martes, 9 de julio de 2019

699. La liberación que produce el castigo


Éxodo 22:4 RVC
4 Si es hallado con el animal robado en la mano y aún vivo, sea un buey, un asno o una oveja, deberá pagar el doble de lo robado.

La Ley Mosaica contiene muchas indicaciones en relación a toda clase de problemas entre personas: muertes, robos, pleitos, celos, etc. En todos los casos se exige presentar evidencia, juzgar conforme a la ley y ejecutar la sentencia… y clausurar el asunto.

Por supuesto, a nadie le gusta ser sometido a juicio, y mucho menos cuando uno resulta culpable. Probablemente sea una de las cosas más desagradables de la vida tener que enfrentar tal cosa, reconociendo la propia culpabilidad y subsanando la falta cometida. Solamente los que tienen la conciencia ya cauterizada no sienten nada en el proceso, porque ya están condenados y no hay más posibilidad de arrepentimiento para los tales. El que se equivocó en grande pero aún está abierto al Espíritu se va a sentir terriblemente mal. ¡Eso es en Cristo parte del proceso redentivo!

David lo expresó maravillosamente bien en el Salmo 51; a pesar de todo lo que había hecho impunemente, todavía seguía siendo sensible al Espíritu y por eso pudo obrar trayendo arrepentimiento. Pero hubo consecuencias, ¿por qué?

Volvamos al ejemplo de Éxodo y a la Ley Mosaica en general. Tenemos la errónea idea de que el “Dios del Antiguo Testamento” es un Dios enojado siempre dispuesto a castigar, pero si entendiéramos Sus leyes EN RELACIÓN AL CONTEXTO SOCIAL Y CULTURAL en el que fueron dadas nos daríamos cuenta de que son maravillosamente misericordiosas y redentivas. No se trataba de un tiempo en el que las personas cambiaran fácilmente de pensar, ni en el que dieran muchas vueltas para hacer algo. La venganza en las sociedades antiguas y en las sociedad orientales (aún hoy) es algo muy fuerte (bueno, diríamos que en casi todas), y un ladrón podía ser “condenado” para siempre y terminar siendo excluido de la comunidad, con lo cual se cerraba toda posibilidad de restauración, sencillamente se lo estaba empujando a vivir permanentemente en el delito, no podría conseguir ningún trabajo decente.

Pero la sentencia y su cumplimiento efectivizan el “cierre” del asunto: sea que tuviera recursos para devolver lo robado, o sea que fuera vendido como esclavo hasta el próximo jubileo, una vez pagada la deuda, era libre; no podía volver a ser condenado por la misma pena. Todos los sistemas judiciales actuales funcionan bajo ese mismo principio. Una vez que el caso había sido concluido y la falta reparada, se habilitaba la redención del culpable: no había deuda social, podía empezar de nuevo si quería.

Pero era necesario pagar la deuda.

Lo mismo le pasó a David en relación al abuso que cometió contra Betsabé: ¡él sabía que no podía pagar por su pecado! Todo israelita lo sabía perfectamente, para eso estaban los sacrificios, otro debía pagar. Pero también sabía que había una deuda social que SÍ debía pagar: todos debían saber que Dios no hacía acepción de personas, ni siquiera con Su rey más amado, ¡y vaya si lo supieron!

¿Fue ese castigo terrenal, que por supuesto no pagó la deuda espiritual que canceló Cristo en la cruz, liberador para David? Sí, a pesar de tanto dolor y muerte que significó (que, por cierto, no era nada que ya no “estuviera allí” gestándose, simplemente Dios permitió que se manifestara), David fue dolorosamente libre de su culpa, no por el pecado porque de eso lo libraba el arrepentimiento, sino del remordimiento de que hubiera dejado un mal ejemplo frente a toda la sociedad y de que el nombre de Dios hubiera sido blasfemado por culpa suya.

Hebreos 12:5-7 RVC
5 y ya han olvidado la exhortación que como a hijos se les dirige: «Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda;
6 porque el Señor disciplina al que ama, y azota a todo el que recibe como hijo.»
7 Si ustedes soportan la disciplina, Dios los trata como a hijos. ¿Acaso hay algún hijo a quien su padre no discipline?

Esta verdad adquiere entonces una nueva dimensión: la disciplina, que puede ser el “pago terrenal” de nuestros errores, no es el castigo de un Dios enojado y vengativo, ni menos aún la forma de “pagar” por nuestro pecado, sino el camino para ser verdaderamente libres de él, la forma en que el Acusador ya no tenga más nada que decir de nosotros, ni aún mintiendo. La manera en que aprendamos verdaderamente lo que hicimos mal y lleguemos a odiar ese pecado que tanto amábamos, al ver con nuestros propios ojos y sentir en nuestra propia carne sus consecuencias.

A nadie le gusta recibir las consecuencias de sus malas acciones, pero a la larga puede ser el mejor camino, tanto para nosotros como para los que nos están mirando.


Danilo Sorti




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