lunes, 2 de octubre de 2017

287. El Padre nos lleva a Cristo… ¿cómo es eso?

Juan 6:37 RVC
37 Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no lo echo fuera.

Esta es una frase muy conocida de los Evangelios, nos emociona repetirla y podemos decir “¡Amén!” sin dudarlo cuando la escuchamos, ¿pero entendemos realmente lo que significa, y cómo eso se relaciona con la evangelización y la última cosecha?

Jesús dijo en otra oportunidad “la otra cara” de esta verdad:

Juan 8:19 RVC
19 Ellos le dijeron: «¿Y dónde está tu Padre?» Jesús respondió: «Ustedes no me conocen a mí, ni tampoco conocen a mi Padre. Si me conocieran a mí, también conocerían a mi Padre.»

Si entendemos al Padre como Creador, propiamente, la persona de Dios que más directamente se relaciona con la naturaleza, y leemos Romanos 1, nos damos cuenta de que el primer conocimiento de Dios, esa revelación “intuitiva”, viene precisamente a través de Su creación. ¿Quiénes son aquellos a quienes el Padre lleva al Hijo? Los que primero reconocieron a Dios a través de las “cosas hechas”.

Podríamos decir que hay una revelación que el espíritu humano acepta o no de la realidad de un Dios Creador, que el Padre puede ver perfectamente de tal forma que a ellos los guía a Su Hijo. No todos tienen la posibilidad de creer en Cristo para salvación, porque no todos recibieron y aceptaron esta revelación primera de Dios.

Con esto en mente, entendemos perfectamente por qué el Adversario se ha encargado desde hace siglos en hacer cada vez más artificial nuestro mundo, para alejar así a las personas de la naturaleza, que les habla de Dios. Entendemos por qué todo ser humano desea innatamente el contacto con la naturaleza y por qué el primer ámbito del hombre en el cual Dios tuvo comunión estrecha fue un huerto. Pero lo cierto es que ni siquiera tenemos que buscar la “naturaleza” fuera de nosotros, porque nosotros mismos somos seres naturales, con la “huella del Creador” grabada en nuestro interior. Y entendemos por qué también el Adversario está tratando de construir “humano artificiales”, “cyborgs” o cosas por el estilo.

Por supuesto que esto no “pasa por alto” al Dios Hijo, todo lo contrario, la revelación que tuvimos en un primer momento del Padre es como “el cartel” que nos indica hacia donde está la puerta, pero no entramos hasta que propiamente no cruzamos esa puerta. El que primeramente no puede ver a Dios en su espíritu a través de la creación, ¿cómo podrá aceptar el testimonio de un “milagrero” que vivió hace dos mil años? No puede, excepto que ya haya aceptado el testimonio de Dios.

Habiendo reconocido a un Creador, un Dios que está por encima del mundo natural, puede aceptar también que ese Dios se haya querido revelar, y a partir de allí puede recibir el testimonio de Cristo. Por supuesto, a través del testimonio de Cristo también muchos puede recibir la revelación de ese Dios que necesariamente existe porque sino tal hombre llamado Cristo no podría haber hecho lo que hizo ni haber tenido la influencia que tuvo. Pero en definitiva, hay un primer paso, en el espíritu, que consiste en encontrarse con Dios.

Los juicios que ya están aquí constituyen la voz de Dios para los hombres que han cerrado sus oídos a la voz de los mensajeros de Dios. La otra opción, mucho menos traumática, son los milagros y señales, tal como Jesús lo hizo:

Juan 10:25-26 RVC
25 Jesús les respondió: «Ya se lo he dicho, y ustedes no creen; pero las obras que yo hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí.
26 Si ustedes no creen, es porque no son de mis ovejas.

Los milagros de Jesús demostraron Su poder sobre la naturaleza, precisamente, hizo las “obras del Padre”, es decir, demostró el mismo poder que el Padre, Dios Creador, a quien ellos decían conocer, pero que en realidad no lo conocían porque no podían creer en el enviado de ese mismo Dios, porque en el fondo de sus corazones habían rechazado el testimonio del Padre.

Por eso mismo Jesús dotó a Sus discípulos del poder para hacer milagros y señales:

Marcos 16:17-18 RVC
17 Y estas señales acompañarán a los que crean: En mi nombre expulsarán demonios, hablarán nuevas lenguas,
18 tomarán en sus manos serpientes, y si beben algo venenoso, no les hará daño. Además, pondrán sus manos sobre los enfermos, y éstos sanarán.»

Es cierto que algunos cristianos han exagerado las señales y milagros, haciendo de ellas el centro del Evangelio cuando en realidad son solamente eso: señales para llevar a los hombres a Cristo. Pero no es menos cierto que otros han rechazado o simplemente “descuidado” las señales y milagros (normalmente asustados por algo que no conocen bien o que se presta para abusos).

Aunque no todos necesiten ver señales y milagros, todos (o casi todos) necesitan por lo menos tener el testimonio de que tales cosas ocurrieron y ocurren; y esto no es un asunto menor, no es algo opcional o simplemente una “particularidad denominacional”; es precisamente una de las vías (¿la mayoritaria?) que puede conectar el testimonio del espíritu con la función de Cristo. Es decir, cuando el espíritu humano ya ha recibido y aceptado el testimonio del Creador, necesita reconocer al que manifiesta el mismo poder que el Creador pero es “hombre” como él y puede llevarlo a la salvación. Pero el primer testimonio de Dios es a través de las cosas hechas.

¿Y por casa cómo andamos? Satanás ha hecho un excelente trabajo apartando a los cristianos del conocimiento de la naturaleza a través de las ciencias naturales, y no ha tenido demasiado problema en que sean filósofos, sociólogos, psicólogos y otros de las ciencias humanas quienes produzcan y enseñen teología. Pero el testimonio del Padre, que necesitamos recibir continuamente, viene a través de Su creación.


Danilo Sorti




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