jueves, 19 de septiembre de 2019

723. La oración de Daniel – IV, en qué consistió el pecado


Daniel 9:5-6 RVC
5 Hemos pecado, hemos hecho lo malo, hemos sido impíos y rebeldes; ¡nos hemos apartado de tus leyes y mandamientos!
6 No obedecimos a tus siervos los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes y a nuestros padres, y a todo el pueblo de la tierra.

Este pasaje lo analizamos en el artículo anterior: Daniel reconoce toda la vastedad del pecado del pueblo, no hay algo “general”, no está metiendo “todo dentro de la misma bolsa”, simplemente. Pero vale la pena rescatar algo más: leyes, mandamientos y profetas.

“Leyes y mandamientos” pueden parecer sinónimos, pero hay algunas diferencias. Quizás la aclaración que hagamos aquí no sea demasiado necesaria porque ya está implícita en el sentido general del texto, pero si el Espíritu Santo se ocupó en dejarla en claro, vale la pena prestarle atención.

La palabra que se traduce por “leyes” es: מִצְוָה, mitsvá, mandamiento. El diccionario VINE dice: “Este nombre aparece 181 veces en el Antiguo Testamento. Se encuentra por primera vez en Génesis 26:5, donde mitswah es sinónimo de joq («estatuto») y de tôrah («ley»): «Porque Abraham obedeció mi voz y guardó mi ordenanza, mis mandamientos, mis estatutos y mis instrucciones».

“En el Pentateuco, Dios es siempre el Dador del mitswah : «Cuidaréis de poner por obra todo mandamiento que yo os mando hoy, para que viváis y seáis multiplicados, y para que entréis y toméis posesión de la tierra que Jehová juró dar a vuestros padres. Acuérdate de todo el camino por donde te ha conducido Jehová tu Dios estos cuarenta años por el desierto, con el fin de humillarte y probarte, para saber lo que estaba en tu corazón, y si guardarías sus mandamientos, o no» (Deuteronomio 8:1-2). El «mandamiento» puede ser una prescripción («haréis») o una proscripción («no haréis»). Los mandamientos se dieron al alcance del oído de los israelitas (Éxodo 15:26; Deuteronomio 11:13), quienes los debían «hacer» (Levítico 4:2ss) y «guardar» (Deuteronomio 4:2; Salmos 78:7). Cualquier incumplimiento significaría un rompimiento del pacto (Números 15:31), transgresión (2 Crónicas 24:20) y apostasía (1 Reyes 18:18).”

Claramente aquí se habla de los mandamientos divinos, la ley moral, la relación del hombre con Dios

La palabra que se traduce por “mandamientos” es: מִשְׁפָּט, mishpát, “propiamente veredicto (favorable o desfavorable) pronunciado judicialmente, especialmente sentencia o decreto formal (humano o de la ley divina [del participante], individual o colectivo), incluido el acto, lugar, la demanda, el crimen, y la pena; justicia, incluye el derecho o privilegio del participante (estatutorio o acostumbrado), e incluso estilo” (Diccionario Strong).  

Según el Diccionario VINE, “El término tiene dos acepciones principales; la primera se relaciona con las funciones de un juez: escuchar una causa y emitir un veredicto justo. Uno de varios ejemplos de este uso está en Eclesiastés 12:14: «Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala».

“Mishpat puede referirse también a los «derechos» de alguna persona (Éxodo 23:6). Esta segunda acepción tiene varios matices: relación equitativa entre realidad y expectativa (Génesis 18:19: primera vez que se usa el término); dictamen judicial (Deuteronomio 17:9); exposición de la causa del acusado (Números 27:5); y reglamento establecido (Éxodo 21:1).”

Aquí la connotación es legal, no se refiere tanto a la relación del hombre con Dios sino de los hombres entre sí, de la justicia y el derecho en la nación.

Finalmente, “profeta” es: נָבִיא, nabí, que aparece unas “309 veces en el hebreo bíblico, en todos los períodos.” (dicc. VINE).

Mientras que las seis expresiones de esta sección se refieren a distintas dimensiones del pecado, “formas” y áreas en las que se manifiesta, aquí se aclara cuáles fueron los puntos de referencia violados:

·         La ley divina que ordena la correcta relación del hombre con Dios, que abre los cielos y permite la manifestación del Reino en la Tierra.
·         La ley “humana”, que mantiene las relaciones sociales correctas y resuelve las injusticias.
·         La voz de los mensajeros de Dios, que alertan sobre el camino desviado de Su pueblo y lo llaman al arrepentimiento.

El pecado no es algo abstracto o filosófico, por más que tenga, si se quiere, una “dimensión filosófica”. Podemos escribir, y se ha hecho, literalmente toneladas de libros acerca del pecado, o de algunas de sus manifestaciones, filosofando todo lo que queramos en ellos. No voy a negar que eso tenga cierta utilidad. Pero eso NO ES el pecado. En su forma más básica, el pecado es la violación de la ley divina; en su aspecto espiritual, es el principio de soberbia que anidó en nuestros corazones por el veneno de la serpiente y que se manifiesta luego en miles de formas diferentes.

Daniel no va hacia las “profundidades filosóficas” del pecado, lo expone de manera sencilla: violación de leyes divinas y humanas, rechazo de los profetas.

Nuestras naciones son terriblemente culpables de todo esto. Hace rato que dejaron de oír la voz de Dios, aún nuestras mejores iglesias tienen que esforzarse por mantener estándares de santidad “aceptables”. La sociedad se burla de las normas divinas, han hecho una norma de “progreso y prestigio social” burlarse de la Palabra de Dios y de la vida santa, lo han transformado incluso en algo moralmente malo a sus ojos, ¡hasta los cristianos dejan de lado muchos mandamientos por considerarlos “pasados de moda”!

La consecuencia lógica e inmediata de lo anterior ha sido violar toda ley humana. Es gracioso ver como los pueblos iberoamericanos protestan por la corrupción de sus gobernantes pero no alcanzan a ver la relación que hay entre perder el temor a Dios y perder todo respeto a los hombres. Si “no hay Dios” que castigue, ¿por qué respetar las leyes humanas? El actual avance de las leyes “progresistas” que se intenta lograr en nuestros países es el “epítome” de este proceso. No hace falta ilustrar las consecuencias de la pérdida de respeto por las leyes humanas en nuestras naciones porque abundan más allá de lo que se pueda llegar a contar.

Y la “frutilla del postre” es el rechazo a los “profetas” (aquellos que llaman la atención sobre lo que está mal), no ya por una sociedad encallecida en su pecado, sino por la misma iglesia. De esto puedo dar cuenta porque ha sido mi historia casi desde mis primeros años de creyente. ¡Qué lindas predicaciones tenemos todos los domingos sobre la buena vida cristiana, cómo alcanzar las metas, cómo ser prosperados, las maravillas de Cristo o incluso la extensión del Evangelio y la conquista de naciones! Todo eso es válido y necesario, pero, ¿alguien se acuerda que estamos en una sociedad extremadamente corrupta y pecadora, que necesita desesperadamente arrepentirse y convertirse, cristianos incluidos? Muy pocos, si acaso.

El corolario resulta claro: no sólo debemos reconocer estos puntos de referencia violados, sino volvernos a ellos y clamar para que así sea en nuestras naciones. No será muy popular entre las “masas” pero sí entre los creyentes fieles.


Danilo Sorti


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