Jeremías 1:11-16 RVC
11 La palabra del Señor vino a mí, y me dijo:
«¿Qué ves tú, Jeremías?» Yo dije: «Veo una vara de almendro.»
12 El Señor me dijo: «Has visto bien. Me
estoy apresurando a poner mi palabra por obra.»
13 Por segunda vez la palabra del Señor vino
a mí, y me dijo: «¿Qué es lo que ves?» Y yo dije: «Veo una olla que hierve; y
está orientada hacia el norte.»
14 El Señor me dijo: «Desde el norte va a
desatarse el mal sobre todos los habitantes de esta tierra.
15 Yo, el Señor, te digo que estoy convocando
a todas las familias de los reinos del norte. Y ellos vendrán, y cada uno
plantará su campamento a la entrada de las puertas de Jerusalén, y alrededor de
todas sus murallas, y contra todas las ciudades de Judá.
16 Dictaré mi sentencia contra todos los que
me dejaron y quemaron incienso a dioses extraños, por causa de toda su maldad,
y porque adoraron a la obra de sus manos.
Casi todo el libro de Jeremías se desarrolla
en el contexto del juicio: juicio anunciado y juicio ejecutado. Vez tras vez el
pueblo no quiso creer y trataron de eliminar al profeta, para así eliminar el
mensaje del profeta ¡como si eso pudiera hacer callar la voz de Dios!
Desde el inicio del ministerio profético de
Jeremías, que duró varias décadas y que produjo un extenso libro, en pocos
versículos el Señor anunció Su plan: como Juez se sentaría a dictar sentencia y
juzgar a Su pueblo por toda la maldad que cometieron.
Este era el núcleo del mensaje, y aquello que
los israelitas no estaban dispuestos a aceptar de ninguna forma, incluso luego
de que Jerusalén hubiera sido destruida. Todo lo que este mensaje implicaba fue
desarrollado durante los años de la predicación profética de Jeremías, pero
aquí aparece resumido; de esta “síntesis” se podían sacar todas las
consecuencias.
Este mensaje es el mensaje para hoy; los
juicios del Padre se están desatando sobre la tierra y no son sólo los juicios
a través de la naturaleza, sino también a través de la guerra:
Apocalipsis 6:4 RVC
4 Salió entonces otro caballo, éste de color
rojo, y al que lo montaba se le dio una gran espada, junto con el poder de
adueñarse de la paz de la tierra y de hacer que los hombres se mataran unos a
otros.
Lo que nos está diciendo hoy esta palabra
profética es lo siguiente:
Hay un juicio que viene directamente de Dios,
y Él ya no lo va a detener más. Desde Adán hasta ahora el mundo nunca hizo la
voluntad del Señor, hubo tiempos de mucha perversión, como en los días de Noé y
de Lot, hubo tiempos de mucha ignorancia y de pecado a causa de ella, hubo
tiempos en los que el Evangelio se expandió rápidamente, y hay un tiempo de
apostasía y rechazo de Dios sin precedentes, que es hoy. A lo largo de los
últimos miles de años Dios siempre tuvo buenas razones para descargar Sus
juicios sobre la tierra, pero Su paciencia esperó por la conversión del pecador
y la extensión del mensaje del Evangelio hacia toda la humanidad. Ahora el
pecado ya ha subido a Su presencia y no habrá más paciencia.
Hay guerra que se va a desatar, no solamente
los juicios a través de la naturaleza. Esta guerra viene “del norte”, pero qué
significa exactamente esa expresión es un tema que debe aclararse
proféticamente. La interpretación evangélica tradicional, venida de la teología
norteamericana, siempre ha identificado al “norte” con su enemigo geopolítico.
Desde la parte del mundo de donde estoy escribiendo, es por demás de claro que
“el norte” incluye no solo a dicha potencia sino a todas las potencias en
pugna, y que finalmente la guerra será entre todas ellas, más allá de quién sea
la que “encienda la mecha”. De todas formas, el Espíritu está trayendo palabras
específicas al respecto por lo que no pienso añadir más a lo que ya está
diciendo.
Como sea, hay una guerra y hay una
identificación del enemigo, de la nación o coalición de naciones de donde viene
la destrucción; naciones que el Señor mismo preparó para este momento, tal como
ocurrió con Babilonia, que había sido un poderoso imperio siglos antes del
tiempo de Jeremías, que había sido derrotado y subyugado durante mucho tiempo,
y que resurgió durante un breve tiempo precisamente para cumplir el castigo de
Dios sobre Israel y las otras naciones.
Quizás lo más “duro” de digerir para el
pueblo de Jerusalén, y también hoy, es el hecho de que Dios mismo está trayendo
a los enemigos y permitiéndoles cumplir con su propósito. Ellos no lo piensan
así, por supuesto, y no son “actores voluntarios” en el drama, ellos están
pensando en destruir y conquistar para hacer crecer su imperio. Buena parte del
libro de Jeremías trata con este asunto, los rebeldes del pueblo jurando y
perjurando que “Dios no puede hacer eso”, y el profeta diciendo una y otra vez
“Dios lo va a hacer”. No es diferente hoy.
“Dictaré mi sentencia contra todos los que me
dejaron y quemaron incienso a dioses extraños, por causa de toda su maldad, y
porque adoraron a la obra de sus manos.” Esta es la razón del juicio, entonces
y hoy; aunque en la actualidad se trata de algo mucho más sofisticado que en el
pasado, en esencia o se adora y sirve a Dios o se adora y sirve a otros dioses,
y no hay más. Estos pueden tomar miles de nombres distintos, pueden disfrazarse
detrás de la ciencia y el progreso humano, o de ideologías políticas, o incluso
del cuidado del medio ambiente; a veces pueden tomar vestiduras “casi”
cristianas, pero sea como sea, no son el Dios verdadero. En aquel entonces era
más “fácil” de diferenciar: si la gente abandonaba al Señor se volcaba a la
idolatría de los dioses de la región. Hoy la “oferta” de dioses es mucho mayor
y mucho más sofisticada, pero sigue siendo el mismo principio.
Pero aquí Dios está hablando a Su pueblo, no
a los pueblos paganos. Estos últimos también sufrirían bajo la mano de
Nabucodonosor y más adelante en el libro hay palabras para ellos, a veces con
promesas de restauración. Sin embargo, lo más extenso del mensaje está dirigido
a Israel, el pueblo del Señor, que lo había abandonado. Esa es la misma
realidad hoy; por un lado tenemos la iglesia más tradicional que desde hace
tiempo ya ha mezclado su mensaje con idolatría y enseñanzas de hombres que
llegan a ser más importantes que el mensaje bíblico. Por otro lado, tenemos las
iglesias que vivieron la Reforma, pero que luego se volcaron a la política y el
humanismo. Otras, habiendo recibido la revelación de la Palabra prefirieron
refugiarse en una Letra sin Espíritu. Y finalmente tenemos a las iglesias que
tuvieron el derramamiento del Espíritu como ninguna en los siglos precedentes,
pero que terminaron en el satánico evangelio de la prosperidad, con todas sus
variantes. Con esto prácticamente se ha completado la apostasía, falta solo la
“frutilla del postre” que vendrá en breve.
A este pueblo Dios juzgará en primer lugar,
aunque, tal como en el caso de Jeremías, ese juicio no está separado del juicio
a las naciones. Todo juicio de Dios es para purificación y restauración, pero
eso implica que muchos sean cortados de Su pueblo porque ya no pueden
arrepentirse. A Jeremías le tocó anunciar la primera parte, la del juicio, y
muy poco de la segunda. A muchos hoy Dios está levantando con ese mismo
mensaje; es el mensaje profético más difícil y el que más difícilmente resulta
aceptado, si acaso. Pero viene directamente del Trono y es el momento. ¡Señor,
danos el valor para hablar y no callar!
Danilo Sorti
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