Hechos 2:38-40 RVC
38 Y Pedro les dijo: «Arrepiéntanse, y
bautícense todos ustedes en el nombre de Jesucristo, para que sus pecados les
sean perdonados. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo.
39 Porque la promesa es para ustedes y para
sus hijos, para todos los que están lejos, y para todos aquellos a quienes el
Señor nuestro Dios llame.»
40 Y con muchas otras palabras les hablaba y
los animaba. Les decía: «Pónganse a salvo de esta generación perversa.»
Es un hecho básico que puede pasarse por alto
el que cualquier invitación a Cristo tiene en sí una promesa que produce una
esperanza en el receptor. En realidad, cuando vemos los diversos pactos que
Dios hace en la antigüedad, siempre encontramos la esperanza en la promesa; esa
esperanza es la que mueve a la persona para ubicarse bajo los términos del
pacto.
Alguno podrá decir que no es esperanza sino
fe, y otro que es finalmente amor a Dios; y ambas posiciones son correctas,
porque “la fe, la esperanza y el amor”, como presenta Pablo en 1 Corintios, no
son cosas separadas, de la misma manera que el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, siendo tres distintos también son uno. De hecho, fe, esperanza y amor se
relacionan principalmente cada una con una persona de la Trinidad. Pero en este
artículo quiero concentrarme en la faceta de la esperanza, ya que es uno de los
motores principales de la conducta humana.
A lo mejor puede parecer que la esperanza es
algo interesado, y que por lo tanto “no deberíamos” hacer énfasis en ella, pero
lo cierto es que TODOS los pactos que vemos de Dios con el hombre incluyen un
fuerte componente de esperanza, y todas Sus promesas brindan esperanza. Dios ha
puesto en todos los seres vivos, nosotros incluidos, el “mandato natural” de
vivir. Una piedra no hace ningún esfuerzo por “seguir siendo” piedra, ningún
ente inanimado puede ejercer una acción voluntaria para seguir manteniendo su
propia integridad, en cambio, cualquier ser vivo sí. Esa es una enseñanza
espiritual que el Creador ha puesto en Su Creación.
Ahora bien, la salvación en Cristo ES un
pacto, precisamente, el NUEVO PACTO que Dios hace con el hombre, el pacto que
incluye en sí ya todas las promesas, aunque no todas se hayan cumplido todavía.
Los eventos por venir y el establecimiento del Reino Mesiánico, en rigor, no constituirán
otro pacto sino el cumplimiento más completo de las promesas que ya están
contenidas en Cristo.
Y este pacto tiene mejores promesas:
Hebreos 8:6 RVC
6 Pero nuestro Sumo Sacerdote ha recibido un
ministerio mucho mejor, pues es mediador de un pacto mejor, establecido sobre
mejores promesas.
Por lo tanto, la esperanza que recibimos
ahora es superior, por eso Pablo dijo un par de capítulos antes:
Hebreos 6:17-20 RVC
17 Por eso Dios, queriendo demostrar
claramente a los herederos de la promesa que sus propósitos no cambian, les
hizo un juramento,
18 para que por estas dos cosas que no cambian,
y en las que Dios no puede mentir, tengamos un sólido consuelo los que buscamos
refugio y nos aferramos a la esperanza que se nos ha propuesto.
19 Esta esperanza mantiene nuestra alma firme
y segura, como un ancla, y penetra hasta detrás del velo,
20 donde Jesús, nuestro precursor, entró por
nosotros y llegó a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de
Melquisedec.
El mundo rápidamente está perdiendo toda
esperanza, por eso las personas se aferran desesperadamente a las pocas
apariencias de esperanza que les ofrecen. Al momento de escribir este artículo
en mi país se está discutiendo en el poder legislativo la legalización del
aborto, ¿qué es eso? Simplemente que (algunas) mujeres quieren aferrarse a la
esperanza de que sus sueños personales no sean truncados por un bebé. Sueños
que, al final, ¿cuánto valen? Bueno, pero esa es la minúscula esperanza que en
su pequeño mundo ellas tienen.
La sociedad occidental se está volviendo
rápidamente anticristiana, precisamente asumiendo el espíritu del Anticristo,
de tal forma que cuando la Iglesia sea retirada éste se pueda manifestar. Ahora
bien, la esperanza que tienen detrás de eso es que ellos puedan vivir como
quieran, disfrutando de sus placeres, que les brindarán sólo momentos efímeros
de “bienestar”. Esa es su “gran” esperanza, y por eso luchan denodadamente (por
supuesto, engañados por los demonios).
Pero no los critiquemos, porque, ¿cuál ha
sido la esperanza de la Iglesia? ¿No deberíamos reconocer que buena parte de
los creyentes han puesto su esperanza en pasar una “buena vida cristiana”, en
ser bendecidos, en que sus problemas se solucionen, en desarrollar sus dones y
talentos ministeriales y seculares, en “ser alguien” en la vida? ¿Por qué
deberíamos asombrarnos tanto si el mundo ha “tomado” y amplificado lo que la
mayoría de la Iglesia del siglo XX y XXI ha querido hacer?
Hemos tenido mucha actividad evangelística
durante el siglo XX, muchas de esas campañas han sido de tremenda bendición,
pero también mucho del Evangelio que se predicó hacia finales del siglo fue
demasiado fácil, sólo de bendición. Se popularizó el concepto de “entregarse a
Cristo” y se rebajó su verdadero y enorme significado: Cristo dejó de ser
nuestro Señor para convertirse en nuestro Protector, nuestro Benefactor, el que
nos permitía realizarnos plenamente… y todo eso es correcto, pero secundario.
Y con ello, la verdadera esperanza se perdió
del Evangelio, en muchos lugares. Pero la predicación primitiva tenía un fuerte
contenido de esperanza, explícito o implícito. Veamos las palabras de Pedro a
los judíos reunidos en Jerusalén:
“para que sus pecados les sean perdonados”:
esto no significaba solamente escapar de la condenación del infierno, sino del
juicio que habría de caer sobre ellos por haber crucificado al Justo. Ellos se
habían dado cuenta de que eran responsables de la muerte de Jesucristo, y de
que Dios estaba muy airado. La esperanza era, entonces, escapar de esa
condenación.
“Entonces recibirán el don del Espíritu Santo”:
no podría decir bien qué estaban entendiendo con estas palabras esos primeros
oyentes, pero recapitulando su historia, podían ver como el Espíritu había
ungido a determinados hombres para servir a Dios con poder, y seguramente algo
de eso podían esperar (no tenían la revelación más plena que vino después).
“Pónganse a salvo de esta generación perversa”:
escapar del juicio que recibiría esa generación, ellos podían asociar muy bien
la idea de corrupción moral con la de juicio divino.
Aquí tenemos un mensaje lleno de esperanza,
tanto para el futuro como para el presente. ¿Predicó Pedro de prosperidad? No,
pero en realidad sí; ¿cómo es eso? Pedro no hizo ningún énfasis en el progreso
material ni en la adquisición de bienes, pero al darles la promesa de ser
librados del juicio que caería sobre esa gente, indirectamente les estaba dando
el camino para tener una mejor vida material. Con todo, es un tema secundario
que aparece sólo después de analizar el texto.
La misma Gran Comisión contiene un mensaje de
esperanza:
Marcos 16:15-16 RVC
15 Y les dijo: «Vayan
por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura.
16 El que crea y sea
bautizado, se salvará; pero el que no crea, será condenado.
¿Qué es lo que
termina generando cristianos fuertes y fieles o cristianos débiles y
materialistas? La esperanza por la cual entraron y perseveraron en el Camino.
Seamos sinceros, si vemos el ministerio de Jesús, sus primeros años, tenemos
mucha gente que se acercaba por los milagros, para recibir palabras nuevas y
vivas o por curiosidad. Con todo, a medida que transcurría el tiempo Jesucristo
mismo se encargó de depurar esas motivaciones.
¿Qué estamos
predicando hoy? Hermanos, la venida del Señor está a las puertas, este sistema
de cosas que vemos se acabará, pero para Sus fieles hay promesas de un futuro
maravilloso, pero en un ámbito muy distinto. Ahora bien, ¿seguimos repitiendo
promesas terrenales que difícilmente puedan ya cumplirse, o estamos afirmando a
los hermanos en las promesas celestiales y del Reino Venidero, que en realidad
debían ser las principales en todos los tiempos? Claro, esas son promesas que
parecen demasiado lejanas y demasiado extrañas, prometer un buen trabajo, una
carrera, una familia feliz, la sanidad del cuerpo, resultan cosas mucho más
terrenales y entendibles, pero ya poco cumplibles.
Es imposible predicar
sin esperanza, o mejor dicho, no lograríamos nada. Si no hay esperanza,
“comamos y bebamos que mañana moriremos”, pero Dios juzgó muy severamente a los
que pensaron así, ¡porque Él es un Dios de esperanza! El asunto es: ¿qué esperanza
predicamos? ¿en qué esperanza nos cimentamos? Que el Señor nos dé la gracia
para revisar nuestros fundamentos.
Danilo Sorti
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