Daniel 9:7-8 RVC
7 Tuya, Señor, es la justicia, y nuestra es
la vergüenza, vergüenza que hoy llevan todos en Judá, todos los habitantes de
Jerusalén, todo israelita, cercano y lejano, todos los que, por rebelarse
contra ti, viven ahora en los países adonde los echaste.
8 Señor, nuestra es la vergüenza, y de
nuestros padres, príncipes y reyes, porque todos hemos pecado contra ti.
Sobre la vergüenza hemos hablado en otra
oportunidad; hay unos conceptos importantes que se pueden repasar en dicho
artículo (https://cristianoseiglesias.blogspot.com/2017/09/263-los-sentimientos-basicos-de-la.html).
Podemos rastrear la vergüenza desde el mismo Huerto, cuando el hombre se
esconde de Dios. El que nos cubre con su luz de gloria es el Espíritu; cuando
somos expuestos, descubiertos, es cuando el Espíritu se retira y somos
conscientes de nuestras obras desvergonzadas.
Es
muy importante comparar esta oración de Daniel con el texto de Jeremías,
precisamente porque estaba leyendo ese libro al momento de ser conmovido con la
palabra profética de los 70 años.
Jeremías 6:11-15 RVC
11 Por tanto, la ira del Señor se me escapa;
ya estoy cansado de contenerme. Voy a derramarla sobre los niños en la calle,
lo mismo que sobre las reuniones de jóvenes, porque serán hechos cautivos el
marido y la mujer, el viejo y el anciano.
12 Voy a extender mi mano contra los
habitantes de la tierra; y sus casas, sus propiedades, y hasta sus mujeres,
pasarán a otras manos. —Palabra del Señor.
13 »Y es que todos ellos son mentirosos y
avaros. Todos, desde el más chico hasta el más grande, desde el profeta hasta
el sacerdote.
14 Se les hace fácil sanar la herida de mi
pueblo con sólo decir “¡Paz, paz!” ¡Pero no hay paz!
15 ¿Acaso se han avergonzado de sus actos
repugnantes? ¡Claro que no! ¡Ni siquiera saben lo que es tener vergüenza! Por
eso, cuando yo los castigue, caerán muertos entre los muertos.» —Palabra del
Señor.
El pueblo ya había perdido toda capacidad de
avergonzarse, tal como vemos hoy en buena parte de nuestros países; ya ni hay
vergüenza, sino que a los cuatro vientos publican su “orgullo” de lo que
deberían sentir profundo pesar. Todo tipo de inmoralidad es publicitada como
algo bueno, mientras que la vida santa es ridiculizada. Los mentirosos,
ladrones, corruptos, estafadores no solamente niegan impunemente sus actos sino
que también se vuelven a postular descaradamente, ¡y la gente los vota! Los más
pobres maldicen a los ricos y a los políticos, pero ellos también aprovechan
cada pequeña oportunidad para sacar provecho.
Para peor, incluso entre el pueblo que se
llama cristiano vemos la misma falta de vergüenza:
Jeremías 3:2-5 RVC
2 »Levanta los ojos, y mira a las alturas.
¿En dónde no te has prostituido? Te sentabas a esperarlos junto a los caminos,
como un beduino en el desierto, y con tus prostituciones y con tu maldad
contaminaste la tierra.
3 Por eso se han retrasado las lluvias, y no
han llegado las lluvias tardías. Tienes la facha de una ramera; ¡no sabes lo
que es tener vergüenza!
4 ¡Y todavía me llamas “Padre mío, amor de mi
juventud”!
5 ¡Todavía me dices “¿Vas a estar enojado
todo el tiempo? ¿Siempre vas a guardarme rencor?” Y mientras estás hablando,
¡cometes cuantas maldades puedes!»
Por supuesto que Dios siempre tiene un resto
fiel, que lo ama de corazón y que no participa de esas obras, y ese remanente
no es pequeño en Sudamérica, pero tampoco son la mayoría, por cierto.
Ya casi no hay capacidad de vergüenza, la
sociedad ha cauterizado su consciencia… pero no al límite. Una vez que el
juicio vino, Jeremías pudo decir:
Lamentaciones 3:45 RVC
45 Entre los paganos hiciste de nosotros
motivo de vergüenza y de rechazo.
Los problemas que pasamos como nación, las
humillaciones que sufrimos, no son producidas por los políticos corruptos ni
por las presiones internaciones, por más reales que estas sean. En vez de
procurar el “escape hacia adelante”, debemos primero arrepentirnos y reconocer
la vergüenza a la que Dios mismos nos ha expuesto para ver si nos arrepentimos.
Daniel reconoció la situación de profunda humillación
nacional, pero ni nuestros pueblos ni la iglesia de nuestras naciones lo hace.
Oramos por restauración, oramos para que el Señor levante políticos decentes,
oramos en contra de las iniquidades que destruyen nuestras sociedades, y todo
eso está muy bien, pero no reconocemos nuestra vergüenza.
La idea central aquí es reconocer que el
Señor ha sido justo con el castigo, que el pueblo todo es culpable, fue
avergonzado en su orgullo, y que eso ocurrió exclusivamente por su pecado.
Notemos que Daniel hace una enumeración:
·
“Nuestra”, de todo el pueblo
·
“todos en Judá”
·
“todos los habitantes de Jerusalén”
·
“todo israelita”
·
“cercano y lejano”
·
“todos los que … viven en los países…”
·
“Nuestra”
·
“de nuestros padres”
·
“… príncipes”
·
“… y reyes”
·
“todos”
De nuevo nos encontramos con una enumeración
tal como en los versículos anteriores. Aquí aparecen once palabras o
expresiones que refuerzan la idea y dan la noción de algo abarcador.
Nadie de Judá está libre: sea de donde sea,
trabaje en lo que sea, venga del linaje que sea. Nadie en Jerusalén escapa a la
vergüenza: la capital, orgullo de la nación, está desolada, destruida. Ningún
israelita, viva donde vida, en cualquier país. Ni los mayores, ni los
gobernantes y principales, ni los importantes ni los ignorados. Nadie. Pero hay
que reconocerla, no revolcarse en ella, no excusarse echándole la culpa a otro.
Isaías 27 es el capítulo que “corresponde” al
libro de Daniel, por su orden en nuestro Antiguo Testamento, y sugestivamente
comienza diciendo:
Isaías 27:1 RVC
1 Cuando llegue ese día, el Señor castigará
con su grande y poderosa espada al leviatán esa serpiente escurridiza y
tortuosa; ¡matará a ese dragón que está en el mar!
Pero en la Tanaj ocupa el lugar número 35, y
la idea que cierra el capítulo es:
Isaías 35:10 RVC
10 Y los redimidos del Señor volverán.
Vendrán a Sión entre gritos de infinita alegría. Cada uno de ellos tendrá gozo
y alegría, y desparecerán el llanto y la tristeza.
La restauración después del castigo por el
orgullo, pero sobre esto hablaremos más adelante.
La justicia de Dios, entonces, juzga el
pecado exponiendo en primer lugar al pueblo a la vergüenza, y precisamente
sentirla es el primer paso para la restauración. Ser avergonzado no implica
necesariamente reconocer la profundidad del pecado, implica darse cuenta de que
algo está mal, que uno se encuentra desprotegido y “en falta”, al menos en
cierto sentido. Es el primer paso para entender la profundidad de la maldad en
la que se ha vivido y comenzar la conversión. Nosotros mismos debemos sentirnos
avergonzados como Daniel, por nuestro pecado, nuestra indiferencia y por el
pecado de nuestras naciones. Esta es la obra del Espíritu Santo y cuando
respondemos adecuadamente, el Espíritu puede volver y comenzar a actuar en una
nación rebelde.
Danilo Sorti
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