Mateo 15:9 DHH
9 De nada sirve que me rinda culto;
sus enseñanzas son mandatos de hombres.
Uno de los argumentos que se esgrimen contra
el ministerio público femenino es el hecho de que no se menciona expresamente
la ordenación de mujeres en el Nuevo Testamento, haciendo, claro está, una
curva conveniente para soslayar 1 Timoteo 3. Bueno, pero asumamos que sea así,
que no podemos encontrar referencias directas a la ordenación de mujeres. El
asunto es: ¿eso implica que se la prohíbe?
Recuerdo que en la iglesia donde conocí al
Señor, había una frase fundacional: “hablamos donde la Biblia habla, callamos
donde la Biblia calla”. Por supuesto, la doctrina que enseñaban no la cumplía
al pie de la letra, pero el concepto quedó grabado. Si la Biblia no prohíbe
expresamente algo, ¿por qué habríamos de prohibirlo nosotros?
Yo sé que no hay una respuesta sencilla aquí,
en la práctica “permitir o prohibir” algo que la Biblia no permite o prohíbe
directamente tiene que ver con la aplicación de los principios bíblicos, pero
eso nos conduce inmediatamente al asunto de quiénes están aplicando esos
principios y nos encontramos con ¡nosotros!, seres imperfectos y con motivaciones
no del todo correctas. Algunos, intentando solucionar ese problema, se
“refugiarían” en eminentes y reconocidos teólogos, pero la práctica me ha
enseñado a dudar también de esos “eminentes y reconocidos”. No quiero
desmerecerlos ni desmerecer su trabajo, creo que hay muchos muy buenos, y otros
tantos muy malos, pero aún los “muy buenos” hablaron conforme la luz que
recibieron en su momento, que necesariamente era menor que la que tenemos
ahora. Y, sea como sea, finalmente eran hombres.
Hay una costumbre arraigada en el pueblo
cristiano, especialmente entre los maestros y líderes, de que cuanto más se
escriba sobre un tema, cuanto más se rebusquen las interpretaciones exegéticas
de los originales, y más comentarios se amontonen, más verdad es. Es decir,
mientras más complicado sea un asunto, más cierto es… y más difícil de que otro
pueda analizarlo también. El problema es que, si ese principio fuera cierto, ¿a
quién le dejó la Palabra el Espíritu? Evidentemente no a toda la humanidad,
sino a un grupúsculo selecto. No me parece que esté de acuerdo con la
naturaleza divina.
Los fariseos de la época de Jesús hacían
precisamente eso, donde no había mandamientos construyeron una superestructura
de mandatos… y donde SÍ HABÍA mandamientos claros, simplemente los pasaron por
alto. No le fue mejor a Pablo:
Colosenses 2:22-23 DHH
22 Todas estas reglas tienen que ver con cosas
que se acaban con el uso, y solo son mandatos y enseñanzas de hombres.
23 Es verdad que tales cosas pueden parecer
sabias, porque exigen cierta religiosidad y humildad y duro trato del cuerpo,
pero son cosas que no honran a nadie, pues solo sirven para satisfacer los
deseos puramente humanos.
De nuevo, la vieja costumbre de inventar
mandatos donde no hay una regla clara y expresa. Podría ejemplificarlo con
temas relacionados a la sexualidad, pero para no incomodar a nadie no lo voy a
hacer.
Ahora bien, el hecho de que expresamente no
se mencione el ordenamiento de mujeres al ministerio en la Biblia no es señal
inequívoca de que las mujeres no puedan serlo. Tampoco se menciona expresamente
la escuelita dominical, ni el ministerio de jóvenes, ni se habla de
instrumentos musicales en el culto de la iglesia (razón por la cual en aquella
iglesia donde me convertí estaban prohibidos), ni de sanidad interior, ni de
publicar en Internet, ni de muchísimas otras cosas que hacemos y que Dios
respalda.
Algunos concluyen que, cuando esto pasa,
debemos buscar los principios bíblicos y de ahí fijar una posición. Estoy de
acuerdo con eso, siempre y cuando entendamos que “fijar una posición” NO CREA
NINGUNA DOCTRINA, simplemente expresa el entendimiento que un grupo de gente
tiene sobre un tema en un momento dado. Es decir, no necesariamente es la
verdad y no necesariamente tiene que ser creído por el resto de los cristianos.
Un nuevo análisis puede mostrar algo distinto.
Si aplicamos el concepto intuitivo de “hablar
donde la Biblia habla y callar donde la Biblia calla”, sencillamente no podemos
impedir la ordenación femenina.
El verdadero problema aquí es que, al igual
que los fariseos de la época de Jesús, como nos cuesta obedecer los
mandamientos que CLARA E INEQUÍVOCAMENTE Dios nos mandó, nos esforzamos en
crear otros que parezcan “santos y sacrificiales” y que sí podamos obedecer. De
hecho, es muy fácil para el hombre “obedecer” el “mandamiento” de impedir que
la mujer participe en el ministerio público… ¿a qué hombre le gustaría que una
mujer comente sus pecados hogareños, como hacemos nosotros con ellas?
Danilo Sorti
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