Nehemías 4:17 RVC
17 Tanto los que reconstruían la muralla como
los que acarreaban los escombros y los que cargaban el material, con una mano
trabajaban y con la otra sostenían sus espadas.
Lucas 5:15-16 RVC
15 Pero su fama seguía extendiéndose, y mucha
gente se reunía para escucharlo y para que los sanara de sus enfermedades;
16 pero Jesús se retiraba a lugares apartados
para orar.
Cuando estamos en medio de una confrontación
espiritual o un avivamiento, el peligro es el mismo: distraernos tanto en la
batalla que nos olvidemos de nuestra vida interior, con lo que el Enemigo de
nuestras almas fácilmente puede dar un rodeo y atacarnos por ese flanco que
hemos dejado debilitado.
Me gusta mucho la imagen de Nehemías, y creo
que es por demás de gráfica: mientras construían la muralla, que simboliza la
protección de la vida interior, mantenían la espada en sus manos, que
representa la lucha hacia afuera, la batalla espiritual. A medida que la lucha
arrecia, no debemos olvidar que no hay que descuidarse en la construcción de la
muralla interior, aquello que nos protege del Maligno, del pecado, del engaño.
La tentación para meterse “de lleno” en la
batalla es muy grande, pero encierra un engaño: ¡Jesucristo ya ganó la guerra!
No la tengo que ganar yo, y en realidad, no debo involucrarme más allá de la
medida que me sea dada. Por supuesto, hay momentos en que la lucha arrecia, y
estos años por venir son uno de ellos, pero aún en medio de eso, todo tiene un
momento, Dios sigue actuando y lo principal que necesita es nuestra fe y
nuestra oración.
Ha sido muy frecuente ver a líderes
involucrarse tanto en la obra que terminan descuidando su vida espiritual, su
familia y al final el Enemigo los engaña y atrapa. Un pastor amigo dice: “van
rompiendo límites, hasta que ya no hay vuelta atrás”. Y el camino de la
restauración puede ser largo y penoso, y no todos vuelven.
El engaño sutil es: “vos podés”, “con tus
fuerzas”, “¡hay que destruir al enemigo!” Y así, la motivación empieza a ser el
orgullo, el odio al enemigo (o a las personas usadas por él), el deseo de
destacar en medio de la lucha o de ser conocido por grandes conquista. Cuando
el Señor permite que seamos derrotados o afligidos un tiempo en la lucha
normalmente es para purificar nuestras motivaciones. A veces lo vemos en
nuestros hermanos. Debemos orar por ellos, sostenerlos y hacer guerra
espiritual si sus fuerzas flaquean, pero no podemos impedir el proceso, sí
acompañarlos y ayudarlos a escuchar la voz de Dios más refinadamente. La
victoria al final será mayor de la que hubiera habido de otro modo.
El otro engaño sutil es: “Dios se encarga,
vos despreocupate”, “ocupate de lo tuyo”, “esa no es tu guerra”. Si ese fuera
el caso, ¿qué hizo Jesucristo en la Tierra? ¿Para qué envió a Sus discípulos a
predicar? ¿Por qué hay tantos y tantos y tantos pasajes en la Biblia que nos
hablan de nuestras responsabilidades aquí y ahora?
El equilibrio es siempre difícil, la verdad
es que no creo que alguno de nosotros lo logre adecuadamente y por eso somos un
Cuerpo. Si por un lado todos somos llamados a esforzarnos por alcanzar un nivel
de equilibrio, por otro también somos llamados a soportar las cargas los unos
de los otros, con lo que estamos diciendo, entre otras cosas, ayudarnos en
nuestros “desequilibrios” (bueno, no me refiero exactamente a los
“desequilibrios mentales”, aunque también podría ser…).
Afuera – adentro será siempre una tensión
dinámica, que no debería ser nunca opuesta. El “afuera” debería ser una fuente
de enseñanza y desafío para el “adentro”, que a su vez debería brindar fuerzas
y dirección para el “afuera”. Con esto armamos un círculo virtuoso, pero cuando
el círculo se vuelve vicioso estamos en un problema. Esto ocurre cuando afuera
y adentro están desconectados, y sé que a veces no es sencillo mantenerlos
relacionados.
Jesús tuvo su momento de lucha espiritual,
una confrontación del más alto nivel, la cual ganó y gracias a eso desarrolló
un ministerio maravilloso, hasta que Su tiempo se cumplió. Pero cuando estaba
en medio del avivamiento y del éxito, se hacía el tiempo para orar y estar a
solas con Su Padre. Si eso hacía el Señor, ¿no deberemos practicarlo también
nosotros?
En los momentos de más éxito y demanda, seguía
haciéndose tiempo. Tan sencillo y poderoso como eso. “¡La gente me necesita!”,
“¡la obra requiere que le dedique tiempo!”, “¡hay tanto por hacer!”… Bueno,
lamento darte malas noticias: no te necesita a vos, tampoco tu tiempo y
precisamente vos no tenés nada que hacer y mejor que no lo hagas porque lo vas
a echar a perder, ¡necesita a Dios y necesita que Él haga las cosas! En todo
caso, hacé la parte que te toque, no más.
Quiero citar un par de párrafos de “La
Búsqueda Final”, de Rick Joyner, que me parecen muy apropiados para este tema:
“Estaba meditando en
lo que estaba aprendiendo, tanto al descender del monte como cuando estaba
escalando, cuando el estruendo del campo de batalla me llamó la atención. Ahora
había miles de guerreros poderosos, quienes habían atravesado la planicie para
atacar al remanente de la hueste del enemigo. El enemigo huía en todas las
direcciones excepto una división: Orgullo. Sin ser detectada en lo absoluto,
había marchado justo hasta la retaguardia de los guerreros que avanzaban, y
estaba próxima a lanzar una lluvia de flechas. Fue entonces cuando me di cuenta
de que los guerreros poderosos no tenían armadura en sus espaldas. Estaban
totalmente expuestos y vulnerables ante lo que los iba a golpear. Sabiduría
comentó: «Tú has enseñado que no hay armadura para la parte trasera, lo cual
significa que estabas vulnerable si huías del enemigo. Sin embargo, nunca
habías visto cómo el avanzar en el orgullo también te hacía vulnerable.»
“Solamente podía
asentir afirmando. Era muy tarde para hacer algo y era casi insoportable de
observar, pero Sabiduría dijo que yo debía observar. Sabía que el Reino de Dios
estaba próximo a sufrir una gran derrota. Había sentido tristeza con
anterioridad, pero nunca esta clase de tristeza. Para mi sorpresa, cuando las
flechas de Orgullo hirieron a los guerreros, éstos ni siquiera se dieron
cuenta. Sin embargo, el enemigo continuó disparando. Los guerreros estaban
sangrando y se debilitaban rápidamente, pero no se daban cuenta de ello. Al
poco tiempo estaban débiles para sostener sus escudos y espadas; los bajaron,
declarando que ya no los necesitaban. Comenzaron a quitarse la armadura,
diciendo que tampoco era necesaria.”
A estos grandes
guerreros podríamos ponerles el nombre de algunos hermanos que hemos conocido:
recibieron dones maravillosos, pero al concentrarse en la guerra se olvidaron
de construir la muralla, en este caso, de cuidar sus espaldas, su punto débil,
su vida interior: la humildad.
A medida que entramos en un nuevo tiempo de
confrontación y avivamiento, no nos olvidemos de seguir construyendo nuestra
vida interior.
Danilo Sorti
No hay comentarios:
Publicar un comentario