No hay muchos ejemplos de líderes nacionales
buenos en la Biblia, y precisamente Nabucodonosor y Acab es de lo peorcito que
pudiéramos encontrar. El primero se comportaba como un niño caprichoso, con la
diferencia de que era el soberano de un enorme imperio. Si quería rostizar
algún enemigo al fuego, lo hacía, si quería eliminar ciudades y naciones, nadie
se lo impedía. De Acab la Biblia dice:
1 Reyes 16:30 RVC
30 Ajab reinó veintidós años sobre Israel en
Samaria, pero a los ojos del Señor sus hechos fueron peores que los de todos
los que reinaron antes de él.
1 Reyes 21:25 RVC
25 (En realidad, ningún otro rey fue como
Ajab. Incitado por Jezabel, su mujer, se entregó a hacer lo malo a los ojos del
Señor.
Podríamos hacer todo el relato de estos dos
reyes y sólo comprobaríamos lo dicho en esta breve introducción.
Así que, si tenemos dos candidatos seguros al
juicio divino, son estos dos Y ese juicio vino, pero aquí está lo interesante.
Veamos un episodio de la vida de Nabucodonosor. Este rey tuvo un sueño
perturbador, que se narra en Daniel 4. El profeta se lo explica, se trataba de
un juicio de “locura” que duraría 7 años y concluye con esta recomendación:
Daniel 4:27 RVC
27 Por lo tanto, acepte Su Majestad mi
consejo y redima sus pecados impartiendo justicia, y sus iniquidades tratando a
los oprimidos con misericordia, pues tal vez así su tranquilidad se vea
prolongada.»
Dios le dio un tiempo prudencial, pero al rey
esta advertencia le importó muy poco:
Daniel 4:29-32 RVC
29 Pero doce meses después, mientras éste se
paseaba por el palacio real de Babilonia,
30 exclamó: «¿Acaso no es ésta la gran
Babilonia, que con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad he
constituido como sede del reino?»
31 Todavía estaba hablando el rey cuando del
cielo vino una voz, que decía: «A ti, rey Nabucodonosor, se te hace saber que
el reino se te ha arrebatado.
32 Serás expulsado de entre los hombres,
vivirás entre las bestias del campo, y te alimentarán como a los bueyes.
Pasarán siete tiempos sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo es el
señor del reino de los hombres, y que él entrega este reino a quien él quiere.»
Siete años vivió una especie de locura que lo
dejó transformado en un “animal”. No creyó, se ensoberbeció y la sentencia se
cumplió.
Al final todo termina bien:
Daniel 4:34-37 RVC
34 «Pero al fin del tiempo yo, Nabucodonosor,
levanté los ojos al cielo y recobré la razón. Bendije entonces al Altísimo;
alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y cuyo
reino permanece por todas las edades.
35 Todos los habitantes de la tierra son
considerados como nada; el Altísimo hace lo que él quiere con el ejército del
cielo y con los habitantes de la tierra, y no hay quien pueda impedírselo, ni
cuestionar lo que hace.
36 En ese mismo instante recobré la razón y
la majestad de mi reino, junto con mi dignidad y mi grandeza, y mis
gobernadores y mis consejeros acudieron a mí, y fui restablecido en mi reino y
se me dio mayor grandeza.
37 Por eso yo, Nabucodonosor, alabo y
engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son
verdaderas, y sus caminos justos, y él puede humillar a los que se muestran
soberbios.»
Gracias a que este orgulloso y sanguinario
rey, del imperio más grande de su época, fue juzgado por Dios (porque había un
profeta en su corte que podía interpretar los mensajes del Cielo), todos los
pueblos de ese vasto imperio tuvieron, al menos, un testimonio del verdadero
Dios. Nabucodonosor se convirtió en un predicador inesperado.
Años después, en una visión de los “cuatro
grandes imperios terrenales”, se le muestra esto a Daniel:
Daniel 7:4 RVC
4 La primera parecía un león, pero tenía alas
de águila. Yo la estuve mirando hasta que le arrancaron las alas, la levantaron
del suelo y la hicieron pararse sobre sus patas, como los seres humanos.
Entonces se le dio un corazón humano.
Nabucodonosor, al igual que su imperio, era una
“bestia” para Dios (así son los “imperios” y los que los dirigen), pero llegó a
ser humano. El rey despótico conoció al Dios justo pero misericordioso, y se
humanizó él mismo. ¡Esto es maravilloso! Con todo, el juicio fue necesario y el
rey no quiso evitarlo.
Veamos algo de la historia de Acab, acaso
peor que Nabucodonosor porque él conocía el testimonio del verdadero Dios. Era
también un “niño caprichoso” con mucho poder, y una esposa, Jezabel,
propiamente “jezabélica”. Él quería un campito que estaba al lado de su
palacio, pero la ley mosaica le impedía a su dueño venderlo. Haciendo pucheros,
Acab vuelve a su palacio y cuando su esposa lo ve decide actuar. Envía cartas
indicando una “puesta en escena” que debían hacer los ancianos de la ciudad
donde vivía el dueño del campo, Nabot. La historia termina con Nabot y su
familia muertos y Acab tomando “feliz” posesión del campo. Afortunadamente Acab
tenía mucho menos poder que Nabucodonosor, porque su desprecio por la vida
humana resultaba acaso superior.
Elías, ¡cuando no!, va a su encuentro:
1 Reyes 21:17-24 RVC
17 Pero la palabra del Señor vino a Elías el
tisbita, y le dijo:
18 «Ve ahora mismo a Samaria, y busca al rey
Ajab. Está en la viña de Nabot, pues ha ido a tomar posesión de ella.
19 Y vas a decirle lo siguiente: “Así ha
dicho el Señor: ¿No es verdad que asesinaste a Nabot para quitarle lo que era
suyo? Pues así ha dicho el Señor: En el mismo lugar donde los perros lamieron
la sangre de Nabot, lamerán también tu propia sangre.”»
20 Pero Ajab le replicó a Elías: «¡Al fin me
has encontrado, enemigo mío!» Y Elías respondió: «Te he encontrado porque te
has hecho esclavo de la maldad, en la presencia misma del Señor.
21 Pero el Señor te dice: “Voy a castigarte.
Voy a barrer hasta el último varón de tu palacio, sea libre o esclavo, como si
fueran polvo.
22 Lo mismo que hice con la familia de
Jeroboán hijo de Nabat, y con Basá hijo de Ajías, lo voy a hacer con tus
descendientes, porque te has rebelado contra mí y has hecho pecar a mi pueblo,
para provocar mi enojo.
23 En cuanto a Jezabel, tu mujer, yo, el
Señor, declaro que los perros se la comerán en la muralla de Jezrel.
24 A cualquier descendiente tuyo que muera en
la ciudad, se lo comerán los perros; y al que muera en el campo, se lo comerán
las aves de rapiña.”»
Luego la Biblia aclara:
1 Reyes 21:25-26 RVC
25 (En realidad, ningún otro rey fue como
Ajab. Incitado por Jezabel, su mujer, se entregó a hacer lo malo a los ojos del
Señor.
26 Fue un rey despreciable, pues se fue en
pos de los ídolos, a la manera de los amorreos, pueblo al que el Señor desterró
de entre los israelitas.)
Pero lo sorprendente viene después:
1 Reyes 21:27-29 RVC
27 Después de que Ajab escuchó a Elías, se
rasgó sus vestiduras reales, se vistió de cilicio, y ayunó; luego se acostó
sobre cenizas, y allí durmió y anduvo humillado ante el Señor.
28 Entonces la palabra del Señor vino a Elías
el tisbita, y le dijo:
29 «¿Ya viste cómo Ajab se ha humillado ante
mí? Sólo por eso, y mientras viva, no le enviaré la desgracia que le había anunciado.
Pero su hijo y sus descendientes sí la padecerán.»
El impío Acab alcanzó una misericordia,
aunque sea, temporal. El peor rey de Israel evitó en vida un juicio terrible.
No cambió, es claro, siguió “haciendo la misma” y terminó sus días desobedeciendo
a Dios, definitivamente apartado de Él, pero en esta oportunidad escapó del
juicio.
Y la verdad es que los dos relatos nos dejan
con un sabor amargo; no hay grandezas o actos heroicos de fe, apenas
arrepentimiento en oscuros personajes de corazones entenebrecidos, pero así son
muchas de las autoridades que desfilan por nuestros países. De todas formas
veamos algo; también muchos otros gobernantes malos aparecen en las páginas
bíblicas y no alcanzaron el arrepentimiento ni aún en medio de los juicios divinos.
A muchos no les gusta cuando hablamos de
juicio, a mí tampoco, pero estamos en ese tiempo y no nos queda más remedio que
entender la dinámica de esos juicios, para saber qué hace Dios con los
poderosos, cómo podemos orar y, fundamentalmente, cuándo no interponernos en
medio de un juicio, o en todo caso, entender los tiempos y objetivos de dicho
castigo y orar en consecuencia.
Por lo demás, creo que podemos ser mucho más
sabios como para no necesitar que el Señor haga cosas parecidas con nosotros mismos.
Danilo Sorti
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