Romanos 7:14-16 RVC
14 Sabemos que la ley es espiritual. Pero yo
soy un simple ser carnal, que ha sido vendido como esclavo al pecado.
15 No entiendo qué me pasa, pues no hago lo
que quiero, sino lo que aborrezco.
16 Y si hago lo que no quiero hacer,
compruebo entonces que la ley es buena.
2 Corintios 4:4 RVC
4 pues como ellos no creen, el dios de este
siglo les ha cegado el entendimiento para que no resplandezca en ellos la luz
del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.
Lucas 23:34 RVC
34 Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen.» Y los soldados echaron suertes para repartirse entre ellos
sus vestidos.
Si la esencia del pecado consiste en el
engaño, finalmente, ¿cuánta responsabilidad nos compete por lo que hacemos?
¿Hasta dónde somos culpables y qué pecados pueden ser “pasados por alto” por el
Señor? Y más importante, ¿hasta dónde llega la obra de Cristo? Dado que este es
un tema central en la doctrina cristiana, hay tanto escrito desde los primeros
siglos que sería prácticamente imposible agregar nada “nuevo”, pero como todo,
nunca viene mal repasar algunos conceptos.
Toda la Biblia es clara en remarcar la
responsabilidad del hombre ante Dios y por los actos cometidos, toda
transgresión merece castigo y aún la más pequeña es suficiente para condenarnos
al infierno porque en realidad cualquier acto pecaminoso es “sólo” la expresión
del PECADO que vive en nosotros. Sin embargo, no todos los actos tienen igual
responsabilidad:
Lucas 12:47-48 RVC
47 El siervo que, a pesar de conocer la
voluntad de su señor, no se prepara para cumplirla, se hace acreedor de muchos
azotes.
48 Pero el que se hace acreedor a recibir
azotes sin conocer la voluntad de su señor, será azotado poco. Porque al que se
le da mucho, también se le exigirá mucho; y al que se le confía mucho, se le
pedirá más todavía.
Aquí la medida del castigo tiene que ver con
el conocimiento de la voluntad divina. Podemos ver ejemplos en la historia
bíblica, por caso a Abraham, llamado el padre de la fe y que, sin embargo, fue
polígamo. Quedó claro en la revelación del Nuevo Testamento que Dios no aprueba
la poligamia (en realidad, quedaba claro desde Génesis 1…), y hoy lo
consideraríamos un pecado grave, pero no era igualmente evidente en ese
entonces y Dios “pasó por alto” la poligamia de Abraham, y la de David y de
tantos otros.
Aunque todos ellos lograron grandes cosas
para Dios, actuaron según la revelación que tuvieron, y si fueron “grandes” es
porque resultaron fieles a esa revelación, pero era limitada.
Ahora bien, aunque hoy tenemos DISPONIBLE la
mayor medida de revelación que jamás haya tenido la humanidad en su historia
pasada, no todos los cristianos la conocen, o mejor dicho, paradójicamente, muy
pocos.
Muchos no pueden acceder a ella: no tienen
los recursos, no tienen el tiempo, o no tienen las “herramientas intelectuales”
necesarias como para entenderlas y aplicarlas. Muchos “no pueden” porque
realmente “no quieren”: hay demasiadas distracciones y demasiados mensajes
“positivos” en las iglesias como para invertir tiempo en oración y lectura, y
por sobre todo, como para tener que hacer un “gran esfuerzo” en alcanzarla,
¿por qué, si al fin y al cabo, está “todo” lo que necesitan tan accesible…? Y
otros tantos consideran que esas “cuestiones teológicas y proféticas” son en
realidad algo sospechoso de lo que más vale mantenerse alejado…
No hablemos de los que no creen, enfoquémonos
solamente en los que se llaman cristianos y dicen conocer a Dios, para ellos
también “el dios de este siglo les ha cegado el entendimiento para que no
resplandezca en ellos la luz del evangelio”.
El ejemplo más dramático lo tenemos en Jesús
pidiendo perdón por los soldados romanos que lo crucificaban: realmente ellos
no sabían qué estaban haciendo ni cuál era la medida de su responsabilidad, sin
dudas, si hubieran tenido una revelación un poco más clara de quién era Jesús
es muy difícil que esos paganos se hubieran atrevido a crucificarlo, pero
expresamente, como tenía que suceder así, Jesús calló durante casi todo el
tiempo que estuvo en sus manos, ¡si la Palabra hablaba fácilmente la hubieran
reconocido, y los propósitos salvíficos de Dios no se hubieran cumplido! Sin
embargo, los religiosos judíos SABÍAN PERFECTAMENTE quién era Jesús, y
precisamente por eso lo crucificaron, ¡ellos tenían toda la responsabilidad!
La ceguera espiritual provocada por la
idolatría les impedía ver claramente quién era Jesús. En un sentido más amplio,
la ceguera que nos produce el pecado, el dominio que Satanás tenga sobre
nosotros, nos lleva a cometer pecados de los cuales no somos plenamente responsables,
no del hecho en sí, aunque ello no nos exima de la culpa por realizarlo. Por
eso Jesús pide misericordia para esos soldados.
Vamos a realidades más cotidianas y
“pequeñas”: ¿el hermanito Fulano, que siempre me hiere con sus palabras, es
culpable por ese pecado tan molesto? Probablemente “no” en un sentido absoluto;
ese debe ser un “punto ciego” en su visión espiritual sobre el cual Satanás
tiene absoluto dominio.
Y esto nos explica muchos de los conflictos
familiares, que parecen exacerbarse en la vida del cristiano: nuestra familia
(y nosotros mismos, por supuesto) tiene algunos o muchos “puntos ciegos” en su
visión espiritual, áreas donde los demonios pueden controlarlos fácilmente, y
aprovechan ello para atacarnos.
¿Por qué cuando queremos servir al Señor se
levantan con tanta furia los más cercanos? Por esa misma razón. Entendamos: hay
un programa orquestado en el segundo cielo para entorpecer nuestra vida
cristiana, y por ellos los demonios que nos hayan sido asignados buscarán los
puntos preferenciales de acceso, ¿y qué mejor que los familiares y cercanos?
Como ellos son los que nos provocan
fácilmente más enojo, difícilmente llegamos a entender los poderes espirituales
que los están molestando para entorpecernos a nosotros y no hacemos guerra
espiritual… más bien hacemos una muy carnal…
Esto no resta responsabilidad en las
personas, pero nos da la perspectiva para entender hasta donde llega y hasta
donde podemos hacer guerra espiritual de manera efectiva, y cuáles serán sus
limitaciones.
Ahora bien, lo mismo pasa con nosotros, pero
como se trata de nuestros propios “puntos ciegos”, no nos damos cuenta de
ellos… obvio. Normalmente obtenemos una respuesta en forma de enojo,
indiferencia o malestar de parte de los otros, siempre “mezclada” con sus
propios pecados, por lo que terminamos excusándonos pensando que ellos se
enojan “por sus errores” y que nosotros “no tenemos nada que ver”. La realidad
suele ser una parte de esto y una parte de aquello.
No hay cura mágica para los puntos ciegos más
que la humildad y mantener una actitud abierta, pero NO para el “autoexamen”
porque si se trata de un punto ciego, ¿cómo podría verlo por mi propio
esfuerzo? En realidad la actitud adecuada tiene que ver con mantenerse abierto
a la voz del Espíritu que nos trae lo “nuevo”, lo que “nunca habíamos visto
antes”, precisamente porque nos estaba oculto por el engaño del pecado.
Además de esto, como todos los pecados están
“interconectados” como una red de fortalezas de maldad que se ayudan unas a
otras cuando alguna resulta confrontada por la verdad, no es tan sencillo
pretender cambiar sólo por “iluminar” una de ellas, hace falta la estrategia
divina, que nos puede llevar a empezar por desarraigar algo que nos parecía
“inofensivo” o sin conexión, ¡precisamente porque estaba dentro de nuestro
punto ciego!
Por todo esto, somos llamados a tener
paciencia y misericordia, como el Señor la tiene con nosotros, pero también a
luchar espiritualmente y con la verdad, a la vez que ser prudentes en nuestra
relación unos con otros.
Danilo Sorti
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