Isaías 37:33-37 RVC
33 Por lo tanto, así dice el Señor: «El rey
de Asiria no entrará en esta ciudad, ni lanzará contra ella una sola flecha;
tampoco avanzará contra ella con sus escudos, ni levantará contra ella ningún
baluarte.
34 Por el mismo camino por el que vino,
tendrá que volver. ¡No entrará en esta ciudad! —Palabra del Señor.
35 »Yo ampararé a esta ciudad y la pondré a
salvo. Lo haré por mí mismo y por mi siervo David.»
36 El ángel del Señor salió entonces y mató a
ciento ochenta y cinco mil hombres en el campamento de los asirios. Y al día
siguiente, cuando se levantaron, todo el campamento estaba cubierto de
cadáveres.
37 Entonces Senaquerib, el rey de Asiria, se
fue de allí y se quedó a vivir en Nínive.
Tal como afirmé en los artículos anteriores,
el Señor no podía haber hecho nada mejor para sacar a la superficie todos los
nocivos argumentos y falsos pensamientos que hemos mantenido durante décadas
como cristianos. Uno de esos es el “complejo del juez”: somos rápidos en juzgar
y emitir un veredicto. En realidad, los que sale a relucir allí son nuestros
complejos ocultos, y cuando decimos “no nos merecemos que venga un gobierno
mejor” estamos juzgándonos y condenándonos, pero de acuerdo a nuestro propio y
argentino complejo de inferioridad.
1 Corintios 4:3-5 RVC
3 Por mi parte, no me preocupa mucho ser
juzgado por ustedes o por algún tribunal humano; es más, ni siquiera yo mismo
me juzgo.
4 Y aunque mi conciencia no me acusa de nada,
no por eso quedo justificado; quien me juzga es el Señor.
5 Así que no juzguen ustedes nada antes de
tiempo, hasta que venga el Señor, el cual sacará a la luz lo que esté escondido
y pondrá al descubierto las intenciones de los corazones. Entonces Dios le dará
a cada uno la alabanza que merezca.
Creo que, humanamente hablando, nadie mejor
que Pablo dentro de la Iglesia para emitir un juicio, pero aún él se abstenía
de hacerlo: ni se consideraba una superestrella ni tampoco se condenaba,
simplemente cumplía el mandato del Señor y se manejaba conforme Sus promesas.
Pero nosotros ya decidimos qué merecemos y
qué no, y frente a un resultado adverso en las elecciones primarias concluimos
que “no podemos tener nada mejor”. ¿Quién nos ha puesto como jueces? Este
argumento incapacitante evita que oremos para que la perfecta voluntad del
Señor sea establecida en nuestro país, simplemente aceptamos el mal con
resignación, ¡es exactamente lo que Satanás siempre ha querido! Porque él sabe
bien que si utilizamos nuestra autoridad en oración, un puñado basta para hacer
huir a todo un ejército, sí, un puñado, no una mayoría de electores.
El “Libro primero” de Isaías (capítulos 1 al
39) concluye con el relato de la fallida toma de Jerusalén por parte de Asiria.
Humanamente era imposible escapar. Pero no solo eso, ¡los habitantes de la
ciudad no podían presentarse con ninguna justicia propia ni buenas obras
delante del Señor porque no las tenían! El pueblo venía en declive moral y
espiritual desde hacía mucho tiempo, realmente NO MERECÍAN ser salvados, y Dios mismo se encargó de
aclararlo: “Yo ampararé a esta ciudad y la pondré a salvo. Lo haré por mí mismo
y por mi siervo David.”
Ellos merecían ser destruidos, pero Dios no
actuó conforme la justicia humana, sino conforme misericordia y conforme sus
propósitos. Notemos dos cosas:
1) Lo haré por mí mismo
2) Y por mis siervo David
El motivo de la liberación, como dijimos, no
radicaba en ninguna obra ni justicia que pudieran exhibir los habitantes de
Jerusalén, no las tenían, sino en las promesas que Dios había hecho, en las
palabras que él había dicho y que cumpliría. No dependía de voluntad ni
esfuerzo humano, solo dependía de Él mismo.
Segundo, lo haría por amor a quien había
dejado su vida y su corazón en fidelidad a Dios sirviendo al pueblo de Dios,
David. Lo haría por las oraciones de Su amado siervo. Imperfecto, por cierto.
Que a veces falló groseramente, también es cierto. Pero que amó al Señor y le
sirvió entregándose al servicio de los escogidos (también muy imperfectos, vale
decir). David había reinado unos 300 años antes, pero Dios seguía teniendo en
cuenta su amor y fidelidad.
La vara que Dios utilizó para medir no fue el
mérito de Judá en ese momento, y la vara que Dios utiliza para nosotros
tampoco. Realmente me da tanta risa cuando dicen “no merecemos algo mejor”,
¡porque no merecemos ABSOLUTAMENTE NADA! ¿Qué merece el hombre sin Dios? Que
caiga una bomba atómica y acabe con su vida miserable. ¿Y qué merece el
cristiano salvado por la sangre de Cristo? Lo mismo, porque él mismo sigue
siendo pecador. Es por amor que Dios obra, es en cumplimiento de Sus promesas,
es en función de Sus propósitos y planes.
Aclaramos: ¡tampoco lo merecíamos cuando Dios
nos bendice! Si lo hace, es solamente para que tengamos los recursos
suficientes para servirle en amor al prójimo.
Y así, ocurrió un hecho sobrenatural
perfectamente natural. Había tantos soldados hacinados que una enfermedad
rápidamente podía propagarse entre ellos, que seguramente estaban mal
alimentados, estresados y cansados. O quizás alguna bacteria se filtró entre
sus alimentos. O algún alimento resultó contaminado. Esas cosas pasaban, era
“natural”, solo que, ¡oh “casualidad”!, justo ocurrió cuando estaban por
conquistar Jerusalén.
El obrar de Dios es perfectamente “natural”,
no podría ser de otra manera, ¡Él es el creador de la naturaleza, toda se le
sujeta! Así que no esperemos un ángel luminoso con una espada ardiente para
castigar a los perversos, simplemente esperemos el “curso normal” de los
acontecimientos, que de “normal” no tiene nada.
Cuidado con los argumentos que usamos y
cuidado con erigirnos como jueces. Lo único sólido son las palabras del Señor,
nada tiene en el Universo más consistencia. Más vale evitemos los juicios y
caminemos en Sus promesas.
Danilo Sorti
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