Hechos 19:11-17 RVC
11 Dios, por medio de Pablo, hacía milagros
tan extraordinarios
12 que muchos le llevaban los paños o
delantales de los enfermos, y las enfermedades desaparecían y la gente quedaba
libre de espíritus malignos.
13 Andaban por ahí algunos judíos exorcistas,
que intentaban invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus
malignos. Les decían: «En el nombre de Jesús, a quien Pablo predica, les
ordenamos salir.»
14 Los que hacían esto eran los siete hijos
de un judío llamado Esceva, que era jefe de los sacerdotes;
15 pero el espíritu maligno les respondió:
«Yo sé quién es Jesús, y sé también quién es Pablo; pero ustedes, ¿quiénes
son?»
16 Dicho esto, el hombre que tenía el
espíritu malo se arrojó sobre ellos; y los derribó con tanta fuerza que los
hizo huir desnudos y heridos.
17 Esto lo supieron todos los habitantes de
Éfeso, tanto judíos como griegos, y les entró mucho temor, pero magnificaban el
nombre del Señor Jesús.
En esta escena el concepto de “nombre”,
concretamente, el “nombre de Jesús”, es lo principal; y la idea central
consiste en que no hay ningún “poder mágico” en él aparte de la autoridad de la
persona que lo invoca. El contraste es agudo: los delantales que Pablo usaba en
su trabajo diario, ungidos solo con el sudor del apóstol, tenían el poder de
Pablo mismo debido a Su comunión estrecha con el Señor. Pero el nombre de Jesús
invocado (seguramente con un buen show y toda solemnidad) por siete
“exorcistas” no sirvió más que para endemoniar al demonio. Es claro que no se
trata de palabras sino de autoridad espiritual, y es muy importante leer esto
en el contexto idolátrico y mágico de la sociedad griega de ese entonces. Entre
paréntesis, de una forma o de otra el nombre del Señor Jesús será exaltado.
Toda la Biblia nos deja bien en claro que no
hay un “poder mágico” en las palabras, y en la práctica los demonios son
echados en cada cultura y país de la Tierra invocando al Señor conforme sea Su
nombre en el idioma en cuestión.
Es más, la gran novedad que significó el
ministerio del apóstol Pablo, aquel de quién más se habla en el Nuevo
Testamente después de Jesucristo, radicó en que mostró que el Evangelio podía
revestirse de las formas griegas o romanas, y que nadie debía volverse
culturalmente judío para ser salvo. Esa fue la puerta abierta a las misiones, a
la redención de todas las naciones que Dios ha creado para Su gloria, con todas
sus particularidades.
En este sentido escribí hace tiempo atrás un
artículo “cuestionando” en cierto sentido el uso de palabras hebreas para
hablar de las personas de la Trinidad. Por supuesto, ni en ese momento ni ahora
estoy en contra de que se usen, simplemente dije que debíamos procurar un
enfoque “misionero”, es decir, culturalmente válido para que el mensaje fuera
escuchado sin más dificultades de las que ya tiene de por sí.
¡Pero cuidado! Las adecuaciones culturales
son válidas conforme la realidad de cada cultura y cada tiempo, y no son
absolutos. Pablo mostró que el Evangelio también podía “vestirse” de griego o
romano, pero eso no significó nunca que debía “desvestirse” de hebreo,
simplemente que tenía y tiene una riqueza mucho mayor de la que imaginamos.
Entonces, si bien el nombre de Dios pudo
decirse también θεός (Theos), no dejó de ser יהוה
(YHVH). Y el concepto de “nombre” era por cierto muy importante en todo el
mundo antiguo; no se trataba de una simple palabra para mencionar algo o
alguien, implicaba una invocación, en cierto sentido, la “obligación” de su
presencia, incluso una cierta autoridad sobre ese algo o alguien. Los
ciudadanos romanos recorrían el territorio imperial y podían invocar la
autoridad del César, con lo cual fungían como sus representantes, con toda su
autoridad. Los primeros cristianos habían descubierto que ese Nombre
impronunciable y alejado ahora se llamaba יֵשׁוּעַ
(Yeshúa), y ellos podían pronunciarlo y ver Su poder y Su autoridad
manifestada, ¡no tenemos idea de lo revolucionario que resultó para ellos!
Esta historia del nombre de Dios comienza al
principio de la historia del Éxodo:
Éxodo 6:1-8 RVC
1 El Señor respondió a Moisés: «Ahora verás
lo que voy a hacer con el faraón. Sólo con mano fuerte los dejará ir, y con
mano fuerte los echará fuera de su tierra.»
2 Dios volvió a hablar con Moisés, y le dijo:
«Yo soy EL SEÑOR.
3 Me aparecí a Abrahán, Isaac y Jacob como
“Dios Omnipotente”, pero con el nombre de SEÑOR no me di a conocer a ellos.
4 También establecí con ellos mi pacto de
darles la tierra de Canaán, la tierra donde vivieron como extranjeros.
5 Así mismo, he oído el gemido de los hijos
de Israel, a quienes los egipcios obligan a trabajar, y me he acordado de mi
pacto.
6 Por lo tanto, diles a los hijos de Israel:
“Yo soy EL SEÑOR. Yo los voy a librar de los trabajos pesados en Egipto. Voy a
liberarlos de su esclavitud. Con brazo extendido y con grandes juicios les daré
libertad.
7 Los tomaré como mi pueblo, y seré su Dios;
y ustedes sabrán que yo soy el Señor, su Dios, que los libró de los trabajos
pesados en Egipto.
8 Voy a llevarlos a la tierra por la cual
levanté mi mano y juré que se la daría a Abrahán, Isaac y Jacob. Yo les daré
esa tierra en propiedad. Yo soy EL SEÑOR.”»
Aquí aparece el Tetragramaton (que por cierto
muchos usan como si fuera una fórmula mágica o un amuleto) y más allá de los planteos que haya respecto
de cómo traducirlo o qué significaba, lo cierto es que el énfasis en el Nombre
de Dios es muy importante en la historia de la liberación de Egipto, y es
lógico EN ESE CONTEXTO: ¡había multitud de dioses! ¿Quién era este antiguo Dios
de Abraham, Isaac y Jacob? Dios mismo hace un “juego de palabras” con Su nombre
porque no quería ser reconocido como un “dios tribal” más, pero por otro lado,
el pueblo necesitaba alguna referencia que distinguiera a este Dios de los
otros.
Nuestro actual concepto de “Dios”, que es el
Dios revelado en la Biblia, es propiamente nuestro, moderno, europeo, no era el
de ese tiempo. Por eso podemos usar simplemente “Dios” para referirnos a Dios…
¿o ya no?
“Yahweh” resultó imprescindible en ese
contexto, cuando había muchos dioses compitiendo y, aparentemente, con un poder
superior a este otro “dios de los hebreos”. No es el único nombre que Dios usa
en el Antiguo Testamento, pero cobra especial relevancia a partir de ese
momento.
“Dios” ha significado durante siglos en el
contexto occidental al Dios que se revela en las Escrituras, no necesariamente
bien conocido, pero con un punto de referencia claro en donde buscar si uno
quisiera conocerlo en profundidad. Pero ese ya no es el “Dios” del tiempo
presente, por más que quede un rastro en la memoria colectiva. Tal como ha
pasado con todas las palabras importantes, su significado ha sido pervertido en
la actualidad.
Los satanistas, y en especial los infiltrados
en la iglesia, usan sin problema la palabra “Dios” porque ellos pueden
referirse al suyo (Satanás). En la sociedad tenemos a los que “Dios” resulta
sinónimo de mito para ancianitas y niños pequeños. Para otros es un “fracasado”
o abandónico que no tiene nada que hacer en este mundo. Otros creen que es el
“Dios sanguinario” según una historia pasada que les han dibujado muy bien. Y ni
que hablar de las muchas religiones en auge, con sus propias concepciones de
Dios y de dioses… En este supermercado de dioses y conceptos, cuando su sola
mención trae a memoria imágenes muy fuertes y erróneas, ¿hasta dónde resulta
conveniente usar la palabra “Dios”?
No pretendo concluir nada con este artículo,
simplemente dejar algunos hilos para la reflexión, pero así como en algún
momento y en determinados contextos puedo afirmar que resultaría confuso usar
palabras hebreas, creo que estamos llegando a determinados contextos en los
cuales es necesario volver a presentar a este Dios que vence por encima de los
otros dioses, que de hecho, fue lo que ocurrió en Egipto y ocurrirá una vez
más.
Creo que estamos teniendo contextos en los
cuales el nombre de Yahvéh está volviendo a ser necesario, ya que realmente
debemos presentar a la gente un Dios desconocido para ellos, un Dios del que se
olvidaron hace rato.
Que el Ruaj Hakodesh, el también desconocido
para muchos Santo Espíritu, nos de sabiduría en esto.
Danilo Sorti
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