Proverbios 29:25 RV1960
25 El temor del hombre pondrá lazo;
Mas el que confía en Jehová será exaltado.
Proverbios 29:25 DHH
25 El miedo a los hombres es una trampa,
pero el que confía en el Señor estará
protegido.
Cualquiera que haya seguido las redes en este
tiempo estará bien al tanto del poder del miedo para manipular a los hombres.
No hay forma de lograr una obediencia más rápida y completa que usar el miedo.
El manejo de la cuarentena en nuestro país lo demuestra cabalmente: muchos han
estado dispuestos a marchar hacia una crisis económica total con tal de “salvar
la vida”… de un virus de baja letalidad…
Es interesante que la palabra que RV60
traduce como “lazo” en realidad tiene un amplio rango de significados, cuya
raíz primaria es “dar”. El temor pone al ser humano en la posición de “dar” lo
que le pidan.
Sorprende ver a tantos cristianos temerosos
obedeciendo y creyendo fielmente en lo que les dice un sistema claramente
impío, siendo que la Palabra dice:
2 Timoteo 1:7 RVC
7 Porque no nos ha dado Dios un espíritu de
cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.
La cobardía, esto es, el temor, se asienta en
una triple base: debilidad, falta de amor, incapacidad para dominarse a uno
mismo. Precisamente por eso Pablo usa las palabras: “poder, amor y dominio
propio”.
Estas tres palabras se refieren a la acción
de las tres Personas de la Trinidad: el Espíritu es el que nos llena de poder,
el amor se nos manifiesta a través del Hijo, y la sensatez del dominio propio
viene del Padre. Por lo pronto, sin tener un claro conocimiento de Dios (Padre,
Hijo y Espíritu) nos podemos quedar con una o dos de las tres características
pero no alcanzamos el nivel de valor completo.
El Espíritu nos llena de poder porque nos da
la convicción interna en la causa, el gozo de Su presencia, la seguridad de Su
auxilio y de la victoria final. Pero también el poder espiritual para hacer las
cosas, literalmente, el poder de Dios: poder para hacer milagros, señales, para
obtener respuestas sobrenaturales, para hacer descender el juicio sobre
nuestros enemigos, para ser cubiertos con un manto de invisibilidad, para ser
fortalecidos físicamente en la lucha, etc., etc.
El Hijo nos llena de amor, la principal
motivación para la lucha porque, por más que estemos llenos de poder, ¿para qué
luchar? ¿Cuál es la causa que vale la pena? Si no nos mueve el amor a Dios,
para establecer Su justicia, el amor a los seres hechos a Su imagen, ¿entonces
qué? Es el mismo amor el que nos llena de justa ira e indignación contra el
Adversario y aquellos que ya han sido conformados a su imagen (los que son
irredimibles, en los cuales se ha perdido ya la imagen de Dios y por lo tanto
son completamente ajenos a Él).
El Padre nos enseña el dominio propio, nos
instruye en relación con nuestra naturaleza humana. Pero también es el que nos
da paternidad, identidad. A un huérfano le resulta mucho más difícil tener
dominio propio, como su identidad no está firme, no sabe quién es, cómo tiene
que actuar, por dónde tiene que ir y por qué razón debe contener sus impulsos;
deberá aprenderlo con los golpes de la vida. El hijo ya sabe que eso es lo
mejor porque se lo enseñó su padre.
El versículo anterior nos dice:
2 Timoteo 1:6 RVC
6 Por eso te aconsejo que avives el fuego del
don de Dios, que por la imposición de mis manos está en ti.
Es decir, esto que hablamos no puede ocurrir
si no hemos recibido Sus dones antes.
Y el versículo siguiente lo pone en
perspectiva:
2 Timoteo 1:8 RVC
8 Por tanto, no te avergüences de dar
testimonio de nuestro Señor, ni tampoco de mí, preso suyo. Al contrario,
participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios,
Finalmente, hay que enfrentar la burla y
exposición pública y las aflicciones.
El punto central que nos toca vivir hoy es el
temor a la autoridad. La iglesia argentina ha sido siempre muy “obediente” a
las autoridades políticas. Uno no sabe hasta qué punto es por un genuino deseo
de mantener la paz o un miedo generacional.
Pero sobre este tema ya tenemos algo
claramente escrito:
Hechos 4:23-31 RVC
23 Una vez que fueron puestos en libertad,
ellos se fueron con los suyos y les contaron todo lo que los principales
sacerdotes y los ancianos les habían dicho.
24 Al oírlos, todos juntos elevaron sus voces
a Dios y dijeron: «Soberano Señor, tú creaste el cielo y la tierra, y el mar y
todo lo que hay en ellos;
25 tú, Padre nuestro, por medio del Espíritu
Santo dijiste en labios de tu siervo David: »¿Por qué se amotinan las gentes, y
los pueblos piensan cosas vanas?
26 Los reyes de la tierra se reunieron, y los
príncipes se confabularon, contra el Señor, y contra su Cristo.
27 »Es un hecho que Herodes y Poncio Pilato,
junto con los no judíos y el pueblo de Israel, se reunieron en esta ciudad en
contra de tu santo Hijo y ungido, Jesús,
28 para hacer todo lo que, por tu poder y
voluntad, ya habías determinado que sucediera.
29 Ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede
a estos siervos tuyos proclamar tu palabra sin ningún temor.
30 Extiende también tu mano, y permite que se
hagan sanidades y señales y prodigios en el nombre de tu santo Hijo Jesús.»
31 Cuando terminaron de orar, el lugar donde
estaban congregados se sacudió, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y
proclamaban la palabra de Dios sin ningún temor.
La naciente iglesia estaba siendo seriamente
amenazada; el Sanedrín en connivencia con el poder romano habían crucificado a
Jesús, y no tendrían problemas en perseguir y matar a quien fuera. Pero ¿qué
hicieron los apóstoles?
Primero, no callaron lo que estaba pasando,
abiertamente lo declararon a la comunidad, una actitud muy diferente a la de la
mayoría de nuestros líderes evangélicos actuales. La actitud de ocultar lo que
está pasando es un menosprecio a la comunidad, es considerarlos “pobrecitos
niños” que no podrían entender… siendo que esa misma gente, en el ámbito
secular, está al tanto de los entuertos del poder y las cosas más oscuras que
ocurren en la política nacional. Si no hay honestidad y sinceridad, ¡y
respeto!, de parte de los líderes, la iglesia estará en ignorancia y por lo
tanto, en temor, no tendrá posibilidad de clamar con verdad al Señor y no
recibirá el poder del Espíritu.
Al oírlo, todos elevaron su voz unánimes, un
solo cuerpo, en perfecta unidad, la clave para que Dios responda. Un cuerpo, no
un “liderazgo ungido” y un “rebaño de ovejitas ignorantes” abajo…
Y lo primero que hacen al orar es reconocer a
Quién están clamando: al Soberano, al Creador, al que tiene toda la autoridad,
es decir, al que está por encima de toda autoridad humana.
Lo segundo es reconocer lo injusto de la
situación, la actitud injusta de los poderosos y presentarla delante del Tribunal
Celestial. Ellos presentan los hechos con nombre y apellido, reconociendo e
indicando claramente los culpables y la culpa, no como solemos hacer nosotros
que decimos: “Señor, tu sabes…” “los dejamos en tus manos…” y otras tantas
cosas que suenan muy piadosas pero que solo se aplican en determinadas
circunstancias.
“Ahora, Señor, mira sus amenazas”, esto
significa: tomá cuenta de lo que están diciendo, protégenos de eso, no permitas
que cumplan sus objetivos. Pero lo segundo es más importante: “concede a estos
siervos tuyos proclamar tu palabra sin ningún temor”. Ellos reconocieron que el
principal problema era el temor, que haría lo mismo que está haciendo el virus
hoy: mantenernos encerrados y relativamente callados (es decir, sin exposición
pública).
Sencillamente, la clave no estaba en que
cayera fuego del cielo sobre esos impíos sino en que la iglesia no tuviera
temor. Pero cuidado, porque también pidieron: “Extiende también tu mano, y
permite que se hagan sanidades y señales y prodigios en el nombre de tu santo
Hijo Jesús.” No se trataba de un valor suicida: el poder de Dios DEBÍA estar
manifestándose con ellos. No era solo que tuvieran palabras, debían tener
autoridad sobrenatural. Si solo estamos buscando palabras, realmente vamos a
una misión suicida. Pero si Dios se manifiesta a través nuestro, si las señales
y prodigios nos acompañan, no va a resultar tan sencillo que el adversario se
levante.
El resultado fue: “el lugar donde estaban
congregados se sacudió, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y proclamaban
la palabra de Dios sin ningún temor”. La respuesta no se hizo esperar y el
temor se esfumó.
No podemos “quitarnos” el temor, eso lo hace
Dios, pero podemos presentarnos de la manera correcta.
La iglesia primitiva, y la que siguió luego,
fue muy clara en su relación con el estado: no generó ninguna revuelta, como
habían hecho los esclavos tiempo atrás. No derramó sangre ni se unió a las
fuerzas rebeldes. Pero tampoco aceptó que les obligara a callar o adorar a
otros dioses. A veces tuvieron que pagar con sus vidas, muchas, con
persecuciones y tribulaciones, pero con su valor cambiaron la historia de
Occidente y del mundo.
Hoy estamos en la misma situación, y hasta
ahora la verdad es que no la estamos haciendo bien… ¿cuál será la decisión que
tomaremos?
Danilo Sorti
Ayúdanos a llevar el mensaje.
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