Mateo 13:52 RVC
52 Él les dijo: «Por eso todo escriba que ha
sido instruido en el reino de los cielos es semejante al dueño de una casa, que
de su tesoro saca cosas nuevas y cosas viejas.»
Desde hace mucho tiempo venimos vislumbrando
el nacimiento de un nuevo odre. Es claro que la ecclesia, la iglesia tal como
la conocemos, no ha sido nunca perfecta, ni aún en los primeros tiempos que se
registran en el Nuevo Testamento. Ha conocido momentos gloriosos de una
visitación maravillosa del Espíritu y ha conocido momentos tan oscuros que no
resulta fácil diferenciarla del reino de las tinieblas. Lo realmente
maravilloso es que el Señor no ha dejado nunca de cuidar y purificar a Su
Iglesia, bendiciéndola y prosperándola pero también juzgándola y limpiándola.
¿Qué cristiano no ha sido herido alguna vez
(o unas cuantas veces…) por sus hermanos, por los líderes, por la estructura de
la iglesia en sí? ¿Quién no ha visto pecados en ella o incluso ha participado
en ellos? Todos sabemos que nuestras comunidades son imperfectas y entendemos
que todavía falta “algo más”. Puedo decir que si un cristiano no comprende esta
verdad tan evidente y no tiene el clamor en su espíritu por un cambio, por una
transformación en su iglesia es porque ha enfriado al Espíritu dentro suyo.
Algunos cristianos han podido “acomodarse”,
por así decirlo, al modelo actual y no sienten tanta necesidad de un cambio, en
todo caso, de un “perfeccionamiento” pero no una transformación radical. Otros
no nos hemos acomodado casi nunca, y por lo tanto la necesidad de
transformación se volvió mucho más patente.
Algunos hemos entendido, a medida que pasaba
el tiempo, cuán lejos estaba el modelo actual de iglesias evangélicas de las
realidades sociales, de los lineamientos que el Espíritu estaba mostrando y del
poder necesario para obrar en este mundo presente. Pero “nada” cambiaba, en todo
caso, podía haber acomodamientos aquí y allá, pero no mucho más.
Quiero hacer un paréntesis: estos procesos de
cambios estructurales no son algo nuevo, podemos leer de ellos en la Biblia,
con mucho detalle, si, como dice en el versículo 43 del mismo capítulo, tenemos
oídos para oír. En tiempos más recientes, ha habido suficiente investigación
respecto de esos cambios a nivel social, de iglesia y a nivel científico (las
“revoluciones científicas” y los cambios de paradigmas). A lo que se nos ha
revelado en la Biblia hoy le podemos agregar mucha más historia que los
ilustran y conocimientos que los profundizan. Por lo tanto, no estamos
avanzando en terreno absolutamente nuevo, sino bajo patrones y esquemas
generales conocidos y predecibles. Sencillamente, tenemos que saber “qué está
pasando” y releer qué se ha escrito al respecto.
Tal como dice el versículo del principio,
hace falta sacar conocimientos antiguos y conocimientos nuevos sobre este
proceso que estamos viendo, que es nuevo porque en un sentido cada momento en
la historia es único e irrepetible pero en otro sentido hay fenómenos y
procesos que se repiten inexorablemente, por lo que son “antiguos”.
Entonces, hay un error si solamente nos
enfocamos en lo “nuevo”, creyendo que estamos inventando la pólvora. Hay otro
error peor si pensamos que solo habrá “más de lo mismo”, quedándose en lo
antiguo. Los jóvenes generalmente cometen el primero y los más viejos
generalmente el segundo.
Ahora, cada proceso de cambio implica
necesariamente “cosas viejas” y “cosas nuevas”. El capítulo 13 no es el único
donde aparecen parábolas, pero es central en ese sentido:
Mateo 13:10-17 RVC
10 Los discípulos se acercaron y le
preguntaron: «¿Por qué les hablas por parábolas?»
11 Él les respondió: «Porque a ustedes se les
concede entender el misterio del reino de los cielos, pero a ellos no.
12 Porque a cualquiera que tiene, se le dará,
y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo poco que tiene se le quitará.
13 Por eso les hablo por parábolas: porque
viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden.
14 De manera que en ellos se cumple la
profecía de Isaías, que dijo: “Ustedes oirán con sus oídos, pero no entenderán;
y verán con sus ojos, pero no percibirán.
15 Porque el corazón de este pueblo se ha
endurecido; con dificultad oyen con los oídos, y han cerrado sus ojos; no sea
que con sus ojos vean, y con sus oídos oigan, y con su corazón entiendan Y se
vuelvan a mí, Y yo los sane.”
16 Pero dichosos los ojos de ustedes, porque
ven; y los oídos de ustedes, porque oyen.
17 Porque de cierto les digo, que muchos
profetas y hombres justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; y
oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.
Las parábolas muestra y ocultan a la vez: los
que tienen ojos para ver lo nuevo que viene pueden entenderlas, el resto no.
“Ojos para ver” es una actitud del corazón abierto a Dios, hacia lo nuevo,
dispuesto a escuchar la voz del Espíritu, como un niño. A ellos el Espíritu les
habla por medio de las parábolas. Los que no son los orgullosos, los que “ya saben”,
que no necesitan lo nuevo. A ellos les pasa desapercibido el cambio, solo verán
con el tiempo que sus iglesias están cada vez más vacías sin encontrar una
explicación adecuada a ello.
El número 13 es frecuentemente mencionado
como un número de rebeldía, de desorden. No parece el caso cuando leemos las 7
parábolas que se mencionan aquí, pero el verdadero significado del número se
hace evidente en los últimos versículos:
Mateo 13:53-58 RVC
53 Cuando Jesús terminó de exponer estas
parábolas, se fue de allí.
54 Al llegar a su tierra, les enseñaba en la
sinagoga del lugar. La gente se asombraba y decía: «¿De dónde le viene a éste
la sabiduría? ¿Cómo es que hace estos milagros?
55 ¿Acaso no es éste el hijo del carpintero?
¿No se llama su madre María, y sus hermanos son Jacobo, José, Simón y Judas?
56 ¿No están todas sus hermanas con nosotros?
¿De dónde, pues, le viene todo esto?»
57 Y les era muy difícil entenderlo. Pero
Jesús les dijo: «No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su
propia familia.»
58 Y por la incredulidad de ellos no hizo
allí muchos milagros.
Su propia tierra, los “suyos”, se quedaron
con la historia pasada de Jesús, con su humanidad, propia de cualquier persona,
y no pudieron entender lo que decía.
Trece es número de la “sobrehora”, el inicio
de un nuevo gobierno, simbolizado con el doce, pero también el de la rebeldía,
el rechazo a lo nuevo. Y como vimos, eso necesariamente trae cosas de lo
“viejo”.
Hasta ahora hemos venido viendo muchos
“ladrillos” que el Espíritu ha estado dando para construir el nuevo edificio,
hemos hablado de él, lo hemos “saludado” y hemos intentado delinearlo, con
mayor o menor éxito. Pero inevitablemente debimos concluir que “lo nuevo” aún
no estaba entre nosotros.
Las circunstancias dramáticas que se han
desatado sobre todo el mundo, y a través de las cuales el Espíritu “encerró” a
Su pueblo para que lo escuche a Él, son la señal de largada: ya no hay marcha
atrás y aunque seguimos sin saber aún “qué cosa sea” exactamente. Sabemos que
viene con rapidez, que todas las partes de eso nuevo ya han sido soltadas y que
rápidamente el Espíritu las unirá, como un rompecabezas.
A partir del inicio de la Reforma el Espíritu
ha estado renovando periódicamente Su iglesia. Todo a lo largo del camino han
quedado los que se quedaron. Casi con total seguridad puedo decir hoy que nos
encontramos con el cambio más dramático desde aquellos tiempos, incluso mayor
que el derramamiento del Espíritu a principios del siglo XX. Y la rapidez de
este cambio excede en mucho a la de los anteriores, aunque su preparación ha
llevado décadas.
El desafío: entender qué está pasando, no
quedarse “al costado” de la historia, poder recuperar los “tesoros viejos” y
aceptar los “tesoros nuevos”… con una rapidez nunca antes vista en la historia.
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Danilo Sorti
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