ezequiel es un tipo de toda la Iglesia, que es
profética no solo en el sentido de anunciar lo que vendrá sino en el sentido
más amplio de dar a conocer la voz de Dios. No creo que sea necesario recordar
que el Antiguo Testamento “no pasó de moda” cuando vino el Nuevo, sino todo lo
contrario: Jesús puso bien en alto y completó todo lo que fue dicho en el
Antiguo, y el juicio que recibiremos por desobedecer en los tiempos del Nuevo
es mayor porque hoy conocemos mucho más y tenemos a nuestro alcance un poder
mucho más grande que ellos.
Tanto el impío que persistía en su pecado
como el justo que se apartaba de Dios estaban condenados a morir, física y
espiritualmente. El profeta no era responsable de la decisión que tomaran, no
podía torcer lo que ellos decidieran hacer, pero sí era responsable de no
advertirles a tiempo, de no ser una voz que les llamara la atención. Y el
profeta tendría que responder por lo que les hubiera pasado. Dios no sería
injusto al castigar al pecador, hubiera habido o no hubiera habido advertencia
profética, pero el profeta sería culpable por no extender una oportunidad de
misericordia.
La misión de Ezequiel no fue fácil y el Señor
tuvo que volver a repetir estas palabras tiempo después:
Ezequiel 33:1-9 RVC
1 La palabra del Señor vino a mí, y me dijo:
2 «Hijo de hombre, ve y diles a los hijos de
tu pueblo que, cuando yo haga venir la espada sobre algún país, si la gente de
ese país pone como atalaya a uno de los suyos
3 y éste ve la espada venir sobre el país y
toca la trompeta para prevenir a su gente,
4 quien oiga el toque de la trompeta y no se
prevenga será el responsable de su muerte, si la espada lo hiere.
5 Puesto que oyó el toque de la trompeta y no
se previno, será el responsable de su muerte; por el contrario, el que se
prevenga pondrá a salvo su vida.
6 »En cambio, si al venir la espada el
atalaya no toca la trompeta para prevenir a la gente, cuando la espada llegue y
hiera de muerte a alguien, éste morirá por causa de su pecado, pero yo haré
responsable de su muerte al atalaya.
7 »Es a ti, hijo de hombre, a quien yo he
puesto como atalaya para el pueblo de Israel. Tú oirás de mí mismo la
advertencia, y les advertirás para que se prevengan.
8 Cuando yo le diga a algún impío que está en
peligro de muerte, si tú no le adviertes que se aparte de su mal camino, el
impío morirá por causa de su pecado, pero yo te haré responsable de su muerte.
9 Por el contrario, si tú le adviertes al
impío que se aparte de su mal camino, y éste no te hace caso, morirá por causa
de su pecado, pero tú habrás puesto a salvo tu vida.
Si dos veces se repiten casi las mismas
palabras es porque el Espíritu Santo quiere que les prestemos especial
atención.
Cuando volvemos al texto del capítulo 3 y
leemos unos versículos antes, nos encontramos con que el contexto en el cual
Ezequiel debería desarrollar su misión no era para nada fácil:
Ezequiel 3:1-11 RVC
1 Y me dijo: «Hijo de hombre, come lo que has
hallado. Cómete este pergamino, y ve luego y habla con el pueblo de Israel.»
2 Yo abrí la boca, y me hizo comer el
pergamino,
3 y me dijo: «Hijo de hombre, aliméntate,
llena tus entrañas con este pergamino que te doy.» Yo lo comí, y su sabor en mi
boca fue dulce como la miel.
4 Entonces me dijo: «Hijo de hombre, ve a
hablar con el pueblo de Israel, y repíteles mis palabras.
5 No estás siendo enviado a un pueblo de
lenguaje profundo y difícil de entender, sino al pueblo de Israel.
6 No vas a muchos pueblos de lenguaje
profundo y difícil de entender, cuyas palabras no entiendes. Y si te enviara yo
a un pueblo así, ellos te prestarían atención;
7 pero el pueblo de Israel no va a querer
escucharte, porque no quiere escucharme a mí, pues todo el pueblo de Israel es
de cabeza dura y de corazón obstinado.
8 Sin embargo, yo he endurecido tu rostro
como el rostro de ellos, y he hecho tu frente tan fuerte como la de ellos.
9 Tu frente es ahora dura como el diamante y
más fuerte que el pedernal, así que no les tengas miedo, aunque sean un pueblo
rebelde.»
10 También me dijo: «Hijo de hombre, escucha
con atención y retén en tu mente todo lo que voy a decirte.
11 Ve y habla con los cautivos, con tu propia
gente. Habla con ellos, y ya sea que te hagan caso, o no, tú diles: “Así ha
dicho el Señor.”»
Podríamos hacer un largo desarrollo de estas
palabras pero no es el propósito aquí. Por sí solas bastan para darnos cuenta
de que no se trataría de una misión fácil. Aún así, no podía evitarla, no podía
excusarse.
Pero hay algo más. Negarse a proclamar las
Buenas Nuevas es en realidad negarse a ser TESTIGOS de la obra que Dios ha
hecho a través de Cristo, porque el mandato primero que le fue dado a la
Iglesia no fue el de construir nada ni convencer a nadie, sino el de
testificar, todo lo demás vendría como consecuencia:
Hechos 1:8 RVC
8 Pero cuando venga sobre ustedes el Espíritu
Santo recibirán poder, y serán mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria,
y hasta lo último de la tierra.»
Y esto nos lleva a las leyes de Moisés, en
donde encontramos lo siguiente:
Levítico 5:1 RVC
1 ”Si alguien es llamado a testificar como
testigo presencial de algo que vio u oyó, y peca por no denunciar ese hecho,
cargará con su pecado.
En la Ley de Moisés tanto el hecho de
testificar falsamente como el no testificar merecían una condena muy dura, que
podía ser hasta la muerte. Al callar nuestra boca, nos estamos negando a ser
testigos de lo que hemos conocido y vivido, y por lo tanto, bajo la Ley,
mereceríamos la muerte.
Hechos 4:19-20 RVC
19 Pero Pedro y Juan les respondieron:
«Juzguen ustedes: ¿Es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes antes que a
él?
20 Porque nosotros no podemos dejar de hablar
acerca de lo que hemos visto y oído.»
Aunque tenían la espada de sus perseguidores
encima de sus cabezas, los apóstoles NO PODÍAN callar, era imposible, era más fuerte
que ellos. Nosotros, teniendo todavía mucha libertad para hablar, sin embargo,
¡callamos! Cuando dejamos de servir al Señor lo estamos negando de manera
implícita, no directamente con nuestras palabras, pero sí con nuestros hechos.
Lucas 12:9 RVC
9 Pero al que me niegue delante de los
hombres, se le negará delante de los ángeles de Dios.
Probablemente aquí no se refiera a perder la
salvación, pero sí se refiere al ministerio de los ángeles hacia nosotros, es
decir, de la ayuda y el socorro que el Señor nos envía y que necesitamos en
todo momento.
Jesucristo en la cruz recibió el pago por
todos nuestros pecados, aún el de no testificar conforme los dones y el llamado
que cada uno haya recibido. Pero las consecuencias de no hacerlo son terribles:
aquí en la Tierra nos exponemos a la autoridad de Satanás para que haga con
nosotros lo que se le antoje. Los ángeles de Dios tendrán el camino cerrado
para ayudarnos. Los pecadores seguirán muriendo por su pecado y siendo echados
justamente al infierno, pero la misericordia que Dios había preparado para que
algunos de ellos se salvaran no los alcanzará: hubieran podido escapar si
nosotros nos hubiéramos esforzado un poco, pero ahora estarán sufriendo por el
resto de la eternidad. Dios tendrá que trabajar mucho con nosotros en el Cielo
para sanar el remordimiento de lo que hemos hecho. Y por cierto, allí en el
Cielo, no nos sentaremos en el trono preparado para nosotros, estaremos en Su
presencia, sí, pero en la fila de las “vírgenes insensatas”, que fueron salvas,
pero “como por fuego”, que habiendo recibido las inconmensurables riquezas del
Reino Eterno, las menospreciaron en esta Tierra.
El breve tiempo que vivimos aquí es
trascendental para la eternidad, la nuestra y la de muchos, ¿cómo lo
aprovecharemos?
Danilo Sorti
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