1 Corintios 13:1-3 RVC
1 Si yo hablara lenguas humanas y angélicas,
y no tengo amor, vengo a ser como metal resonante, o címbalo retumbante.
2 Y si tuviera el don de profecía, y
entendiera todos los misterios, y tuviera todo el conocimiento, y si tuviera
toda la fe, de tal manera que trasladara los montes, y no tengo amor, nada soy.
3 Y si repartiera todos mis bienes para dar
de comer a los pobres, y entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor,
de nada me sirve.
El muy conocido capítulo de I Corintios 13 es
el “Himno al amor” de Pablo, pero muchas veces se olvida que está inserto en
una extensa sección de la carta en donde se habla sobre los dones espirituales y
el servicio cristiano (los capítulos 12 al 14), y el mismo capítulo 13 comienza
hablando precisamente sobre dones.
El versículo 1 se refiere al don de lenguas
en su “máxima” expresión: no solo lenguas angélicas sino también humanas. El
versículo 2 habla del don de profecía y, asociado a él, el don de conocimiento
también a un grado sumo; podría interpretarse que “entendiera todos los
misterios” sería una especie de discernimiento espiritual, algo diferente a la
profecía y al conocimiento. Continúa con el don de fe expresado a lo máximo. El
versículo 3 muestra el don de la pobreza voluntaria al grado de desprenderse de
absolutamente todo, y luego el don de martirio o sufrimiento al extremo de
ofrecerse voluntariamente a la muerte.
En resumen, tenemos aquí 6 o 7 dones
espirituales (según como lo entendamos) cuya manifestación en una persona nos
haría considerarla sumamente espiritual y consagrada, más que otros dones como
el de liderazgo o enseñanza o evangelismo.
Pues bien, en medio de esta sección sobre el
ministerio cristiano según los dones, la más grande en toda la Biblia sobre el
tema, Pablo deja en claro que la verdadera motivación para ejercer los dones, y
por extensión, cualquier servicio cristiano, es el amor. La manifestación
gloriosa y espectacular de un don no reemplaza la motivación fundamental del
amor; aunque parezca ser lo más consagrado y sacrificial posible, aunque brinde
un gran “mérito espiritual” delante de la congregación.
Aún los dones más “espirituales”, los más
sacrificiales, los que implican una entrega absoluta del ser, del tiempo, de
los intereses, de las posesiones o de la propia vida, sin amor, no son nada.
Pero en la iglesia siempre ha habido una
“fascinación” (precisamente “fascinación”, ¡encantamiento!) hacia los dones y una
extrema incapacidad para discernir los frutos, tanto en otros como en nosotros.
¿Qué nos motiva a servir? Puede ser el
sentido de culpa, puede ser “cumplir con el deber” que en esencia es terminar
satisfaciendo nuestro propio yo, puede ser obtener nuestra identidad o
reconocimiento a través de lo que hacemos… incluso puede ser algo peor:
Filipenses 1:15-17 RVC
15 A decir verdad, algunos predican a Cristo
por envidia y por pelear; pero otros lo hacen de buena voluntad.
16 Unos anuncian a Cristo por pelear, y no
con sinceridad, pues creen que así añaden aflicción a mis prisiones;
17 pero otros lo hacen por amor, y saben que
estoy aquí para defender al evangelio.
Aunque parezca mentira, puede haber
motivaciones muy incorrectas.
Cuando nos motiva el amor no significa que
haremos todo perfecto, ni que no cometeremos errores; significa que Dios está
en el asunto, que Él está respaldando y subsanando problemas. Es más, hasta es
preferible una obra que tenga muchos errores pero hecha con genuino amor y voluntad
de obedecer a Dios que una obra “técnica” y teológicamente adecuada pero sin
amor, sólo con el “oficio” (como le llaman), porque ni se puede mejorar ni Dios
está allí.
Con el tiempo aprendemos muy bien a ocultar
nuestra verdadera motivación, ante los otros y ante nuestros propios ojos, por
lo que necesitamos que el Espíritu Santo saque lo que verdaderamente hay, pero
eso no suele ser agradable, por lo que también necesitamos una gran dosis de
humildad. ¿Estamos dispuestos?
Ese proceso solo es posible cuando entendemos
que nuestro valor lo determina Dios y no la “grandeza” o resultados de nuestra
obra; no tiene más mérito el que se ofrece voluntariamente como mártir, porque
eso es un don, ni el que ora 25 horas por día, ni el que vende todo porque eso también
es un don, ni el que sabe cada punto y cada coma de la Biblia. Todo eso puede
ser muy bueno o no, dependiendo de la motivación. Debo renunciar a juzgarme a
mí mismo conforme a mis criterios de espiritualidad, y debo rechazar todo
juicio de mis hermanos o conocidos, aunque eso implique más de una vez que se
me cierren puertas.
Sólo Dios me juzga y más vale hacer algo
pequeño por amor que algo grande sin amor porque Dios no está allí. Y esto es
que yo no decido lo que hago por amor, es la voz de Dios la que me guía y yo
por amor obedezco, aunque resulte muy “poco espiritual”. Y si Dios me manda a
no hacer nada, ¡pues no lo hago!
El amor no se fabrica, es solo una respuesta
a la voz de Dios, hacer algo por amor es hacer lo que el Espíritu me susurra.
Dios me da de Su amor y mi respuesta de amor es lo que Él puede recibir, no
puedo yo generar amor, solo puedo devolver lo que he recibido. Él está
dispuesto a darme enormes cantidad de amor, ¿estoy dispuesto a devolverlas?
Danilo Sorti
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