domingo, 22 de diciembre de 2019

751. No claudicar, no abandonar


Lucas 18:1-8 RVC
1 Además, Jesús les contó una parábola en cuanto a la necesidad de orar siempre y de no desanimarse.
2 Les dijo: «En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a nadie.
3 En esa misma ciudad había también una viuda, la cual acudía a ese juez y le pedía: “Hazme justicia contra mi adversario.”
4 Pasó algún tiempo, y el juez no quiso atenderla, pero después se puso a pensar: “Aunque no temo a Dios ni respeto a nadie,
5 esta viuda me molesta tanto que voy a hacerle justicia, no sea que siga viniendo y me agote la paciencia.”»
6 Dijo entonces el Señor: «Presten atención a lo que dijo el juez injusto.
7 ¿Acaso Dios no les hará justicia a sus elegidos, que día y noche claman a él? ¿Se tardará en responderles?
8 Yo les digo que sin tardanza les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?»


Esta es una de mis áreas más flojas, debo reconocer, y vez tras vez el Espíritu Santo tiene que exhortarme al respecto, así que simplemente voy a escribir de lo que el Señor me da en este pasaje, no de mi experiencia…

Pero empecemos con un “manto de piedad”, si el Señor mismo ve la necesidad de esta parábola es porque no soy el único caso (mal de muchos, consuelo de tontos… en fin…). Estoy entendiendo cada día más el tremendo poder de la oración, y con esto no quiero dejar de lado las acciones que tenemos que hacer legítimamente en el mundo material, muchísimo tiempo ha habido una dicotomía estéril dentro del cristianismo entre “obras” y “fe”. Sabemos que el ámbito que está sobre todo es el espiritual, y allí debemos empezar, pero estamos en un mundo material que es donde deben ocurrir las cosas; somos seres de carne y hueso, no ángeles, no espíritus, así que nos toca este mundo. Pero el orden es: primero lo espiritual, luego lo natural, no al revés.

Y en ese ámbito Satanás sabe muy bien que es débil, su poder no se compara con el poder de Dios. Por supuesto es muchísimo más poderoso que cualquiera de nosotros, pero incapaz delante de Dios. Por ellos, su principal arma es el desánimo, y esto es porque las cosas en el mundo material no ocurren en los “mismos tiempos” que en el espiritual. Podemos leer muchas profecías en la Biblia respecto de lo que Dios iba a hacer como si ya hubiesen ocurrido y sin embargo sucederían siglos después.

Si Jesús contó la parábola es porque hacía falta y lo sigue haciendo. El desánimo, tan “sencillito” y poco rimbombante, es uno de nuestros peores enemigos. Allí, escondido bajo ropajes modestos, este espantoso demonio obtiene cómodamente sus victorias sobre nosotros, que estamos preocupados por los “temas más grandes”.

“En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a nadie.” Es la introducción adecuada para la gran mayoría de nuestras autoridades políticas y judiciales. Por qué hemos llegado a tenerlas es otro tema, pero fundamentalmente, “gracias” a esa perversa teología (católica y evangélica) que nos dice que “estas cosas tienen que pasar” y que “no debemos meternos en política porque es sucia”.

Bien, el asunto es que la introducción no nos deja absolutamente nada de donde agarrarnos: a Dios ni lo reconoce ni lo respeta, por lo que no podemos apelar a Su Palabra, y a la ley humana, otro tanto. Exactamente igual a la gente que hoy tenemos en el gobierno. Y para peor no se trata de un hombre rico y sano que tiene una demanda, se trata de una indefensa, pobre y débil viuda. Deberíamos ubicarnos en el contexto cultural de la época para entender el estado de vulnerabilidad e indefensión de una persona así; sin recursos económicos, sin poder social, sin capacidad de participación activa en la comunidad, mucho peor que la mayoría de los que podemos leer este artículo. La situación casi que no podía ser más descorazonadora.

Para un juez que no reconoce nada más que su propio interés (igualito a los nuestros…), ¿qué provecho había en hacerle justicia a esta mujer? De ella no podía obtener ningún favor, y seguramente su pleito era contra alguien más poderoso y con más recursos que ella, de quien sí podría obtener favores. Otra vez, la ecuación resultaba imposible.

Y, efectivamente, pasó el tiempo sin que hubiera respuesta. Pero luego sucedió algo impensado:

“Aunque no temo a Dios ni respeto a nadie, esta viuda me molesta tanto que voy a hacerle justicia, no sea que siga viniendo y me agote la paciencia.”»

¿Y qué pasó aquí? La parábola es, como recurso literario, una comparación en forma de “cuentito”, ¿qué poder había en esta mujer? Es que un impío y anómico sólo reconoce su naturaleza humana, creyendo ser fuerte se vuelve extremadamente débil porque carece de la fortaleza superior que brinda la Ley de Dios e incluso de la fortaleza inferior (pero en cierto sentido, fortaleza) que brinda el respeto a la ley humana (que en los mejores casos tiene bastante de la ley divina). Su naturaleza humana débil queda expuesta a cualquier naturaleza, y por eso, esta viuda, carente de todo poder humano, con el simple “poder” de su presencia logró torcer su voluntad.

Ahora bien, notemos que en la parábola la viuda NO ESTÁ ORANDO. Jesús la usa como una comparación, pero “no hay” oración allí, solo acción humana, nada más. Y esa acción fue suficiente para conseguir justicia en el peor de los contextos… sólo un poco más malo que el nuestro…

Su “bienestar humano” resultaba lo más valioso que tenía, y una pobre viuda podía perturbarlo, así que, por simple egoísmo, resolvió su caso. Y entonces el Maestro dijo:

“Dijo entonces el Señor: «Presten atención a lo que dijo el juez injusto.”

De nuevo, NO HAY ORACIÓN AQUÍ, sólo acción humana. Y si esa acción perseverante obtuvo resultado, ¿no lo obtendrá la petición constante ante un Juez Justo? El Señor realiza una comparación absurda para resaltar la importancia de perseverar en la oración.

Aquí, sin embargo, es donde se nos levantan un sinnúmero de argumentos. De alguna manera se nos ha enseñado que la oración debe ser algo semi mágico, que obtenga respuestas inmediatas y si eso no pasa es que está “mal hecha”, o bien que “Dios no escucha porque está enojado conmigo”, o algo por el estilo.

Jesús no se preocupa en analizar ninguno de esos argumentos ni explica (casi) por qué debemos perseverar, solo dice que debemos hacerlo y punto. Allí es donde aparece la fe; hay perseverancia porque hay fe y sin fe las intenciones de oración mueren rápido.

Ahora, en el resto de la Biblia encontramos muchas razones de por qué tenemos que perseverar, en realidad el Espíritu Santo no nos ha dejado sin entendimiento. Pero lo importante aquí es que cuando el Señor nos exhorta a la perseverancia, no se preocupa en explicarnos los motivos espirituales que la hacen necesaria, simplemente nos dice que tengamos la fe necesaria como para seguir orando, y no se centra en la oración sino en el destinatario, Dios Padre.

No podemos reducir el vastísimo tema de la oración a un solo pasaje, pero podemos recibir la exhortación: perseveremos.

Cuando nuestras realidades personales y nacionales parecen imposibles, y cuando no hay nadie a quién recurrir, sigamos orando y confiando. Cuando los enemigos son imposibles, sigamos orando y confiando. Cuando Satanás avanza como un río incontenible, sigamos orando y confiando. Cuando no entendemos “qué está pasando allá arriba”, sigamos orando y confiando. Cuando no veamos nada bueno aquí abajo, sigamos orando y confiando.

Y si puedo decir esto no es porque sea el mejor ejemplo en lo personal, sino porque he visto y oído ya muchos testimonios que dan fe del poder de la oración enfocada y perseverante, sobre personas y sobre naciones, y los creo.


Danilo Sorti


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