lunes, 22 de abril de 2019

687. ¡Ay de mí si no doy testimonio de las Buenas Nuevas!


1 Corintios 9:16-17 RVC
16 Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué jactarme, porque ésa es mi misión insoslayable. ¡Ay de mí si no predico el evangelio!
17 Así que, si lo hago de buena voluntad, recibiré mi recompensa; pero si lo hago de mala voluntad, no hago más que cumplir con la misión que me ha sido encomendada.


En la revelación más perfecta del Nuevo Pacto entendemos que servir a Cristo, dar testimonio de las Buenas Nuevas, no implica solamente la evangelización o la predicación. Por supuesto que es fundamental ser testigos de lo que Cristo ha hecho y hace en nosotros y en Su Pueblo, pero la enseñanza sobre los dones y sobre el valor de ser “ministros de mercado”, nos ha agregado una nueva dimensión a la predicación evangélica: hay muchas cosas que podemos hacer para extender Su Reino y potenciar el anuncio oral de las Buenas Nuevas.

Ahora bien, desde hace tiempo ya el servicio en el Reino se ha vuelto algo “opcional” para muchos, el Evangelio se transformó en una mercancía que la gente “consume” y disfruta, por la cual “paga” un canon y con eso ya está casi todo cumplido. Buscan su autorrealización en el cristianismo, tratan de vivir bien, no hacer mal, sentirse bien ellos mismos y sus familias, y soportar de la mejor manera posible estos tiempos difíciles hasta que partan a la presencia del Señor. ¡Nada más lejos del propósito del Reino de Dios!

El Evangelio nunca fue una suave manta para cobijarnos en nuestro sueño, ¡es una armadura para enviarnos a la batalla! ¡Es una espada de doble filo para herir hasta lo más profundo y para extirpar el cáncer más maligno! ¡Es un escudo que nos protege de cualquier contraataque del enemigo!

Los primeros cristianos lo entendieron y dieron su vida por eso. Muchos también lo comprendieron a lo largo del tiempo, algunos han tenido y tienen que dar literalmente sus vidas como ofrenda, otros muchos dan su vida viviendo cada día consagrados al Reino de Dios, dejando de lado sus propios deseos y bienestar.

En ambas cartas a los corintios Pablo expone y defiende su ministerio, aunque mucho más en la segunda. Lo que leemos en estos versículos del capítulo 9 se refiere a la seriedad de la misión cristiana: “¡Ay de mí si no predico el evangelio!”. Predicar no era una opción para Pablo, no se trataba de “uno de los muchos caminos que podía seguir para lograr su autorrealización cristiana”. Predicar era un verdadero dolor de cabeza para Pablo, no solo eso, ¡era un continuo dolor físico! Salía de un problema para meterse en otro: persecuciones, cárceles, tumultos, golpes, insultos, hambre, frío, etcétera, etcétera, etcétera…

Pablo amaba lo que hace para su Señor y no hubiera vivido de otra forma, creo que no podemos encontrar en otra parte que no sea aquí una referencia tan clara a la obligación que significaba para él predicar el Evangelio, pero aún si no lo hacía por amor, era su OBLIGACIÓN. Y aún si lo hacía por obligación, habría fruto en su ministerio. Y el ejemplo más claro de eso es Jonás: él no amó a Nínive, ¡quería que todos se hundieran en lo más profundo del infierno! Y a pesar de esa pésima predisposición de su espíritu, ¡toda la ciudad fue salva!

Pero muchos hoy somos más parecidos a Jonás que a Pablo, pues bien, servir a Cristo, ser testigos, anunciar las Buenas Nuevas NO ES OPCIONAL, es un mandato, nos guste o no; y como Jonás, aún si lo hacemos de mala gana, habrá fruto eterno porque el poder de la Palabra de Dios reside en Dios y no en el mensajero humano.

Está claro que si lo hacemos de mala voluntad no tendremos nuestra recompensa en el cielo, pero ¿qué pasa si no lo hacemos? Esto no suele estar claro entre los cristianos, normalmente la gente piensa que si no se involucra decididamente en la obra tendrá unos cuantos diamantes menos en su corona pero nada más. Sin embargo, la Biblia no dice eso. En definitiva, ¿qué quiere decir “ay de mí”?

Veamos las palabras de Jesús:

Mateo 25:14-30 RVC
14 »Porque el reino de los cielos es como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes.
15 A uno le dio cinco mil monedas de plata; a otro, dos mil; y a otro, mil, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se marchó.
16 El que había recibido cinco mil monedas negoció con ellas, y ganó otras cinco mil.
17 Asimismo, el que había recibido dos mil, ganó también otras dos mil.
18 Pero el que había recibido mil hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor.
19 Mucho tiempo después, el señor de aquellos siervos volvió y arregló cuentas con ellos.
20 El que había recibido las cinco mil monedas se presentó, le entregó otras cinco mil, y dijo: “Señor, tú me entregaste cinco mil monedas, y con ellas he ganado otras cinco mil; aquí las tienes.”
21 Y su señor le dijo: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor.”
22 El que había recibido las dos mil monedas dijo: “Señor, tú me entregaste dos mil monedas, y con ellas he ganado otras dos mil; aquí las tienes.”
23 Su señor le dijo: “Bien, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor.”
24 Pero el que había recibido mil monedas llegó y dijo: “Señor, yo sabía que tú eres un hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges lo que no esparciste.
25 Así que tuve miedo y escondí tu dinero en la tierra. Aquí tienes lo que es tuyo.”
26 Su señor le respondió: “Siervo malo y negligente, si sabías que yo siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí,
27 debías haber dado mi dinero a los banqueros y, al venir yo, hubiera recibido lo que es mío más los intereses.
28 Así que, ¡quítenle esas mil monedas y dénselas al que tiene diez mil!”
29 Porque al que tiene se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo poco que tiene se le quitará.
30 En cuanto al siervo inútil, ¡échenlo en las tinieblas de afuera! Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

Para empezar, hay un contraste muy marcado entre los siervos obedientes y el siervo desobediente: no solo no entra en el “gozo del Señor” sino que es arrojado a las tinieblas. Aquí hay algunas cuestiones escatológicas que pueden ser un poco complicadas de entender, no voy a profundizar en eso ahora, las “tinieblas” aquí no necesariamente significan el infierno, pero sí un tiempo duro de angustia y gran dolor. En el aquí y ahora, no servir al Señor nos pone a merced de “las tinieblas”, es decir, cuando voluntariamente nos corremos del propósito del Señor para todos sus hijos, inevitablemente caemos bajo el dominio del Adversario y su reino de tinieblas, ¡aquí y ahora!, por lo que no existe un lugar neutral donde no ataquemos al enemigo pero tampoco seamos confrontados por él, siendo hijos, caemos bajo las prisiones de su reino oscuro, y allí seremos torturados día y noche, cada vez con más intensidad. Siendo cristianos, viviremos vidas miserables, aunque aparentemente “esté todo bien”.

Pero luego de eso, hay una eternidad, y cuando nos presentemos delante del Señor, ¿cómo le diremos que no hemos hecho nada con los dones y talentos que nos dio? Frente a la Fuente de todo amor y verdad, ¿cómo diremos que nos importó un rábano el destino eterno de las personas creadas a Su misma imagen? ¿Cómo podremos estar cara a cara con el Creador y Redentor de todos los seres y decirles que preferimos nuestra comodidad antes que rescatar almas para Su Reino?

Hermanos, no nos engañemos, cuando Apocalipsis dice que el Señor enjugará toda lágrima de nuestros ojos no se está refiriendo solamente a nuestros sufrimientos pasados, en realidad, todo sufrimiento que hayamos vivido en esta Tierra desaparecerá cuando pisemos ese glorioso lugar, ¡no son esas las lágrimas que Él va a secar! Las lágrimas que Él mismo secará son las lágrimas de nuestro REMORDIMIENTO cuando nos demos cuenta lo necios que habremos sido al dedicar nuestras vidas a nosotros mismos y no al servicio del Rey. Sí, en el Cielo habrá llanto, Él nos consolará y nos brindará sanidad, pero habrá llanto y remordimiento. Dios quiera que nos sea revelada la magnitud de esta verdad.

Cuando Pablo escribía el pasaje de 1 Corintios 9:16-17, y quizás cuando Jesús narraba la parábola de los talentos, tenían en mente las palabras que Dios Padre había dicho hacía más de 500 años atrás:

Ezequiel 3:16-21 RVC
16 Pasados los siete días, la palabra del Señor vino a mí y me dijo:
17 «Hijo de hombre, yo he puesto al pueblo de Israel bajo tu cuidado. Así que tú oirás lo que yo te diga, y tú los amonestarás de mi parte.
18 Si yo le digo al impío: “Estás sentenciado a morir”, y tú no lo amonestas para que sepa que va por mal camino, ni le hablas para que pueda seguir con vida, el impío morirá por causa de su maldad, pero yo te pediré a ti cuentas de su sangre.
19 Pero si tú amonestas al impío, y él no se aparta de su impiedad y mal camino, morirá por causa de su maldad, pero tú te habrás librado de morir.
20 Ahora bien, si el justo se aparta de su justicia y hace lo malo, y yo pongo delante de él un tropiezo, él morirá porque tú no lo amonestaste y por causa de su pecado, y yo no tomaré en cuenta todos sus actos de justicia, pero a ti te pediré cuentas de su sangre.
21 Pero si amonestas al justo para que no peque, y éste no peca, ciertamente vivirá por haber sido amonestado, y tú te habrás librado de morir.»

La misión encomendada era, y sigue siendo, muy seria. Como profeta, Ezequiel es un tipo de toda la Iglesia, que es profética no solo en el sentido de anunciar lo que vendrá sino en el sentido más amplio de dar a conocer la voz de Dios. No creo que sea necesario recordar que el Antiguo Testamento “no pasó de moda” cuando vino el Nuevo, sino todo lo contrario: Jesús puso bien en alto y completó todo lo que fue dicho en el Antiguo, y el juicio que recibiremos por desobedecer en los tiempos del Nuevo es mayor porque hoy conocemos mucho más y tenemos a nuestro alcance un poder mucho más grande que ellos.

Tanto el impío que persistía en su pecado como el justo que se apartaba de Dios estaban condenados a morir, física y espiritualmente. El profeta no era responsable de la decisión que tomaran, no podía torcer lo que ellos decidieran hacer, pero sí era responsable de no advertirles a tiempo, de no ser una voz que les llamara la atención. Y el profeta tendría que responder por lo que les hubiera pasado. Dios no sería injusto al castigar al pecador, hubiera habido o no hubiera habido advertencia profética, pero el profeta sería culpable por no extender una oportunidad de misericordia.

La misión de Ezequiel no fue fácil y el Señor tuvo que volver a repetir estas palabras tiempo después:

Ezequiel 33:1-9 RVC
1 La palabra del Señor vino a mí, y me dijo:
2 «Hijo de hombre, ve y diles a los hijos de tu pueblo que, cuando yo haga venir la espada sobre algún país, si la gente de ese país pone como atalaya a uno de los suyos
3 y éste ve la espada venir sobre el país y toca la trompeta para prevenir a su gente,
4 quien oiga el toque de la trompeta y no se prevenga será el responsable de su muerte, si la espada lo hiere.
5 Puesto que oyó el toque de la trompeta y no se previno, será el responsable de su muerte; por el contrario, el que se prevenga pondrá a salvo su vida.
6 »En cambio, si al venir la espada el atalaya no toca la trompeta para prevenir a la gente, cuando la espada llegue y hiera de muerte a alguien, éste morirá por causa de su pecado, pero yo haré responsable de su muerte al atalaya.
7 »Es a ti, hijo de hombre, a quien yo he puesto como atalaya para el pueblo de Israel. Tú oirás de mí mismo la advertencia, y les advertirás para que se prevengan.
8 Cuando yo le diga a algún impío que está en peligro de muerte, si tú no le adviertes que se aparte de su mal camino, el impío morirá por causa de su pecado, pero yo te haré responsable de su muerte.
9 Por el contrario, si tú le adviertes al impío que se aparte de su mal camino, y éste no te hace caso, morirá por causa de su pecado, pero tú habrás puesto a salvo tu vida.

Si dos veces se repiten casi las mismas palabras es porque el Espíritu Santo quiere que les prestemos especial atención.

Cuando volvemos al texto del capítulo 3 y leemos unos versículos antes, nos encontramos con que el contexto en el cual Ezequiel debería desarrollar su misión no era para nada fácil:

Ezequiel 3:1-11 RVC
1 Y me dijo: «Hijo de hombre, come lo que has hallado. Cómete este pergamino, y ve luego y habla con el pueblo de Israel.»
2 Yo abrí la boca, y me hizo comer el pergamino,
3 y me dijo: «Hijo de hombre, aliméntate, llena tus entrañas con este pergamino que te doy.» Yo lo comí, y su sabor en mi boca fue dulce como la miel.
4 Entonces me dijo: «Hijo de hombre, ve a hablar con el pueblo de Israel, y repíteles mis palabras.
5 No estás siendo enviado a un pueblo de lenguaje profundo y difícil de entender, sino al pueblo de Israel.
6 No vas a muchos pueblos de lenguaje profundo y difícil de entender, cuyas palabras no entiendes. Y si te enviara yo a un pueblo así, ellos te prestarían atención;
7 pero el pueblo de Israel no va a querer escucharte, porque no quiere escucharme a mí, pues todo el pueblo de Israel es de cabeza dura y de corazón obstinado.
8 Sin embargo, yo he endurecido tu rostro como el rostro de ellos, y he hecho tu frente tan fuerte como la de ellos.
9 Tu frente es ahora dura como el diamante y más fuerte que el pedernal, así que no les tengas miedo, aunque sean un pueblo rebelde.»
10 También me dijo: «Hijo de hombre, escucha con atención y retén en tu mente todo lo que voy a decirte.
11 Ve y habla con los cautivos, con tu propia gente. Habla con ellos, y ya sea que te hagan caso, o no, tú diles: “Así ha dicho el Señor.”»

Podríamos hacer un largo desarrollo de estas palabras pero no es el propósito aquí. Por sí solas bastan para darnos cuenta de que no se trataría de una misión fácil. Aún así, no podía evitarla, no podía excusarse.

Pero hay algo más. Negarse a proclamar las Buenas Nuevas es en realidad negarse a ser TESTIGOS de la obra que Dios ha hecho a través de Cristo, porque el mandato primero que le fue dado a la Iglesia no fue el de construir nada ni convencer a nadie, sino el de testificar, todo lo demás vendría como consecuencia:

Hechos 1:8 RVC
8 Pero cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo recibirán poder, y serán mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.»

Y esto nos lleva a las leyes de Moisés, en donde encontramos lo siguiente:

Levítico 5:1 RVC
1 ”Si alguien es llamado a testificar como testigo presencial de algo que vio u oyó, y peca por no denunciar ese hecho, cargará con su pecado.

En la Ley de Moisés tanto el hecho de testificar falsamente como el no testificar merecían una condena muy dura, que podía ser hasta la muerte. Al callar nuestra boca, nos estamos negando a ser testigos de lo que hemos conocido y vivido, y por lo tanto, bajo la Ley, mereceríamos la muerte.

Hechos 4:19-20 RVC
19 Pero Pedro y Juan les respondieron: «Juzguen ustedes: ¿Es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes antes que a él?
20 Porque nosotros no podemos dejar de hablar acerca de lo que hemos visto y oído.»

Aunque tenían la espada de sus perseguidores encima de sus cabezas, los apóstoles NO PODÍAN callar, era imposible, era más fuerte que ellos. Nosotros, teniendo todavía mucha libertad para hablar, sin embargo, ¡callamos! Cuando dejamos de servir al Señor lo estamos negando de manera implícita, no directamente con nuestras palabras, pero sí con nuestros hechos.

Lucas 12:9 RVC
9 Pero al que me niegue delante de los hombres, se le negará delante de los ángeles de Dios.

Probablemente aquí no se refiera a perder la salvación, pero sí se refiere al ministerio de los ángeles hacia nosotros, es decir, de la ayuda y el socorro que el Señor nos envía y que necesitamos en todo momento.

Jesucristo en la cruz recibió el pago por todos nuestros pecados, aún el de no testificar conforme los dones y el llamado que cada uno haya recibido. Pero las consecuencias de no hacerlo son terribles: aquí en la Tierra nos exponemos a la autoridad de Satanás para que haga con nosotros lo que se le antoje. Los ángeles de Dios tendrán el camino cerrado para ayudarnos. Los pecadores seguirán muriendo por su pecado y siendo echados justamente al infierno, pero la misericordia que Dios había preparado para que algunos de ellos se salvaran no los alcanzará: hubieran podido escapar si nosotros nos hubiéramos esforzado un poco, pero ahora estarán sufriendo por el resto de la eternidad. Dios tendrá que trabajar mucho con nosotros en el Cielo para sanar el remordimiento de lo que hemos hecho. Y por cierto, allí en el Cielo, no nos sentaremos en el trono preparado para nosotros, estaremos en Su presencia, sí, pero en la fila de las “vírgenes insensatas”, que fueron salvas, pero “como por fuego”, que habiendo recibido las inconmensurables riquezas del Reino Eterno, las menospreciaron en esta Tierra.

El breve tiempo que vivimos aquí es trascendental para la eternidad, la nuestra y la de muchos, ¿cómo lo aprovecharemos?


Danilo Sorti




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