2 Corintios 11:16-21 DHH
16 Vuelvo a decirles que nadie piense que
estoy loco; pero si así lo piensan, déjenme que les hable como un loco, para
que también yo pueda gloriarme un poco,
17 aunque esta manera de gloriarme sea más
bien una locura y no palabras que el Señor apruebe.
18 ¡Ya que hay tantos que se glorían de sus
propios méritos, también yo me gloriaré!
19 Ustedes son muy sabios, pero soportan de
buena gana a los locos,
20 y soportan también a aquellos que los
obligan a servir, que los explotan, que los engañan, que los tratan con
desprecio o que los golpean en la cara.
21 Aunque me da vergüenza decirlo, ¡nosotros
fuimos demasiado débiles para portarnos así!
Pero si los otros se atreven a jactarse,
también yo me atreveré, aunque esto sea una locura.
La iglesia de Corinto fue un “regalo” para
Pablo luego de un tiempo duro en la intelectual Atenas, donde algunos pocos
nomás creyeron. La ciudad era bastante particular, era un puerto y el estilo de
vida resultaba entonces bastante parecido a lo que son los puertos hoy,
propiamente. La antigua Corinto mereció que el poeta Aristófanes acuñara el
verbo “corintear”, aludiendo a la tan extendida práctica de la fornicación. Esa
ciudad fue destruida en 146 a.C. y reconstruida luego por los romanos, pero no
debemos suponer que la moralidad de la nueva ciudad fuera mucho mejor que la de
la antigua…
La iglesia corintia es de la que más se habla
en el Nuevo Testamento, luego de la de Jerusalén, pero tenemos ese registro a
través de dos cartas (los críticos textuales dicen que probablemente tengamos
tres o incluso cuatro cartas que fueron luego compaginadas en esas dos, especialmente
2 Corintios sería el caso). Era una iglesia que había recibido muchos dones,
grande, muy activa, creciente, por donde pasaban ministerios internacionales y
que contaba con una buena cantidad de escritos apostólicos (para la época)…
pero que también estaba llena de problemas y pecados.
Sabemos que los corintios venían de lo más
bajo de la sociedad portuaria de la ciudad y habían recibido mucha gracia del
Espíritu, pero llegaron a engreírse, y así cayeron en unos cuantos errores.
Pablo los corrige en la primera carta que tenemos registrada (algunos proponen
que fue la segunda). Algo pasó luego que le obligó a escribir estas líneas (que
también algunos proponen que es una carta intermedia que luego quedó incluida
en la “segunda”) que describe muy bien un fenómeno común en muchas iglesias.
Como se trataba de un centro tan populoso,
muchos ministerios desfilaban por allí, y entre ellos esta gente que tenía
grandes títulos, espectaculares antecedentes y un no menos fascinante discurso;
lobos con piel de oveja, lo que hoy llamaríamos “apostolobos” y que Pablo
menciona muy irónicamente como “superapóstoles” en otro pasaje (¡también la
Biblia usa ironías, no soy solamente yo!!!).
Dejando de lado su perniciosa doctrina, que
no he estudiado en profundidad pero que hoy podría transmutarse en el
“evangelio de la prosperidad”, había hechos concretos que por sí mismos
resultaban demasiado evidentes. Pensemos un poco, ¿qué diríamos si de repente
entra el pastor o el líder de la iglesia y pone a todos los hermanos a trabajar
para él, les exige que estén todo su tiempo libre haciendo cosas para su propia
casa, les pide la mitad de su sueldo, les miente descaradamente, los humilla e
incluso los golpea? Pues rápidamente lo echarían a patadas o saldrían huyendo
de ese lugar para no volver nunca más. Bien, es lo lógico… ¿por qué no estaba
ocurriendo eso, entonces?
Pablo no se había comportado así, en ningún
momento les dio ese ejemplo, se trataba de gente ajena que había llegado a
tener tal poder que podían dominar fácilmente a la congregación, o al menos a
un grupo importante de ellos.
Es un fenómeno que he visto en algunas
iglesias, quizás no en la dimensión que Pablo lo narra aquí pero sí en cierta
medida. También es algo que existe en las sectas. Cuando era joven se trataba
normalmente de sectas “cristianas”, es decir, organizaciones claramente
desviadas que utilizaban la Biblia y una máscara cristiana como excusa. Como la
Biblia no es tan popular hoy entre los jóvenes y no tan jóvenes faltos de
paternidad, las nuevas sectas utilizan otras banderas, pero en el fondo tienen
un comportamiento idéntico. Es una historia vieja, ya la vimos décadas atrás,
en realidad, hace casi dos mil años.
Bueno, el asunto es ¿por qué pudieron llegar
a tal nivel de abuso sin que la congregación reaccionara? Si leemos la misma
carta vemos que la autoridad de Pablo estaba siendo puesta en dudas, nada menos
que su mentor espiritual, el que los llevó al Evangelio, era cuestionado sin
problemas, ¿cómo es que a estos abusadores se los toleraba de buena gana?
Demasiado difícil de comprender… excepto para los que vivimos en Argentina…
En realidad es “muy fácil” de entender en
nuestro contexto: los cristianos fueron seducidos, engañados con palabras
bonitas, hasta llegar al punto de quedar completamente cegados frente a un
comportamiento que si se hubiera presentado tal cual era la primera vez habría
generado un completo rechazo. No hace falta, en nuestro contexto
latinoamericano del siglo XXI, explicar mucho el proceso; lo hemos visto en
nuestras sociedades.
Tengamos en cuenta que leímos un texto del
Nuevo Testamento en donde un apóstol está hablando a una iglesia, no se trata
de un mensaje de algún profeta del Antiguo Pacto hablando a una nación, Israel.
Si esto pasó en una congregación que había recibido al Espíritu Santo y que
tenía, quizás, la mayor manifestación de los dones del Espíritu de las iglesias
de esa época, ¿qué se podía esperar de la sociedad “secular” o idólatra? Pues
evidentemente, la “santificación” o el proceso de transformación de un creyente
no es instantáneo…
La seducción de los “superapóstoles” había
sido tan contundente que los corintios habían llegado a volverse en contra del
que dejó parte de su vida para predicarles y abrazaban a estos abusadores. ¿Es
diferente a lo que le sucede a buena parte de nuestra sociedad argentina? No,
para nada.
Aclaremos, no tenemos un equivalente al
apóstol Pablo a nivel nacional, quizás porque los que fueron llamados para eso
no quisieron aceptar la responsabilidad, o quizás porque los que hemos sido
llamados a reflejar la luz de Cristo hemos sido demasiado perezosos en hacerlo.
Pero veamos una expresión:
19 Ustedes son muy sabios, pero soportan de
buena gana a los locos,
20 y soportan también a aquellos que los
obligan a …
La palabra que se traduce allí como
“soportar” es ἀνέχομαι, anéjomai, que puede traducirse literalmente como: sostenerse
uno mismo en contra de.
Los corintios probablemente no estaban muy
conformes con la conducta de esta gente, evidentemente había algo “no
convencional”, pero el hecho es que los SOPORTABAN. Y la palabra que el
Espíritu Santo me estuvo trayendo todos estos días es: ¿por qué Argentina
soporta a los corruptos, a los mentirosos, a los abusadores, a los ladrones? Es
claro que tenemos un serio problema con la gestión que está por comenzar, pero
tampoco la que está por finalizar puede presentarse como dechado de virtudes.
Es más, todas las elecciones de las que tengo memoria han consistido en elegir
“lo menos malo” (que de “menos” nunca tuvo mucho) y soportar todas las macanas
que iba a cometer.
Lo cierto es que es imposible no tener que
“soportar” cuando elegimos alguna opción política, pero el punto clave es, ¿por
qué estamos dispuestos a soportar, tolerar o dejar pasar a gente tan
notoriamente corrupta? Ese es un pecado grave, consiste en consentir con el
pecado, con lo cual nos hacemos culpables de su misma corrupción, robo,
mentira, muerte. En una oportunidad dije que “votar por Fulano” no es lo mismo
que “hacer un pacto con Fulano”, pero tolerar consciente mente un nivel
superior a lo “real” de corrupción SÍ ES un pecado.
Debemos arrepentirnos como nación de haber
tolerado durante tantos años la corrupción, de simplemente preocuparnos por
tener un asadito el domingo; lo que tenemos es lo que sembramos durante
décadas. Y esto no implica solamente un “momento” que es durante las
votaciones, es una participación que debemos tener continuamente, lo cual es un
costo, un precio a pagar.
Pablo era un ejemplo de líder como no hubo en
su tiempo ni después. Este, el mejor ejemplo de liderazgo dentro de la Iglesia,
jamás se comportó con la dureza de los “superapóstoles” de su época. Creo que
la mayoría de las personas hoy dirían que tuvo un “liderazgo débil”, ellos
buscaban líderes decididos y fuertes… pues así les fue. ¿Habremos aprendido
nosotros?
Danilo Sorti
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