Juan 6:37 RVC
37 Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y
al que a mí viene, no lo echo fuera.
Esta es una frase muy conocida de los
Evangelios, nos emociona repetirla y podemos decir “¡Amén!” sin dudarlo cuando
la escuchamos, ¿pero entendemos realmente lo que significa, y cómo eso se
relaciona con la evangelización y la última cosecha?
Jesús dijo en otra oportunidad “la otra cara”
de esta verdad:
Juan 8:19 RVC
19 Ellos le dijeron: «¿Y dónde está tu
Padre?» Jesús respondió: «Ustedes no me conocen a mí, ni tampoco conocen a mi
Padre. Si me conocieran a mí, también conocerían a mi Padre.»
Si entendemos al Padre como Creador,
propiamente, la persona de Dios que más directamente se relaciona con la
naturaleza, y leemos Romanos 1, nos damos cuenta de que el primer conocimiento
de Dios, esa revelación “intuitiva”, viene precisamente a través de Su
creación. ¿Quiénes son aquellos a quienes el Padre lleva al Hijo? Los que
primero reconocieron a Dios a través de las “cosas hechas”.
Podríamos decir que hay una revelación que el
espíritu humano acepta o no de la realidad de un Dios Creador, que el Padre
puede ver perfectamente de tal forma que a ellos los guía a Su Hijo. No todos
tienen la posibilidad de creer en Cristo para salvación, porque no todos
recibieron y aceptaron esta revelación primera de Dios.
Con esto en mente, entendemos perfectamente
por qué el Adversario se ha encargado desde hace siglos en hacer cada vez más
artificial nuestro mundo, para alejar así a las personas de la naturaleza, que
les habla de Dios. Entendemos por qué todo ser humano desea innatamente el
contacto con la naturaleza y por qué el primer ámbito del hombre en el cual
Dios tuvo comunión estrecha fue un huerto. Pero lo cierto es que ni siquiera
tenemos que buscar la “naturaleza” fuera de nosotros, porque nosotros mismos
somos seres naturales, con la “huella del Creador” grabada en nuestro interior.
Y entendemos por qué también el Adversario está tratando de construir “humano
artificiales”, “cyborgs” o cosas por el estilo.
Por supuesto que esto no “pasa por alto” al
Dios Hijo, todo lo contrario, la revelación que tuvimos en un primer momento
del Padre es como “el cartel” que nos indica hacia donde está la puerta, pero
no entramos hasta que propiamente no cruzamos esa puerta. El que primeramente
no puede ver a Dios en su espíritu a través de la creación, ¿cómo podrá aceptar
el testimonio de un “milagrero” que vivió hace dos mil años? No puede, excepto
que ya haya aceptado el testimonio de Dios.
Habiendo reconocido a un Creador, un Dios que
está por encima del mundo natural, puede aceptar también que ese Dios se haya
querido revelar, y a partir de allí puede recibir el testimonio de Cristo. Por
supuesto, a través del testimonio de Cristo también muchos puede recibir la
revelación de ese Dios que necesariamente existe porque sino tal hombre llamado
Cristo no podría haber hecho lo que hizo ni haber tenido la influencia que
tuvo. Pero en definitiva, hay un primer paso, en el espíritu, que consiste en
encontrarse con Dios.
Los juicios que ya están aquí constituyen la
voz de Dios para los hombres que han cerrado sus oídos a la voz de los
mensajeros de Dios. La otra opción, mucho menos traumática, son los milagros y
señales, tal como Jesús lo hizo:
Juan 10:25-26 RVC
25 Jesús les respondió: «Ya se lo he dicho, y
ustedes no creen; pero las obras que yo hago en nombre de mi Padre son las que
dan testimonio de mí.
26 Si ustedes no creen, es porque no son de
mis ovejas.
Los milagros de Jesús demostraron Su poder
sobre la naturaleza, precisamente, hizo las “obras del Padre”, es decir,
demostró el mismo poder que el Padre, Dios Creador, a quien ellos decían
conocer, pero que en realidad no lo conocían porque no podían creer en el
enviado de ese mismo Dios, porque en el fondo de sus corazones habían rechazado
el testimonio del Padre.
Por eso mismo Jesús dotó a Sus discípulos del
poder para hacer milagros y señales:
Marcos 16:17-18 RVC
17 Y estas señales acompañarán a los que
crean: En mi nombre expulsarán demonios, hablarán nuevas lenguas,
18 tomarán en sus manos serpientes, y si
beben algo venenoso, no les hará daño. Además, pondrán sus manos sobre los
enfermos, y éstos sanarán.»
Es cierto que algunos cristianos han
exagerado las señales y milagros, haciendo de ellas el centro del Evangelio
cuando en realidad son solamente eso: señales para llevar a los hombres a
Cristo. Pero no es menos cierto que otros han rechazado o simplemente
“descuidado” las señales y milagros (normalmente asustados por algo que no conocen
bien o que se presta para abusos).
Aunque no todos necesiten ver señales y
milagros, todos (o casi todos) necesitan por lo menos tener el testimonio de
que tales cosas ocurrieron y ocurren; y esto no es un asunto menor, no es algo
opcional o simplemente una “particularidad denominacional”; es precisamente una
de las vías (¿la mayoritaria?) que puede conectar el testimonio del espíritu
con la función de Cristo. Es decir, cuando el espíritu humano ya ha recibido y
aceptado el testimonio del Creador, necesita reconocer al que manifiesta el
mismo poder que el Creador pero es “hombre” como él y puede llevarlo a la
salvación. Pero el primer testimonio de Dios es a través de las cosas hechas.
¿Y por casa cómo andamos? Satanás ha hecho un
excelente trabajo apartando a los cristianos del conocimiento de la naturaleza
a través de las ciencias naturales, y no ha tenido demasiado problema en que
sean filósofos, sociólogos, psicólogos y otros de las ciencias humanas quienes
produzcan y enseñen teología. Pero el testimonio del Padre, que necesitamos
recibir continuamente, viene a través de Su creación.
Danilo Sorti
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