domingo, 22 de diciembre de 2019

750. No, no puedes dejarlo…


Romanos 11:29 RVC
29 Porque los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables.

Siempre es peligroso pretender hacer una doctrina de un solo versículo o pasaje, de hecho no se puede hacer. Pero hay muchos pasajes que están resumiendo verdades que son explicadas en diferentes partes a lo largo de la Palabra, y este es el caso: Dios no cambia, no cambia en Sus planes ni en Sus diseños, y por eso, sus dones y llamamiento resultan “irrevocables”.

Esa palabra aparece dos veces solamente en el Nuevo Testamento, y es: ἀμεταμέλητος, ametaméletos; irrevocable, no hay que arrepentirse, no lamentable, sin cambio de propósito. No “hacemos doctrina” de este pasaje, pero expresa bien cómo Dios actúa.

Cuidado, entendamos bien una cosa, esto no es lo mismo que podemos leer, por ejemplo, en Génesis:

Génesis 6:6 RV1960
6 Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón.

La palabra “arrepentirse” aquí tiene varios significados, relacionados con lamentar o compadecer. Pero, de cualquier forma, cuando Dios decide destruir a casi toda esa civilización, no les quita a los sobrevivientes los dones y el llamado que le había otorgado a su fundador, Adán:

Génesis 9:1 RVC
1 Dios bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo: «Reprodúzcanse y multiplíquense: ¡llenen la tierra!

Dios lamentó profundamente el estado al que había llegado Su creación y acabó con todo lo corrompido, pero no revocó ni el llamado ni los dones que les había dado. Y esto nos introduce en el aspecto más terrible de Romanos 11:29; dado que Dios “no revoca”, ¿qué pasa cuando los que recibieron los dones se corrompen gravemente?

“Los Generales de Dios” es un libro maravilloso que recoge las historias de los primeros líderes de los avivamientos de finales del siglo XIX y principios mitad del siglo XX. Roberts Liardon, su autor, muestra una gran capacidad de investigación histórica y, por sobre todo, una sinceridad pasmosa: esos hombres que constituyen el “fundamento” humano del movimiento evangélico pentecostal del siglo XX son retratados en toda su grandeza y en toda su debilidad; exactamente, son retratados como SERES HUMANOS imperfectos en manos de un Dios perfecto, algo de lo que las biografías suelen adolecer.

Y uno de los personajes que así resulta presentado es William Branham. No voy a resumir aquí las 40 páginas de apretada síntesis, pero si pueden conseguir el libro será muy provechoso. Digamos que, de origen muy pobre, su vida estuvo rodeada de milagro tras milagro, y finalmente Dios lo levanta con una unción de milagros sorprendente; sanidades, resurrecciones, incluso juicio sobre los incrédulos siguieron a todas sus campañas, comenzando en junio de 1933.

En 1948 sufre un colapso nervioso debido al exceso de trabajo y contrata a Gordon Lindsay como administrador de campaña. Hicieron un muy buen equipo, Lindsay predicaba y Branham ministraba sanidad. Tengamos en cuenta que no había recibido educación y apenas podía hablar bien.

“Pero Branham se negó a reconocer el valor de Lindsay. Por el contrario, lo acusó, lo culpó, y hasta cierto punto, lo abandonó. Creo firmemente que el Señor había ordenado a Lindsay que ayudara a Branham porque este no podía ayudarse a sí mismo. Por lo tanto, creo que separarse de Lindsay fue un gran error de Branham, y la causa por la cual este cayó luego en serios errores doctrinales.” Afirma el autor.

Branham se rodeó de obsecuentes y comenzó su declive, recordemos, él no tenía estudios ni capacidad para organizar un ministerio tan grande ni mucho menos para enseñar la Palabra. Terminó predicando herejías: no hay infierno eterno, la mujer es la semilla de la serpiente y de menor valor que un animal, el hombre podía divorciarse las veces que quisiera y casarse de nuevo, las iglesias protestantes eran la Ramera de Apocalipsis y la católica, la Bestia, negó la Trinidad… Pero su don de sanidad permanecía, y de esa manera la gente terminaba siendo engañada, atraída por el don y enseñada en el error.

“Cuatro veces el Espíritu Santo le había dicho a Lindsay que Branham iba a morir, y que él debía advertirle. Pero Lindsay no lograba atravesar la barrera de obsecuentes que rodeaban a Branham. Finalmente, cuando pudo acercarse a él, sin ser anunciado, Lindsay intentó razonar con Branham, y le preguntó: "¿Por qué no trabajas donde Dios quiere que trabajes, y manifiestas el don que Dios te ha dado? ¡Quédate con eso! No trates de meterte en este otro ministerio". Branham simplemente respondió: "Pero yo quiero enseñar". Tenía un increíble don de sanidad. Pero dado que su conocimiento bíblico no podía compararse con su don, se convirtió en un desastre doctrinal.” Sentencia el autor.

Tal como se le había profetizado, terminó sus días en un accidente automovilístico, en el que también su mujer murió, pero aún agonizante como estaba, le pidió a su hijo que pusiera su mano sobre el cuerpo de su esposa, ¡y esta revivió! Seis días después, él murió.

Los dones y el llamamiento son irrevocables, si Dios lo da, no lo quita, pero si Sus criaturas se desvían, ¡ay de ellas! Así pasó con la civilización antediluviana, y así pasó con este hombre que hacía milagros sorprendentes… y con tantos otros.

Pero estos son casos “límite”, el fin de un proceso, luego de que Dios haya advertido muchas veces. La gran mayoría de nosotros no nos encontramos en esta situación. Probablemente (digamos, ¡seguro que sí!) hayamos tenido que pasar unos cuantos dolores de cabeza por nuestra tozudez y desobediencia, quizás hayamos sido humillados, o hayamos perdido mucho de lo que construimos, o no hayamos alcanzado nuestros objetivos; se trata de Dios trabajando con nuestro carácter, son nuestros “pequeños diluvios”, nuestros “pequeños accidentes”, diseñados para “destruir” algo que está mal en nosotros, pero no a nosotros mismos. ¿Qué hacemos luego de ellos?

Juan 21:15-19 RVC
15 Cuando terminaron de comer, Jesús le dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?» Le respondió: «Sí, Señor; tú sabes que te quiero.» Él le dijo: «Apacienta mis corderos.»
16 Volvió a decirle por segunda vez: «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?» Pedro le respondió: «Sí, Señor; tú sabes que te quiero.» Le dijo: «Pastorea mis ovejas.»
17 Y la tercera vez le dijo: «Simón, hijo de Jonás, ¿me quieres?» Pedro se entristeció de que la tercera vez le dijera «¿Me quieres?», y le respondió: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.
18 De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te vestías e ibas a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás tus manos y te vestirá otro, y te llevará a donde no quieras.»
19 Jesús dijo esto, para dar a entender con qué muerte glorificaría a Dios. Y dicho esto, añadió: «Sígueme».

Pedro había fallado muy mal ante Jesús, lo negó tres veces, a pesar de que era evidente para todos que se trataba de uno de Sus discípulos más cercanos. Luego de la resurrección Pedro seguía sin poder perdonarse y decide volver a su antiguo oficio. “Bueno, Señor, esto estuvo muy bueno, realmente sé que eres el Hijo de Dios y que vas a traer salvación a todo el mundo, ahí tenés a los otros apóstoles y discípulos que no te negaron, ellos pueden hacer un trabajo mucho mejor que el mío, yo ya estoy descalificado, así que, gracias por todo, nos vemos en el Cielo.” No sé si realmente pensó o dijo eso, pero no debió haber estado muy lejos. Veamos el lado positivo: no fue rebelde, reconoció su error, ¡es un gran avance, a comparación de los dos primeros ejemplos!

Pero Jesús le había dicho que él sería quien abriría las puertas del Reino y no pensaba cambiar de opinión; el arrepentimiento de Pedro permitió la restauración y el reencauzamiento en su comisión. Y así, “abrió las puertas” a judíos, samaritanos y gentiles.

Gálatas 6:1-2 DHH
1 Hermanos, si ven que alguien ha caído en algún pecado, ustedes que son espirituales deben ayudarlo a corregirse. Pero háganlo amablemente; y que cada cual tenga mucho cuidado, no suceda que él también sea puesto a prueba.
2 Ayúdense entre sí a soportar las cargas, y de esa manera cumplirán la ley de Cristo.

Hay algunos límites, claro;

1 Juan 5:16-17 DHH
16 Si alguno ve que su hermano está cometiendo un pecado que no lleva a la muerte, debe orar, y Dios dará vida al hermano, si se trata de un pecado que no lleva a la muerte. Hay un pecado que lleva a la muerte, y por ese pecado no digo que se deba orar.
17 Toda maldad es pecado; pero hay pecado que no lleva a la muerte.

No vamos a discutir sobre “pecados mortales”, en realidad no creo que aquí se refiera exactamente a una “lista” específica de ellos, sino al espíritu del que peca.

Concluyendo; los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables. En Romanos Pablo se refiere a Israel, a pesar de su pecado y del tiempo que estaría fuera de la voluntad divina, nada quita su propósito original y no existe tal “reemplazo” como a veces se enseña. Cuando llegue el tiempo, será reencauzada en su diseño, Dios no quita Su llamado. Y por eso, tampoco lo quita de mí, a pesar de mis pecados y errores, aunque espera mi arrepentimiento.

No, no puedo dejar mi llamado, no puedo abandonar lo que me fue dado, necesitaré ser restaurado (y a lo mejor varias veces) y la gente deberá entender que la misericordia de Dios me ha dado otra oportunidad. Y de paso, ¿podré entender yo que esa misma misericordia le está dando una nueva oportunidad a otros tantos? Es cierto, hay un límite, pero también es cierto que hay muchos que aún están dentro de esa esfera de misericordia.


Danilo Sorti


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