Jeremías 1:4-10 RVC
4 La palabra del Señor vino a mí, y me dijo:
5 «Antes de que yo te formara en el vientre,
te conocí. Antes de que nacieras, te santifiqué y te presenté ante las naciones
como mi profeta.»
6 Yo dije: «¡Ay, Señor! ¡Ay, Señor! ¡Date
cuenta de que no sé hablar! ¡No soy más que un muchachito!»
7 Pero el Señor me dijo: «No digas que sólo
eres un muchachito, porque harás todo lo que yo te mande hacer, y dirás todo lo
que te ordene que digas.
8 No temas delante de nadie, porque yo estoy
contigo y te pondré a salvo.» —Palabra del Señor.
9 Y el Señor extendió su mano, me tocó la
boca y me dijo: «Yo, el Señor, he puesto mis palabras en tu boca.
10 Date cuenta de que este día te he puesto
sobre naciones y reinos, para que arranques y destruyas, para que arruines y
derribes, para que construyas y plantes.»
Probablemente estos sean los versículos que
más se han predicado del libro de Jeremías, ¡porque son casi los únicos que no
hablan de juicio y problemas! En un artículo anterior analizamos el contexto en
el cual Jeremías es llamado: nació de un linaje sujeto al juicio divino desde
hacía siglos, en un territorio que había pasado por los mismo, y ahora él tenía
que anunciar el juicio irrevocable que estaba por caer.
El llamado de Jeremías ha inspirado a muchas
generaciones a lo largo de los siglos, pero probablemente no haya habido otra
generación como la presente a la cual se aplique con tanta precisión.
¡Qué maravillosa sabiduría de Dios que antes
de empezar con los mensajes de juicio, que ocuparían muchos años por delante,
se muestra a Jeremías como el Señor de la eternidad, el que ya tiene todo
previsto de antemano! ¿Por qué digo esto? «Antes de que yo te formara en el
vientre, te conocí. Antes de que nacieras, te santifiqué y te presenté ante las
naciones como mi profeta.» El Dios de los espíritus ya había preparado a
Jeremías, en el tiempo “kairos”, en Su tiempo eterno, para la misión que
recibiría porque había conocido su disposición y el amor de su corazón.
Nada mejor que empezar una misión que sería
tan terriblemente “terrenal” con una perspectiva eterna. Nosotros hoy no
necesitamos menos que eso, en un mundo que se ha vuelto igual de “terrenal” y
concentrado en sus cosas materiales. Y también necesitamos este “vistazo” al
mundo espiritual para no quedarnos exageradamente anclados a la tierra.
La dificultad extrema del ministerio de
Jeremías y de nuestro servicio hoy requiere que podamos escuchar la voz del
Padre anunciándonos Sus propósitos desde la eternidad, y que la escuchemos más
de una vez. Quién sabe cuántas veces Jeremías habría recordado esas palabras
del Padre, en medio de los rigores de su misión. Desde el principio de los
tiempos hay una misión preparada para nosotros, en la eternidad, presentada ya
en el mundo espiritual, tal como lo revela el Señor aquí… por eso es que
también desde el principio de nuestra vida terrenal hay un designio satánico
preparado para cortar ese ministerio, y por eso de las luchas y dificultades
que experimentamos desde el mismo vientre de nuestra madre.
Pero el llamado del Señor no es una comisión
de un general del ejército, que no se puede replicar ni cuestionar, sino todo
lo contrario, ¡qué diferente que es Dios a nuestras estructuras humanas! Nada
menos que Él, EL GENERAL SUPREMO, no tiene problemas en atender a las dudas y
cuestionamientos de Sus soldados. Él no es como nosotros.
Jeremías no dudó del llamamiento y en esencia
no lo rechazó, sino que planteó las dificultades prácticas para llevarlo a
cabo, las cuales eran muy reales en esa sociedad: no tenía un lenguaje
adecuado, no sabía hablar en público y era demasiado joven como para ser tenido
en cuenta. Esas mismas dificultades se están repitiendo hoy mismo exactamente
en muchos hermanos que son llamados en contextos similares como el de Jeremías
para llevar mensajes también similares. ¿Por qué Dios uso a ese Jeremías? No me
refiero al Jeremías que leemos al final del libro, ya afirmado en su rol,
completamente lleno del fuego del espíritu, sino a ése, el jovencito. Quizás la
explicación la podamos encontrar en las palabras de Pablo:
1 Corintios 1:26-29 DHH
26 Hermanos, deben darse cuenta de que Dios
los ha llamado a pesar de que pocos de ustedes son sabios según los criterios
humanos, y pocos de ustedes son gente con autoridad o pertenecientes a familias
importantes.
27 Y es que, para avergonzar a los sabios,
Dios ha escogido a los que el mundo tiene por tontos; y para avergonzar a los
fuertes, ha escogido a los que el mundo tiene por débiles.
28 Dios ha escogido a la gente despreciada y
sin importancia de este mundo, es decir, a los que no son nada, para anular a
los que son algo.
29 Así nadie podrá presumir delante de Dios.
Y entre los corintios abundaban las
manifestaciones proféticas, tal como podemos leer más adelante en la carta.
Pero se me ocurre que otra de las razones
tenía que ver con el hecho de que al ser joven todavía no se había contaminado
con las estructuras y pensamientos de su sociedad, de hecho SUMAMENTE
corrompidos, por lo que tenía la libertad de decir “sin filtros” y sin procurar
ser “políticamente correcto” las palabras que el Señor le dijera. ¡Qué cosa tan
terrible es que a medida que nos ponemos más viejos nos vamos volviendo tan
“políticos” en decir las cosas, siendo que Dios llamó a profetas que no lo
eran!
La respuesta del Señor a Jeremías, en el
versículo 6, fue que no se mirara a él mismo sino a Aquel que lo estaba
comisionando, y quien pondría las palabras y las acciones en Su profeta. Es lo
mismo para nosotros, cuando somos comisionados, no una vez, no únicamente al
principio, sino vez tras vez, con cada nuevo desafío. Y de paso, nos recuerda
que no tenemos que decir lo que nos parece bien, lo que aprendimos, lo que nos
dijo el pastor o el apóstol o el profeta o el patriarca o vara a saber qué
título, SON SOLAMENTE SUS PALABRAS.
Pero nadie puede decir Sus Palabras sin la
protección de Dios, mucho menos en este tiempo. Así como vino el llamado, vino
la promesa: “No temas delante de nadie, porque yo estoy contigo y te pondré a
salvo.» —Palabra del Señor.” Y esta última expresión, “Palabra del Señor”,
cierra el asunto. No hay más, no hay mayor autoridad, no hay mayor poder y no
hay nada que se le pueda agregar. Esa es la confianza que tenemos que tener, y
por supuesto, el llamado y la promesa que debemos recibir.
Dios pone literalmente Sus Palabras en boca
de Jeremías, y la gente de ese entonces no lo reconoció, salvo quizás unos
pocos, pero eso no cambió el hecho. Lo mismo hoy, no esperes mucho
reconocimiento, pero eso no altera el llamamiento.
“Date cuenta de que este día te he puesto
sobre naciones y reinos, para que arranques y destruyas, para que arruines y
derribes, para que construyas y plantes.” La autoridad que recibimos al recibir
la Palabra de Dios puede ser tremenda. Satanás y muchos buenos cristianos,
líderes inclusive, van a tratar de minimizar este hecho. El jovencito Jeremías
no podía tener una dimensión cabal de lo que estaba escuchando en ese momento,
solo después, con el tiempo. Pero nuestra palabra, siendo las Palabras de Dios,
es vida o muerte para las naciones; es el mensaje de salvación, de advertencia,
de protección, de corrección que en estos tiempos, que son los últimos. No hay
mucho tiempo y no habrá muchas más palabras que irán a las naciones, aunque son
muchos los Jeremías que el Señor está levantando hoy, son pocos si los
comparamos con la magnitud de la obra que resta. Pero así como un solo profeta
fue suficiente para Jerusalén en ese tiempo, así es suficiente lo que el Señor
levante hoy.
Apocalipsis 10:9-11 RV1995
9 Fui donde el ángel, diciéndole que me diera
el librito. Y él me dijo: «Toma y cómelo; te amargará el vientre, pero en tu
boca será dulce como la miel».
10 Entonces tomé el librito de la mano del
ángel y lo comí. En mi boca era dulce como la miel, pero cuando lo hube comido
amargó mi vientre.
11 Él me dijo: «Es necesario que profetices
otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes».
A esta altura, Juan ya era un profeta y
siervo del Señor maduro, próximo a partir de esta tierra; podríamos decir que
estaba “al final” del camino que estaba empezando Jeremías, pero la palabra que
recibe es una continuación de la de Jeremías y una exhortación para nosotros:
sigue siendo necesario profetizar sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y
reyes, tal como Jeremías. Y no debemos olvidar que la primera y principal
profecía que debemos llevar es el mensaje de Jesucristo, que trae vida o
muerte, protección o juicio.
¡Señor, que sean levantados Tus Jeremías en
este tiempo, aquellos que no se han contaminado con las filosofías y cuestiones
de una iglesia somnolienta y desorientada! ¡Señor, levanta a los jóvenes llenos
del fuego de Tu Espíritu, aquellos que no temen perder sus títulos ni
posiciones! ¡Aviva, Señor, Tu obra en medio de los tiempos!
Danilo Sorti
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