Daniel 9:3-4 RVC
3 Volví entonces mi rostro a mi Dios y Señor,
para pedir su ayuda con oración y ruego. Me puse a ayunar, y me cubrí de
cilicio y de ceniza.
4 Y ésta fue mi oración al Señor mi Dios;
ésta fue mi confesión: Señor, Dios grande y digno de ser temido, que cumples tu
pacto y tu misericordia con los que te aman y cumplen tus mandamientos:
Vivimos en el tiempo en que el orgullo reina
como nunca antes, no solamente sobre la gente que no conoce a Dios, sino
también sobre los cristianos. Si nos remontamos hacia las campañas de sanidad,
cuando el Espíritu hacía milagros sorprendentes, un engaño sutil comenzó a
infiltrarse: “tengo derecho a mi sanidad”. Luego fue la prosperidad, y el
engaño creció. Con el tiempo floreció lo que llamamos “evangelio de la
prosperidad”, que juntó todas las líneas de error que venían gestándose, y el
arrepentimiento y la humillación desaparecieron de escena.
Ahora, para conseguir algo hacemos una
“transacción espiritual”, no es necesario ni arrepentimiento (excepto que sea
por no haber dado una jugosa ofrenda, claro…), ni humillación, ni confesión ni
nada de eso, solo realizar la transacción correcta, con la actitud correcta y
en el lugar correcto. Es decir, BRUJERÍA, con todas las letras, pero disfrazada
de cristianismo.
Sin embargo, a medida que el posmodernismo y
el post posmodernismo avanzan, también las iglesias más sanas en su doctrina
van perdiendo esta parte tan importante. Crecemos en conocimiento, en sanidad
interior, hasta en oración, alabanza y presencia, pero descuidamos la
humillación.
En una serie de artículos exploramos un poco
sobre el tema (a partir del siguiente en adelante: https://cristianoseiglesias.blogspot.com/2018/01/365-ese-monstruo-llamado-leviatan-y-su.html)
en el libro de Job, propiamente, el “primero” de la Biblia. El orgullo es la
raíz de todo pecado, se oculta de mil formas distintas, es lo más difícil de
sacar, resulta sumamente escurridizo y aparece donde menos lo imaginamos. Es la
raíz que sustenta el “fariseísmo” y toda forma de religiosidad de apariencia.
Nada escapa a su contaminación y aún las mejores iglesias están manchadas con
él. La práctica cristiana, la teología, todo lo que hacemos y pensamos como
cristianos, está contaminado de orgullo. Incluso mucho de lo que llamamos guerra
espiritual tiene raíces de orgullo escondidas en alguna parte.
Quiero
ser bien claro: no hay sustento bíblico para orar por nuestras naciones, pedir
por restauración y bendición, si previamente no nos hemos arrepentido de sus
pecados y nos hemos humillado genuinamente, porque solo eso es capaz de quebrar
la más resistente de todas la columnas de iniquidad: el orgullo.
Daniel
lo entendió muy bien, y el texto expresa seis acciones, todas relacionadas, en
ese sentido:
·
Volví entonces mi rostro a mi Dios y Señor
·
para pedir su ayuda con oración y ruego
·
Me puse a ayunar
·
me cubrí de cilicio y de ceniza
·
Y ésta fue mi oración al Señor mi Dios
·
ésta fue mi confesión
Todas implican profunda humillación, y la
enumeración refuerza la idea. Notemos que se indican seis acciones, el número
de hombre, es decir, el hombre humillado ante Dios, pero clamando porque sabe
que allí está el socorro.
¿Necesitaba humillarse Daniel? Nadie está
exento de pecado, pero probablemente haya sido uno de los que menos lo requirió
en todo el registro bíblico:
Daniel 10:11a RVC
11 Y me dijo: «Tú, Daniel, eres muy amado. …
Sin embargo, el mismo libro de Jeremías que
Daniel estaba leyendo deja extremadamente en claro que el gran problema de
Israel, por lo cual fue conducido cautivo, no era tanto la idolatría ni la
inmoralidad, sino el orgullo que los condujo a eso:
Jeremías 13:17 DHH
17 Si ustedes no hacen caso,
lloraré en secreto a causa de su orgullo;
de mis ojos correrán las lágrimas,
porque se llevan preso el rebaño del Señor.
Jeremías 13:22-23 DHH
22 Y si preguntas por qué te pasa esto,
debes saber que es por tus graves pecados;
¡por eso te han desnudado
y han abusado de ti!
23 ¿Puede un negro cambiar de color?
¿Puede un leopardo quitarse sus manchas?
Pues tampoco ustedes, acostumbrados al mal,
pueden hacer lo bueno.
Daniel se movió en el espíritu opuesto. Esta
introducción de los versículos 3 y 4a nos aclara que no se trató de una simple
“fórmula de oración”, algo así como unas “palabras protocolares” que debía
decir dada la circunstancia; él había sido profundamente conmovido, quizás en
ese momento se abriera su entendimiento para comprender que la conquista
babilónica no había sido un “hecho del destino”, algo que “todos los imperios
hacen”, sino un juicio divino por los aberrantes pecados de la nación. Si, al
fin y al cabo, Dios había tenido poder para librarlo de peligros, y, en lo
último, del foso de los leones, ¿acaso no tenía poder para proteger a Su
pueblo?
No estoy diciendo que a esta altura Daniel no
entendiera que el exilio había sido motivado por los pecados de Israel, y que
en las manos del Señor estaban los destinos de todas las naciones. Desde sus
primeros tiempos eso había quedado en claro. Pero luego de tantas décadas de
estar sirviendo a los reyes de un imperio, era algo extremadamente normal que
el tal conquistara reinos y sojuzgara pueblos; uno más, uno menos, no hacía la
diferencia…
Pero de alguna manera en ese momento pudo
comprender en su espíritu todo el peso del pecado de Israel y del castigo
recibido. POR ESO es que se humilló de tal forma. No era el caso de “un pueblo
más” conquistado por el imperio, no era “lo que siempre hacen los imperios”,
¡se trataba del terrible enojo divino por la soberbia y el pecado de Israel!
¿Adónde nos quiere llevar el Espíritu Santo
con todo esto? Pues que si hemos de clamar por nuestras naciones, no se trata
de, simplemente, usar una fórmula de oración penitencial, ¡mucho menos de no
usar ninguna en absoluto! Se trata de ser verdaderamente conmovidos por el
pecado del pueblo, de entender la profundidad de la perversión de la nación a
la luz de los propósitos de Dios. ¿Qué pueblo existe hoy que no esté gravemente
desviado de su destino de gloria?
El profeta que pudo clamar por su pueblo
había sido primero profundamente conmovido. No exagero si digo que Dios lo
había estado preparando durante décadas para que ese día pudiera elevar esa
oración que abrió los cielos y desencadenó los eventos que llevarían a la
restauración de Israel.
Si primero no entendemos la corrupción de
nuestra nación, si no nos duele, si no lloramos por ella, no tendremos la
autoridad para clamar después. Al fin y al cabo, no se trata de nuestras obras
de justicia ni alguna santidad o pureza personal lo que podamos presentar ante
el Creador, nada de eso, excepto la obra de Cristo. Pero sin la pasión de un
corazón quebrantado y esperanzado, la sangre del Salvador permanece inútil; no
hay un vehículo adecuado que la aplique.
Entonces, si el Espíritu nos está llamando a
interceder por nuestras naciones, conviene hacer un alto y revisar las palabras
de los profetas, que sacan a luz todo el mal que ella hay. A veces Dios tiene
Sus “profetas seculares”, que, por supuesto, ni saben que cumplen una función
para el Señor, pero son los que se encargan de informarnos de las injusticias y
atroces perversiones que se cometen en la tierra. También están los mensajeros
del Espíritu, que reciben la revelación de lo que aquellos no pueden ver.
¡Cuidado! La verdad es que nadie podría soportar conocer todo el mal que se
comete en la nación, por eso somos un Cuerpo y a cada uno se le da una porción
de revelación, conforme pueda sobrellevarla. Entre todos completamos el clamor
perfecto por todas las iniquidades.
Una vez que así hemos avanzado, tanto en
revelación como en unidad y espíritu quebrantado, entonces la oración
penitencial tiene sentido y no resulta mero palabrerío vacío.
Danilo Sorti
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