jueves, 26 de octubre de 2017

301. ¿Trauma o amor? ¿Qué nos motiva? ¿Con qué intensidad?

1 Corintios 13:1-3 RVC
1 Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal resonante, o címbalo retumbante.
2 Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios, y tuviera todo el conocimiento, y si tuviera toda la fe, de tal manera que trasladara los montes, y no tengo amor, nada soy.
3 Y si repartiera todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.

El muy conocido capítulo de I Corintios 13 es el “Himno al amor” de Pablo, pero muchas veces se olvida que está inserto en una extensa sección de la carta en donde se habla sobre los dones espirituales y el servicio cristiano (los capítulos 12 al 14), y el mismo capítulo 13 comienza hablando precisamente sobre dones.

El versículo 1 se refiere al don de lenguas en su “máxima” expresión: no solo lenguas angélicas sino también humanas. El versículo 2 habla del don de profecía y, asociado a él, el don de conocimiento también a un grado sumo; podría interpretarse que “entendiera todos los misterios” sería una especie de discernimiento espiritual, algo diferente a la profecía y al conocimiento. Continúa con el don de fe expresado a lo máximo. El versículo 3 muestra el don de la pobreza voluntaria al grado de desprenderse de absolutamente todo, y luego el don de martirio o sufrimiento al extremo de ofrecerse voluntariamente a la muerte.

En resumen, tenemos aquí 6 o 7 dones espirituales (según como lo entendamos) cuya manifestación en una persona nos haría considerarla sumamente espiritual y consagrada, más que otros dones como el de liderazgo o enseñanza o evangelismo.

Pues bien, en medio de esta sección sobre el ministerio cristiano según los dones, la más grande en toda la Biblia sobre el tema, Pablo deja en claro que la verdadera motivación para ejercer los dones, y por extensión, cualquier servicio cristiano, es el amor. La manifestación gloriosa y espectacular de un don no reemplaza la motivación fundamental del amor; aunque parezca ser lo más consagrado y sacrificial posible, aunque brinde un gran “mérito espiritual” delante de la congregación.

Aún los dones más “espirituales”, los más sacrificiales, los que implican una entrega absoluta del ser, del tiempo, de los intereses, de las posesiones o de la propia vida, sin amor, no son nada.

Pero en la iglesia siempre ha habido una “fascinación” (precisamente “fascinación”, ¡encantamiento!) hacia los dones y una extrema incapacidad para discernir los frutos, tanto en otros como en nosotros.

¿Qué nos motiva a servir? Puede ser el sentido de culpa, puede ser “cumplir con el deber” que en esencia es terminar satisfaciendo nuestro propio yo, puede ser obtener nuestra identidad o reconocimiento a través de lo que hacemos… incluso puede ser algo peor:

Filipenses 1:15-17 RVC
15 A decir verdad, algunos predican a Cristo por envidia y por pelear; pero otros lo hacen de buena voluntad.
16 Unos anuncian a Cristo por pelear, y no con sinceridad, pues creen que así añaden aflicción a mis prisiones;
17 pero otros lo hacen por amor, y saben que estoy aquí para defender al evangelio.

Aunque parezca mentira, puede haber motivaciones muy incorrectas.

Cuando nos motiva el amor no significa que haremos todo perfecto, ni que no cometeremos errores; significa que Dios está en el asunto, que Él está respaldando y subsanando problemas. Es más, hasta es preferible una obra que tenga muchos errores pero hecha con genuino amor y voluntad de obedecer a Dios que una obra “técnica” y teológicamente adecuada pero sin amor, sólo con el “oficio” (como le llaman), porque ni se puede mejorar ni Dios está allí.

Con el tiempo aprendemos muy bien a ocultar nuestra verdadera motivación, ante los otros y ante nuestros propios ojos, por lo que necesitamos que el Espíritu Santo saque lo que verdaderamente hay, pero eso no suele ser agradable, por lo que también necesitamos una gran dosis de humildad. ¿Estamos dispuestos?

Ese proceso solo es posible cuando entendemos que nuestro valor lo determina Dios y no la “grandeza” o resultados de nuestra obra; no tiene más mérito el que se ofrece voluntariamente como mártir, porque eso es un don, ni el que ora 25 horas por día, ni el que vende todo porque eso también es un don, ni el que sabe cada punto y cada coma de la Biblia. Todo eso puede ser muy bueno o no, dependiendo de la motivación. Debo renunciar a juzgarme a mí mismo conforme a mis criterios de espiritualidad, y debo rechazar todo juicio de mis hermanos o conocidos, aunque eso implique más de una vez que se me cierren puertas.

Sólo Dios me juzga y más vale hacer algo pequeño por amor que algo grande sin amor porque Dios no está allí. Y esto es que yo no decido lo que hago por amor, es la voz de Dios la que me guía y yo por amor obedezco, aunque resulte muy “poco espiritual”. Y si Dios me manda a no hacer nada, ¡pues no lo hago!

El amor no se fabrica, es solo una respuesta a la voz de Dios, hacer algo por amor es hacer lo que el Espíritu me susurra. Dios me da de Su amor y mi respuesta de amor es lo que Él puede recibir, no puedo yo generar amor, solo puedo devolver lo que he recibido. Él está dispuesto a darme enormes cantidad de amor, ¿estoy dispuesto a devolverlas?



Danilo Sorti




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