Ezequiel 16:30 DHH
30 Yo, el Señor, afirmo: ¡Qué enfermo tenías
el corazón para cometer todos esos actos propios de una prostituta
desvergonzada!
El capítulo 16 de Ezequiel constituye una
exposición descarnada del pecado de Judá e Israel, y el versículo 30 resume el
motivo, crudamente expresado en la versión Dios Habla Hoy: “¡Qué enfermo tenías
el corazón…!”
Ahora bien, el Espíritu no encuentra mejor
expresión que esa; aquí no hay ninguna justificación, no hay un análisis
contextual ni de las presiones religiosas de los pueblos paganos, no hay
justificativo psicológico ni nada de lo que hoy diríamos. Lo único que explica
la conducta de la nación es un corazón enfermo, totalmente enfermo de pecado,
maldad pura, sin excusas, sin paliativos.
Esta es una de las palabras que hoy
necesitamos escuchar. Bueno, creo que nunca ha perdido vigencia porque, aunque
no soy ningún historiador experto, sospecho que el ser humano siempre ha
intentado justificarse, para hacer que su pecado no sea tan malo. Hoy la
justificación ha llegado a un máximo inimaginable hace tan solo un siglo, ya la
sociedad no suaviza el pecado, directamente llama bueno a lo malo y malo a lo
bueno; ha cambiado completamente la escala de valores para exaltar toda forma
de perversión.
Si hay un momento de la historia de la
humanidad en el cual se pueda aplicar este pasaje con más justeza, es éste.
Pero no extraña a nadie que la sociedad
justifique y alabe el pecado; y no necesitamos hablar mucho sobre eso; lo que
necesitamos es prevenirnos para que ese mismo principio no se nos meta en la
Iglesia. Todo lo que conocemos de consejería y sanidad interior constituyen
herramientas maravillosas (bien usadas) para traer restauración, pero cuidado,
¡restauración sobre corazones enfermos por el pecado y la maldad! No estamos
hablando de personas buenas que necesitan ser perfeccionadas, estamos hablando
de pecadores. Y a medida que el mundo está cada vez más enfermo, más enfermos y
corrompidos llegarán al Señor.
Nosotros no podemos ignorar esta verdad, ni
suavizarla: el pecado viene de un corazón enfermo ¡de pecado! Lleno de maldad.
Siempre ha sido así y siempre lo será mientras haya pecado sobre la faz de la
Tierra. Y nos encontramos en momentos de la historia cuando el fenómeno
adquiere su máxima dimensión.
Un corazón “enfermo” (inconstante, languideciente,
débil, desfalleciente, marchito, seco) implica más que sólo pecado: implica
profundidad de pecado y un estado del cual no se puede salir, que ha llegado a
ser tal que toma control de la persona debilitándola en todas sus funciones y
nublando todas sus facultades. No es “solo” pecado, y todo lo que dice el
capítulo reafirma esto que decimos; es pecado en un grado superlativo,
perversión, una profundidad tal en la cual se ha perdido todo concepto de
moral; tal como podemos ver hoy y experimentar, por ejemplo, cuando discutimos
con abortistas o de sexualidad desviada; pero también con algunos otros más
sofisticados y sutiles.
El Señor me ministraba unos días atrás sobre
este tema; podía “ver” en mi espíritu el dolor de su corazón por la humanidad
(y unos cuantos de Sus hijos) enfermos de tal manera; ¡una enfermedad no tiene
nada de agradable y alguien profundamente enfermo es digno de compasión, aunque
él haya sido el responsable! Dios se duele profundamente del estado tan
degradado de Su creación, pero ¿qué es lo que ocurre?
Oseas 11:2a RVC
2 Pero mientras más los llamaba yo, más se
alejaban de mí …
Su mano de misericordia se ha extendido para
traer sanidad, pero las personas, casi todas, se alejan del Único que puede
ayudarlas y deciden profundizar en su propio pecado y enfermedad; han llegado a
adoptar la naturaleza de esa depravación, eso es lo que “son” y no pueden
imaginarse “siendo” otra cosa. ¿Qué más puede hacer Dios?
Estamos asistiendo a un tiempo verdaderamente
difícil, ¡pero para el Señor! ¿Qué hacer con esta humanidad tan enferma y que
no quiere ser sanada? Por supuesto que Él sabe muy bien qué hacer y está por
hacerlo, pero eso no evita el dolor que hay en Su corazón.
¿Cómo tener misericordia de gente tan
perversa? ¿Cómo es posible que todavía siga teniendo paciencia con ellos
(aunque no por mucho más)? Pues porque sabe perfectamente la enfermedad de su
corazón.
Pero cuidado: cuando el enfermo decidió
voluntariamente rechazar la medicina, se hace totalmente culpable de su
enfermedad.
Dios sigue teniendo aún un poco de
misericordia, por un poco de tiempo, y nos pide a Sus hijos que también la
apliquemos, y para eso debemos conocer la dimensión de la “enfermedad”. Pero
también debemos tratar el pecado como eso: una enfermedad de la cual el enfermo
es totalmente responsable. Si queremos traer sanidad profunda a la gente que
hoy está viniendo debemos ser radicalmente claros con su pecado; hermanos, no
se trata de buenas personas a las que les faltaba solo conocer a Cristo, la
gran mayoría de los que vienen y vendrán están saliendo de lo más profundo del
pecado, y debemos ser radicales para tratar con él. Probablemente no todos
acepten dicho “tratamiento”, y no debemos retener a nadie con engaños. La
profundidad del pecado ha dañado todo lo que las personas son, toda estructura
mental, su físico, los ha llenado de ataduras (cuando no, demonios) y de
problemas, ha enmarañado su vida de relaciones y los ha vuelto incapaces de
entender lo bueno. Ellos son los que hoy están siendo llamados a la salvación.
¿Podremos tener la misericordia necesaria y
el poder del Espíritu suficiente como para aplicar las aguas de purificación
para que sean restaurados? No puedo decir nada más que necesitamos mucho más
del Espíritu Santo que antes, pero todo el proceso empieza reconociendo la
profundidad de la enfermedad. Y cuidado, no sea que nosotros también estemos
contagiados de algo de eso, al fin y al cabo, vivimos en el mismo mundo.
Danilo Sorti
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