Josué 5:13-15 RVC
13 Un día en que Josué estaba cerca de
Jericó, de pronto levantó la vista y vio delante de él a un hombre con una
espada desenvainada en la mano. Se acercó a él y le preguntó: «¿Eres uno de los
nuestros, o eres de nuestros enemigos?»
14 El hombre respondió: «Ni lo uno ni lo
otro. Estoy al mando del ejército del Señor, y por eso he venido.» Entonces
Josué se inclinó con el rostro en tierra, y lo adoró, mientras decía: «¿Qué
órdenes tiene mi Señor para este siervo suyo?»
15 El comandante del ejército del Señor le
respondió: «Quítate las sandalias de tus pies, porque estás pisando un lugar
sagrado.» Y Josué obedeció.
Esta temprana aparición de Cristo en la
historia de Israel es muy significativa; lo fue para Josué y lo es para
nosotros al reinterpretarla 3.000 años después.
Que se trata de Dios Hijo no puede caber duda
por el hecho de que recibió la adoración de Josué. Ningún ángel del Cielo
permitiría eso. Que resultó significativa para Josué, quien debía enfrentar a
naciones más fuertes, numerosas, conocedoras del terreno y que contaban con
fortalezas poderosas, tampoco. El ánimo de saber que nada menos que el Señor mismo
estaba en el asunto debió haber sido decisivo para mantenerse firme en la
conquista. Esa fe y firmeza inspiraría luego al resto del pueblo, y permitiría
alcanzar una victoria que jamás volvió a repetirse en la historia de Israel en
cuanto a magnitud y rapidez, solamente igualada en un paralelo espiritual con
la rápida expansión de la fe durante los primeros siglos del cristianismo.
Pero mientras Yahveh se presenta como el
libertador de Israel, Aquel quien claramente se pone del lado de Su pueblo oprimido,
aunque sin dejar de castigar sus pecados, aquí el “comandante del ejército del
Señor” responde con un enigmático: “Ni lo uno ni lo otro.” ¿Cómo era eso
posible?
Bueno, en relación con la pregunta directa y
“simple” de Josué la respuesta es clara: no era un soldado enemigo ni tampoco
un israelita. Pero se suponía que estaba a favor de Israel… sí, pero sin
mezclarse con ellos.
“Ni lo uno ni lo otro” (que del hebreo podría
traducirse por un simple “no”) pudo haber dejado una nota de duda en la mente
de Josué, sin embargo, empezando la dura conquista que se avecinaba no podía
haber lugar para alguna duda sobre la nobleza y necesidad de la misión. No
sabemos cuánto más pudo profundizar Josué en la comprensión de ese “no”, a
pesar de que tenía ya los elementos como para hacerlo, pero podemos entender
qué significa ese “no” para nosotros: Dios toma partido, pero está por encima
de cualquier partido.
Sería muy largo aquí hacer un análisis de por
qué Dios mandó a destruir esas naciones (sobre ello algo he escrito en otros
artículos), pero aún así tenía propósitos con ellas. Y la demostración vendría
muy poco tiempo después con el encuentro con Rahab y la historia que ya
conocemos. El General de los Ejércitos celestiales prontamente le daría a Josué
una señal de que incluso con sus más corruptos enemigos Él tenía propósitos. Y
un poco de tiempo después lo demostraría con los gabaonitas.
En determinado momento Dios elige a un pueblo
para bendecirlo mientras que esa misma bendición se la quita a otro. Elige a
una persona para un puesto mientras que rechaza a otras. Elige prosperar una
empresa o proyecto mientras que cierra las posibilidades de éxito a otros.
Romanos 9:11-13 DHH
(11–13) y antes que ellos nacieran, cuando
aún no habían hecho nada, ni bueno ni malo, Dios anunció a Rebeca: “El mayor
será siervo del menor.” Lo cual también está de acuerdo con la Escritura que
dice: “Amé a Jacob y aborrecí a Esaú.” Así quedó confirmado el derecho que Dios
tiene de escoger, de acuerdo con su propósito, a los que quiere llamar, sin
tomar en cuenta lo que hayan hecho.
Dios no obligó a Esaú a pecar ni a despreciar
la bendición divina, pero sin duda que ya lo sabía y por eso decidió cuidar y
bendecir a Jacob para que Sus propósitos fueran cumplidos por medio de él. ¡Y
aquí estamos en el centro de lo que quiero decir!
Nadie puede negar que Jacob fue un “chanta”,
como diríamos los argentinos. No sé cuál sería la expresión idiomática adecuada
en otros países, pero es la que mejor lo describiría aquí. ¿Y a ESO eligió
Dios? Pues sí, porque Él sabía que con el correr del tiempo podría revertir su
incredulidad y temperamento tramposo y ventajero, hasta transformarse en un
verdadero hombre de fe. Esaú nunca pudo.
Dios elige, pero esa elección no
necesariamente es “lo mejor” en el presente. Sin embargo lo será a medida que
pase el tiempo. Si nosotros nos oponemos a esa elección en función de los
pecados y errores del elegido (los cuales no dejan de ser reales y serios) nos
estamos oponiendo a Dios mismo. Pero eso no significa de ningún modo justifica
o dejar pasar esos pecados y errores, el Señor no lo hace (la historia de Jacob
y la historia de Israel dan sobrada cuenta de ello). Y la elección divina aún
sigue teniendo propósitos con los que quedan “afuera”.
Este mensaje es particularmente importante en
los tiempos políticos actuales de nuestro país, porque buena parte de la
sociedad, cristianos incluidos, sigue esperando al “mesías político salvador”,
con una estructura mental que les impide ver nada bueno en el enemigo y nada
malo en el amigo, con una idealización preocupante de ciertos candidatos. En
definitiva, ellos no están en los “ejércitos del Señor”, ellos están en alguno
de los “ejércitos terrenales”, y por ello, alguno ganará y otro perderá. La
derrota será terrible pero la victoria tampoco será tan dulce. Sencillamente,
están del lado equivocado.
Madurez espiritual en relación con la
política consiste en saber que Dios elige a alguien en determinado momento, que
no será perfecto ni mucho menos, que debemos honrar la elección divina por amor
a Dios, no al “elegido”, pero que finalmente el Señor se encargará de corregir
a unos y a otros. Y que a pesar de que somos llamados a traer el Reino a esta
Tierra y a participar de todos los asuntos terrenales, seguimos perteneciendo a
otro ejército.
Danilo Sorti
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